Montag, 1. Oktober 2007

CAPITULO VI. LA GUERRA DE ROOSEVELT.

"Yo os prometo, solemnemente, madres americanas, que vuestros hijos no lucharan en playas extranjeras". Franklin Delano Roosevelt

ESFUERZOS PARA OBTENER LA PAZ EN OCCIDENTE
A pesar de que la nueva oferta de paz hecha por Hitler después de la huida de Dunkerque fue rechazada por Inglaterra, el Gobierno alemán continuó sus tentativas para lograr el alto el fuego precursor de la paz. El 14 de julio de 1940, Hitler declaró, en una entrevista concedida a un reportero de la United Press, que estaba dispuesto a aceptar la mediación de quien fuera, con tal de llegar a un acuerdo, sobre bases honorables, con la Gran Bretaña y que, una vez obtenido el mismo, la Wehrmacht se retiraría inmediatamente de los territorios temporalmente ocupados en el Oeste.
Cinco días después, el 19 de julio, en un discurso pronunciado en el Reichstag, el Führer volvió a proponer el cese de las hostilidades sobre la base de la «paz empate» con Inglaterra. No obstante, el monopolio propagandístico mundial tergiversó groseramente el significado de la proposición alemana, presentándola como un ultimátum al imperio británico. Lord Halifax y Churchill respondieron con una despectiva negativa.
Fue precisamente en esa época cuando la Wilhelmstrasse dio la mejor prueba de su deseo de terminar la guerra en Occidente. Citamos el testimonio de Joseph E. Davies, personalidad política de primer rango en la América de Roosevelt, que fue sucesivamente embajador en Bruselas y Moscú. Davies, judío y miembro del "Brains Trust", no puede ser calificado de pronazi. Pues bien, en un discurso pronunciado en el Ayuntamiento de Los Ángeles, el 22 de enero de 1943, Davies declaró que Alemania ofreció, a mediados de 1940, la dimisión de Hitler, si con ello Inglaterra venía a aceptar una paz-tablas (1).
Esta oferta se hizo a través del Vaticano. Según Davies, Churchill rechazó esa proposición sin consultar siquiera con su Gobierno.
Todavía se harían, entonces, dos tentativas más para detener la insensata guerra de Occidente, ambas iniciadas por Alemania, por conducto de Suecia y del Vaticano (2), tentativas igualmente fracasadas por la actitud intransigente de Churchill.
ITALIA ENTRA EN GUERRA
El 10 de junio de 1940, Italia había entrado en la contienda, al lado de Alemania. Hitler conocía la deficiente preparación militar italiana y nunca se hizo excesivas ilusiones sobre la ayuda que podía proporcionarle su nuevo aliado. En cambio, confiaba que el peso especifico de Italia, sus posibilidades industriales, su imperio colonial y su notable flota de guerra, le ayudarían en su intento de convencer a los hombres de Londres de la necesidad de detener las hostilidades.
Ciano se trasladó a Berlín y presentó dos listas: en una exigía cantidades fabulosas de armamento petróleo y materias primas. En la segunda, presentaba las reivindicaciones territoriales italianas: Córcega, Niza, las Somalias francesa y británica, Malta, el Chad, Aden, Perim, Socotra y una rectificación favorable en la frontera libiotunecina. Hitler responde que se tratará de ayudar militarmente a Italia, pero en general se muestra contrario a los cambios territoriales; no entra en sus planes descuartizar el imperio británico, sino hacer las paces con él y concentrar su esfuerzo sobre la U.R.S.S.; tampoco está de acuerdo en que se humille innecesariamente a Francia. Únicamente accede a que, una vez obtenido el cese de hostilidades, se facilite una expansión italiana en Africa del Norte y el Medio Oriente, armonizando sus intereses con los de las otras potencias coloniales europeas. Ciano vuelve, desilusionado, a Roma.
EL «LEÓN» NO SE ECHA AL AGUA
En vista de las reiteradas negativas británicas a aceptar las propuestas de paz alemanas, Hitler da la orden de preparar la invasión de Inglaterra, «para evitar que la Isla pueda ser utilizada como base para la continuación de la guerra». La operación recibe el nombre clave de «León Marino». Pero este «león» no se echará al agua: el mismo Hitler dará la orden de suspender la proyectada operación. « En su lugar, ordena preparar la invasión de Rusia» (3).
Ochenta divisiones alemanas son trasladadas, con todo su equipo, a Polonia y Prusia Oriental. En una Europa repleta de agentes británicos y soviéticos, es imposible que un tan imponente movimiento de tropas, atravesando todo el continente, pasara inadvertido. En Londres sabían perfectamente que Hitler no tenía la menor intención de invadir las Islas Británicas... no obstante, la Prensa y la Radio siguen agitando ante las masas inglesas, reacias a batirse por Dantzig o por la U.R.S.S., el espantajo del ataque alemán.
LA «OPERACIÓN KATHERINE»
En el verano de 1940, el Estado Mayor alemán sabía que la U.R.S.S. atacaría al Reich por la espalda tan pronto como éste se viera envuelto en un largo conflicto militar en el continente. El Ejército rojo había concentrado ciento cincuenta divisiones a lo largo de la frontera con Alemania, mientras otras ciento veinte estaban desplegadas en profundidad. Una fuerza impresionante de cerca de cinco millones de hombres, dotados de moderno material de guerra.
Fue entonces cuando Churchill planeó la «Operación Katherine», con objeto de «forzar el paso de la «Home Fleet» por el Báltico y poder, así, extender la mano hacia Rusia, en forma que ejercería, seguramente, un efecto decisivo».
Si bien esta acción no pudo llevarse a cabo por no contar todavía la R.A.F. con suficiente fuerza para apoyar una acción de tal envergadura, no es menos cierto que ya se contaba en Londres, con el apoyo soviético, siempre y cuando se lograra distraer las fuerzas de Alemania en otras operaciones secundarias, ya creando un puente naval hacia Rusia en el Báltico, ya provocando nuevos conflictos entre Alemania y otros países neutrales.
Empezaron entonces las maniobras de la diplomacia británica para retrasar la invasión alemana de Rusia y permitir, así, a la U.R.S.S. descargar el primer golpe. Belgrado, Atenas, Sofía y Estambul fueron teatro de innumerables intrigas. Roosevelt a pesar de su «neutralidad», también interviene en esta guerra de Cancillerías; la Casa Blanca ofrece importantes prestamos a Yugoslavia y Turquía. Londres ofrece también su «ayuda» económica a esos países, pero con la condición de que se abstengan de comerciar con Alemania y modifiquen prácticamente su posición de neutrales por una actitud «benévola» hacia la Gran Bretaña.
Si las gestiones de Londres y Washington no obtienen el éxito esperado en esos países, en cambio la Casa Real de Grecia, emparentada con los Mountbatten, cede bases en territorio griego para ser utilizadas por la «Home Fleet» y la R.A.F. Estas bases constituyen una amenaza directa para Italia; Roma protesta enérgicamente ante el Gobierno griego, acusándole de violar la neutralidad y de poner en peligro la paz en los Balcanes. Unicamente en Sofía obtiene el Eje una victoria diplomática; el Gobierno búlgaro hace caso omiso de los cantos de sirena de los anglosajones y se alinea al lado de Berlín y Roma, aunque conservando su neutralidad.
Se produce, entonces, el ya mencionado viaje de Molotoff a Berlín, el 10 de noviembre de 1940, y la negativa de Hitler a aceptar sus demandas, que el astuto ruso presenta de forma deliberadamente inaceptable, para hacer recaer sobre Berlín la responsabilidad de la ruptura. El Führer ordena entonces la elaboración del «Plan Barbarroja», para el ataque contra la U.R.S.S. que, por su parte, no cesa de situar tropas en la frontera con Alemania. El ataque alemán está previsto para febrero o marzo de 1941, pero Churchill y el «neutral» Roosevelt, conocedores de las intenciones de Hitler, conseguirán retrasarlo unos meses, lo que representará un enorme alivio para Stalin. Para ello, Londres y Washington deberán movilizar más «carne de cañón» y lanzarla contra Alemania.
Hemos dicho que Roosevelt y Churchill conocían los planes de Hitler. Es conveniente un inciso para hablar del que fue, indiscutiblemente, el mayor de los errores del III Reich en política interior.
«UNA LOGIA MASÓNICA QUE ME OLVIDE DE DISOLVER...»
El nacionalsocialismo fue, por encima de todo, un movimiento ideológico opuesto al marxismo, pero también a su falso rival el capitalismo. Fue una llama que prendió singularmente en las clases medias y laboriosas, así como en el campesinado.
Paradójicamente, ciertos círculos de la alta aristocracia prusiana, de la «burguesía financiera» y, sobre todo, de los altos escalafones del Ejército, se opusieron, más o menos veladamente, al régimen hitleriano. Una parte importante de esos sinuosos adversarios tenía o había tenido relaciones con grupos judíos o habíase aliado a la masonería. Ésta había sido disuelta al poco tiempo de la llegada de Hitler al poder, y sus principales dirigentes habían huido al extranjero o habían sido detenidos. Pero muchos otros, fingiendo lealtad al régimen se dedicaron a sabotearlo y a facilitar información a Londres.
Hjalmar Schacht, antiguo francmasón (4) puso innumerables trabas al desarrollo del esfuerzo bélico alemán. Al lado de Schacht y llevando a cabo una acción saboteadora de nefastos efectos para su patria, se hallaba el almirante Wilhelm Canaris, jefe del Servicio de Contraespionaje alemán y, a la vez, agente desde la Primera Guerra Mundial, del Intelligence Service (5).
Pero el mayor núcleo de traidores se encontraba en el Ejército sobre todo en las altas capas del mismo incluyendo el Alto Estado Mayor. El general Ludwig Beck, que fue jefe de Estado Mayor hasta 1938 no cesó de conspirar durante toda la guerra, y en 1944 fue uno de los principales organizadores del atentado contra el Führer, siendo descubierto y ejecutado. Muchos militares de la vieja escuela, fríos estrategas, odiaban a Hitler porque, en diversas ocasiones, les puso en evidencia, por ejemplo, en la campaña de Francia: todos los generales «aristócratas», Von Stuelpnagel, Von Leeb, Franz Halder, Brauchitsch, etc., eran contrarios a la acción contra Holanda y Bélgica, al lanzamiento de paracaidistas en Eben Emael, a la acción contra Noruega y Dinamarca, operaciones todas ellas concebidas por Hitler y coronadas por el más rotundo éxito. Por eso odiaban al Führer, que desconfiaba de ellos con sobrados motivos, y le llamaban - en privado - «el cabo».
Los generales Fromrn, Von Falkenhausen, y otros varios, cometieron innumerables sabotajes y fueron así, un precioso aliado para Londres y, a la larga, y ciertamente contra su voluntad, para Moscú también. Muchos otros generales y mariscales permanecieron leales hasta el final pero a pesar de conocer las actividades de sus colegas traidores se abstuvieron de denunciarlas. Y es que, en general, los militares profesionales, exceptuando a algunos jóvenes elementos ganados por los ideales del nacionalsocialismo, hicieron más caso del viejo espíritu de clan, manteniéndose como una casta a parte del resto de la comunidad, que de las exigencias de la lealtad a su país en guerra.
"El viejo núcleo de generales prusianos es una logia masónica que me olvidé de disolver" dijo Hitler a finales de la contienda.
Gracias a esos núcleos de traidores -a los que Churchill rinde homenaje en sus «Memorias»-, gracias, especialmente, a las informaciones de Canaris, pudieron saber Roosevelt y Churchill los detalles exactos, y la fecha del proyectado ataque alemán contra la U.R.S.S. y así, a parte de poner a Stalin sobre aviso (6) pudieron retrasar la iniciación de «Barbarroja». La manera de retrasarla consistió en provocar un nuevo estallido bélico, esta vez en los Balcanes.
«BLITZKRIEG» EN LOS BALCANES
Si no faltaban los criptotraidores en Alemania, todavía eran más numerosos en Italia, donde gozaban del apoyo, más o menos declarado, de la Corte. El conde Ciano, yerno de Mussolini al que acabaría por traicionar descaradamente, azuzaba de continuo a éste contra Hitler, bajo el pretexto de que Berlín nunca informaba a Roma de las decisiones importantes que pensaba tomar. (En efecto, los alemanes se apercibieron muy pronto de que en el Gran Consejo Fascista no sabían guardar un secreto. Solamente Mussolini gozaba de toda la confianza de Hitler). En consecuencia según Ciano, Italia no tenía por qué informar a Alemania de lo que pensaba hacer. Mussolini convencido por su yerno, al que tenía entonces en gran estima, dijo, el 12 de octubre de 1940: "Hitler siempre me presenta los hechos consumados. Ahora se enterará él, por los periódicos que Italia ha conquistado Grecia (7)".
Pero Hitler no se enteró de tal proyecto por los periódicos, en Roma no guardaban los secretos alemanes, pera tampoco los que concernían a Italia. El 18 de octubre, seis días después de la brusca decisión secreta de Mussolini, Von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores del Reich, le comunicó a Ciano, con toda crudeza, que «toda acción contra Grecia, a pesar de que éste país haya violado las leyes de la neutralidad al ceder bases a los ingleses, sería altamente inoportuna en estos instantes, y absolutamente contraria a los intereses del Eje» (8). Hitler temiendo una extensión de la guerra, se propuso entrevistarse con Mussolini para disuadirle de su propósito, pero éste, sin previo aviso a Berlín, declaró la guerra a Grecia el 28 de octubre, atacándola desde Albania, entonces protectorado italiano.
Después de unos pequeños éxitos iniciales, debidos sobre todo al efecto de sorpresa, el valeroso Ejército griego, apoyado por unidades inglesas, empezó a rechazar a los italianos. El 3 de noviembre, las tropas anglogriegas cruzaron la frontera meridional de Albania.
Simultáneamente, en Belgrado, se desarrolla una sorda batalla entre bastidores. El Gobierno partidario de una «neutralidad amistosa» con respecto a Alemania, se ve sometido a fuertes «presiones» de la diplomacia británica. Campbell, el embajador del Reino Unido, no cesa de intrigar para crear un conflicto germanoyugoslavo. También desde la Embajada soviética se crean dificultades al Gobierno. Churchill le envía a Campbell el siguiente telegrama:
«Continúe molestando y hostigando al rey Pablo y a sus ministros. Indíqueles, si es preciso, que los alemanes están preparando la invasión del país» (9).
A pesar de que Roosevelt y Churchill presionan a Belgrado para que incluso, declare la guerra a Alemania, el Gobierno de Cvetkovic firma un pacto de amistad y no-agresión con el Reich, el 24 de mano de 1941.
