Montag, 1. Oktober 2007

CAPITULO IV. LA BARRERA POLACA.

"La mayoría de los ingleses no se dan cuenta de que, habiendo hecho su trabajo para el círculo gobernante judío, deben ahora desaparecer como poder mundial". General Luddendorff: The Coming War.
El Pacto de Munich era, en cierto modo, la prolongación del Tratado de Locarno, y tenía por principio fundamental el revisionismo y por método la colaboración organizada y permanente de las cuatro grandes potencias europeas: Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania. Deliberadamente, se dejaba al margen de los asuntos europeos a la U.R.S.S. y se sustraían las decisiones y los movimientos de las grandes potencias responsables a las peligrosas presiones de los pequeños intereses irresponsables. Munich consagraba, de hecho, la división del mundo en zonas de influencia, con su centro geopolítico en Europa. Reconocía, también, la legitimidad de la expansión alemana hacia el Este y el Sudeste de Europa; expansión marcada por la Naturaleza: el Danubio corre en dirección Oeste-Este. El III Reich emprendía el camino tomado cinco siglos atrás por los caballeros teutónicos de la Orden Hanseática; dos siglos atrás por los Habsburgos austríacos y treinta años antes por el káiser Guillermo II. Ya en Locarno, el canciller Stressemann, que había aceptado como definitivas las fronteras Occidentales del Reich, rehusaba hacer lo mismo con las Orientales. En "Mein Kampf", Hitler hablaba de detener, definitivamente, la marcha de los germanos hacia Occidente, para dirigirse hacia el Oriente, hacia la Rusia soviética y los pueblos colocados bajo su dependencia. Alemania buscaría su espacio vital en el Este, engrandeciendo a Europa, y liquidando la amenaza bolchevique. Éste era el espíritu de Munich, que sólo beneficios podía reportar a los pueblos europeos, incluyendo a Inglaterra y a la propia Rusia, que sería liberada de la tiranía soviética y volvería a formar parte del concierto de los países libres.
Los acuerdos de Munich, fueron, pues, algo infinitamente más importante que la solución del problema de las minorías nacionales en Checoslovaquia. Significaba la ruptura de los Cuatro Grandes del Continente con la URSS y por consiguiente, la desaprobación del pacto francosoviético. Europa, para los europeos, y el bolchevismo en cuarentena.
Ilya Ehrenbourg acusó, en un violento editorial de la Pravda, a «ciertos miembros del Gabinete inglés, incluyendo a su presidente, Chamberlain de haber dado carta blanca a Alemania para que atacara a la U.R.S.S.
EL PARTIDO DE LA GUERRA
Pero las fuerzas que, desde Occidente, habían contribuido a instaurar el bolchevismo en Rusia no podían permitir que los acuerdos de Munich y, sobre todo, su espíritu, prevalecieran. En Inglaterra, una importante fracción del Partido conservador, encabezada por Churchill, secundado a su vez por Eden, Halifax, Lord Vansittart, Duff Cooper y Hore Belisha, más el pleno de los Partidos laborista y liberal; todos los Partidos de extrema izquierda, la mayoría de los socialistas, y una buena parte de los «chauvins» girondinos y de la extrema derecha de Maurras, convencidos de que la misión histórica de Francia consiste en poner trabas al germanismo; toda la masonería continental y la mayoría de las casas reales, fuertemente infiltradas por la masonería y enlazadas con la familia real británica... Y, por encima de todas estas fuerzas e influencias, encauzándolas o dirigiéndolas abiertamente en muchos casos, el judaísmo -sionista o no-. Éstos fueron los abanderados del Partido de la guerra, que disponía de formidables recursos financieros y políticos, y estaba respaldado por Wall Street y su «fondé de pouvoirs», Roosevelt.
Ese «Partido de la guerra» consiguió sembrar la nerviosidad y el confusionismo entre las masas desorientadas agitando ante los ojos de éstas el espantajo de un Hitler traicionero que se preparaba a reconquistar la Alsacia-Lorena (1) y a arrebatarle a Inglaterra su inmenso imperio colonial. Dos días después de firmados los acuerdos de Munich, Duff Cooper, ministro de la Guerra del Gabinete Chamberlain atacaba, violentisimamente, en los Comunes, a su Primer Ministro, acusándole de haber sufrido la mayor derrota diplomática de toda la historia del imperio.
Chamberlain, atacado por toda una ala de su propio Partido, se vio obligado a ceder terreno y a recomendar el rearme intensivo. Poco después, Runciman, el pacifista que acompañó a Chamberlain en Munich, era «dimitido». El Partido de la guerra marcaba punto tras punto, no sólo en Inglaterra, sino también en Francia. Una formidable campaña de Prensa o, más exactamente, de noticias tergiversadas, contribuyó a envenenar el ambiente entre la opinión publica. El conservador The Daily Telegraph, de Londres, que pasa habitualmente por un periódico serio, informó, el 17 de septiembre de 1938 que Hitler financiaba la carrera política de Georges Bonnet, el líder de los "munichois". Tres días después, el Daily Telegraph publicaba una minúscula rectificación en un rincón de la última página, pero el efecto de la calumnia ya se había conseguido. A partir de entonces, todo ministro pacifista será tratado de «agente de Hitler». El 4 de octubre, Daladier sustituirá a François-Poncet, embajador en Berlín, por Coulondre. Esto es un deliberado bofetón diplomático a Hitler. Coulondre es un marxista público y notorio que, antes de ser enviado al Reich, había sido embajador en Moscú. Su adjunto, Dejean, es un francmasón de alto rango que hará cuanto estará de su mano para envenenar las relaciones francogermanas.
Del otro lado del Canal de la Mancha, el desarrollo de los acontecimientos es singularmente idéntico. Chamberlain, atacado desde todas partes y boicoteado por su propio Partido, si bien defiende en los Comunes no sólo el Pacto de Munich sino también su espíritu, por otra parte ha proclamado la necesidad de acelerar la cadencia del rearme. La respuesta de Hitler llega casi de inmediato. En un discurso pronunciado en Saarbrucken, manifiesta que si hombres como Churchill, Eden, o los judíos Cooper y Belisha suceden en el poder a Chamberlain, «una nueva guerra mundial puede venir en cualquier momento». Y añade:
«Nosotros queremos la paz. Estamos prestos a mejorar nuestras relaciones con Inglaterra pero sería conveniente que Inglaterra abandone ciertas actitudes del pasado. Alemania no necesita una institutriz inglesa.»
El Führer afirma, así, netamente, su intención de «arreglar los problemas del Este de Europa», o, mas concretamente, de llegar a su ansiado choque con la U.R.S.S., y que, en tal circunstancia, Inglaterra no tiene ninguna razón de intervenir. Quince días después de firmado el Pacto de Munich, su espíritu había muerto. El Partido de la guerra había conseguido hacer aceptar la tesis de que para Occidente era imprescindible exterminar a la Alemania Nacionalsocialista, y que dejarle manos libres para que atacara a la U.R.S.S. era contrario a los intereses europeos. El propósito evidente era colocar a Occidente entre Hitler y Stalin, aún a riesgo de atraer sobre aquél el formidable rayo de la guerra alemán. Francia e Inglaterra, según confiesa el propio Sir Winston Churchill, en sus «Memorias», intentaron, a finales de 1938, concluir una alianza ofensiva-defensiva con la U.R.S.S. (2). Esa tentativa no cristalizó porque desde el mismo Kremlin la torpedearon. En efecto, Stalin presentó unas demandas calculadamente desmesuradas (carta blanca para la anexión de los países bálticos, Finlandia, Besarabia, media Polonia, Irán y control de los estrechos del mar Negro) con la idea de que Londres y París se vieran obligados a rechazarlas. El zar rojo tenía un doble motivo para obrar así:
a) Sabía que el potencial bélico con que contaban, entonces, los anglofranceses. era notoriamente insuficiente para enfrentarse con la Wehrmacht, y le constaba que la moral bélica de las democracias occidentales dejaba mucho que desear.
b) Le constaba que se estaba tramando una conjura para lanzar a Inglaterra, Francia y sus satélites europeos contra Alemania. Una vez mutuamente debilitadas democracias y fascismo, el Ejército rojo intervendría para "restablecer el orden".
En Berlín están al corriente de que desde Londres y París se está resucitando la política del cerco diplomático de Alemania, tal como ocurrió en los años anteriores al estallido de 1914. Hitler hace una nueva tentativa el 24 de noviembre de 1938, fecha de la redacción de un documento por el que Alemania se compromete a «trabajar para el desarrollo de relaciones pacificas con Francia», reconoce, solemnemente, como definitivas las fronteras francoalemanas trazadas en Versalles, y se declara resuelta a «consultar con Francia en el caso de que la evolución de las cuestiones interesando a ambos países amenazaran ser causa de dificultades internacionales». Ese pacto francoalemán había sido ya ideado en Munich, y fue firmado por Ribbentrop y Bonnet el 6 de diciembre en Paris. No era sólo Alemania la que se comprometía a consultar sus diferencias con Francia sino ésta, también, las suyas con Alemania. Tácitamente, pues, a cambio de la renuncia definitiva del Reich a Alsacia-Lorena, Francia daba un paso hacia el abandono de su política con respecto a Alemania desde los tiempos de Richelieu. Tener las espaldas libres para su ataque contra la URSS. Hitler no pedía ni había pedido jamás otra cosa a Francia.