En Rumania, el Gobierno de Antonescu se ha orientado resueltamente hacia Alemania. La terrible presión soviética sobre Bucarest forzó al conducator a inclinarse hacia Berlín (10). Excepto en Grecia ódonde las tropas italianas huyen a la desbandada -la situación política en los Balcanes parece haber mejorado notablemente para Alemania. No habrá guerra en esta zona de Europa, si bien todos estos pequeños países participarán activamente en la campaña antibolchevique que se prepara febrilmente en Berlín... El 26 de marzo, el Gobierno de Cvetkavic firma su adhesión al Pacto Tripartito (11).
Pero apenas han transcurrido veinticuatro horas cuando en Belgrado se produce un autentico «coup de théatre». En las primeras horas de la madrugada del 27 de marzo hay un cuartelazo, organizado por la Embajada británica, y contando con la probada colaboración de las células comunistas serbias. El Gobierno es derrocado; el príncipe regente Pablo es obligado a dimitir, y el rey Pedro, que es menor de edad es elevado al Trono. El pacto germanoyugoslavo es denunciado, y la adhesión de Belgrado al Pacto Tripartito, retirada. Cvetkovic es detenido; tropas británicas procedentes de Grecia entran en Yugoslavia y se dirigen a la frontera alemana. El nuevo Gobierno, presidido por Simovic, firma un Tratado de Asistencia Mutua con la U.R.S.S. y otro con Inglaterra. Manifestaciones antialemanas tienen lugar en las calles de Belgrado.
Hitler que se disponía a atacar a la U.R.S.S. en abril, tiene que maniobrar con celeridad para evitar el ataque angloyugoslavo contra «el bajo vientre» de Alemania. Para conjurar esta nueva amenaza el ataque contra el bolchevismo deberá ser nuevamente aplazado. El Alto Estado Mayor de la Wehrmacht se opone a la acción contra Yugoslavia; Hitler alega que si Alemania no ataca, será atacada, «pues los ingleses no estacionan sus tropas en Serbia sin algún motivo»... Treinta y una divisiones alemanas concentradas en Polonia, Prusia Oriental y Bohemia son rápidamente transportadas al Sur de Alemania, y el 6 de abril de 1941, a primeras horas de la madrugada, la Wehrmacht se lanza al ataque. Es una ofensiva en tromba que sigue un itinerario totalmente insospechado, a través de las escarpadas montañas de Serbia, hasta llegar a Skoplje, rebasarla, y continuar, franqueando la frontera grecoyugoslava, hasta Salónica que es ocupada en un impresionante asalto.
Después de once días de lucha, el Ejército yugoslavo capitula. Trescientos mil soldados que habían sido copados entre Belgrado y Skoplje, se rinden con armas y bagajes. La «ayuda masiva» que Churchill había prometido no llegó a tiempo; solamente las cinco divisiones inglesas que penetraron en Yugoslavia el 26 de mano, y han repetido el «número» de Dunkerque: excursión desde Grecia y Albania hasta Belgrado y regreso a Grecia...
Pero tampoco en Grecia tendrán los ingleses más suerte. Los italianos, ayudados por unidades selectas de la Wehrmacht, pasan al contraataque y estabilizan al frente. Pero la Wehrmacht ataca también por Macedonia y, al cabo de ocho días justos, Grecia capitula. La familia real huye a Londres. Las tropas británicas no se dan por enteradas de la capitulación oficial del Gobierno de Atenas, y se concentran en la isla de Creta, junto con treinta mil soldados griegos que guarnecen ese territorio, y se niegan a cumplir la orden de deponer las armas.
A pesar de contar con la protección de la flota inglesa del Mediterráneo, la aparentemente inexpugnable fortaleza de Creta será conquistada por los alemanes sin utilizar una chalupa. Seis mil soldados de las S.S. lanzados en paracaídas, logran ocupar, valiéndose del factor sorpresa, el aeropuerto de Maleme, lo que permitirá el aterrizaje de planeadores con dos divisiones de tropas selectas. Creta será rápidamente ocupada, y una parte de las tropas británicas logrará reembarcar, protegida por la "Home Fleet", con destino a Egipto.
La campaña de los Balcanes ha durado, escasamente, tres semanas.
LOS INGLESES OCUPAN ISLANDIA
A principios de 1941, Islandia, Estado neutral, fue ocupada por tropas «para impedir una eventual ocupación alemana», según el comunicado oficial del Gabinete de guerra inglés. Duff Cooper declaró a este propósito que «Inglaterra lucha por el bienestar de las pequeñas naciones. Una vez establecido este punto, no debemos preocuparnos demasiado de si esas naciones aprueban siempre o no, nuestros actos».
El pueblo islandés, independiente desde 1918, aunque bajo soberanía nominal de la corona danesa, hizo patente su descontento por la invasión del país, menudeando los actos de sabotaje, y la resistencia pasiva contra los ocupantes británicos.
LA GUERRA EN EL MAR
Tampoco en el mar, a pesar de contar entonces con la mayor flota de guerra del mundo, cosechaban éxitos los ingleses. En el momento de empezar la guerra, Alemania disponía de 57 submarinos de los que sólo 39 pudieron entrar inmediatamente en servicio. Con un número -relativamente- tan modesto, de sumergibles, los éxitos alemanes serían tan asombrosos que llegarían a poner en serio peligro a Inglaterra. En el transcurso del primer año de guerra los submarinos del almirante Doenitz hundieron navíos mercantes y de guerra por un total de 1.200.000 toneladas, 950.000 toneladas más fueron echadas a pique por la acción mancomunada de las minas magnéticas, de los bombarderos de largo alcance, y de una quincena de destructores y cruceros ligeros que operaban como corsarios. Los cruceros auxiliares alemanes capturaron, por su parte, otras 200.000 toneladas de barcos mercantes y petroleros.
El segundo año de la guerra marítima fue todavía más catastrófico para la Gran Bretaña. Alrededor de 6.500.000 toneladas de buques fueron destruidas por la acción de los submarinos, la Luftwaffe y las minas magnéticas.
La "Home Fleet" encajó varios golpes humillantes. El primero de ellos, el 14 de octubre de 1939, cuando un submarino alemán logró, increíblemente, burlar las defensas y las barreras electrificadas subacuáticas de la base de Scapa Flow, y hundió al acorazado Royal Oak, de 35.000 toneladas, y averió gravemente a otro. Otro fuerte golpe fue el hundimiento del portaaviones insignia Courageous, que navegaba protegido por una flotilla de destructores. Un submarino alemán, afrontando las cargas de pro-fundidad, hundió al Courageous cerca de las costas de Islandia.
Tal vez el episodio más representativo de la desigual lucha que en los mares se libraba fue el del Bismarck. Este acorazado, el único gran buque de combate de que disponía la Marina alemana zarpó el 21 de mayo de 1941, para participar en la lucha contra los mercantes ingleses. Le acompañaba el acorazado de bolsillo Prinz Eugen, de 9.500 toneladas.
El día 24, entre Islandia y Groenlandia, les salieron al paso el acorazado Hood, la mayor nave de guerra del mundo, y buque insignia de la «Home Fleet» (desplazamiento: 42.500 toneladas), el acorazado Prince of Wales, de 32.000 toneladas, y dos cruceros pesados. El desigual combate terminó dos minutos después de haber empezado, con el hundimiento del Hood, que fue plenamente alcanzado por la tercera andanada del Bismarck. Poco después, el Prince of Wales era alcanzado por varios disparos y se ponía precipitadamente a salvo. El Almirantazgo británico, inmediatamente, envió a aquella zona a siete acorazados, dos portaaviones, cuatro cruceros, una veintena de pequeñas unidades de superficie, cuatro submarinos, y un centenar de aviones más. El Bismarck, con una avería en las hélices y otra en la protección del timón, no pudo escapar a la jauría que le acosaba.
Luchando prácticamente sólo (el Prinz Eugen, que había resultado averiado por una andanada del Hood, recibió orden de ganar las costas de Noruega) el Bismarck consiguió alcanzar a dos cruceros, hundir un destructor y derribar una treintena de aviones antes de ser hundido, a 600 kilómetros al Oeste de Brest.
MONTOIRE Y LA «COLABORACIÓN»
Desde Dunkerque. Francia considera con recelo a su antiguo aliado inglés. Este recelo se tornará en hostilidad a partir del ataque contra Mers-el-Kébir y las acciones contra Dakar y Africa del Norte, el reconocimiento inglés del Gobierno de De Gaulle y el bloqueo británico, que alcanza también a Francia.
Hitler aprovechará estas circunstancias para llevar hasta extremos exagerados su política de dulzura hacia Francia. Es por orden expresa del propio Führer que dejan de publicarse las atrocidades cometidas entre la declaración de guerra y la capitulación de Compiégne contra los súbditos alemanes residentes en Francia, y los prisioneros de guerra capturados por el Ejército francés.
En Montoire se entrevistan Hitler y Petain, acordando una política de colaboración francoalemana. Esta «colaboración» se revelará relativamente fructífera -por ambas partes- durante algún tiempo, si bien los franceses, con sus «arriére-pensées», sus reservas mentales y su «doble juego» terminarán por prestarles magníficos servicios, no siempre involuntarios, a sus aliados de Londres (12).
Más tarde, sobre todo al estallar la guerra entre Alemania y la U.R.S.S., las llamadas «Fuerzas francesas del interior» se destacarán en acciones de guerrilla y sabotaje así como en actos de terrorismo ciego, dirigido contra la propia población civil francesa, lo que provocará enérgicas contramedidas de las autoridades de ocupación y las consiguientes represalias, terminando por envenenarse un ambiente que, si Vichy hubiera ayudado algo más, hubiera podido mantenerse en un estado de paz relativa. Pero la mayoría de los hombres de Vichy eran patriotas de la vieja escuela (13) y, aún reconociendo que la guerra había estallado, en buena parte, por culpa de un Gobierno francés, no podían olvidar que Alemania, la «eterna enemiga», había infligido a Francia la más aplastante derrota de toda su historia. Así, salvo raras excepciones, la colaboración no pasará de ser un «matrimonio de conveniencia no consumado».
Evidentemente, los «vichys-sois» practicantes del doble juego se equivocaron: cuando los beneficiarios de su actitud llegaron, en 1944, detrás de los carros de combate anglo-americanos, los partidarios del «attentisme», germanófobos obsesos, fueron perseguidos como alimañas por aquéllos. Alemania también se equivocó, con respecto a Francia. Hitler olvidó que una guerra puede terminar con un vencedor y un vencido, e incluso con dos vencidos... pero nunca con dos vencedores, ni con una paz-empate. El vencedor que no aplasta al vencido, termina por ser traicionado por éste; en política, la generosidad paga raramente dividendos. La Historia no es un torneo de nobles medievales, suponiendo que los tales fueran como nos los describen los libros de caballerías... Un «chauvin» francés puede olvidarse, temporalmente, de Dunkerque, de Mers-el-Kébir, de Dakar, de Siria, de Madagascar... pero nunca perdonará la generosidad de quien antes le ha vencido en combate abierto. En política, generosidad equivale actualmente al menos, a debilidad. El hombre disuelto en la masa sólo respeta la fuerza. Y si Hitler hubiera tratado a Francia como ésta, por ejemplo, trató a Alemania en 1918 y siguientes, la «colaboración» hubiera sido un éxito real, y no verbal, la «Résistance» hubiera debido limitar sus actividades a escuchar la B.B.C., y mucha sangre francesa y alemana hubiera sido ahorrada. Este error psicológico del III Reich habría de resultarle fatal.
FRACASOS ITALIANOS EN AFRICA DEL NORTE
La entrada de Italia en la guerra trajo como consecuencia un aumento del número de frentes de combate. Las primeras escaramuzas angloitalianas tuvieron lugar en Somalia. Las tropas italianas, muy superiores en número, ocuparon con facilidad la Somalia británica, mientras el Ejército de Libia cruzaba la frontera egipcia en dirección a Tobruk.
Pero estos éxitos iniciales no tuvieron continuación. En enero de 1941, los ingleses pasaron al contraataque y recuperaron todo el terreno perdido en Egipto, cruzando a su vez la frontera libia y ocupando Benghasi. Las tropas del duque de Aosta capitulan, y toda el Africa Oriental italiana (Etiopía, Eritrea y Somalia) es conquistada por tropas coloniales británicas. Las cosas van de mal en peor para los italianos en Africa del Norte.
Mussolini se propone hacer procesar al mariscal Graziani, que ha cometido errores monumentales y ni siquiera se ha acercado al frente. Pero el rey Víctor Manuel interviene, impidiéndolo (14).
Graziani es sustituido por Hugo Cavallero, pero la situación sigue empeorando. Hitler que teme que la quebradiza moral italiana se venga abajo envía, a petición de Mussolini, al general Erwin Rommel, al mando de tres divisiones blindadas mixtas. El Cuerpo expedicionario de Africa -el "Afrika Korps"- entra en combate el 1º de abril y el VIII Ejército británico debe desandar todo el terreno andado; los germanoitalianos vuelven a cruzar la frontera libioegipcia y llegan a las puertas de Tobruk.
Pero Hitler no parece preocuparse mucho de este nuevo escenario de combate. Considera que es de incumbencia italiana; le preocupa, sobre todo, la inmediata invasión de Rusia y, si es posible, previamente, hacer las paces con Inglaterra. No quiere distraer más fuerzas y Rommel deberá arreglárselas como pueda con sus tres divisiones blindadas. Por su parte, los italianos prestan una ayuda muy relativa. Su poderosa marina de guerra se niega, en absoluto, a combatir, y permanecerá así todo el tiempo en la rada de Tarento. Únicamente algunos submarinos son, a petición de Hitler, enviados al Atlántico para participar en la lucha contra los mercantes ingleses y la «Home Fleet», logrando éxitos parciales. Aisladamente, los italianos realizan algunas acciones brillantes (hundimiento de un acorazado británico por lanchas rápidas en Port-Said, ataque de los «hombres ranas» contra Gibraltar), pero en conjunto su aportación al esfuerzo del Eje es bien discreta; el Ejército de tierra, sobre todo, maniobra con escasa agilidad y hasta crea dificultades a Rommel.
Desde Berlín piden constantemente que los acorazados y cruceros italianos escolten a los convoyes en el estrecho de Sicilia, pero la flota no sale de su escondrijo de Tarento. Rommel pide insistentemente que se ataque Malta, base naval que, de continuar en poder de los ingleses, impedirá, a la larga, el mantenimiento del frente germanoitaliano en Africa del Norte. Tal ataque no se llevará a cabo (15).