El Pacto de París, que hubiera podido ser el preludio de un franco entendimiento entre los países civilizados y el punto de partida de la exterminación del bolchevismo, fue boicoteado por el cada día más poderoso clan belicista. Al día siguiente de la firma del pacto, y en el mismo momento en que Ribbentrop era agasajado por el «Comité Francia-Alemania», Duff Cooper, del Gabinete británico y germanófobo empedernido, se dirigía, en un banquete dado en su honor en París, a una asistencia entre la que se contaban los principales hombres políticos franceses, que le ovacionaban clamorosamente. Cooper denunció la política de Munich, rindió vibrante homenaje «a la raza que había traído el Cristianismo al Mundo» y calificó de «papelucho sin valor» el pacto firmado la víspera en el Quai díOrsay. El judío Cooper, después de echarse incienso sobre su propia cabeza con lo de «la raza que trajo el Cristianismo al Mundo», califica un pacto firmado libremente por Francia de «papelucho sin valor», pero en el curso del mismo Parlamento criticará violentamente a Hitler por haber violado el Tratado de Versalles, que Alemania fue forzada a firmar, bajo chantaje. ¡Admirable lógica talmúdica!
Entre tanto, la estrella de Paul Reynaud, el campeón de Moscú y de los grandes trusts sube tanto en Francia como la de Churchill en Inglaterra. El belicismo va viento en popa.
EL CASO DE UCRANIA Y LA «DRANG NACH OSTEN»
Después de Munich, el problema ucraniano se convierte en el problema capital de la política europea. Preciso será, antes de seguir adelante, examinar, someramente al menos, en qué consiste tal problema.
Ucrania es una realidad étnica y nacional: es el país de los rutenos, que hablan el idioma ruteno, llamado también «pequeño ruso». Limita, al Norte, por una línea que va de Brest-Litovsk a Nowo-Khopersk, extendiéndose, por Oriente, desde Nowo-Khopersk a Rostov; por el Sur, sigue las costas del mar de Azov y del mar Negro, hasta llegar al delta del Danubio; al Oeste, sigue una línea que, partiendo del delta del Danubio, sigue el curso del Dniester, cruza los Cárpatos al Sur de Czernovitz y llega a Brest-Litovsk. Es uno de los países más ricos del mundo; no es solamente el granero de Europa; posee también minas de carbón y yacimientos pe-trolíferos en Galitzia, mineral de hierro en Poltawa, aluminio y manganeso en Yekaterinoslaw y, sobre todo, la inmensa riqueza de la cuenca hullera del Donetz.
Los ucranianos poseen una literatura abundante y una rica música folklórica; su cultura nacional está netamente diferenciada con relación a la rusa. Constituidos como nación independiente desde mediados del si-glo IX, los ucranianos fueron, hasta la mitad del siglo XIII el baluarte del Sudeste europeo contra las hordas del Asia. La invasión de Gengis-Khan arrasó el país, pero al cabo de unos cincuenta años los ucranianos recobraron su independencia para convenirse en vasallos, primero del rey de Lituania, y luego del de Polonia, a principios del siglo XV. Una parte de Ucrania, no obstante -la zona oriental que se extendía desde Czernikow hasta Braclaw, con capital en Kiev- había conseguido mantenerse independiente. Esa independencia sería reconocida por el zar Alexis y el rey Juan-Casimiro de Polonia, en 1654. Pero, en 1667, polacos y rusos incumplían su palabra y se repartían ese territorio. Durante un siglo, tres grandes insurrecciones ucranianas -las de Steppa, Pougatchew y Stenka Razine- provocarán otras tantas brutales represiones rusopolacas.
En el siglo XVIII, el primer reparto de Polonia hace pasar la Galitzia (Ucrania Occidental) bajo soberanía austrohúngara. Los repartos segundo y tercero aumentarán el territorio ucraniano sometido a Rusia con las provincias de Polonia y Volynia. Los zares poseen, entonces, más de las tres cuartas partes de Ucrania, de la que desaparece hasta el nombre; para transformarse, por decreto zarista, en "pequeña Rusia".
Durante un siglo y medio, numerosas sublevaciones contra la dominación rusa y polaca estallarán a ambos lados de la frontera. En febrero de 1917, inmediatamente después de la abdicación de Nicolás II los ucranianos reclaman la autonomía -que les garantiza, verbalmente, al menos, la propaganda bolchevique que busca, en aquellos momentos, debilitar al Gobierno provisional de Kerensky- y reúnen en Kiev la Rada, o Asamblea Nacional de Ucrania. El 7 de noviembre, la Rada anuncia la creación de la República de Ucrania, que es inmediatamente reconocida por Inglaterra y Francia, que acreditan sendos embajadores en Kiev, confiando en que los ucranianos combatirán a su lado contra los imperios centrales. Pero el martirizado pueblo ucraniano prefiere conservar su neutralidad, lo que motiva el cese de la ayuda francobritánica. El 9 de febrero de 1918, las tropas rojas se apoderan de Kiev, y cuando todo parece perdido para los nacionalistas ucranianos, la intervención de las tropas alemanas y austrohúngaras estabiliza nuevamente la situación. Por el Tratado de Paz de Brest-Litovsk, la Rusia soviética debe reconocer, bajo presión alemana, la independencia de Ucrania, la cual es inmediatamente reconocida por Alemania, Austria-Hungría, Bulgaria y Turquía.
En diciembre de 1918, los rutenos proclaman, en Lwow, la República Occidental de Ucrania, y el 22 de enero de 1919, con la unión de ambas porciones, la Rada proclama en Kiev la unificación nacional ucraniana. El Estado ucraniano, ese sueño de cuarenta y tres millones de personas, se ha convertido en una realidad. Pero poco tiempo durará la independencia ucraniana. Después de la derrota de los imperios centrales, y abandonada por la Entente, será atacada, a la vez, por los rusos blancos de Denikin -cuya estupidez política es proverbial- los rojos de Trotsky y Gamarnik, y los polacos de Pilsudski, que reclaman la Ucrania Occidental. Los anarquistas ucranianos, a las órdenes de Mahkno, combatirán con la misma energía a los rojos, a los blancos, a los nacionalistas ucranianos y a los polacos de Pilsudski. Durante dos años y medio, Ucrania será pasto de unos y otros, mientras la Sociedad de Naciones hará el poco airoso papel de Poncio Pilatos.
He aquí los principales episodios que se irán sucediendo paulatinamente:
a) Conquista de la Galitzia por Polonia, y ejecución de la élite nacional oesteucraniana a manos de los verdugos de Pilsudski.
b) Aplastamiento del Ejército ucraniano de Petliura por los rusos blancos de Denikin, instrumento inconsciente del bolchevismo al que tanto pretendía combatir.
c) Derrota de Denikin y de su sucesor, Wrangel, a manos de los comunistas soviéticos y de los anarquistas de Mahkno.
d) Guerra rusopolaca por la posesión de Ucrania Occidental, finalizada por el Tratado de Riga 18 de mayo de 1921 que consagra el reparto de esos territorios, otorgando la Galitzia a Polonia y el resto de la Ucrania del Oeste a la Rusia soviética.
e) Aplastamiento de las bandas anarquistas de Mahkno por el Ejército rojo.
f) Entrada en vigor de dos cláusulas de los Tratados de Versalles y Saint-Germain, que adjudican la Bukovina a Rumania, y la Rutenia Transcarpática a Checoslovaquia.
El resultado final de todas esas guerras, «tratados» y celestineos es el reparto de Ucrania entre cuatro potencias: la U.R.S.S., que reina despóticamente sobre 35.000000 de ucranianos habitantes de la llamada «pequeña Rusia». Polonia, que se queda con la Galitzia, poblada por 6.500.000 de ucranianos. Rumania, con la Bukovina, cuya población es de 1.300.000 habitantes, y Checoslovaquia, con la Rutenia Transcarpática, poblada por 500.000 ucranianos y 100.000 alemanes, húngaros, eslovacos y polacos.
No puede decirse que el caso ucraniano fuera menospreciado en las discusiones de Versalles y Saint-Germain. Una activa delegación rutena había, incluso, obtenido ciertas no negligibles satisfacciones de principio. Por ejemplo, el Tratado de Saint-Germain estipulaba (articulo 10.º):
«Checoslovaquia se compromete a organizar el territorio de los rutenos al Sur de los Cárpatos en las fronteras fijadas por las potencias aliadas y asociadas, bajo la forma de una unidad autónoma en el interior del Estado de Checoslovaquia.» El mismo Tratado, que atribuía la Bukovina a Rumania, imponía a los gobernantes de Bucarest idénticas obligaciones. Con referencia a Polonia, el Consejo Supremo de la Sociedad de Naciones la autorizaba a ocupar militarmente la Galitzia... «con objeto de garantizar la protección de las personas y los bienes de la población contra los peligros a que les someten las bandas bolcheviques... » La Sociedad de Naciones, además, estipulaba que esa autorización no prejuzgaba en absoluto las decisiones que el Consejo tomaría ulteriormente a propósito de esos territorios. El 27 de septiembre de 1921, la Asamblea de Ginebra votaba la resolución siguiente:
«Polonia es solamente el ocupante militar y provisional de Galitzia, cuya soberanía es reservada a la Entente.»
Si las disposiciones del Tratado de Saint-Germain relativas a Ucrania Occidental hubieran sido respetadas, los ucranianos sometidos al dominio centralista de Varsovia, Praga y Bucarest hubieran conocido una sensible mejora de sus condiciones de vida y de su dignidad nacional. Pero ni Polonia, Checoslovaquia, ni Rumania respetaron sus compromisos, y las platónicas recomendaciones de la Sociedad de Naciones no surtieron el menor efecto. Al contrario, checos, polacos y rumanos hicieron cuanto estuvo de su mano para impedir cualquier manifestación de la personalidad ucraniana. Sin duda alguna, Polonia fue la más brutal en su represión: campesinos expropiados, maestros ucranianos apaleados, bibliotecas incendiadas deportaciones masivas de la población; centros de estudios ucranianos dispersados por agentes provocadores a sueldo de la policía polaca, etc.