LA MISIÓN DE RUDOLF HESS
Después de la derrota inglesa en Creta y del victorioso contraataque de Rommel en Africa del Norte, la situación volvió a empeorar para la U.RS.S., en vigilia de un ataque general de la Wehrmacht. Inglaterra no podía echarle más capotazos al toro alemán para desviarle de su objetivo. Turquía, desoyendo las indicaciones de Londres y Washington, había firmado un pacto de no-agresion con Alemania, mientras Bulgaria (16), Rumania, Eslovaquia y Finlandia, directamente amenazadas por Moscú, se adherían al Pacto Tripartito. Croacia seguiría más tarde (17). Suecia y España habían afirmado su neutralidad, lo mismo que Suiza, Portugal e Irlanda, ésta última debiendo resistir a terribles presiones de todo orden de su poderoso vecino inglés.
No quedaban más cipayos europeos para morir por Inglaterra y, a la larga, por Moscú y Wall Street. Roosevelt no había aún podido vencer la formidable oposición del Senado y del Congreso americano, reacio a dejarse enredar en una guerra ajena...
En aquél momento, y antes de decidirse a poner en marcha el mecanismo de la «Operación Barbarroja», Hitler quiso hacer una enésima tentativa para llegar a un cese de hostilidades con Inglaterra.
El 10 de marzo de 1941, Rudolf Hess, lugarteniente del Führer y líder del N.SD.A.P. arriesgó su vida para lograr la paz. Pilotando un «Messerschmitt», logró burlar la vigilancia de las patrullas de la R.A.F. y aterrizó en Escocia. Su propósito era entrevistarse con el duque de Hamilton, antiguo amigo suyo y muy influyente en la corte. Hess confiaba en que el duque le ayudaría a conseguir una entrevista con Jorge VI y con Churchill para convencerles de que «el Führer no quiere continuar esta guerra insensata» y de que «el verdadero enemigo está en Rusia» (18).
Hess proponía, nuevamente, una paz-empate, a condición de que se dejaran manos libres a Alemania frente a la U.R.SS. Como garantía de las intenciones del Reich de cumplir lo pactado, el mismo Hess se ofrecía como rehén. No hay que olvidar que, en el momento en que Hess se presentó en Inglaterra con su misión de paz, Alemania aparecía como muy probable vencedora. Inglaterra había sido batida en todas partes, en Francia, en Bélgica, en Noruega, en Yugoslavia, en Grecia, en Creta, en Libia... incluso en los mares. Todos sus cipayos continentales habían sido sucesivamente arrollados, y Roosevelt seguía sin conseguir envolver a América en el conflicto, al lado de Albión.
Pero Hess no conseguiría entrevistarse con el rey, ni con Churchill que lo mandó encarcelar. En vez de considerar, al menos, la posibilidad de detener la matanza entre pueblos blancos y, en caso de desacuerdo, permitirle regresar a su patria, el Gobierno británico le trataría como un prisionero de guerra corriente y, más tarde, como un criminal de guerra, en la farsa pseudojurídica de Nuremberg.
El duque de Hamilton, rompiendo, por fin, un silencio que le fue impuesto durante veinte años, dijo, el 25 abril de 1962 que «ciertamente, la guerra habría podido terminar en 1940; pero la mejor oportunidad la facilitó el vuelo de Hess, en mayo de 1941».
Aparte de la negativa de aceptar la propuesta de paz del emisario de Hitler, lo que llama la atención en este caso es la manera de proceder de Inglaterra para con un emisario que se presenta voluntariamente. Los mensajeros de paz eran respetados incluso por los pieles rojas. A. J. P. Taylor, bien conocido escritor inglés, al que ni con la más calenturienta imaginación puede tildarse de «pro-nazi», reconoce que el trato dado a Hess constituye une «negra mancha sobre nuestro honor».
El propio Churchill (19) manifiesta estar muy contento de «no ser directamente responsable de la manera cómo se trató a Hess... enviado de paz que vino a estas islas por su propia voluntad».
Hitler, tal como estaba convenido en caso de fracasar la acción de Hess, hizo publicar un comunicado oficial declarando que su lugarteniente, Rudolf Hess padecía, desde hacía algún tiempo, una progresiva enfermedad mental (20).
OCUPACIÓN INGLESA DE SIRIA Y EL LIBANO
El 7 de junio de 1941, el Gobierno británico hizo saber que tropas gaullistas, apoyadas por unidades británicas, habían dado comienzo a la ocupación militar de Siria y el Líbano». La Prensa y la Radio inglesas justificaban la empresa mediante informaciones sobre la supuesta presencia de tropas alemanas en aquella zona. La realidad, empero, es que no había un sólo soldado alemán ni en Siria ni en el Líbano, y así lo reconocerían los propios ingleses más tarde.
Las tropas francesas leales a Vichy, mandadas por el general Dentz, resistieron hasta el 14 de junio, fecha en que fue ocupada Damasco. Dentz pidió entonces el Armisticio. Ocho mil franceses y árabes perdieron la vida. Los Aliados tuvieron unas mil bajas. Un hecho merece ser especialmente tenido en cuenta: el comunicado oficial británico pretendió que la acción se había realizado por los franceses «gaullistas», mandados por el general Catroux; la realidad, empero, fue que solamente tomaron parte en la acción dos regimientos franceses «libres»; el resto del ejército invasor lo componían australianos, indios, egipcios y una brigada de infantería inglesa. En los términos de la capitulación, los ingleses evitaron cuidadosamente citar para nada a los franceses «gaullistas». El resultado fue la ocupación total de Siria y el Líbano por Inglaterra.
De Gaulle pretendió que Vichy enajenaba el patrimonio colonial francés en beneficio de Alemania. Era, pues, deber de los franceses de Londres, apoyados por sus «aliados» británicos, impedir tal desastre nacional. Pero, para ganarse las simpatías de los árabes, el propio general Catroux, manifestó, el 8 de junio que «Siria y el Líbano deben ser independientes». Anthony Eden, en los Comunes, apoyó esa manifestación. El 28 de septiembre de 1941, era formalmente declarada la independencia de las repúblicas del Líbano y Siria (21).
En realidad, tal «independencia» no pasaba de ser formularia. Catroux imponía su ley a los dos Gobiernos levantinos. Pero, en 1943, tras las elecciones libanesas, el nuevo Gobierno salido de los comicios reclamó la independencia auténtica. Los ingleses, que manejaban en realidad a los nacionalistas, crearon dificultades a los «gaullistas». Éstos detuvieron a los miembros del Gobierno, y al amotinarse el pueblo, gaullistas y senegaleses dispararon a mansalva. Hubo trescientos muertos. Los ingleses protestaron oficialmente. De Gaulle debió ceder, e Inglaterra se apoderó, prácticamente, del control efectivo de Siria y el Líbano, tras la fachada de dos Gobiernos populares.
EMPIEZA LA CAMPAÑA ANTIBOLCHEVIQUE
A pesar del fracaso de la misión Hess, Hitler decidió llevar adelante la realización del «Plan Barbarroja». Se preveía una triple ofensiva con dirección a Leningrado, Moscú y Kiev. El complicado plan había sido elaborado en buena parte por el propio Hitler, en desacuerdo con la mayoría de sus generales, los cuales eran partidarios de seguir las huellas de la invasión napoleónica.
Nunca fue un secreto que Hitler buscó toda su vida enfrentarse al comunismo. La «Drang Nach Osten» está inscrita docenas de veces en el Mein Kampf. Es cierto que la hábil política de Londres no le dejó otra salida -para evitar el cerco diplomático- que aliarse circunstancialmente (con reservas mentales amplísimas por ambos bandos) con la U.R.S.S. Y no es menos cierto que, como han demostrado virtuosamente cronistas de tan altos vuelos como un Walter Lippmann, un Drew Pearson, un Walter Winchell (Lifchitz) e incluso un Winston Churchill, el ataque alemán contra la U.R.S.S. fue un acto inmoral, puesto que violó el pacto de «no-agresión» que a ésta ligaba al Reich.
«Los actos inmorales no están justificados contra nadie, ni siquiera contra el comunismo», dijo, piadosamente, el cardenal Spellmann.
Permítasenos decir esto: Un pacto, cualquiera que sea su naturaleza, obliga a las dos partes contratantes, las cuales se comprometen a cumplir ciertas obligaciones reciprocas, cada una de las cuales es contrapartida de otra. Pues bien, antes del ataque de Hitler, los soviéticos violaron su pacto con Alemania.
a) El 3 de junio de 1940, ocupando Lituania.
b) El 5 de junio de 1940, ocupando Letonia.
c) El 6 de junio de 1940, ocupando Estonia.
d) El 25 de junio de 1940, exigiendo a Rumania la entrega inmediata de Besarabia y Bukovina del Norte (22).
e) El 30 de noviembre de 1940, atacando a Finlandia y obligándola a ceder importantes porciones de su territorio, en el Báltico y en el océano Ártico.
f) En marzo de 1941, apoyando el «cuartelazo» de Simovic en Belgrado y firmando un pacto de ayuda mutua con Yugoslavia, cuyo nuevo Gobierno acababa de romper sus relaciones con el Reich, denunciando unilateralmente el Pacto Tripartito al que se había adherido un día antes, y abierto sus fronteras a las tropas inglesas.
Los cinco primeros casos representan flagrantes violaciones del pacto germanosoviético, por una de cuyas cláusulas Moscú y Berlín se comprometían a respetar el «statu quo ante» territorial en el Este de Europa, exceptuando ciertas "zonas de influencia" anteriormente dependientes de Polonia. El sexto, fue un acto de hostilidad manifiesta, contrario al espíritu del Pacto Ribbentrop-Molotoff.
Esperamos haber convencido a los obsesionados por la juridicidad. Podríamos, aún, añadir, que en el momento en que Hitler se lanzó al ataque, las tropas soviéticas concentradas cerca de la frontera estaban dispuestas en posición de ataque y a los jefes del Ejército rojo capturados por la Wehrmacht, se les requisaron planos y cartas de Polonia Oriental, Alemania y Hungría. Esto lo atestigua el propio Franz Halder, mariscal alemán, que se alaba, hoy en día, de haber boicoteado órdenes superiores en plena campaña y se califica a sí mismo de «antinazi» (23).
Es evidente que la renuncia de Hitler a aceptar las propuestas de MoIotoff en noviembre de 1940, precipitó la guerra entre el Reich y la U.R.S.S. Pero no es menos cierto que una colaboración -relativa y condicional- entre nacionalsocialismo y bolchevismo sólo podía durar mientras las necesidades políticas, y sobre todo estratégicas, fueran lo suficientemente fuertes como para difuminar la profunda oposición entre los dos regímenes.
Hitler quería la guerra contra la U.R.S.S. Naturalmente, prefería luchar contra ella a solas. La terca obstinación de los políticos de Westminster -obstinación que acabará por ser fatal al propio imperio británico- se lo impedirá. Así, Hitler contraviniendo los grandes principios del Mein Kampf se verá envuelto en una guerra de dos frentes... No obstante, el coraje de la Wehrmacht y el pueblo alemán, o, si se prefiere, el fanatismo, el valor, la fascinación ejercida por los principios del nuevo movimiento, fuere por lo que fuere, la victoria estuvo al alcance de la mano del III Reich..., a pesar de lo desigual de la lucha. Pero Roosevelt y su «Brains Trust» lograrían complicar a los Estados Unidos en la contienda. Esto salvaría, "in extremis", a la cínica alianza Londres-Moscú, capitalismo y comunismo.
* * *
A las 3.15 de la madrugada del 22 de junio de 1941, la artillería alemana empezó a machacar los puestos avanzados del Ejército rojo, al otro lado de la frontera germanosoviética; la Luftwaffe inició su acción media hora más tarde lanzando a sus «Stukas» sobre los aeródromos soviéticos, y a las 4.10, 174 divisiones de la Wehrmacht se desplegaron en un frente de dos mil kilómetros de longitud. Casi a la misma hora, el pequeño Ejército Finlandés se lanzaba a la reconquista de los territorios que la U.R.S.S. habíale arrebatado unos meses antes. Rumania, con 18 divisiones equipadas con material alemán se unía al ataque general. Pocos días más tarde seguirían Hungría y Eslovaquia.
La Wehrmacht y sus aliados se enfrentaban a un enemigo que, numéricamente, les doblaba en efectivos. Pero mientras la moral combativa de las tropas europeas era muy elevada, el «glorioso» Ejército rojo se movía con escasa elasticidad... Abundaban las deserciones en masa. Treinta divisiones son cercadas en Minsk; veintidós en Smolensk... las tropas alemanas avanzan a razón de sesenta y setenta kilómetros diarios. La Luftwaffe destruye, sólo en los dos primeros días de guerra, casi tres mil aviones, en combates aéreos o en tierra. Los alemanes cruzan el histórico río Beresina y atraviesan la Línea Stalin.
En el sector Norte, las tropas de Von Leeb, partiendo de Prusia Oriental, engullen rápidamente los países bálticos. En Kaunas, capital de Lituania, se ha formado ya un Gobierno nacional, que proclama la independencia del país y ofrece su colaboración a Alemania en la lucha contra el bolchevismo; lo mismo ocurre en Estonia y Letonia (la Legión letona llegará a ser uno de los cuerpos de élite de las S.S.), en Ucrania polaca y en la Polonia Oriental liberada por las tropas de Von Bock y Guderian. Incluso en el Cáucaso ocurren rebeliones antisoviéticas ante el anuncio del rápido avance alemán.
Las tropas rumanas, al mando del conducator Antonescu avanzan hacia Odessa. Más al Norte, Von Rundstedt atraviesa la antigua frontera rusopolaca en dirección a Kiev. Pero la resistencia se va endureciendo paulatinamente. Las deserciones en masa van haciéndose cada vez más raras, y la moral combativa del Ejército rojo aumenta extraordinariamen-te. La N.K.W.D. y los comisarios políticos son los autores de ese aumento de combatividad de las tropas soviéticas. Se instala un verdadero «apparat» policiaco dentro del Ejército rojo; la delación está a la orden del día; las represiones alcanzarán incluso a varios generales; una simple palabra considerada «derrotista» conduce directamente al pelotón de ejecución. Detrás de las unidades de primera línea se instalan patrullas de represión que ametrallan a los que intentan replegarse o desertar.
No lo decimos nosotros. Lo dicen los judíos norteamericanos Louis Don Levine y Bernhardt Hecht; cantores de la gesta de sus correligionarios de la N.K.W.D. y de la Policía Militar soviética, los cuales, no sólo sostuvieron a un Ejército que se desmoronaba, sino que también le forzaron a violar las leyes de la guerra, ordenando la ejecución y la tortura de prisioneros.
Según los comunicados del Ministerio de Propaganda del Reich, el «apparat» policíaco que sostenía el Ejército rojo se componía en un 98% de judíos. La cifra es probablemente exagerada; según Levine, en todo caso, el porcentaje de hebreos no bajaba del 80% (24).
Según el húngaro Marschalsko (25) «cuando, en 1941, las tropas europeas cruzaron las fronteras soviéticas, tuvieron la sorpresa de constatar que el predominio judaico en Rusia era aún mayor de lo anunciado por la propaganda de Streicher y Goebbels. Empezando en la frontera polaca, en todas las provincias soviéticas hasta Stalingrado, sólo los judíos eran alcaldes de ciudades, directores de granjas colectivas y jefes de la Policía. Casi todos los comisarios y miembros prominentes de la Policía Secreta capturados por los alemanes pertenecían, sin excepción, a la misma raza cosmopolita».
En el Estado Mayor Central del Ejército habían, también, muchos judíos y, según el periodista norteamericano Runes (26) «en la guerra contra Hitler, encontramos a 313 generales judeosoviéticos».
La producción de guerra la dirigía Anastas Moysseyevitch Mikoyan, un judío de Armenia. Sus correligionarios Abraham Wikbosky y Jakob Zaltzmann estaban encargados, respectivamente, de los arsenales y de la producción de tanques.
* * *
A pesar del notable recrudecimiento de la resistencia soviética, las tropas de Von Rundstedt ocupan Kiev y prosiguen su avance hacia Kharkov. Las tropas del mariscal Budienny no logran estabilizar una línea de resistencia coherente, tratan de replegarse y son cercadas en Gomel. El balance de la maniobra conjunta de Von Rundstedt y de Ias unidades blindadas de Guderian es brillante: 700.000 prisioneros y un millar de tanques destruidos. Entre tanto, en el frente Norte, las tropas de Von Leeb llegan a los arrabales de Leningrado y, al cabo de dos días, la cercan. La flota roja no saldrá del puerto en toda la guerra.
En el sector Central, en fin, el avance hacia Moscú prosigue incansablemente, a pesar de la firme resistencia. Las tropas de Timoshenko son cercadas en Viasma y Briansk, al Sudeste de Moscú. La ocupación de la capital soviética parece inminente, pero nuevas reservas rojas son lanzadas al contraataque. El frente se estabiliza a unos 200 kilómetros del Kremlin.
Hitler ordena entonces concentrar el mayor esfuerzo en el frente Sur las tropas de Rundstedt y Manstein ocupan en tres semanas, la península de Crimea y la fortaleza de Sebastopol, donde los rojos oponen una valerosa resistencia. Kharkov es tomada por asalto y el avance prosigue hacia Rostov y el Cáucaso.
Vuelve la Wehrmacht a concentrar el peso de su ofensiva en el sector Central, y Zhukov, que ha sustituido a Timoshenko, se ve obligado a replegarse. El grueso de la infantería alemana llega a treinta kilómetros de Moscú, pero las avanzadillas de tanques de Von Hoth y Guderian profundizan hasta los suburbios de la meca del bolchevismo, que ha sido abandonada por Stalin y su Gobierno.
La ocupación de Moscú parece inminente. Pero una vez más desde América, llegará la salvación para el comunismo.
LAS MANIOBRAS DE UN DICTADOR DEMOCRÁTICO
Moscú será salvado a consecuencia de un verdadero rosario de maniobras perpetradas por Roosevelt y su «Brains Trust», con la eficaz colaboración de Churchill y su Gabinete de guerra. Para mejor comprender la gestación de los acontecimientos, será conveniente dar un salto atrás hasta 1935 (31 de agosto) fecha en que fue aprobada por el Congreso de los Estados Unidos la llamada «Neutrality Act».
Por la «Neutrality Act» se prohibía la exportación de materiales de interés militar a otros países envueltos en una guerra. Dos años más tarde, esta ley fue ampliada con el aditamento de la fórmula «Cash and Carry», según la cual, todos los artículos de interés no militar que compraran los beligerantes en los Estados Unidos debían ser pagados al contado y transportados hasta destino en barcos de los países compradores. Estas medidas fueron impuestas por el Senado y la Cámara de Representantes, que tenían demasiado fresco en sus memorias la manera cómo el país habíase encontrado envuelto en la anterior conflagración mundial, que tanto dinero y sangre le había costado para no obtener, tras la victoria ningún beneficio real.
Más aún; para evitar que un nuevo Wilson encontrara el medio de mezclar a los Estados Unidos en una guerra ajena, el ala derecha del Partido republicano y la fracción sudista del Partido demócrata, más diversos elementos nacionalistas no afiliados a ninguno de los dos grandes partidos tradicionales, organizaron una campaña pidiendo que la facultad de declarar una guerra no continuara dependiendo de una reducida «clique» de políticos profesionales, sino que dependiera del asentimiento popular.
En efecto, ¿qué cosa más natural, en una democracia, que consultar al pueblo antes de tomar una decisión tan grave como lo es una declaración de guerra?... Pero Roosevelt y sus seguidores bloquearon tal propuesta.
En 1937, Roosevelt pronunció su famoso «discurso de cuarentena» contra los agresores, Alemania e Italia y, simultáneamente, dio comienzo a su lucha contra la «Neutrality Act». En noviembre de 1938, rompió las relaciones diplomáticas con Alemania, tomando como pretexto los acontecimientos de la «Kristallnacht», y pronunció otro discurso insultante contra el nacionalsocialismo. La reacción alemana no se hizo esperar
«... Si el señor Roosevelt decide retirar a su embajador en Berlín, esto le concierne a él exclusivamente. Si Norteamérica no quiere mantener relaciones diplomáticas normales con nosotros, no tenemos nada que objetar. Pero nos molesta profundamente que se ocupen, en la Casa Blanca, de nuestras diferencias con los judíos. Los alemanes nunca han pedido cuentas a los Estados Unidos sobre la manera cómo tratan a sus negros o cómo exterminaron a sus indios...» manifestó el ministro de propaganda, Goebbels, por los micrófonos de Radio Berlín.
A principios de 1939, en el transcurso de la Conferencia de Panamá, en la que participan todos los países del continente americano, Roosevelt intenta convencer a los delegados de la necesidad de avenirse a su orientación internacional contra el nacionalsocialismo y el fascismo. Pero nadie apoya al belicista presidente ni se muestra de acuerdo en seguir sus pasos, al contrario, Argentina y México se manifiestan resueltamente en contra de la política de la Casa Blanca.
Cuando estalla la guerra en 1939, Roosevelt ordena al Ejército devolver parte de su material, como chatarra, a la industria privada, para que ésta pueda, a su vez, venderlo, privadamente, a Inglaterra y Francia. Como tal venta es imposible mientras exista la «Neutrality Act», el presidente consigue minimizar los efectos de la misma, anulando la prohibición de la exportación de armas y municiones por individuos y empresas particulares.
El 3 de enero de 1940, Roosevelt pronuncia un discurso ante el Congreso, insultando repetidamente al III Reich. Los términos empleados por el presidente son de una dureza inaudita y se apartan tan completamente de la línea del lenguaje diplomático, que su discurso es interrumpido varias veces por diputados republicanos y hasta de su propio Partido. Una encuesta realizada por el Instituto Gallup demuestra que el 83% de los norteamericanos son opuestos a la entrada de su país en la guerra. El famoso piloto Lindbergh acusa a Roosevelt y a su Gobierno de intentar mezclar a los Estados Unidos en la guerra de Europa.
Harold Ickes, ministro del Interior, replica acusando públicamente a Lindbergh de ser el «Quisling» de América. Para el judío Ickes, Lindbergh y el 83% de americanos que pensaban como él eran unos «Quislings».
A pesar de la creciente oposición del Congreso, del Senado y del pueblo americanos, Roosevelt no cesa de dar pasos en dirección de la guerra. Inicia su correspondencia bélica con Churchill, prometiéndole ayuda. Roosevelt no se limita a las promesas; a mediados de enero hace una venta simulada de «chatarra» a la Gran Bretaña. El costo del material entregado -moderno material de guerra- es de trescientos millones de dólares, pero los ingleses sólo pagan cuarenta y tres millones.
Roosevelt es acusado en el Congreso de violar la «Neutrality Act» y de «derrochar bienes nacionales en beneficio de una potencia extranjera».
Roosevelt pidió, dos semanas después, autorización al Congreso para enviar a Inglaterra un millón de fusiles pertenecientes al Ejército norteamericano. El Congreso, por mayoría aplastante, negó la autorización, pero Roosevelt burló esta negativa por el cómodo sistema de hacerlos vender a la industria privada en calidad de «chatarra», y así los fusiles pudieron ser comprados por Inglaterra.
La campaña contra Roosevelt y los belicistas que le sostienen arrecia en todo el país. El senador Lindbergh es uno de sus más calificados líderes. Pero Lindbergh será políticamente asesinado por una de las más sucias y estruendosas campañas difamatorias que el mundo ha visto. Mostrando claramente que obedecen a una voz de mando y a una consigna general, la Gran Prensa, la Radio y Hollywood atacan al senador desde todos los ángulos; se desentierran viejos asuntos que conciernen a la familia de su esposa; se insinuará que se ha dedicado, al tráfico de influencias; se pedirá, muy seriamente, que se le someta a examen psiquiátrico; se publicarán frases dichas por él diez años atrás, pero teniendo buen cuidado de alterarlas convenientemente o de citarlas fuera de su contexto...
Así será socialmente liquidado el hombre que el Partido republicano pensaba oponer a Roosevelt en las elecciones de 1940. El procedimiento seguido por Roosevelt y su «dique» será conocido con el nombre de «Tratamiento Lindbergh» (Lindbergh-treatment) y, en vista del éxito obtenido, será puesto en práctica muchas veces más, como tendremos ocasión de ver.
Otro caso que ilustra claramente los métodos empleados por el equipo de Roosevelt para eliminar a toda oposición nacional que desea conservar la neutralidad del país, es el de Huey P. Long. Mr. Long, senador por Louisiana, denunció varias veces la política belicista y procomunista de Roosevelt y sus acólitos del «Brains Trust» desde su subida al poder, en 1933.
El 9 de agosto de 1935, Long habla en el Senado para profetizar su propio asesinato; lee un documentado rapport en el que se dice que un grupo de «henchmen» (satélites, empleados) de Roosevelt se han reunido en un hotel de Nueva Orleans para preparar su liquidación física. La presunta víctima muestra incluso la cinta de dictáfono que recoge diversas fases de la reunión aludida. El Senado en pleno se ríe de Huey Long, la Prensa le trata de loco y, como es costumbre, se pide el examen psiquiátrico del senador. Pero no habrá necesidad de reconocimiento médico... Tres semanas después, el senador Long, que fue, cronológicamente, el primero en darse cuenta de que Roosevelt quería provocar una guerra en Europa para luego hacer entrar a los Estados Unidos en la misma, y osó denunciar públicamente la maniobra, es asesinado, ante el State Capitol Building, por un emigrado judío, Karl Weiss, que dispara sobre él varias tiros a quemarropa.
Gerald L. K. Smith, que describe este hecho (27) y otros similares, manifiesta que la familia de Long fue amenazada y los miembros de su Gabinete político sobornados para que no pidieran una investigación oficial sobre el asesinato y las circunstancias que lo rodearon. También el F.B.I. fue paralizado por órdenes directas de la Casa Blanca.
Fue, también, por esta época, cuando ocurrieron las extrañas y oportunísimas muertes de los senadores Shawl, por Minnesota, y Cutting, por Nuevo Méjico, que también se habían distinguido en la lucha política contra la obsesión belicista, germanófoba y prosoviética de Roosevelt y Hopkins. John Simpson, presidente de la «Farmers Union» de Oklahoma City, y contrario decidido a la intervención americana en los asuntos europeos pereció, también, por aquél tiempo, en bien extrañas circunstancias. En cuanto a Oswald K. Allen, que sucedió al asesinado Huey Long como senador por Louisiana, murió unas semanas después de haber tomado posesión; díjose que su muerte fue causada por envenenamiento. Allen se proponía abrir una investigación oficial sobre el asesinato de su predecesor (28).
El doctor William Wirt, senador por Indiana, acusó formalmente a la administración de Roosevelt de planear la entrada del país en la guerra. Especificó que el vicepresidente, Henry Wallace, y los «brain-trusters» Frankfurter, Rex Tugwell y Sam Rosenman eran los abogados de una futura alianza política y militar con la U.R.S.S. El Senado se rió del doctor Wirt. Unos meses después, William Wirt falleció repentinamente; su familia pidió que se le hiciera la autopsia, pero las autoridades negaron la autorización.
Edward Jones, multimillonario, propietario de pozos de petróleo en Texas, fue captado por la administración de Roosevelt como funcionario del «New Deal». Como Jones se diera cuenta de que el objetivo perseguido por los «new-dealers» era «socializar» América, presentó la dimisión de su cargo y se dispuso a alertar la opinión pública del país. Los inspectores del Fisco le visitaron cinco días después de su dimisión como miembro del «New Deal»; fue condenado a setenta y cinco años de prisión, por delitos fiscales (29). El coronel Myles Lasker, abogado de la señora Roosevelt y correligionario suyo, visitó a Mr. Jones en la cárcel y le ofreció «olvidar el asunto» si aceptaba volver a su anterior cargo oficial (30).
Los procedimientos especiales utilizados por Roosevelt para eliminar a los hombres y fuerzas que se oponían a su política belicista, en el plan exterior, y marxista, en el plan interior, tuvieron su paralelo en los medios empleados para silenciar o liquidar políticamente a los miembros del Cuerpo diplomático que, habiéndose dado cuenta de las intenciones del presidente, intentaron impedir su realización. Los casos de Tyler Kent, Joseph P. Kennedy y del embajador Earle son particularmente aleccionadores.
Tyler Kent, alto empleado de la Embajada americana en Londres, comunicó a sus amigos Anna Wolkoff, Archibald M. Ramsay y Christobel Nicholson que había visto ciertos documentos que demostraban que Roosevelt, contrariamente a lo prometido a sus electores, estaba comprometiendo a los Estados Unidos en la conflagración mundial, en connivencia con influyentes grupos judíos -y no judíos- de Londres y Nueva York. Kent ocupaba un cargo que le permitía acceso a los mejor guardados secretos: era jefe del Gabinete de Cifra.