Y eso no es nada, comparado con lo que deben sufrir los ucranianos del Este: disolución de todos los organismos locales; ejecuciones de kulaks por decenas de millares, requisas de pequeñas propiedades rurales. Cuando, en 1932, «el año del hambre», miles de familias ucranianas intentan huir a Rumania, Stalin coloca la frontera en Estado de sitio; durante meses el Dniester acarreará cadáveres de fugitivos abatidos por las patrullas del Ejército rojo. Georges Champeaux reproduce (3) ciertas cifras y datos facilitados en el VIII Congreso del Partido comunista. Según ellos, de los 5.618.000 kulaks que existían en 1928, no quedaban el 1º de enero de 1934, más que 149.000 individuos despojados de todos sus derechos y propiedades. De los 5.469.000 que faltaban, 1.500.000 habían muerto de hambre o habían sido sumariamente ejecutados. Los otros, habían sido deportados, a Siberia o trabajaban en condiciones infrahumanas, en la construcción del Canal Moscú-Volga. Una última prueba les reserva Stalin a los ucranianos en 1935: en previsión de un ataque alemán, y desconfiando de la lealtad a los soviéticos de los habitantes de Ucrania, hace arrasar cuatrocientos pueblos de las cercanías de las fronteras de Ucrania con Polonia y Rumania, y ordena la deportación al interior de Rusia, de trescientas mil personas.
Lejos de descorazonar al patriotismo ucraniano las persecuciones polaca y soviética no hacen más que exasperarlo. El coronel Konovaletz, que dirigía la «Organización militar ucraniana» que combatía, en lucha de guerrillas contra polacos y soviéticos a la vez, se convirtió en un personaje de leyenda. En 1929, Konovaletz crea otra organización, la «Liga de nacionalistas ucranianos». Estos movimientos actúan sobre la masa del pueblo ruteno, llegando a constituir un serio problema para Moscú. La G.P.U. consigue infiltrar a uno de sus elementos el judío Wallach, dentro de la organización de Konovaletz hasta conseguir ganarse la confianza de éste. Wallach asesinará a Konovaletz en abril de 1938.
Otro judío, Schwartz-Bart, había asesinado, en París, en mayo de 1926, al predecesor de Konovaletz y héroe de la independencia ucraniana. Petliura.
* * *
Todos los patriotas ucranianos siguieron la crisis germanocheca a propósito de los Sudetes con apasionada atención.
Lógicamente. la sacudida que conmovía a la creación artificial de Benes y Massaryk debía repercutir en beneficio de las aspiraciones nacionales de los ucranianos de la Rutenia Transcarpática.
Como sabemos una parte de los territorios ucranianos sometidos a Praga, la comarca de Téscheno, fue reivindicada por Polonia. Daladier aconsejó a Benes de no oponerse a la invasión de ese territorio por las tropas polacas. Benes obedecerá. A las fuerzas que mandan en Benes les interesa conservar y si es posible, fortalecer, la barrera polaca, que preserva a Stalin del ataque frontal alemán.
Hitler y Mussolini intentaron en Munich hacer reconocer el derecho de los ucranianos de Checoslovaquia a su autogobierno. La idea maestra del Führer era crear una Ucrania autónoma, bajo soberanía alemana, que serviría de canal para la invasión de la Rusia soviética. El núcleo de esa nueva Ucrania lo constituirla la Rutenia Transcarpática. Pero esa idea hitleriana será ferozmente combatida, no solamente por Londres y París, sino por Beck, ministro de Asuntos Exteriores de Polonia y sucesor de Benes como campeón de las pequeñas naciones» (4).
Beck prometió al conde Csaki, jefe del Gabinete del Ministerio de Asuntos Exteriores de Hungría, todo su apoyo para las reivindicaciones húngaras a Checoslovaquia. El Gobierno de Imredy, como sabemos, se limitó a pedir, en una nota conjunta enviada a Londres, Paris, Roma, Praga y Berlín, la devolución de los territorios húngaros colocados bajo soberanía checoslovaca en 1919, pero Beck insistió en que Hungría se anexionara todo el territorio ruteno. De esta manera, Polonia y Hungría tendrían una frontera común. Los motivos de Beck para mostrarse tan sospechosamente generoso hacia Budapest eran:
a) Constituir entre Alemania y la U.R.SS. una especie de Osten-Europa de la que él hubiera sido el líder.
b) Hacer salir a Hungría de la zona de influencia alemana.
c) Impedir la liberación de los ucranianos de la Rutenia Transcarpática, lo que no hubiera dejado de excitar el irredentismo de los ucranianos de Galitzia.
Estos tres objetivos coincidían plenamente con el interés del "Partido de la guerra" afincado en Occidente, del que ya hemos hablado, y de cuya composición y objetivos hablamos al final del presente capitulo. Dicho Partido de la guerra buscaba apuntalar la barrera polaca, que impedía el choque, que quería evitarse a toda costa, entre Hitler y Stalin. El interés del Nacionalsocialismo alemán y de Hitler, apóstol de la «Drang Nach Osten» -la marcha hacia el Este- consistían en ganarse el favor del pueblo ucraniano. Si Alemania conseguía liberar a los rutenos, suscitaba entre los demás ucranianos una doble esperanza: el fin de la tiranía soviética y la posterior creación de una Ucrania autónoma bajo soberanía del Reich. La independencia, o, cuando menos, la autonomía de Rutenia, significaba ganar las simpatías de cuarenta y tres millones de ucranianos. Por otra parte, la importancia estratégica de la Rutenia Transcarpática la convierte en el centro de la política europea de aquel momento. Rutenia es el camino ideal para un ejército que, partiendo de Viena, y a través de Eslovaquia, bajo influencia alemana, se dirigiera hacia la Ucrania dominada por los soviéticos. Su extremo oriental está a sólo 135 kilómetros de los puestos fronterizos avanzados de la U.R.S.S. Por lo tanto, el llamado "Plan Beck", consistente en establecer una frontera polacomagiar, equivalía a cerrar el paso natural de la «Drang Nach Osten».
Como hemos visto en el precedente capitulo, Hungría se negará a entrar en las combinaciones de Beck, y someterá su caso a una Comisión de Arbitraje germanoitaliana. Evidentemente, las decisiones del arbitraje de Viena son acogidas con satisfacción por el pueblo ucraniano. Una parte de la patria ha logrado la autonomía; los militantes de la Gran Ucrania podrán organizarse legalmente desde allí. Un Partido de tendencia nacionalsocialista, el «Partido Nacional Ucraniano» se constituye en Chust, capital de Rutenia. Entre tanto, la agitación irredentista estalla no sólo en Galitzia, sino en Kiev. Medio centenar de oficiales ucranianos del Ejército rojo son deportados a Siberia bajo la inculpación de complot contra la unidad de la patria soviética.
LAS MANIOBRAS DE BECK
El arbitraje de Viena causa gran decepción en Varsovia. La autonomía de Rutenia ha redoblado las esperanzas de los ucranianos de Galitzia, y estudiantes ucranianos y polacos han llegado a las manos en Lwow. La ley marcial es declarada en Lemberg. La Prensa anglofrancesa acusa a Alemania de sostener a los «separatistas» ucranianos.
Desde Nueva York, se azuza a Beck y a su presidente, Moscicki, contra Alemania. El 19 de noviembre, el conde Potocki, embajador polaco en Washington, se entrevista con William C. Bullitt, ex embajador de Roosevelt en Moscú y miembro del poderoso «Brains Trust» que gobierna en la Casa Blanca. Bullit asegura a Potocki que, en caso de guerra entre Alemania y Polonia, los Estados Unidos estarán al lado de Varsovia. Como Potocki objetara que Alemania no ha presentado, aún, ninguna reclamación a Polonia, Bullitt, habló de la cuestión ucraniana y de las tentativas alemanas en Ucrania. Confirmó que Alemania dispone de un personal ucraniano completo, preparado para la futura administración de Ucrania, donde los alemanes pensaban fundar un Estado autónomo, bajo dependencia alemana. Una tal Ucrania sería muy peligrosa para Polonia, pues haría sentir necesariamente su influencia sobre los ucranianos de Galitzia... Por esta razón la propaganda del doctor Goebbels se orienta en el sentido del nacionalismo ucraniano, y Rutenia Transcarpática, cuya existencia es vital para Alemania por razones de orden estratégico, debe servir de punto de partida de esa futura empresa.
Por mediación de Potocki, Beck responde a Bullitt, asegurándole que Polonia está dispuesta a oponerse por todos los medios a la expansión alemana hacia el Este.
El 26 de noviembre de 1938, un comunicado oficial, publicado simultáneamente en Moscú y Varsovia confirma, con toda solemnidad, el pacto de no agresión polacosoviético (5). Todas las convenciones polacosoviéticas existentes, incluyendo el pacto de amistad y no agresión de 1932 continúan siendo, en toda su extensión, la base de las relaciones entre Polonia y la U.R.S.S.» Beck ha sido el artífice de esa nueva maniobra. Dos días después, en una entrevista concedida a un reportero del Times, el ministro de Asuntos Exteriores polaco confirmará que, con tal de impedir la realización de los planes alemanes en Ucrania, Polonia se aliará con quien sea. «Tenemos intereses comunes con la U.R.S.S.», dirá Beck.
Los gobernantes de Varsovia tienen mala memoria; una mala memoria que corre parejas, en el caso ucraniano, con la mala fe.