Ciertos mensajes enviados por Roosevelt a Churchill y descifrados por Kent, hacían estado de la ayuda del presidente norteamericano al futuro Primer Ministro británico, para desacreditar internacionalmente a Chamberlain, todavía «Premier» y obstáculo a los métodos de la «guerra total». Otros mensajes se referían a los sistemas que se emplearían para burlar la «Neutrality Act.» Kent intentó hacer conocer estos hechos al pueblo americano -no olvidemos que los Estados Unidos eran, todavía, un país neutral- mediante una conferencia de Prensa. Pero no pudo realizar su propósito. La Policía británica le detuvo, a pesar de su inmunidad diplomática; un tribunal especial inglés que no tenía ninguna jurisdicción sobre Kent, ciudadano americano óle juzgó y le condenó a siete años de prisión, en la isla de Wight.
John E. Owen, hijo del cónsul americano en Copenhague y amigo personal de Kent, enterado de la situación en que éste se encontraba, se trasladó a los Estados Unidos para informar al pueblo de los métodos que utilizaba su democrático presidente. Owen, conocedor de todos los detalles del caso Kent, debía hablar por radio acerca del mismo, pero no pudo hacerlo. La víspera de su conferencia radiofónica se le encontró muerto por envenenamiento (31).
Joseph P. Kennedy, embajador norteamericano en la corte de Saint James, hizo un viaje a su patria, poco antes de la entrada oficial de ésta en la guerra y, nada más desembarcar, manifestó: "Para meter a éste país en la guerra de Europa, tendrán que pasar sobre mi cadáver". Kennedy sabía perfectamente que la guerra era innecesaria, no ya para los Estados Unidos, sino incluso para Inglaterra, y que ésta podía tener la paz con Hitler cuando quisiera... pero olvidó que él, personalmente, era vulnerable. Su colosal fortuna había sido amasada en tiempos de la Ley Seca, mediante el contrabando al por mayor de licores; por otra parte, sus relaciones con el Fisco de los Estados Unidos distaban mucho de ser cordiales. Así, poco trabajo les costó a Harry Hopkins y a su «gang» de la Casa Blanca, hacer callar a Kennedy, bajo chantaje (32).
Además, Kennedy, uno de los diplomáticos de primera fila del país, no volvió a ser acreditado en ninguna otra capital extranjera. Y aunque un hijo suyo llegó nada menos que a la presidencia y fue, hasta su trágica muerte, servidor fiel de Wall Street, una extraña «maldición» parece pesar sobre esta familia.
John Winant, sucesor de Kennedy como embajador en Londres, no fue obediente ejecutor de las consignas de Roosevelt, se preocupó más de los intereses americanos que de las necesidades bélicas inglesas y se dio cuenta de porqué su predecesor Kennedy había sido «dimitido». Winant se opuso a los planes de Roosevelt y Hopkins, pero, al igual que Kennedy, era «vulnerable». (Escoger colaboradores «vulnerables» es práctica política muy corriente en estos tiempos; así están sujetos, en caso de desobediencia, por el procedimiento del chantaje. Winant había heredado una colosal fortuna, pero los medios con que ésta habíase constituido distaban mucho de ser regulares. Puesto en la disyuntiva de dar su caución a las maniobras de Roosevelt o ver el nombre de su familia en el lodo y su fortuna sujeta a una comisión investigadora del Fisco, optó por dispararse un tiro en la sien (33).
Pero tal vez el caso del embajador Earle es el más aleccionador de todos. Earle, ex gobernador del Estado de Pennsylvania llegó a ser, prácticamente, el «segundo de a bordo» en la dirección de la maquinada política del «New Deal». A principios de 1940, Roosevelt le envió como embajador a Sofía. Un día recibió una comunicación de Franz von Papen, entonces embajador alemán en Bulgaria. Von Papen transmitió a Earle una detallada proposición del Gobierno del Reich, tendente a evitar una guerra entre los dos países. A parte de la promesa de respetar las zonas de influencia americanas en el Pacífico y el Atlántico, Alemania se comprometía a cortar sus relaciones comerciales con Latinoamérica, que volvería a formar parte del sistema económico norteamericano. A cambio de ello, el Reich pedía la neutralidad de los Estados Unidos en el conflicto armado europeo. Earle se trasladó rápidamente a Washington y transmitió el mensaje a Roosevelt, pero éste le ordenó callar. Earle objetó contra tal orden y quiso alertar al país sobre las medidas belicistas de su presidente.
Earle fue entonces destinado como agregado naval a una isla del Pacífico Sur, en el archipiélago de las Samoa, donde permaneció durante toda la guerra, virtualmente como un prisionero.
* * *
Mientras Roosevelt se desembaraza, por medio de la violencia y del terrorismo, de aquellos norteamericanos que intentan oponerse a sus designios belicistas, no ceja, por otra parte, de secundar a Inglaterra en el terreno diplomático. Turquía, Bulgaria, Rumania y Finlandia son sucesivamente alentadas a participar en la cruzada de las democracias contra Alemania; en ninguno de estos casos tendrá Roosevelt éxito. En cambio, es gracias en buena parte a la intervención personal del embajador americano que puede llevarse a cabo el cuartelazo de Belgrado y la posterior complicación de Yugoslavia en la guerra. También la Embajada americana en Atenas juega un papel importante en la conjura organizada por liberales, comunistas y anglófilos para conseguir que Grecia ceda bases militares y navales a Inglaterra, lo que provocará el posterior conflicto con Italia. Por otra parte, el almirante Leahy «nuestro embajador en Vichy, tenía por misión entorpecer las buenas relaciones entre el Reich y el Gobierno de Petain» (34).
La «Neutrality Act» es continuamente violada por el Gobierno de Roosevelt. Churchill se queja de que los submarinos alemanes y la Luftwaffe están causando pérdidas terribles a la Marina inglesa. La Casa Blanca ordena entonces que cincuenta destructores americanos sean cedidos a Inglaterra, a cambio de la cesión temporal de bases a los Estados Unidos en territorios británicos de las Antillas. Esto promueve un escándalo mayúsculo en el Congreso y, durante unas semanas, Roosevelt observará escrupulosamente las leyes de la neutralidad.
El motivo del apaciguamiento de los fervores bélicos del presidente es la proximidad de las elecciones generales. Con una desvergüenza admirable, Roosevelt basa su campaña electoral en el pacifismo.
«No intervendremos, directa ni indirectamente, en la guerra de Europa ni en la de Asia...»
«Yo os prometo, madres americanas, que vuestros hijos no serán enviados a morir en guerras extrañas. Os he dicho, y no me cansaré de repetirlo, que Iucharé siempre por mantener a este país alejado de Conflictos bélicos que le son ajenos... »
«Con la ayuda de Dios, mantendré a este país en el campo de la paz... »
Una estruendosa campaña electoral, en verdadero «brainwashing» -lavado de cerebros- colectivo, barre literalmente a la oposición republicana y nacionalista (35). El 5 de noviembre de 1940, Roosevelt es elegido presidente por tercera vez consecutiva.
La primera medida que toma, una vez reelegido, consiste en traicionar todas sus promesas electorales: propone a la Cámara de Representantes la instauración del servicio militar obligatorio. La ley es aprobada por la Cámara por un sólo voto de ventaja. Pero la ley establece la movilización de medio millón de hombres; en la práctica, y pese al escándalo que se organiza en ambas Cámaras, Roosevelt se arregla para que los movilizados sean un millón seiscientos mil.
Roosevelt ordena, también, el incremento de la producción de armamentos. En enero de 1941, dos meses después de haber sido elegido para realizar una política pacifista «todo estaba previsto y preparado para entrar en la guerra contra el Eje» (36).
La ayuda a Inglaterra se hace ya en forma totalmente descarada. El mismo Churchill reconoce en sus «Memorias» que «la ayuda americana había ido incrementándose paulatinamente. En el señor Morgenthau, secretario del Tesoro, encontró la causa aliada su más esforzado campeón». Recordemos que Morgenthau fue, con Baruch, Frankfurter, Hopkins y Brandeis, el miembro más influyente del «Brains Trust».
El 10 de enero de 1941, Roosevelt, mayestáticamente, saltando por encima de las Cámaras, sustituye la fórmula del «Cash and Carry» por la «Lend Lease Act» (Ley de Préstamos y Arriendos). La nueva ley permite que las mercancías sean vendidas a crédito, y transportadas a Inglaterra en barcos americanos con pabellón británico. No contento con esto, Roosevelt ordena artillar a los mercantes, lo que se opone, no solamente a la Convención sobre Neutrales, sino a las leyes de la guerra.
El senador Burton K. Wheeler afirmó que la Ley de Préstamos y Arriendos no era más que «un recurso legislativo que permite al presidente llevar contra Alemania e Italia una guerra no declarada». Herbert Agar, uno de los dirigentes de la campaña electoral del presidente manifestó: «Mister Roosevelt pretende que la Ley de Préstamos y Arriendos impedirá nuestra entrada en la guerra, pero él sabe muy bien que esto es una patraña».
En enero de 1941, y también a espaldas del pueblo americano y de sus organismos representativos democráticos, se reunían secretamente en Washington dos comisiones de altos oficiales de la Marina y del Ejército de los Estados Unidos y de la Gran Bretaña para redactar el anteproyecto de un documento encaminado a determinar «los mejores métodos para permitir a las fuerzas armadas de los Estados Unidos y de la Commonwealth, y sus aliados, derrotar a Alemania y a sus acólitos en caso de una intervención yanki». A esto siguió el Plan Común de Guerra, firmado el 29 de marzo de 1941 (37).
Al mismo tiempo, otra comisión similar se reunía en Singapur para elaborar un plan común de guerra en el Pacifico. Este plan se proponía «derrotar a Alemania y el Japón en el Extremo Oriente». Este plan recibió el nombre de código de «Rainbow». (Arco Iris).
Sin saberlo el pueblo americano, la Marina de guerra de los Estados Unidos comienza a auxiliar directamente a la «Home Fleet» británica, en su lucha contra los submarinos y los buques mercantes alemanes. Los destructores, cazatorpederos y cruceros ligeros yankis señalan la posición de los barcos alemanes a la Marina inglesa. Dos submarinos delatados por la neutral Marina estadounidense, más los mercantes Iderwald, Columbus, La Plata, Wangoni, Lhein y Phryrgia son destruidos por los ingleses. A pesar de esa sucesión de provocaciones, nada ocurre. Alemania no responde a las provocaciones yankis.
El 9 de abril, Roosevelt firma un «acuerdo» con el embajador danés, Kauffmann, que permite a los Estados Unidos tomar posesión de Groenlandia, vieja colonia de Dinamarca. El Gobierno de Copenhague desautoriza a su embajador, le destituye y le procesa, en rebeldía, por traición. Además, declara el acuerdo Kauffmann-Roosevelt nulo. Esto no impedirá al democrático dictador ordenar la ocupación de la isla, cuya importancia estratégica está valorada por el hecho de hallarse en la ruta de América hacia la Rusia europea.
La conciencia universal no se conmueve en absoluto por esta agresión contra el pequeño país danés. La opinión pública americana se inquieta por este nuevo paso hacia la guerra, pero Roosevelt no hace caso. Poco después (7 de julio), por orden expresa del presidente, tropas de infantería de marina americanas relevan a las fuerzas de ocupación inglesas en Islandia. El pueblo islandés no es democráticamente consultado; los nuevos ocupantes anuncian medidas terroristas contra los saboteadores. La conciencia universal tampoco se rasga las vestiduras por este «atentado contra la paz». Roosevelt justifica todas esas medidas con la excusa de la salvaguardia de la zona de seguridad americana. Aparte de que nadie amenaza tal seguridad, es curioso que ella se encuentra en Islandia, una isla que pertenece al Viejo Continente.
Al producirse el ataque alemán contra la U.R.S.S., la intervención americana en la guerra se acentúa aún más. La táctica de la Casa Blanca consiste en hacer la guerra sin declararla oficialmente; provocar represalias alemanas y preparar, así, el clima propicio para una ruptura de hostilidades. He aquí la opinión de Hopkins:
«Hace tiempo pienso que los Estados Unidos deben hacer la guerra totalmente. SERÍA DESEABLE ENTRAR EN LA GUERRA DE FORMA QUE ALEMANIA FUERA LA AGRESORA... Los ESTADOS UNIDOS DEBEN PARTICIPAR EN LA GUERRA CONTRA ALEMANIA LO MÁS PRONTO POSIBLE» (38). Pero, contrariado, el «alter ego» de Roosevelt reconoce: «... evidentemente, el Congreso no dará su aprobación a una declaración de guerra.» (39).
Hitler se da perfecta cuenta de que lo que pretenden en la Casa Blanca es provocarle y forzarle a un acto de represalia, o de simple defensa propia, que la máquina propagandística judeoamericana y sus cajas de resonancia esparcidas por todo el mundo se encargarán de amplificar convenientemente, para permitir a Roosevelt convencer al Senado y al pueblo de la necesidad vital de responder a la agresión hitleriana. En consecuencia, la Marina de guerra y la Luftwaffe reciben órdenes tajantes de abstenerse de responder, en todos los casos y circunstancias, a las provocaciones y agresiones yankis.
Dos días después de iniciado el ataque alemán contra la U.R.S.S., Joseph Davies asegura a Stalin que los Estados Unidos le prestarán un apoyo total (40).
El 1º de julio, Roosevelt envía patrullas navales al Atlántico Norte, con la misión específica de comunicar la posición de los sumergibles alemanas a las flotas británica y soviética. Cinco días más tarde, ordena la protección de los mercantes ingleses que navegan entre las costas de Norteamérica y de Islandia. Esta protección consiste en torpedear a los submarinos que pretenden atacar a los convoyes ingleses. El 7 de julio, empiezan los envíos de aviones americanos a Rusia. Y Hopkins dice (según su panegirista Sherwood): «América está haciendo por Rusia lo que no haría por ninguna otra nación del mundo, sin pedir garantías de ninguna clase» (41).
El senador Barkley declara ante sus colegas que «si Alemania tuviera intención de atacarnos, nuestras entregas de armas a la Gran Bretaña ya le hubieran suministrado una magnífica ocasión para hacerlo». El mismo Hopkins confiesa: «Hitler tiene todas las excusas imaginables para declararnos la guerra». Y Roosevelt: «Los Estados Unidos deben entrar en la guerra contra Alemania lo más pronto posible, incluso a costa de enfrentarnos, igualmente, con el Japón, aliado de Hitler» (42).
Estas prisas belicistas no las puede motivar más que el ataque alemán contra la U.R.S.S. Es estúpido pensar que la seguridad americana está en peligro, como pretende el presidente. Alemania no cuenta con una flota de invasión. Por otra parte, no hay flota de invasión en el mundo que pueda transportar un ejército a través de los siete mil kilómetros de océano que separan las costas atlánticas de Europa de las de América. Como tampoco hay ejército en el mundo que, tras haber atravesado a sangre y fuego los ocho mil kilómetros que separan Polonia de la península de Kamchatka se disponga, muy seriamente, a cruzar el estrecho de Behring, conquistar Alaska, el Canadá, y los Estados Unidos a no ser que, amparado por la formidable Marina de guerra alemana, prefiera organizar un desembarco «monstruo» en las soleadas playas californianas, tras cruzar todo el océano Pacífico... Pero no importa; nada arredra a Roosevelt, el más increíble de los modernos estadistas, que pretende que América está en terrible peligro. Y, en consecuencia, ordena la declaración de «emergencia nacional ilimitada».