Han pretendido olvidar que, en noviembre de 1919, el héroe nacional de Ucrania, Petliura, refugiado en Polonia, había concluido un acuerdo con Pilsudski, tendente a la liberación de la Ucrania Oriental del yugo bolchevique, a cambio de lo cual, los ucranianos renunciaban a Galitzia en favor de Polonia, y que, a pesar de esos acuerdos, Polonia firmó con la U.R.S.S., el 18 de marzo de 1921, el Tratado de Riga, por el cual ambos países se repartían Ucrania. La declaración conjunta polacosoviética del 26 de noviembre de 1938 es una repetición del Tratado de Riga el cual, a su vez, es la moderna versión del Tratado de Andrusovo.
En Andrusovo, Juan-Casimiro de Polonia y el zar Alejandro traicionaron sus acuerdos con los cosacos para repartirse Ucrania. En Riga, Pilsudski traicionaría sus acuerdos con Petliura para hacerse confirmar por Lenin la posesión de Galitzia. En noviembre de 1938, Beck se entiende con Stalin contra los nacionalistas ucranianos y su campeón del momento, Hitler. Es una ley de la Historia: para mantener a Ucrania bajo su dominación común, Polonia y Rusia siempre han estado y siempre estarán de acuerdo. Pero lo que olvidan los megalómanos de Varsovia es que existe otra ley histórica, según la cual, Rusia, blanca o roja, siempre estará de acuerdo con Alemania, con Austria-Hungría, con Lituania, con Suecia o con quien sea, para presidir el reparto de Polonia...
EL POLVORIN POLACO
La «Drang Nacho Osten» había conseguido, con la liberación de Rutenia Transcarpática, una vía de acceso. Pero tal vía de acceso era insuficiente para la campaña de Rusia que Hitler y el Alto Estado Mayor de la Wehrmacht preparaban. La Alemania de 1938 no tenía fronteras comunes con la U.R.S.S. Prusia Oriental se hallaba cerca de la Unión Soviética y era, juntamente con la Rutenia recientemente liberada, otro camino natural de la marcha hacia el Este, pero se encontraba artificialmente separaba del resto de Alemania por el titulado «Corredor» polaco, que los nefastos estadistas de Versalles adjudicaron a Polonia contra toda noción de derecho. El ataque a Rusia sólo podía realizarse en la zona del Báltico, si se atendían las demandas de Hitler a Polonia. El Führer pedía:
a) Que Dantzig, ciudad indiscutiblemente alemana y, teóricamente, libre, fuera devuelta al Reich.
b) Que se permitiera construir a Alemania, a través del «Corredor», un ferrocarril y una carretera que permitiera unas comunicaciones normales con su provincia de Prusia Oriental.
A cambio de la devolución de Dantzig y su puerto, y la autorización a construir un ferrocarril y una autopista -condiciones sine qua non para la organización del ataque contra la U.R.S.S.- Alemania ofrecía renunciar a los territorios alemanes que en Versalles habían sido adjudicados a Polonia y reconocer las fronteras de 1919 y, además, garantizar el libre acceso de Polonia báltica. Pero antes de seguir adelante, consideramos necesario un análisis del caso del «Corredor» y la nueva Polonia, creada en Versalles como un «contrapeso contra la influencia y el poderío germánicos» (6).
El nuevo Estado polaco, después de casi un siglo y medio de eclipse, reaparece a consecuencia del Punto XIII de Wilson, redactado así:
«Se formará un Estado polaco independiente, englobando todos los territorios indiscutiblemente polacos, que tendrá asegurado su libre acceso al mar, y cuya independencia política, así como su integridad nacional, deberán ser garantizadas por un tratado internacional.»
A pesar de que los mismos vencedores acordaron en Versalles que por «territorios indiscutiblemente polacos» se entendían las comarcas donde la población fuera polaca al menos en un 51 %, se adjudicaron al nuevo Estado inmensas regiones donde la población era mayoritariamente alemana, rusa, ucraniana, lituana, bielorrusa y hebrea. La llamada «Polonia» reconstruida en Versalles, abarcaba una población de unos 32.000.000 de habitantes que, atendiendo a su origen étnico, se distribuían así:
Polacos 18.000.000 Ucranianos 6.500.000 Alemanes 4.500.000 Judíos 1.500.000 Lituanos 800.000 Rusos 700.000
Es decir, que los polacos representaban aproximadamente el 56% de la población total del Estado. Añadiéndoles los judíos, apenas el 61%.
El Punto XIII de Wilson aseguraba a Polonia el «libre acceso al mar». Exceptuando a Clemenceau, obsesionado con la idea de fortalecer al máximo al gendarme polaco, cuya misión era vigilar a Alemania, todos los estadistas de Versalles estuvieron de acuerdo en que el acceso al mar debía proporcionarse a Polonia, bien mediante la internacionalización del Vístula, bien mediante la creación de un puerto franco internacional en Dantzig, Koenigsberg o Stettin. Así lograría Polonia su salida al Báltico sin atropellar ninguna ley natural o historica.
El mariscal Foch dijo, en cierta ocasión, que el «Corredor» de Dantzig, creado en Versalles, sería motivo de una Segunda Guerra Mundial, propósito recogido por el historiador francés Bainville en la obra citada anteriormente. A la luz de los acontecimientos posteriores creemos que, de hecho Dantzig fue el polvorín colocado adrede por la «fuerza secreta e inidentificable» en uno, de los caminos naturales de Alemania hacia Rusia. Esa «fuerza» a que se refería Wilson utilizó, en su provecho, la germanofobia enfermiza de Clemenceau, la ignorancia supina de la delegación americana en Versalles y la xenofobia patriotera de los polacos. Así se creó, despreciando el «derecho de los pueblos a disponer de sí mismos», el «Corredor» que convertía a la Prusia Oriental, con Koenigsberg, en un islote separado del resto de Alemania.
Que la célebre «salida al mar» no era más que un pretexto cómodo para dividir a Alemania, fortalecer a Polonia y crear una psicosis de guerra permanente, y no una necesidad vital polaca, como pretendían Dmowski y demás líderes del nuevo Estado lo demuestra el hecho de que, en 1939, el comercio marítimo de Polonia representaba, sólo, el 6% del comercio exterior del país, y estaba casi exclusivamente alimentado por la exportación del carbón de la Alta Silesia; es decir que provenía de un territorio que el Tratado de Versalles arrebató a Alemania.
El derecho de plebiscito no se aplicó en Dantzig, a pesar de haberse comprometido a ello, los vencedores, pues es evidente que, de haberse consultado a la población, jamás ésta hubiera aceptado ser puesta bajo la soberanía polaca. Dantzig es una ciudad alemana desde su fundación -fue construida por los caballeros teutónicos en el siglo XI- y su población, en 1919, era alemana en un 96,5%, contando solamente con un 3,5% de polacos y judíos. La Prusia Occidental del «Corredor» estaba, así mismo, habitada por una mayoría de alemanes -903.000- y una relativamente importante minoría de polacos, judíos y cachubes (eslavos oriundos de Pomerania y feroces rivales de los polacos) cuyo total se acercaba al medio millón de personas. El 11 de julio de 1920 se celebraron plebiscitos en las ciudades de Allenstein y Marienwerder, en la Prusia Occidental adjudicada a Polonia, consultando a la población si deseaban la anexión a Polonia o formar parte del Reich. De 475.925 votos emitidos, 460.054, o sea un 96,6% votaron a favor de Alemania, pero las autoridades locales impidieron la celebración de nuevos plebiscitos (7).
Jacques Bainville explicaba así la inviabilidad del «Corredor» polaco:
«Imaginemos, por un momento, que Francia ha sido vencida y que, por una razón cualquiera, el vencedor ha considerado necesario ceder a España un corredor que llega hasta Burdeos, dejándonos el departamento de los Bajos Pirineos y Bayona. ¿Cuánto tiempo soportaría Francia una tal situación?»
Y el mismo Bainville responde:
«La soportaría todo el tiempo que el vencedor conservara su superioridad militar y España pudiera conservar el «Corredor». Lo mismo sucederá, fatalmente, con el «Corredor» de Dantzig y la Prusia Occidental. Sería un milagro que Alemania consintiera en considerar sus fronteras del Este como definitivas» (8).
Otro historiador francés, Alcide Ebray, comentaba así el peligro que representaba para la paz el creciente apetito de Polonia:
«Si quiere justipreciarse exactamente lo que representa la solución dada al problema del acceso polaco al mar, hay que pensar, sobre todo, en el futuro. Es preciso contemplar el mapa de esas regiones y reflexionar. Se comprenderá entonces que la Ciudad Libre de Dantzig y la Prusia Oriental forman, ahora, un enclave en territorio polaco, y que Polonia, con el paso del tiempo, tendrá, necesariamente, una tendencia a apoderarse del mismo» (9).
Una verdadera legión de historiadores y publicistas no alemanes reconocieron, en su día, que, no ya la artificiosa solución del «Corredor», sino la misma resurrección de Polonia -al menos en la forma que se había hecho en Versalles- era un error y un verdadero crimen político. «Se ha creado una Polonia artificial que, con su «Corredor» cortando en dos a Prusia, y su frontera de Silesia para favorecer los intereses polacos; con sus treinta y dos millones de habitantes, de los cuales casi el cuarenta y cinco por ciento son alógenos hostiles, no es viable. Esa importante minoría de ucranianos, alemanes, rusos blancos y lituanos, está siendo salvajemente oprimida... Los ucranianos de Galitzia han perdido todos los derechos de que gozaban cuando dependían de la soberanía austrohúngara, bajo cuyo régimen poseían sus propias escuelas y varías cátedras en la Universidad de Lemberg. Toda protesta cerca de la Sociedad de Naciones provoca la persecución de la policía polaca. Un verdadero terrorismo organizado reina en el país» (10).
La ciudad de Dantzig había sido declarada "libre" en el Tratado de Paris (15 de noviembre de 1920) pero, en la práctica, se concedían al Gobierno polaco todos los resortes del mando y de la administración. Las relaciones de Dantzig con el exterior eran aseguradas por Varsovia, de la que dependían también el puerto, los ferrocarriles, los servicios postales, telegráficos y telefónicos, la emisora de radio, los servicios de Aduanas, los canales, el uso del río Vístula dentro de los limites de la ciudad, y las carreteras. En realidad, pues, Dantzig no era «libre» más que en teoría. Huelga decir que los habitantes de Dantzig no tenían, tampoco, derecho a la libre determinación es decir, no podían renunciar a su pretendida «libertad» optando, democráticamente, por el retorno a la soberanía alemana (11).
Pero a Polonia no le bastaba con la «colonia» de Dantzig ni con oprimir a sus minorías; quería forzar a los alemanes de la ciudad «libre» a emigrar, para repoblarla con polacos. Para ello, el Gobierno de Varsovia tomó una serie de medidas que contravenían el espíritu y la letra del Tratado de París; desvió su tráfico naval hacia el puerto de Gdynia, cuya construcción fue encomendada a un consorcio francés, destinado a arruinar Dantzig y obligar a sus moradores a emigrar a Alemania. Toda clase de trabas burocráticas, impuestos «especiales» y medidas discriminatorias arbitradas por Varsovia hicieron descender las actividades de Dantzig y su puerto en un 84% con relación a 1914 (12).
Las relaciones entre Polonia y Alemania, como ya hemos visto en los capítulos I y III, debían resentirse, lógicamente, de la creación del «Corredor»; agravando la situación las incursiones de Korfanty en Silesia, el intento de invasión de la Prusia Oriental por Pilsudski y el Tratado polacosoviético de 1932.
Sólo después de la elección de Hitler como canciller del Reich se apaciguaron los ánimos. El Führer había comprendido que una discusión constante sobre la cuestión germanopolaca significaría una permanente inquietud para Europa. Él dio, pues, el primer paso hacia Polonia y se esforzó en encontrar con Pilsudski un arreglo entre los dos países, un status quo temporal que, así lo esperaba Hitler, crearía relaciones más amistosas y confiantes entre Polonia y Alemania, y finalmente conduciría a una solución pacífica de las cuestiones territoriales. Así se concluyó la Convención germanopolaca de 1934, que dejaba los límites fronterizos entre ambos países tal como estaban, durante diez años, al cabo de los cuales se volvería a estudiar la cuestión.
Las proposiciones de Hitler a finales de 1938, pidiendo la libre determinación para Dantzig que, al fin y al cabo, era una ciudad «libre», y la construcción de un ferrocarril y una autorruta extraterritorial, no afectaban para nada a las fronteras de Polonia. Pero el realista Pilsudski había muerto sin poder terminar su obra -consolidar la nueva Polonia y aliarse con Alemania contra la U.R.S.S.- y en su lugar se encontraban ahora políticos como Beck, Smigly-Ridz y Moscicki, cuya orientación era más «democrática» que polaca. Y las propuestas de Hitler, que incluso en Inglaterra y Francia fueron consideradas moderadas fueron rechazadas por Varsovia bajo el pretexto de que «las dificultades políticas interiores impedían tomarlas en consideración».
En febrero de 1939, las relaciones entre los dos países empeoraron aún más, a causa de las manifestaciones antialemanas ocurridas en Varsovia. Berlín acusó a Varsovia de haber fomentado discretamente tales «manifestaciones espontáneas». Un mes más tarde, Polonia movilizaba a cuatro reemplazos. Y, el 31 de marzo, Inglaterra le da un cheque en blanco a Polonia. No le promete una simple ayuda militar o económica: le promete, por boca de Chamberlain -ya definitivamente arrastrado por el clan belicista- nada menos que:
«En el caso de una acción que amenazara claramente la independencia polaca y que el Gobierno polaco consideran necesario combatir con sus fuerzas armadas, Inglaterra y Francia les prestarán toda la ayuda que permitan sus fuerzas».
Es decir que, según esa «garantía» anglofrancesa. Polonia tiene toda latitud para interpretar a su conveniencia cualquier actitud alemana o no alemana; y puede responder a toda acción «agresiva» (sin molestarse en precisar, exactamente, qué se entiende, exactamente, por «acción agresiva») contra sí misma o contra terceros que directa o indirectamente puedan afectarla -o crea ella que puedan afectarla-, con el uso de sus fuerzas armadas, las cuales serán inmediatamente asistidas «por toda la ayuda que permitan las fuerzas de Inglaterra y Francia» (13).
Jamás, en todo el transcurso de la historia de los hombres, un Estado soberano se ha atado de tal manera a otro. Jamás un Estado realmente soberano ha ido a la guerra por defender los intereses de otro. Y menos que nadie, Inglaterra.
Posteriormente se sabría que Chamberlain -constitucionalmente, ya que no realmente- la primera autoridad política del imperio británico, se avino a otorgar la famosa «garantía» a Polonia basándose en una falsa información de las agencias de noticias internacionales (14) según la cual los alemanes habían enviado un ultimátum de 48 horas a Varsovia. Una vez dada su «garantía», Chamberlain no podía volverse atrás sin firmar el decreto de su muerte política (15). El clan belicista, con Churchill y Eden a la cabeza, había ido ganando posiciones hasta llegar a imponerse totalmente a un Chamberlain engañado, traicionado por su propio Partido, y enfermo.
El cheque en blanco dado a Varsovia representaba, jurídicamente hablando, una violación anglofrancesa al espíritu y a la letra de los acuerdos de Munich, donde se había decidido que las futuras diferencias entre los cuatro firmantes o que afectaran a la paz de Europa, serían discutidas en conferencias internacionales. Hitler hizo una propuesta concreta, a propósito del «Corredor», a Polonia e, ipso facto, sugirió a Inglaterra, Francia e Italia, que intervinieran como mediadores. La respuesta anglofrancesa consistió, prácticamente, en aconsejar a los belicistas de Varsovia una política de intransigencia que hacía inútil todo diálogo.
Es una tragedia que un conflicto mundial hubiera de estallar, nominalmente al menos, a pretexto de un caso tan diáfano como el del «Corredor». Wladimir d'Ormesson, escritor y critico francés, que no puede ser calificado de «nazi» escribía, en 1932:
«La verdad es que el «Corredor» representa una mancha sobre el mapa de Alemania, y que tal mancha corta en dos al territorio nacional; algo que un párvulo de cinco años, en la escuela de su pueblo, es capaz de comprender. Esa es, justamente, la única cosa que él puede comprender en política extranjera. En suma, se trata de una simple «cuestión visual». De una mancha de color sobre un mapa. He aquí el prototipo de una clásica cuestión de prestigio, con todo lo que esa palabra comporta de peligroso» (16).
La garantía francobritánica, en realidad, sólo tendía a consagrar a Polonia como barrera que impedía el mortal ataque de Hitler a Stalin. Y prueba de ello es que, unos meses más tarde, cuando la U.R.S.S. apuñalaría por la espalda a Polonia, la famosa garantía de Londres y París no sería aplicada. El curioso redactado de la misma, demás, no sólo cortaba el paso hacia Rusia por el sector Norte utilizando Dantzig como base de tránsito hacia la Prusia Oriental, sino que establecía otra barrera en el Sur, donde la cuña rutena quedaba definitivamente bloqueada, toda vez que Polonia no dejaría de aplicar la garantía en el caso de Ucrania.
Pero el chauvinismo polaco recibiría todavía, nuevos alientos esta vez desde Washington. El embajador conde Jerzy Potocki informó a Beck, por aquél entonces, de que «...el ambiente que reina en los Estados Unidos se caracteriza por el odio contra el fascismo y el nacionalsocialismo, especialmente contra el canciller Hitler... La propaganda se halla en manos de los judíos, los cuales controlan casi totalmente el Cine, la Radio y la Prensa. A pesar de que esta propaganda se hace muy groseramente, tiene muy profundos efectos, ya que el público de este país no tiene la menor idea de la situación real de Europa» (17).
En el mismo informe, el conde Potocki citaba a los intelectuales judíos que estaban al frente de la campaña antialemana y propugnaban la mayor ayuda posible a Polonia: Bernard M. Baruch, Felix Frankfurter, Louis D. Brandeis, Herbert H. Lehmann, el secretario de Estado Morgenthau, el alcalde de Nueva York, Fiorello La Guardia, Harold Ickes, Harry Hopkins y otros amigos íntimos del presidente Roosevelt.
Ya a principios de 1939, Roosevelt había iniciado los preparativos para una futura guerra contra Alemania, si bien con la idea de «no tomar parte en la misma al principio, sino bastante tiempo después de que Inglaterra y Francia la hubieran iniciado» (18). La razón es obvia: Roosevelt no intervendrá al principio por que prefiere dejar que los europeos se despedacen entre sí; luego ya vendrá él a «salvarlos». William C. Bullitt, embajador en Moscú y su colega Joseph P. Kennedy en Londres, recibieron instrucciones en el sentido de presionar a los Gobiernos francés e inglés para que «pusieran fin a toda política de compromiso con los estados totalitarios y no admitir con ellos ninguna discusión tendente a provocar modificaciones fronterizas ni cambios territoriales» (19). Bullit y Kennedy, además informaron a París y Londres de que «los Estados Unidos abandonaban definitivamente su política aislacionista y estaban preparados, en caso de guerra, a sostener a Inglaterra y Francia poniendo todo su dinero y materias primas a su disposición» (20).