Una nueva medida hostil a Alemania es adoptada cuando Roosevelt ordena congelar los créditos alemanes en los Estados Unidos. Una medida similar se tomará, dos días después, contra Italia, Hungría y Rumania. Las potencias del Eje se limitan a una protesta diplomática, meramente formal.
A finales de julio, sin excusa ni justificación alguna, el gobierno norteamericano ordena el cierre de las embajadas y legaciones consulares alemanes e italianas en los Estados Unidos y, simultáneamente, procede a la incautación de quince barcos mercantes daneses, seis italianos y cinco alemanes que se encuentran en puertos americanos. Estos buques serán posteriormente entregados a Inglaterra.
El 3 de agosto de 1941, Roosevelt embarca en el yate Potomac, y se encuentra con Churchill, que le espera, en el acorazado Prince of Wales, en «algún lugar del Atlántico» cerca de Terranova. Antes de salir del país, Roosevelt promete, solemnemente, a las Cámaras, que no contraerá ningún compromiso. Naturalmente, el presidente faltará a su palabra una vez mas.
El documento que será firmado por Roosevelt y Churchill y pasará a la historia de las grandes estafas colectivas con el nombre de "Carta del Atlántico" promete «la paz, la seguridad y la libertad a la humanidad doliente, después del aplastamiento definitivo de la tiranía nazifascista». Los ocho puntos de la carta garantizan:
a) Derecho de autodeterminación para todos los pueblos, incluyendo los vencidos.
b) No habrán anexiones territoriales.
c) Devolución de la libertad a las naciones que la han perdido.
d) Libertad absoluta de comercio,
e) Mejoría social y de los standards de vida.
f) Paz y seguridad general.
g) Libertad de navegación.
h) Abandono de la fuerza como medio para dirimir las diferencias entre los pueblos; desarme de los países agresores y establecimiento de un sistema de seguridad general.
Además, se envió una nota al Japón que tenía todas las características de un ultimátum (43). La Carta Atlántica fue bautizada, nada menos que por el New York Times como el "Mein Kampf Yanki" (44).
La Carta del Atlántico no llegará a tener verdadera fuerza legal en los Estados Unidos pues Roosevelt, temeroso de que el Congreso y el Senado la repudiaran, no lo sometió a su aprobación como mandan los cánones de la democracia. Pero, con o sin «aprobación senatorial», la Carta del Atlántico se convertirá en «finalidad de guerra» para los Aliados, la U.R.S.S. incluida.
El pueblo americano no aprecia en absoluto la firma que Roosevelt ha puesto al pie del documento firmado a bordo del Potomac, en Placenta Bay. Y todavía aprecia menos que se entregue su dinero a la Unión Soviética. En efecto, la popularísima revista Life publicó por aquél entonces una fotografía que mostraba a Fiordo La Guardia, alcalde de Nueva York, entregando un cheque de once mil millones de dólares al embajador soviético en Washington, Litvinoff. Hopkins, sonriente, parecía dar su bendición al acto, que representaba la primera entrega americana a la Rusia soviética, de acuerdo con los términos de la «Lend Leasse Act». El pueblo americano trabajaba y pagaba unos impuestos extenuantes para que el producto de los mismos - destinado a sostener la tiranía soviética -fuera a parar a las manos de un judío de Byalistok, vía un judío de Fiume (45), bajo la satisfecha supervisión de un ex hombre, como Hopkins (46).
Pero la opinión del pueblo americano no cuenta para el dictador de la Casa Blanca. Intenta minar aún más la «Neutrality Act», pero el Congreso rechaza su pretensión. A pesar de lo cual, Roosevelt da un paso más hacia la guerra: el 11 de septiembre, en un discurso pronunciado ante el Senado anuncia que el dominio de los océanos Pacifico y Atlántico es vital para la seguridad de los Estados Unidos. A los perplejos senadores no les dice nada más... pero a su secretario de Marina, Stimson, le ordena mantener secreta la orden que, privadamente, le ha dado. Se trata de la famosa orden «Disparen primero», según la cual la Marina «neutral» de los Estados Unidos tiene orden de abrir fuego contra cualquier buque o sumergible alemán o italiano que encuentre (47)
La opinión americana desconoce el carácter agresivo de las patrullas yankis en alta mar... nada se le ha dicho a este respecto. Pero, en cambio, si se le dice que el destroyer americano Greer ha sido atacado por un submarino alemán. El torpedo, afortunadamente, no ha estallado.
Roosevelt, incansable, presenta una nueva proposición a las Cámaras: que los mercantes norteamericanos -que ya han sido artillados hace meses- puedan llevar, con pabellón americano, las mercancías que transportan hasta los puertos ingleses o de la Commonwealth. El proyecto es rechazado, pero Roosevelt vuelve a presentar otro similar, con ligeros retoques formales. En plena discusión del Congreso, otro destroyer, el Kearny, que participa en las patrullas del Atlántico Norte, es alcanzado por un torpedo; el buque resulta ligeramente averiado y once tripulantes perecen; otros dieciocho resultan heridos. Pero las Cámaras siguen diciendo no a los proyectos presidenciales. Entonces, con rarísima oportunidad, el destroyer Reuben James es plenamente alcanzado por un torpedo alemán y se hunde. Ciento quince tripulantes perecen. Unos días más tarde, por ínfima diferencia favorable de votos (once en el Senado y dieciséis en el Congreso) Roosevelt consigue que sea anulada la «Neutrality Act» y aprobada su proposición que -como subraya el senador Usher Burdick- «de hecho, mete a nuestros mercantes en plena contienda, con todas sus consecuencias».
Pero la victoria de Roosevelt es incompleta, ya que si el pueblo americano -o, más exactamente, sus representantes legales- acepta el riesgo de vender libremente y sin trabas toda clase de mercancías a la Gran Bretaña y a la U.R.S.S., no quiere, en modo alguno, verse mezclado en la contienda directamente, a pesar de que Roosevelt y su "Brains Trust" les juren que el país se halla gravemente amenazado por Alemania e Italia. Los torpedeamientos de los destructores yankis han conseguido crear el clima psicológico favorable para forzar la mano de las Cámaras, pero de allí ya no se pasará. Hace falta una verdadera agresión calificada, un auténtico desastre nacional. Y esto, Hitler no parece dispuesto a pro-proporcionárselo a la Casa Blanca (48).
En Berlín se han apercibido del juego de Roosevelt, y no han picado en el anzuelo de sus provocaciones. Pero el inquilino de la Casa Blanca, viejo tahúr, dirige su vista hacia otra ruleta, Si Berlín no ha respondido a las innumerables provocaciones que se le han infligido, ya se encontrará un medio para destrozar los nervios de Tokio y obligarle a golpear espectacularmente, realizando una agresión calificada. Esa agresión con la que sueñan Roosevelt, Hopkins y sus mentores, para entrar en la guerra y salvar, con sangre americana, a la Unión Soviética.
ROCKEFELLER Y ROOSEVELT - EL CRIMEN DE PEARL HARBOUR
Desde septiembre de 1931, el Japón se encuentra en guerra con China. Es innegable que el Mikado es el agresor. Ya ha conseguido crear un Estado «títere» en Manchukuo (Manchuria) y se ha apoderado de la provincia de Jehol, en China del Norte, así como de la región de Shanghai. Los Estados Unidos son los proveedores del Japón en diversas materias primas indispensables para la conducción de la guerra, especialmente petróleo. Inglaterra es igualmente complaciente con Tokio, y no sólo le suministra materiales estratégicos sino que, en 1939, a punto está de reconocer el «derecho de beligerancia» nipón en China (49). En marzo de 1940, bajo protección japonesa, se establece, en Nanking, un «Gobierno nacional» chino, presidido por Wang-Ching-Wei.
En aquellos momentos el Japón ha conquistado ya, aparte Manchuria, el treinta por ciento del territorio chino continental, más la isla de Hainán. Chiang-Kai-Shek, abandonado por todos, se defiende como puede, pero debe luchar, simultáneamente, contra los japoneses y contra las bandas comunistas chinas que, apoyadas por la U.R.S.S., se han apoderado del Sing-Kiang (Turkestán chino).
Los soviéticos inician tanteos diplomáticos para pactar con el Japón, pero este les vuelve la espalda, espectacularmente, y firma el pacto antiKomintern, con Alemania e Italia.
Pero no basta con el pacto antíKomintern: el 27 de septiembre de 1940, Japón firma con Alemania e Italia el Pacto Tripartito, según los términos del cual, todo ataque contra uno de los firmantes significará, de hecho, una agresión contra los otros dos. Pero existe una cláusula secreta en el pacto: el previsto ataque alemán contra la U.R.S.S. será seguido de una acción armada nipona contra la Unión Soviética en Oriente (50). Esto lo saben en Washington y, en vista de la negativa alemana a responder a las provocaciones de que se le ha hecho reiteradamente objeto, Roosevelt deducirá, correctamente, que un «estado de guerra oficial con Berlín puede obtenerse vía Tokio.
En consecuencia, el 26 de julio de 1941, Roosevelt ordena congelar los valores japoneses en los Estados Unidos, poniendo bajo control gubernamental «todas las operaciones relacionadas con intereses nipones, y, como resultado de ello, queda virtualmente paralizado el comercio entre los Estados Unidos el Japón» (51).
Los Estados Unidos eran, juntamente con la Gran Bretaña y Holanda, los principales exportadores de petróleo al Japón, pero... «unos días más tarde, este Gobierno (el americano), de acuerdo con los de la Gran Bretaña y los Países Bajos (el de los exilados de Londres) decidió suspender toda exportación de petróleo al Japón (52). La disposición tenía carácter retroactivo, pues existía un acuerdo en firme con los japoneses para suministrarles petróleo hasta fines de 1941. Pero, además...
«Con objeto de hacer más eficaces esas medidas, el Gobierno (americano) presionó a los países de Iberoamérica para que rompieran sus compromisos comerciales con Tokio (53).
Los países latinoamericanos, sobre todo Venezuela y Méjico, habían establecido firmes relaciones comerciales y amistosas con el Japón. Pero Roosevelt les presiona, y tales relaciones son rotas unilateralmente.
Churchill reconoce que «la aplicación drástica de las medidas económicas - bloqueos, embargos, incautaciones, presiones sobre terceros, etc. óimpuestas por los Estados Unidos y secundadas por la Gran Bretaña y Holanda, produjeron una terrible crisis en el Japón... Las medidas adoptadas por Roosevelt y secundadas por nosotros (los ingleses) significaban la estrangulación económica del Japón» (54).
Es evidente que si el Japón no quería morir de hambre, o capitular incondicionalmente en China, cuando estaba a dos pasos de la victoria, tenía que ir a buscar las materias primas embargadas y el petróleo que súbitamente se le negaba, donde pudiera encontrarlo.
El príncipe Konoye, presidente del Consejo de Ministros, viejo occidentalista, intenta llegar a un acuerdo con los Estados Unidos, para que éstos levanten su bloqueo. Grew, embajador americano en Tokio, garantiza la buena fe de Konoye, pero Roosevelt se niega a concederle la entrevista que le ha pedido. Las conversaciones se realizarán a un escalón más bajo, entre Nomura, embajador nipón en Washington, y Cordell HuIl. Se celebrarán más de cuarenta reuniones entre la misión japonesa y la americana, presidida por Hull; los americanos no desaprovecharán ninguna ocasión que se les presente para humillar a sus huéspedes. Por fin, la Casa Blanca se digna presentar sus propuestas..., o, más exactamente, sus condiciones. Helas aquí:
renuncia a toda aspiración japonesa en el continente asiático, incluyendo Corea -parte integrante del Japón desde 1907-;
vigencia del principio de no-intervención en los asuntos internos de otros países;
statu quo en el Pacífico;
establecimiento de relaciones de buena vecindad con la Unión Soviética, y
abandono de la alianza japonesa con Alemania e Italia.
Es decir: Japón debía rendirse incondicionalmente y a la «discreción» de los políticos de Washington; debía entregar incluso partes de su -entonces- territorio metropolitano, Corea y Formosa; debía abandonar todo el territorio conquistado tras dura lucha en China continental, debía abandonar el territorio de Manchuria; debía volver a sus islas, sin combate. Sólo entonces se le devolverían al Japón sus bienes embargados, sus barcos robados y se le venderían, a buen precio, las mercancías que precisara para subsistir... Una significativa exigencia adicional: Japón debía garantizar formalmente que, ni entonces ni en el futuro, llevaría a cabo acciones agresivas contra la Unión Soviética. Concluyendo: el Japón victorioso en el campo de batalla debía renunciar estrictamente a todo y volver a sus islas, donde sus noventa millones de habitantes, apiñados, no podían vivir... debía renunciar a toda expansión exterior, en beneficio de los Estados Unidos y la U.R.S.S., a quienes, sobrándoles terreno, mantenían una política exterior netamente expansionista. Debía comprar el petróleo que quisiera la «Standard Oil» al precio que fijara mayestáticamente la «Standard Oil», y vender sus productos manufacturados al precio que quisieran los amos de Washington y, finalmente, debía entrar en la vía del neutralismo, preludio de su bolchevización.
Las ofertas de la Casa Blanca eran absolutamente inaceptables para cualquier país soberano y todavía más para un país victorioso, Roosevelt sabía que Tokio las rechazaría pues, entre morir sin lucha y luchar con una posibilidad de victoria la elección no ofrece duda. Precisamente, la de Roosevelt consista en obligar al Japón a luchar, con objeto de meter a los Estados Unidos en la guerra, y llegar a tiempo de salvar a la U.R.S.S., cuyos ejércitos estaban siendo derrotados por la Wehrmacht desde Carelia hasta Crimea. Esta conclusión es irrefutable, pues, según él tantas veces citado documento oficial del Departamento de Estado norteamericano "War and Peace"...
«... el día anterior a la entrega de nuestras condiciones a los japoneses, se discutió cómo sería posible obligar a los nipones a disparar el primer tiro, sin necesidad de correr nosotros (los americanos) un peligro excesivamente grande».