La tensión entre Alemania y Polonia hubiera sido fácilmente eliminada de no haber intervenido Inglaterra y Francia, empujadas por los Estados Unidos. Es un hecho corrientemente admitido, hoy en día, que Varsovia estaba dispuesta a permitir la construcción de la autorruta y del ferrocarril extraterritorial y a no poner obstáculos a la libre disposición de los habitantes de la «Ciudad Libre» de Dantzig (21). En un report enviado por Raczynski, embajador polaco en Londres, a su Gobierno, el 29 de marzo de 1939 el Gobierno británico le dio, verbalmente, una garantía de ayuda en caso de ataque alemán a Polonia, garantía que sería confirmada y ampliada oficialmente, unos días después. Amparándose en la garantía anglo-francesa, en las promesas de Washington y en su pacto de amistad con la U.R.S.S., el Gobierno de Varsovia creyó llegado el momento de pasar a la contraofensiva diplomática.
En un memorándum entregado por Lipski, embajador polaco en Berlín, a Von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores del Reich, Polonia rehusaba todas las sugerencias de Alemania con respecto al «Corredor» Dantzig, y la participación o, al menos, la benévola neutralidad de Polonia con relación al proyectado ataque alemán contra la U.R.S.S. «Cualquier intento de llevar a la práctica los planes alemanes y, especialmente incorporar Dantzig al Reich, significará la guerra con Polonia» añadió Lipski (22).
En Varsovia y Cracovia se organizan manifestaciones espontáneas» contra Alemania. Resuenan gritos de «¡A Dantzig!» y «¡A Berlín!» Violando su propia constitución -que le obliga a respetar las instituciones docentes de sus minorías nacionales-, el Gobierno polaco confisca docenas de asociaciones culturales alemanas; de las 500 escuelas alemanas que hay en Polonia 320 son cerradas. Se producen detenciones arbitrarias de alemanes residentes en Polonia, y la opresión alcanza su punto álgido precisamente en Dantzig. Paisanos de Silesia cruzan todos los días la frontera con dirección a Alemania pues nadie les protege contra las vejaciones de que les hacen objeto los polacos.
La situación internacional ha llegado a su punto culminante. Ya no se trata de Dantzig, ni del «Corredor»; se trata de la consolidación de una política de fuerza dirigida contra el núcleo principal de Europa; política alimentada por la xenofobia francesa, el imperialismo yanki que ve en el suicidio europeo la premisa para su posterior hegemonía mundial, el deseo de Stalin de desviar la amenaza alemana sobre la U.R.S.S., el miedo inglés a perder sus mercados tradicionales en el continente (23) ante la formidable expansión comercial de Alemania, y, sobre todo, el furor racial del judaísmo internacional. Sobre la influencia capital de este último factor convendrá hacer un inciso.
CRUZ GAMADA Y ESTRELLA JUDÍA
Los judíos siempre han estado en guerra con los gentiles. No en guerra abierta desde luego, pero puede hallarse confirmación de este estado de beligerancia permanente en los libros «sagrados» del judaísmo empezando por el Talmud. Incluso la Biblia testimonia de ese estado de guerra constante en que se halla el pueblo judío con relación a todos los demás. Benjamín Disraeli, el judaico Premier británico, nos facilita un testimonio de parte contraria de incalculable valor, a propósito de esa constante y no declarada guerra del judío contra la civilización. Occidental el Cristianismo y, en todo caso, contra el Mundo Blanco:
«La influencia de los judíos puede ser hallada en la última aparición de principios disolventes que están conmoviendo a Europa. Se está desarrollando una insurrección contra toda tradición y contra la aristocracia... La igualdad natural de los hombres y la derogación del principio de propiedad son proclamadas por las sociedades secretas que forman los Gobiernos provisionales, y hombres de raza judía se encuentran al frente de cada uno de ellos. El pueblo elegido de Dios coopera con los ateos: los mayores acumuladores de propiedad se alían con los comunistas: la raza elegida se da la mano con las más bajas castas de Europa: y todo ello por que deseamos destruir a esa Cristiandad ingrata, que nos debe hasta su nombre y cuya tiranía no podemos soportar por más tiempo.»
En la misma obra (24) Disraeli afirma que la raza judía es la superior y que, por lo tanto está destinada a gobernar el mundo.
Ochenta años después de haber escrito lo que antecede Disraeli, y de haberse vanagloriado de que su raza estaba en el origen de la mayoría de los conflictos sangrientos desatados entre los pueblos cristianos (25), el judaísmo organizaba, para salvar a su criatura, la Unión Soviética, y destruir a Alemania y a Europa, el mayor cataclismo bélico de todos los tiempos.
El 2 de enero de 1938, el Sunday Chronicle, de Londres, publicaba un artículo titulado: «JUDEA DECLARA LA GUERRA A ALEMANIA» en el que, entre otras cosas, se decía:
"El judío se encuentra ante una de las crisis más graves de su historia. En Polonia, Rumania, Austria, Alemania, se halla de espaldas a la pared. Pero ya se prepara a devolver golpe por golpe. Esta semana, los líderes del judaísmo internacional se reúnen en un pueblecito cerca de Ginebra para preparar una contraofensiva. Un frente unido, compuesto de todas las secciones de los Partidos judíos se ha formado, para demostrar a los pueblos antisemitas de Europa que el judío insiste en conservar sus derechos. Los grandes financieros internacionales judíos han contribuido con una cantidad que se aproxima a los quinientos millones de libras esterlinas. Esa suma fabulosa será utilizada en la lucha contra los estados persecutores. Un boicot contra la exportación europea causará, ciertamente, el colapso de esos estados antisemitas" (26).
El 3 de junio de 1938, el muy influyente The American Hebrew, portavoz del judaísmo norteamericano escribía, en un editorial:
"Las fuerzas de la reacción contra Hitler están siendo movilizadas. Una alianza entre Inglaterra, Francia y Rusia derrotará más pronto o más tarde, a Hitler. Ya sea por accidente ya por designio, un judío ha llegado a la posición de la máxima influencia en cada uno de esos países... Léon Blum es un prominente judío con el que hay que contar. Él puede ser el Moisés que conduzca a nuestro lado a la nación francesa. ¿Y Litvinoff? El gran judío que se sienta al lado de Stalin inteligente culto, capaz, promotor del pacto francorruso gran amigo del presidente Roosevelt: él (Litvinoff) ha logrado lo que parecía increíble en los anales de la diplomacia: mantener a la Inglaterra conservadora en los términos más amigables con los rojos de Rusia. ¿Y Hore Belisha? Suave, listo, inteligente, ambicioso y competente... su estrella sube sin cesar... Esos tres grandes hijos de Israel anudarán la alianza que, pronto enviará al frenético dictador, el más grande enemigo de los judíos en los tiempos modernos al infierno al que él quiere enviar a los nuestros. Es cierto que esas tres naciones, relacionadas por numerosas acuerdos y en un estado de alianza virtual aunque no declarada, se opondrán a la proyectada marcha hitleriana hacia el Este y le destruirán (a Hitler). Y cuando el humo de la batalla se disipe podrá contemplarse una curiosa escena, representando al hombre que quiso imitar a Dios, el Cristo de la swástica, sepultado en un agujero mientras un trío de noarios entona un extraño réquiem que recuerda, a la vez a "La Marsellesa" al "Dios salve al rey" y a "La Internacional", terminando con un agresivo ¡Elí, Elí, Elí!"
Lo menos que puede decirse al comentar este texto es que, según la autorizada opinión del órgano oficial de la judería americana, un alto funcionario inglés, francés o ruso es, ante todo judío y está dispuesto a envolver a «su» patria oficial -en este caso Inglaterra, Francia o Rusia- en una guerra mundial con el exclusivo objeto de librar al pueblo judío de su mayor enemigo. ¡Pero si un ruso, inglés o francés auténtico osa pretender, públicamente, que el judío independientemente del lugar de su nacimiento es, antes que nada, judío, se va a la cárcel, por «difamación!»
Hay que insistir en el hecho de que el judaísmo -o, si se prefiere, el movimiento político internacional que se arroga la representación de los judíos, haciendo abstracción de sus "patrias" de nacimiento- había declarado la guerra a Alemania antes de la llegada de Hitler al poder. En efecto, el boicot antialemán empezó en Norteamérica en 1932 (es decir un año antes de la elección de Hitler como canciller del Reich). Por aquella época, el New York Times -diario propiedad de judíos y editado por judíos- publicaba anuncios que ocupaban una página entera: «BOICOTEEMOS A LA ALEMANIA ANTISEMITA!»
Samuel Fried, conocido sionista escribió en 1932: «La gente no tiene por qué temer la restauración del poderío alemán. Nosotros, judíos aplastaremos todo intento que se haga en ese sentido y si el peligro persiste destruiremos esa nación odiada y la desmembraremos (27).»
Unos días después de la subida de Hitler al poder, el judío Morgenthau, secretario del Tesoro de los Estados Unidos declaró que «América acababa de entrar en la primera fase de la Segunda Guerra Mundial» (28). Por su parte, el rabino Stephen Wise, miembro prominente del «Brains Trust» de Roosevelt anunció, por la radio, la «guerra judía contra Alemania» (29).
También por aquellas fechas, el editor del New York Morning Freiheit, un periódico comunista escrito en yiddisch, dirigió un llamamiento a los judíos del mundo entero para unirles en la lucha contra el nazismo.
En el verano de 1933 se reunió en Holanda la «Conferencia judía internacional del boicot» bajo la presidencia del famoso sionista Samuel Untermeyer -que a su vez era presidente de la «Federación mundial económica Judía» y miembro del «Brains Trust» de Roosevelt- y acordó el boicot contra Alemania y contra las empresas no alemanas que comerciaran con Alemania. A su regreso a América, Untermeyer declaró en nombre de los organismos que representaba, la «guerra santa» a Alemania, desde las antenas de la estación de radio W.A.B.C. el 7 de agosto de 1933. En el curso del mismo año fundó otra entidad, la «Non Sectarian Boicott League of América» cuya misión era vigilar a los americanos que comerciaban con Alemania (30).
En enero de 1934, Jabotinsky, el fundador del titulado «Sionismo Revisionista» escribió en Nacha Recht: «La lucha contra Alemania ha sido llevada a cabo desde hace varios meses por cada comunidad, conferencia y organización comercial judía en el mundo. Vamos a desencadenar una guerra espiritual y material de todo el mundo contra Alemania».
Herbert Morrlsson, que fue secretario general del Partido laborista británico y sionista convencido, habló en 1934 en un mitin celebrado para recaudar fondos para el titulado: «Consejo representativo judío para el boicot de los bienes y los servicios alemanes». Y dijo: «Es un deber de todos los ciudadanos británicos amantes de la libertad colaborar con los judíos en el boicot de los bienes y los servicios alemanes y hacer el vacío comercial a aquellos ingleses que quisieran comerciar con la Alemania antisemita. Precisamente, para boicotear a los ingleses que quisieran comprar o vender mercancías alemanas, dos judíos, Alfred Mond, Lord Melchett, presidente del trust «Imperial Chemical Industries», y Lord Nathan, de la Cámara de los Lores crearon una entidad que llegó a ser terriblemente eficaz en la guerra económica contra Alemania: la «Joint Council of Trades and Industries». También se creó una «Womens Shoppers League» que boicoteaba especialmente los productos agrícolas alemanes, y una «British Boycott Organization», dirigida por el hebreo capitán Webber, que organizaba la guerra económica en los dominios del imperio británico».
Todos estos actos de guerra económica y de boicot ilegal fueron permitidos y hasta alentados por los Gobiernos de la Gran Bretaña y los Estados Unidos de cuya composición hablamos más adelante.
Algo parecido ocurría en Francia. El hebreo Emil Ludwig, emigrado de Alemania vertía su hiel en los diarios franceses de todas las tendencias. En el ejemplar de junio de Les Aniles, Ludwig escribió que «Hitler no declarará nunca la guerra, pero será obligado a guerrear; no este año, pero más tarde. No pasarán cinco años sin que esto ocurra».
Otro exilado, Thomas Mann, escribía en La Depeche de Toulouse, el 31 de marzo de 1936: «Hay que acabar con Hitler y su régimen. Las democracias que desean salvaguardar la civilización no pueden escoger: Que Hitler desaparezca!» Y citamos a Mann y a Ludwig como botones de muestra de un extensisimo repertorio de escritores judíos que llevaban a cabo una guerra propagandística contra Alemania. Arnold Zweig, Remarque, Thomas Mann, el físico y matemático Albert Einstein, criptocomunista notorio, Julien Benda y otros muchos participaron en esa campaña de injurias exageraciones y falsos infundios. La Lumiere, periódico oficial de la francmasonería francesa era el campeón del clan antialemán, igual que en su día, lo había sido de los políticos «sancionistas» antiitalianos. Dirigía ese periódico de enorme influencia, el judío Georges Boris y eran sus principales colaboradores Georges Gombault Weisskopf, Saloman Grumbach y Emile Khan, correligionarios suyos, y Albert Bayet, presidente del Sindicato de periodistas. Otro periódico que participó vivamente en la campaña fue Le Droit de Vivre, órgano de los sionistas franceses. Bernard Lecache (Lekah) director de esa publicación y presidente de la L.I.C.A. -"Liga Internacional Contra el Antisemitismo" (31) escribió el 19 de noviembre de 1933: "Es obligación de todos los judíos declarar a Alemania una guerra sin cuartel".
El Gobierno francés no tomó ninguna medida contra esos israelitas a pesar de que al atacar a una potencia extranjera con la que Francia mantenía relaciones diplomáticas normales, se situaba al margen de la ley. Tampoco había tomado ninguna medida cuando, el 3 de abril de 1933 y en señal de protesta por que Hitler había prohibido a los hebreos alemanes dedicarse a las profesiones de periodismo abogacía y banca, el «Comité francés para el Congreso Mundial judío» la «L.I.C.A.», la «Asociación de antiguos combatientes voluntarios judíos» y el «Comité de defensa de los judíos perseguidos en Alemania» mandaron un telegrama a Hitler anunciándole el boicot de los productos alemanes en Francia y su imperio colonial.
Los judíos americanos, por su parte fueron los provocadores del incidente del Bremen, paquebote alemán cuya tripulación fue abucheada y apedreada en el puerto de Nueva York, por un millar de jóvenes hebreos, el 27 de julio de 1935. Los manifestantes pudieron llegar hasta el buque y, apoderándose de la bandera alemana, la arrojaron al agua. El incidente fue causa de la inculpación de cinco personas las cuales fueron absueltas por el juez Brodsky -judío también- que prácticamente felicitó a los delincuentes. El embajador del Reich en Washington, Herr Luther protestó oficialmente cerca de Cordell Hull. secretario de Estado que, oficialmente, presentó las excusas de su Gobierno por el incidente.
Las excusas de Hull fueron presentadas el 16 de septiembre, pero tres días antes el mismo Hull había anunciado a Luther que a partir del 15 de octubre de 1935, el gobierno americano aumentaría las tarifas aduaneras contra las mercancías alemanas, en señal de represalia por el trato dado por los alemanes a los judíos alemanes. Esto era una intolerable injerencia americana, bajo presión del judaísmo en los asuntos internos de otro país. Al mismo tiempo que Hitler dictaba medidas de orden interno contra los judíos alemanes, la G.P.U. desataba una campaña de terrorismo en Ucrania y Georgia, cuyas víctimas se contaban por decenas de millares. Esto era discretamente silenciado por la «Prensa libre» de América que, mientras encontraba normal la segregación racial en los Estados de la Unión, se irrogaba el derecho de encontrarla detestable en Europa.
En marzo de 1937 en una Asamblea del «Congreso judío americano», celebrada en Nueva York, el alcalde, Fiorello La Guardia, un judío oriundo de Fiume, insultó groseramente a Hitler. El citado «Congreso» votó, por unanimidad, el boicot contra Alemania e Italia (a pesar de que ésta última nunca tomó medidas especiales contra sus judíos). Los insultos de La Guardia motivaron una nueva protesta diplomática de Berlín, nuevamente atendida por Cordell Hull, bien que sin tomar medida especial alguna contra los provocadores (32).
Seis meses después (septiembre de 1937), se celebra en Paris el 1er Congreso de la Unión Mundial contra el racismo y el antisemitismo. Toman la palabra, entre otros los judíos Bernard Lecache, Heinrich Mann y Emil Ludwig, que se distinguen, juntamente con el «hermano» Campinchi, en el torneo de violencias verbales contra Alemania, el nacionalsocialismo y Hitler.
A principios de 1938, tenía un redoblado impulso la campaña antialemana en Francia. El israelita Louis Louis-Dreyfus, el «rey del trigo», financia generosamente los periódicos belicistas de Paris. Varias publicaciones que, hasta entonces, habían sido partidarias de una Entente con Alemania cambian súbitamente de parecer... «L'argent na pas d'odeur...»
Un periodista judío (¡no un «nazi»!), Emmanuel Berl, publicaba una revista, Pavés de Paris, en la cual denunciaba la existencia de un «Sindicato de la Guerra». Citaba nombres y cifras. Decía abiertamente que Robert Bollack, director de la Agencia Fournier y de la Agencia Económica y Financiera, había recibido varios millones de dólares, enviados desde América para «regar» a la Prensa francesa. «La acción de la alta finanza en el empeoramiento de las relaciones diplomáticas es demasiado evidente para que pueda ser disimulada (33)».
El semanario Le Porc Epic acusaba, entre tanto, a la «Union et Sau-vegarde Israélite», a nombre de la cual se reunían sumas importantes que luego se destinaban a «acondicionar» a la Prensa (34).
También Charles Maurras afirmaba en L´Action Française que los fondos de Nueva York para el «Comité de la Guerra» en Francia y Bélgica, los había traído el financiero Pierre David-Weill, de la Banca Lazard. Precisaba que tales fondos eran distribuidos por Raymond Philippe, antiguo director de la Banca precitada y por Robert Bollack. Maurras hablaba de tres millones de dólares y acusaba formalmente a las diversas ramas de la familia Rothschild de participar en el movimiento (35).
Los judíos más representativos y prominentes confirmaron a posteriori y en plena guerra, que ellos la habían declarado antes que nadie (36) y que ellos eran los causantes de la misma. El rabino M. Perlzweig jefe de la Sección británica del Congreso Mundial judío declaró, en 1940: «El judaísmo está en guerra con Alemania desde hace siete años. (37). Otro rabino Stephen Wise, presidente del Comité ejecutivo del Congreso Mundial judío escribió: «La guerra europea es asunto que nos concierne directamente» (38). Por su parte, el oficioso Jewish Chronicle, escribió, en un editorial (8 de mayo de 1942) que «... hemos estado en guerra con él (Hitler) desde el primer día que subió al poder».