Roosevelt desea pues, fervientemente, que se produzca el «primer disparo» en Extremo Oriente. Sus provocaciones contra Alemania no han surtido efecto. Y, con objeto de conseguir hacer entrar a América en la guerra, el presidente necesita una agresión formal japonesa. Ésa es la razón de sus constantes provocaciones y no, como pretenden falazmente sus acólitos, su «deseo de conservar la paz». Mientras la U.R.S.S. no ha sido atacada por Alemania y mientras el Mikado no ha dado su adhesión al Pacto Tripartito, a Roosevelt no le ha preocupado en absoluto la «paz» en Asia, y hasta ha facilitado la agresión japonesa contra Chiang-Kai-Shek en busca de espacio vital, y la ha facilitado, no por mala voluntad hacia China, sino por que «bussiness is bussiness». Sólo cuando el bolchevismo, instaurado en Rusia se encuentra en peligro, decide Roosevelt olvidarse del «bussiness» y acordarse de la «paz».
Por otra parte, como ya hemos visto, el Japón, según una cláusula del Pacto Tripartito, se ha comprometido a atacar a la U.R.S.S. Washington ha informado diligentemente al Kremlin del ataque que contra él se trama en Extremo Oriente (55), y los soviéticos se ven obligados a mantener a sesenta y cinco divisiones en Siberia Meridional, Mongolia Exterior y Sakhalin del Norte. Un millón y medio de hombres, que tanta falta le hacen a Stalin en la Rusia europea, donde la Wehrmacht se acerca incesantemente a Moscú y está consumando el cerco de Leningrado.
* * *
El historiador norteamericano Emmanuel M. Josephsson afirma y demuestra que fueron los magnates del poderoso clan Rockefeller y el «Brains Trust» de Roosevelt quienes posibilitaron la realización del triple objetivo buscado, entonces, para la salvación del bolchevismo desde América, Es decir (56):
a) Mediante el bloqueo del Japón, conducirlo a una situación en la que, forzosamente, y para no sucumbir de hambre, tuviera que realizar un acto agresivo contra uno de sus vecinos, con objeto de obtener el petróleo y las primeras materias que necesitaba angustiosamente.
b) Desviar el golpe japonés contra la U.R.S.S. (para el que, ahora, existía doble motivo: el Pacto Tripartito y la existencia de petróleo en la Rusia asiática) y atraerlo sobre los Estados Unidos, con objeto de poder, mediante esa agresión técnica nipona, hacer entrar al pueblo americano en la guerra, en contra de su voluntad.
c) Una vez conseguido el anterior objetivo, y basándose, en el propio Pacto Tripartito, una de cuyas cláusulas era, precisamente, la mutua asistencia de los tres signatarios en caso de guerra, el Gobierno de la Casa Blanca tendría una base legal y una apariencia de derecho para incluir, entre sus enemigos, a Alemania e Italia, a parte del Japón.
El primer punto del plan había sido ya obtenido, merced al bloqueo del Japón y a las maniobras anticonstitucionales de Roosevelt: Tokio estaba, en la situación dada, materialmente obligado a atacar; a «agredir».
La siguiente tarea consistió en hacer creer al Mikado que la posición de los Estados Unidos en el Pacifico era muy débil. Simultáneamente, los Gobiernos neerlandés e inglés retiraron, sin razón aparente, una buena parte de sus efectivos militares y navales del Sudeste de Asia e Insulindia. Los Altos Estados Mayores respectivos -sin duda no informados por sus gobiernos de lo que se tramaba- protestaron, enérgicamente, contra tales medidas.
El escritor Josephsson revela en la obra antes aludida, y lo confirma, entre otros, nada menos que el general Willoughby, que fue jefe del contraespionaje americano en Tokio, después de la Guerra Mundial, que el anhelado cambio de frente japonés fue inducido y alentado por el Consejo de Relaciones Exteriores» (Council of Foreign Relations) organización que, pese a su denominación de empaque oficial, es privada, y funciona bajo el patrocinio del clan Rockefeller.
El mismo Josephsson, confirmado por testimonios de la calidad de un general Willoughby, un Charles Callan Tansill y un general Wedemeyer, afirman que fue el famosísimo espía Richard Sorge quien, en última instancia, convenció a los japoneses de la conveniencia de cambiar de dirección su proyectado ataque en busca de primeras materias y petróleo, desviándolo de la Siberia Meridional hacia las Indias angloholandesas y los territorios americanos del océano Pacifico.
Sorge era un alemán que, gracias a la protección de Canaris, llegó a ser un alto funcionario del Servicio Secreto. Por recomendación de Canaris llegó incluso a ser agregado militar de la Embajada alemana en Tokio. Su misión consistía en ponerse en contacto con la funcionaria de la Embajada americana en Tokio, Agnes Smedley, miembro del Partido comunista y, a la vez, agente del C.R.E.
Servía de enlace entre Sorge y la Smedley un alemán de raza judía, apellidado Stein, domiciliado en Tokio. La Smedley y Stein transmitieron a Sorge todos los detalles del minucioso plan elaborado por los Rockefeller y Roosevelt para forzar, prácticamente, al Japón, a atacar a los Estados Unidos. El trabajo que debía realizar Sorge era sutilisimo: como funcionado que era de la Embajada alemana en Tokio, debía dejarse «trabajar» por los agentes japoneses que se movían por Embajadas, Legaciones y Consulados, y hacerles creer que las posiciones americanas en el Pacifico eran muy débiles y, sobre todo, que las defensas de la base naval de Pearl Harbour eran deficientisimas. Agnes Smedley, por otra parte, debía, igualmente, dejarse sonsacar por agentes nipones, corroborando las manifestaciones de Sorge.
El general Willoughby afirma, también, que el "Consejo de Relaciones Exteriores" y el "Instituto de Relaciones del Pacifico", ambos financiados por los Rockefeller, emplearon a la red de espionaje de Sorge para hacer que el Japón abandonara su proyectado ataque contra Rusia y se abalanzara sobre Pearl Harbour, cuya protección había sido increíblemente abandonada.
Insiste el prestigioso general americano sobre el hecho de que la guarnición de Pearl Harbour no era solamente insuficiente, en relación a la poderosa flota que albergaba, sino que se hallaba «extrañamente desprotegida y desprevenida» (57).
Otro aspecto de la misión de la organización de Sorge consistió en dejar entrever a los japoneses que el ministro de Asuntos Exteriores, Matsuoka -que preconizaba seguir los compromisos del Pacto Tripartito y, en consecuencia, atacar a la U.R.S.S.- recibía dinero de Berlín. El caso fue que Matsuoka fue sustituido por el almirante Toyada, conocido por sus simpatías proamericanas.
La organización de la derrota de Pearl Harbour fue un verdadero «chef d'oeuvre». Rockefeller y el grupo Sorge ya habían cumplido su misión de hacer cambiar de dirección el proyectado golpe japonés. La etapa siguiente, o sea, obligar a los nipones a atacar, precisamente, en un punto determinado, Pearl Harbour, fue preparada con virtuosismo extraordinario por un general experto en derrotas: George Catlett Marshall, jefe del Estado Mayor de la Armada,
La flota sacrificada en la base naval de Pearl Harbour había sido situada allí por orden especial del presidente Roosevelt, el 22 de abril de 1940. El almirante Richardson, jefe de la flota del Pacifico, fue personalmente a Washington a visitar al secretario de Marina, Stimson y al mismo Roosevelt, exponiéndoles su punto de vista, opuesto al estacionamiento de una gran flota en Pearl Harbour. Su oposición se basaba en las razones siguientes:
a) Los buques carecían de la tripulación necesaria para un caso de emergencia.
b) Las islas Hawai estaban demasiado expuestas por su situación a los ataques del presunto adversario de los Estados Unidos en aquella zona, el Japón.
c) Los elementos defensivos de la base eran netamente insuficientes para protegerla contra los ataques aéreos o submarinos.
En consecuencia pedía que la flota del Pacífico fuera retirada de Pearl Harbour y enviada a cualquier otro lugar. Pero la flota seguiría atracada en Pearl Harbour... y el almirante Richardson, insólitamente, cambiado de destino.
Entre tanto, el embajador en Tokio, Grew, uno de los más prestigiosos dentro del escalafón diplomático yanki, comunica a Roosevelt que los servicios de información de la Embajada le han hecho participe de la intención de los japoneses de atacar Pearl Harbour, en los primeros días de diciembre (1941), si las últimas propuestas de Nomura para hacer levantar el bloqueo no son aceptadas por Washington. Pero en la Casa Blanca no parecen darse por aludidos.
El almirante Husband E. Kimmel, comandante de la plaza de Pearl Harbour manda, a, su vez, un informe a Washington, pidiendo baterías antiaéreas, cien aviones patrulleros Y ciento ochenta cazabombarderos. Pero el Departamento de Guerra le contesta que no dispone de ese material. Esto es una mentira flagrante: Estados. Unidos está enviando aviones por millares a la Gran Bretaña y a la Unión Soviética (58). Kimmel se queja a sus superiores por la falta absoluta de defensas de Pearl Harbour pide personal especializado para las instalaciones de detección, pero, según el Departamento de Guerra, presidido por el inefable Marshall, los Estados Unidos no disponen de técnicos en detección (59).
Marshall hace bien las cosas. Sabe que si se dota a la base de Pearl Harbour de unas defensas adecuadas, Japón no atacará -pues Tokio sabe perfectamente que su única posibilidad de victoria en la guerra radica en dar un fuerte golpe inicial por sorpresa; de lo contrario la enorme potencialidad americana se impondrá rápidamente- y si Japón no ataca a América, se decidirá a cumplir lo pactado con Alemania y se lanzará sobre la Rusia asiática. Y esto es, precisamente lo que Marshall interpretando sin duda consignas de Roosevelt, debe evitar a toda costa.
Es un hecho históricamente admitido, hoy día, que la Casa Blanca sabía, desde el 24 de septiembre por lo menos, que los japoneses atacarían Pearl Harbour el 7 de diciembre, en caso de que los americanos no levantasen su bloqueo. El Servicio de Contraespionaje americano logró, incluso descifrar el código secreto japonés llamado "Código Púrpura", lo que permitió a Washington captar todos los mensajes que Tokio enviaba a sus diplomáticos en territorio americano y conocer no solamente las intenciones japonesas, sino incluso la hora exacta del ataque
Pero Roosevelt y Marshall mantuvieron deliberadamente en la ignorancia de lo que se tramaba a la base de Pearl Harbour. Frustraron todo intento de movimiento defensivo por parte de los comandantes de la base y, no contentos con ello -para facilitar aún más el ataque nipón y hacer más atrayente el cebo- mandaron a los dos portaaviones Lexington, anclados en Pearl Harbour a las islas Samoa, en el Pacífico Sur. El grueso de la flota del Pacifico quedaba, así, insólitamente desprotegido, sin aviación de patrulla, privado de toda información sobre la situación real de las relaciones yanki-japonesas, Y encerrado en una auténtica ratonera.
El vicealmirante Robert E. Theobald, uno de los jefes de la flota del Pacífico, escribe:
"... y a pesar de conocerse con lujo de detalles el plan de ataque japonés, sólo se envió un mensaje de alarma a la base (de Pearl Harbour)... pero utilizando la vía ordinaria, cuando Marshall tenía a mano el teléfono transpacífico. Esa inútil comunicación llegó a manos de Kimmel ocho horas después de haber comenzado el ataque..." (60).
Mauricio Karl relata con todos los pormenores los subterfugios empleados por Roosevelt y Marshall para mantener en la ignorancia del ataque nipón a la base de Pearl Harbour. Marshall conocía la hora exacta del ataque y no podía ignorar el tiempo que tarda en llegar un telegrama desde Washington a las islas Hawaii (61). De haber usado el teléfono transpacífico, el mensaje hubiera llegado bastante antes de la hora en que se había previsto el ataque nipón. Kimmel hubiera tenido aún tiempo de colocar a sus fuerzas en estado de alerta y mandar fuera del puerto a algunas patrullas de observación... y a Marshall y a sus superiores les constaba que los japoneses, informados al minuto por sus agentes en Pearl Harbour de los movimientos americanos, darían media vuelta, desistiendo de atacar si éstos se apercibían de la proyectada agresión (62).
El radiotelegrama sólo se envió, a sabiendas de que llegaría demasiado tarde, para procurar a Marshall una tosca coartada (63).
John T. Flynn, biógrafo de Roosevelt, relata que «... el presidente le dijo a Stimson que la mejor táctica era obligar a los japoneses a descargar el primer golpe. Esto conduciría automáticamente a la guerra con Alemania e Italia, Y el problema se resolvería de la mejor manera posible... » Y añade Flynn: «Roosevelt consiguió lo que hacía años buscaba afanosamente». Como es natural, el traidor ataque japonés unió a toda la nación en derredor del Gobierno. La conclusión la ofrece el propio Flynn: «Los japoneses atacaron, Norteamérica se encontró en guerra. Y ROOSEVELT VIO ASÍ RESUELTO SU PROBLEMA» (64).
* * *
El domingo, 7 de diciembre de 1941, a las siete de la mañana, la aviación japonesa se lanzó a un devastador ataque sobre la flota americana del Pacifico, anclada en Pearl Harbour. Dieciocho grandes navíos de guerra, entre ellos seis acorazados y un crucero pesado, fueron hundidos. Otros once buques de guerra, incluyendo dos acorazados más fueron seriamente averiados. Las instalaciones de la mayor base naval americana fueron totalmente destruidas. Ciento noventa aviones pesados fueron destruidos en tierra. Tres mil cuatrocientos marinos y soldados americanos perecieron y otros mil cuatrocientos resultaron heridos. Las pérdidas japonesas. como consecuencia del factor sorpresa, fueron mínimas (65).
A la misma hora en que se iniciaba el ataque, la agresión soñada por Roosevelt y los suyos, el embajador japonés en Washington notificaba, oficialmente, al Gobierno de los Estados Unidos, la declaración de guerra. Y, APROXIMADAMENTE, TAMBIÉN, A LA MISMA HORA, UN MILLÓN Y MEDIO DE SOLDADOS SOVIETICOS EMPEZABAN A SER PRECIPITADAMENTE TRANSPORTADOS DE SIBERIA Y MONGOLIA HACIA LA RUSIA EUROPA.
La doble maniobra de la Casa Blanca -meter a los Estados Unidos en la guerra e impedir un "segundo frente" contra el comunismo en Asia Oriental- había sido coronada por el éxito. Y Roosevelt pudo anunciar, triunfalmente, al Congreso: «A pesar de que Alemania e Italia no han hecho todavía, una declaración "formal" de guerra, se consideran tan en guerra con los Estados Unidos como con Inglaterra y Rusia».
En efecto, el día siguiente, Alemania e Italia, amparándose en las «constantes violaciones de la neutralidad cometidas por el Gobierno de los Estados Unidos» enviaron sendas declaraciones de guerra. En realidad, esa declaración de guerra no tiene más efecto que permitir a los submarinos alemanes responder a los ataques de los buques yankis, toda vez que el estado de guerra existía, en realidad, desde seis meses atrás. La única variante consistirá, ahora, en la participación efectiva de tropas americanas en la lucha, pero Hitler confía en que los japoneses distraerán una buena parte de tales tropas en el área del Pacifico. En cualquiera de los casos, en Berlín se dan cuenta de que la guerra será larga y difícil, pues mientras es evidente que el Japón se limita a hacer «su guerra» e Italia resulta ser más un lastre que un aliado, Alemania se encuentra prácticamente sola frente a la mayor coalición que los siglos han visto: el imperio británico, la Unión Soviética y los Estados Unidos, más sus innumerables "satélites", unidos bajo el signo de la democracia...
OCUPACIÓN ANGLOSOVIÉTICA DEL IRÁN
El 25 de agosto de 1941, tropas británicas acantonadas en Irak y Pakistán Occidental invadieron Persia (Irán) «con objeto de que no pudiera ser utilizada como base por los alemanes». Una simple ojeada al mapa convencerá al más ingenuo: los alemanes no pueden, materialmente, llegar al Irán. La verdadera razón de la invasión estriba en que la Gran Bretaña necesita petróleo, y el Irán posee numerosos yacimientos de «oro negro». Bien es cierto que tales yacimientos pertenecen, en su casi totalidad a la «Angloiranian Oil Co.» trust petrolífero británico, pero Londres debe pagar sustanciosos royalties por la extracción del mismo.
Evidentemente, es mucho más económico explotar el subsuelo persa sin pagar derechos; además, la ocupación de ese país permitirá usar todos sus recursos en la cruzada de las democracias. Existe todavía otra razón: la ocupación de Persia permitirá una comunicación terrestre directa y fácil, entre ingleses y soviéticos...
El siguiente día de haber iniciado los ingleses su invasión por las fronteras Este y Oeste, avanzaron los soviéticos por el Norte. En Teherán se produjeron motines entre el populacho, y consta la intervención del cónsul de los Estados Unidos en la organización de tales algaradas. La resistencia iraní se desmoronó el 9 de septiembre. El Sha fue obligado a abdicar. Británicos y soviéticos se repartieron el control del país, y en Teherán se constituyó un nuevo Gobierno, favorable a los Aliados.
INCREMENTO DE LA GUERRA CONTRA LOS NEUTRALES
La entrada de los Estados Unidos en la guerra trajo como consecuencia el incremento de la guerra contra los países neutrales. Una de las primeras, decisiones de Roosevelt con relación a la guerra en el Atlántico consistió en ordenar al almirante Stark que preparara una fuerza de invasión para arrebatar el archipiélago de las Azores a Portugal. Pero, al parecer, el presidente temió luego que Portugal declarará la guerra a los Aliados y pusiera sus colonias a la disposición del Eje. En consecuencia, canceló la orden de invasión (66).
Summer Welles, subsecretario de Estado, dio fe de ese abandonado proyecto de invasión. El mismo personaje reveló que, en septiembre de 1941, la Gran Bretaña decidió ocupar las islas Canarias, aún a riesgo de guerra con España; Churchill expuso sus proyectos a ese respecto a Roosevelt, en la reunión de Placenta Bay, que alumbraría la demasiado famosa Carta del Atlántico. Roosevelt se mostró de acuerdo con su colega británico. Churchill estaba entonces convencido de que la Gran Bretaña no lograría conservar mucho tiempo su base de Gibraltar; en tal circunstancia, la posesión de las Canarias podía ser un «second best». La posterior evolución de los acontecimientos y los refuerzos militares enviados a aquel archipiélago debieron decidir a Londres a abandonar su proyectada agresión (67).
Pero fue en el continente americano donde la guerra contra los neutrales adquirió mayor virulencia. Panamá y Uruguay, países donde la influencia norteamericana era muy grande, debieron declarar la guerra al Eje. Cuba seguiría poco después. La doctrina de Monroe mostraría su verdadero significado: «América para los americanos» debía traducirse «América para los norteamericanos».
Los diversos países latinoamericanos debieron, sucesivamente, ir declarando la guerra a Alemania e Italia o, al menos, abandonar sus relaciones diplomáticas y comerciales con ellas, bajo la presión -tan poco democrática- del gran hermano del Norte.
La voluntad de aquellos países neutrales no fue tenida en cuenta por Roosevelt: la menor tentativa de desobediencia a los ukases del monarca de la Casa Blanca significaba, para el Gobierno del país que tal osara, ora una revolución interior, ora un embargo exterior, ya una masiva financiación a los adversarios del Gobierno en cuestión, ya un aumento abusivo en los precios de las primeras materias a comprar en Estados Unidos.
Un caso característico fue el de la Argentina. El Gobierno de Buenos Aires fue advertido por la Casa Blanca de que la supresión de periódicos en lengua yiddisch en las ciudades de Buenos Aires y Rosario de Santa Fe era un acto «antiamericano». Presiones diplomáticas siguieron y la Prensa judía reapareció.
La conciencia universal no se rasgó las vestiduras por todas esas evidentes intromisiones en los asuntos internos de estos países neutrales. . .
(1) The Times, Londres, 22-1-1943.
(2) En realidad, ése fue el tercer intento hecho por Alemania a través de la Santa Sede. Aparte del ya mencionado, en noviembre de 1939. Goering, monseñor Von Kaas, Von Papen, el coronel Beck y el abogado Ludwig Muller, oficiosamente alentados por Hitler, pidieron a S.S. Pío XII intentara obtener el cese de hostilidades. Lo gestión fracasó por la obstinación de Churchill y Halifax. (Lectures Françaises, París, n.» 106.)
(3) Ch. Liddell Hart: The German Generals State.
(4) Schacht confiesa su afiliación masónica en la página 8 de sus Memorias (Ed. española). Fue insólitamente absuelto por el Tribunal de Nuremberg. (N. del A.).
(5) En 1944, la Gestapo logró hacerse con pruebas de la traición de Canaris, que fue ejecutado. (N. del A.)
(6) War and Pace. Documentos oficiales del Departamento de Estado norteamericano,
(7) Galeazzo Ciano: Memorias.
(8) J. Von Ribbentrop: Zwischen London und Moskau,
(9) Winston S. Churchill: Memorias.
(10) Recordemos que los soviéticos habían ocupado Besarabia y Bukovina. A esa ocu-pación siguió una fuerte presión política sobre el Gobierno de Bucarest. (N. del A.)
(11) Pacto firmado, el 27-IX-1940. en Berlín, entre Alemania. Italia y el Japón. Por el mismo, los tres Estados se comprometían a respetarse mutuamente sus zonas de influen-cia y a apoyarse política y militarmente en caso de ataque a una de las tres. Una cláusula secreta del mismo estipulaba que al ataque de Hitler contra la U.R.S.S. seguirla la invasión japonesa de Siberia Meridional.
(12) lnnumerables masones ocuparon altos cargos en Vichy, pese a la actitud oficial antimasónica, del Gobierno Petain. Henry Coston da sobre ello abundantes detalles en Le Rétour des 200 Familles.
(13) Maurras, ultranacionalista (La France díabord), y viejo antialemán, escribió li-bremente bajo el régimen de Vichy. Pero después los "gaullistas" le sometieron a un pro-ceso inicuo, y fue condenado a reclusión perpetua. (N. del A.)
(14) Galeano Ciano: Memorias.
(15) Hitler había planeado la «Operación Félix». consistente en la ocupación de Gibraltar por un Cuerpo de Ejército al mando de Von Reichenau, que atravesaría la Península con el acuerdo del Gobierno español. Tal acuerdo nunca fue concedido.
(16) Bulgaria participó, con sus tropas, en la ocupación de las dos Macedonias, griega y yugoslava, relevando en tal misión a las tropas alemanas e italianas. (N. del A.)
(17) En abril de 1941, bajo la presidencia de Ante Pavelic, se constituyó el Estado de Croacia. que permanecería fiel a su alianza con el Reich hasta el fin de la guerra. Hungría ocupó el Bánato, mientras en Serbia y Eslovenia se establecían gobiernos locales, de tipo fascista. (N. del A.)
(18) Prisoner of Peace, versión inglesa de England-Nurnberg-Spandau, por Frau Ilse Hess.
(19) Winston S. Churchill: Historia de la Segunda Guerra Mundial. (Vol. III.)
(20) Hitler reconocería tácitamente su participación en la misión Hess cuando, al dar instrucciones a Wolff para establecer contactos de paz con los angloamericanos, le dijo: «Ya sabe usted que, en caso de fracasar en su misión, me veré obligado a negarle, como en el caso de Hess.» (N. del A.)
(21) André Savignon: Dans ma Prison de Londres. 1959-1946, pág. 64.
(22) El ultimátum soviético a Rumania tuvo lugar UN DÍA DESPUÉS DE HABER INICIADO CHURCHILL Y STALIN SUS «RELACIONES CONFIDENCIALES» ¿COINCIDENCIA? (N. del A).
(23) Franz Halder: El Estado Mayor alemán
(24) Vide. L. Marschalsko: World Conquerors, pág. 94.
(25) Ibíd. Íd. Op. cit., pág. 92.
(26)Dagobert Davis Rune: The Hebrew Impact on Western Civilization.
(27) Gerald L. K. Smith: Suicide. pág. 25.
(28) Gerald L. K. Smith. Op. cit., pág. 26.
(29) El abogado de Jones afirmó que «falsas pruebas» fueron sembradas por los agentes del Fisco en los archivos de su cliente. En casación, su pena fue reducida a un año y una multa de $25.000. (N. del A.)
(30) Gerald L. K. Smith. Op. cit., págs. 34-35.
(31) Ann H. P. Kent: Appeal presented to the Democratic National Convention. Ci-tado por Leonard Young: Deadlier han the H Bomb., pág. 59.
(32) Gerald L. K. Smith. Op. cit., pág. 11.
(33) Vide. L. Marschalsko, Smith, Young. Op. cit.
(34) Frase atribuida al secretario de Estado, Cordell Hull, por el documento oficial War and Peace, del Departamento de Estado de los Estados Unidos.
(35) Hopkins dijo: «Nuestra fórmula para obtener el poder político es: dinero, dinero y dinero: impuestos, impuestos e impuestos; elecciones, elecciones y elecciones.» (Nota del autor).
(36) Robert E. Sherwood: Roosevelt & Hopkins.
(37)John T. Flynn: El mito de Roosevelt, pág. 101.
(38) Roben E. Sherwood: Roosevelt & Hopkins.
(39) Ibid. Id. Op. cit.
(40)War and Peace: documentos oficiales del Departamento de Estado norteamericano.
(41) Georges Ollivier: Franklin Roosevelt. L´Homme de Yalta.
(42) Robert E. Sherwood: Roosevelt & Hopkins.
(43) Cordell Hull: Memorias.
(44) Número del 16-VIll-1941.
(45) L. Marschalsko: World Conquerors.
(46) No se trata de un insulto gratuito. Eliot Roosevelt cuenta (en "Así lo quería mi padre") que el mismo presidente calificaba a Hopkins de hall-a-man. (medio hombre). La debilidad del influyente braintruster y ministro de Comercio por los jóvenes efebos era pública y notoria. (N. del A.)
(47) Que la orden «Disparen primero» debía mantenerse secreta, que fue dada a espaldas de las Cámaras y de la mayoría de los ministros y que se buscaba provocar a los submarinos alemanes lo confirman los documentos oficiales War and Peace, del Departamento de Estado norteamericano, (N. del A.)
(48) Los alemanes nunca reconocieron haber disparado contra los provocadores destroyers americanos... pero, en fin, creamos al honorable señor Roosevelt bajo palabra: los torpedos fueron disparados por los submarinos de Doenitz. Admirémonos de la inconmensurable estupidez germánica, que les hace torpedear a los destructores en el momento psicológicamente más desfavorable para ellos, precisamente EN PLENA DISCUSIÓN DE LAS CÁMARAS. Maravillémonos, asimismo, de la oportunísima, de la graduada ferocidad de los torpedos alemanes: primero, un torpedo que no estalla; luego, una avería, y, finalmente, un hundimiento,.. Diríase que, a pesar de las severísimas órdenes cursadas por el propio Hitler en el sentido de no responder a las provocaciones de los destroyers yankees. los hombres de Doenitz hicieron cuanto pudieron para facilitarle el juego a Roosevelt y su camarilla... M. Karl: Pearl Harbour, traición de Roosevelt. ¿... Los hombres de Doenitz? Preguntémonos: CUI PRODEST?... ¿A QUIÉN BENEFICIABAN ESOS TORPEDEAMIENTOS: A ALEMANIA... O A LOS ANGLOSOVIÉTICOS? (N. del A).
(49) Hong-Kong, rodeada por tropas niponas; Singapur y Birmania pueden excitar la codicia japonesa; en consecuencia, Inglaterra se muestra «comprensiva». (N. del A.)
(50) J. Von Ribbentrop: Zwischen London und Moskau.
(51) War and Peace, pág. 135.
(52)War and Peace, Departamento de Estado norteamericano, Págs. 136-137.
(53) Ibid. Íd. Op. cit,, pág. 137.
(54) Winston S. Churchill: Memorias.
(55)War and Peace, Departamento de Estado norteamericano.
(56)Emmanuel M. Josephsson: Rockefeller, the Internationalist.
(57) Charles A. Willoughby: Shanghai Conspiracy.
(58) Husband E. Kimmel: Facts about Pearl Harbour.
(59)Ibid. Íd. Op. cit.
(60) Robert E. Theobald: Last Secret of Pearl Harbour.
(61) Mauricio Karl: Pearl Harbour, traición de Roosevelt.
(62) El autor americano Ronald Seth, germanófobo bien pensante y escritor conformista si los hay, da interesantes informaciones sobre la red de espionaje trabajando para los japoneses en las Hawaii hasta el 7 de diciembre de 1941. Según Seth (en Secret Servants) el jefe de la red era un alemán, llamado Bernard Julius Kuhn. Dicho "alemán", era judío.
(63) Mauricio Karl. Op. cit.
(64) John T. Flynn: El mito de Roosevelt.
(65) En los primeros días de diciembre, y antes del ataque japonés a Pearl Harbour, buques americanos arrojaron cargas de profundidad contra submarinos japoneses en el Pacifico, por lo menos en dos ocasiones comprobadas. (Charles A. Lindbergh: Memorias de Guerra, pág. 923-924, ed. inglesa.)
(66) Arnold S. Leese: The Jewish War of Survival.
(67) Summer Welles: Memorias.

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