El Chicago Jewish Sentinel, órgano de la judería de la segunda ciudad americana descubrió, el 8 de octubre de 1942 que «la Segunda Guerra Mundial es la lucha por la defensa de los intereses del judaísmo. Todas las demás explicaciones no son más que excusas».
Moshe Shertok que en 1948 sería jefe del Gobierno del Estado de Israel declaró (enero de 1943 ante la Conferencia sionista británica que el sionismo declaró la guerra a Hitler mucho antes de que lo hicieran Inglaterra, Francia y América, "porque esta guerra es nuestra (39) guerra". Y Chaim Weizzmann apóstol del sionismo ofreció antes de la declaración formal de guerra de Inglaterra y Francia al Reich, la ayuda de todas las comunidades judías esparcidas por el mundo y hasta propuso la creación de un Ejército judío que lucharía bajo pabellón inglés.
Pero la mejor prueba de que la guerra fue provocada deliberadamente por el judaísmo, nos la da el propio Sir Neville Chamberlain, el hombre que firmó la declaración de guerra de la Gran Bretaña al Reich, arrastrando, tras sí al satélite francés.
James V. Forrestal, secretado de Estado para la marina, anotó en su diario con fecha de 27 de diciembre de 1945 lo siguiente:
«Hoy he jugado al golf con Joe Kennedy (40). Le he preguntado sobre la conversación sostenida con Roosevelt y Chamberlain en 1938. Me ha dicho que la posición de Chamberlain era entonces, la de que Inglaterra no tenía ningún motivo para luchar y que no debía arriesgarse a entrar en guerra con Hitler. Opinión de Kennedy: Hitler habría combatido contra la URSS sin ningún conflicto posterior con Inglaterra de no haber mediado la instigación de Bullitt sobre Roosevelt, en el verano de 1939 para que hiciese frente a los alemanes en Polonia, pues ni los franceses ni los ingleses hubieran considerado a Polonia como causa suficiente de una guerra de no haber sido por la constante, y fortísima presión de Washington en ese sentido. Bullitt dijo que debía informar a Roosevelt de que los alemanes no lucharían. Kennedy replicó que lo harían y que invadirían Europa. CHAMBERLAIN Declaró QUE AMÉRICA Y EL MUNDO JUDÍO HABÍAN FORZADO A INGLATERRA A ENTRAR EN LA GUERRA.»
Las Memorias de Forrestal fueron publicadas con el título The Forrestal Diaries. El párrafo citado aparece en las páginas 121-122. Ninguno de los personajes aludidos por Forrestal desmintió una sola de sus manifestaciones.
Forrestal se refería a «América y el mundo judío».... Bien, pero ¿que «América»? En una encuesta realizada por el Instituto Gallup en 1940, el 83,5% de ciudadanos americanos consultados habianse mostrado contrarios a la idea de ver a su país mezclado en una nueva guerra mundial. Al lado de un 12,5% de respuesta vagas sólo un 4% de consultados se mostraron partidarios de la entrada en la guerra. El presidente Roosevelt fue reelegido precisamente por que acentuó, aún más que el otro candidato, su propaganda pacifista, con una serie de promesas que luego incumpliría.
Luego cuando Chamberlain decía que «América» fue uno de los factores que forzaron» a Inglaterra a declarar una guerra contraria a sus intereses se refería, sin duda posible, al Gobierno de la Casa Blanca, y no al pueblo americano. Analicemos, brevemente, la composición del Gobierno americano en la época azarosa que precede a la entrada de los Estados Unidos en la guerra mundial.
El presidente Roosevelt había sido elegido, por vez primera, en 1932. Su campaña electoral -un torrente de ruidosa propaganda que arrastró todo lo que se puso por delante - fue financiada por los siguientes personajes y entidades:
Bernard M. Baruch y su hermano Hermann;
William Randolph Hearst, el magnate de la Prensa;
El banquero Edward A. Guggenheim;
Los hermanos Percy y Jesse Strauss, de los almacenes Macyís;
Harry Warner, de la compañía cinematográfica Warner Bros;
John J. Raskab, bien conocido sionista;
Joseph P. Kennedy;
Morton L. Schwartz;
Joseph E. Davies, de la General Motors Co..;
Las hermanas Schenck, de la Loeb Cansolidated Enterprises;
La R. J. Reynolds Tobacco;
El banquero Cornelius Vanderbilt Whitney;
James D. Mooney, presidente de la General Motors Co.;
La United States Steel: la familia Morgenthau;
Averell Harrimann y otros personajes y entidades de menor relieve.
Las mismas personas y entidades apoyarían a Roosevelt en 1936 y 1940 (41).
¿Quién era Roosevelt? Según las investigaciones llevadas a cabo por el doctor Laughlin, del Instituto Carnegie, Franklin Delano Roosevelt pertenecía a la séptima generación del hebreo Claes Martenszen van Roasenvelt, expulsada de España en 1620 y refugiada en Holanda, de donde emigró, en 1650 - 1651, a las colonias inglesas de América. El publicista judío Abraham Slomovitz publicó en el Detroit Jewish Chronicle que los antepasados judíos de Roosevelt residían en España en el siglo XVI y se apellidaban Rosacampo. Robert Edward Edmondsson, que estudió el árbol genealógico de las Rosenvelt - Martenszen - Roosevelt, dice que desde su llegada a América tal familia apenas se mezcló con elementos anglosajones puros, abundando sus alianzas matrimoniales con Jacobs, Isaacs, Abrahams y Samuel (42).
Cuando murió la madre del presidente, Sarah Delano, el Washington Star publicó una crónica sobre las actividades de la familia Roosevelt desde su llegada a América que coincidía plenamente con los testimonios precitados. El New York Times del 4 de marzo de 1935, recogía unas manifestaciones de Roosevelt en las que reconocía su origen hebreo. A mayor abundancia de detalles, la esposa del presidente Eleanor Roosevelt prima suya, era igualmente judía y fervorosa sionista.
Roosevelt se rodeó desde el primer momento de una serie de personajes dudosos que, con el tiempo, llegarían a formar el verdadero Gobierno de las Estados Unidos; ellos constituyeron lo que se llamó el «Brains Trust», o "Trust de los Cerebros" que aconsejaba al presidente. Algunos de las miembros de dicho Brains Trust eran, al mismo, tiempo, secretarios de Estado (ministros).
El Brains Trust original fue fundado por el profesor Raymond Moley y el juez Samuel Rosenman, que organizaron los fundamentos legales del mismo. Con ellos, formaban parte de tal organización -que, recordémoslo, nunca fue votada por el pueblo norteamericano- Louis D. Brandeis, del Tribunal Supremo; Felix Frankfurter, ministro de Justicia; Jerome N. Frank; Mordekai Ezekiel; Donald Richberg, de la Comisión de Inmigración; Harold Ickes, ministro del Interior; Henry Morgenthau. Jr. secretario del Tesoro; Ben Cohen; David Lilienthal; Herbert Feis; el gobernador del Estado de Nueva York, y poderoso banquero, Herbert U. Lehmann; Nathan Margold; Isador Lubin; Gerard Swaape; E. A. Goldenweiser; el juez Cardozo, del Tribunal Supremo; David K. Niles; Joseph E. Davies y L. A. Strauss, todos ellos judíos. Entre los gentiles del Brains Trust formaban Miss Frances Perkins, criptocomunista (43) y ministro de Trabajo; el general Hugh S. Johnson; el secretario de Estado, Cordell Hull (44); George E. Warren y el vicepresidente Henry Wallace. Más adelante ingresarían los prominentes banqueros Warburg, de la casa bancaria Kuhn, Loeb & Co., Weinberg y Dillan (Lapawsky) y su correligionario Fiorello La Guardia, alcalde de Nueva York.
Por encima del Brains Trust estaba, sin duda, el todopoderoso Bernard Mannes Baruch, consejero, sucesivamente, de Wilson, Hoover, Roosevelt, Truman y Eisenhower y llamado "The Unofficial President of the United States".
Mención a parte merece Harry Hopkins, personaje que, sin ser jamás elegido ni votado para cargo alguno por el pueblo norteamericano ocupó, permanentemente, junto a Roosevelt, el lugar de «consejero adjunto». La reputación de Hopkins era tan mala que el historiador Sherwood califica su nombramiento coma «el acto más incomprensible de toda la gestión presidencial» (45). Hopkins llegó a tener más influencia y poderío que cualquier favorito real en la Edad Media. El mismo general de Estado Mayor George Cattlett Marshall confesó al historiador y panegirista rooseveltiano, Sherwood, que debía su nombramiento a Hopkins (46). Según una información del «James True Industrial Control Report» (47) «un persistente rumor señala que Hopkins y Tugwell tienen sangre judía (48). Sus actividades, aspecto físico y creencias así lo hacen suponer». También es bien sabido que Hopkins debía su formación política a las enseñanzas del profesor Steiner, judío vienés. Cuando, en 1935, y ante la sorpresa general, fue nombrado por Roosevelt secretario de Comercio, las relaciones económicas de los Estados Unidos con la U.R.S.S. experimentaron una gran mejora (49).
A propuesta de Hopkins ingresarán, más tarde, en el Brains Trust, Tom Corcoran, un aventurero irlandés; Maurice Karp, un multimillonario judío, cuñado del famoso comisario soviético Molotoff; el bien conocido sionista Samuel Untermeyer; Samuel Dickstein, un hebreo ruso que dirigía, prácticamente el Departamento de Inmigración, y James M. Landis, que, más tarde, llegaría a secretario de Agricultura, en tiempos de Kennedy (50).
No obstante Hopkins no pasaba de ser un eslabón, aunque muy importante. El auténtico poder radicaba en el triángulo Baruch - Frankfurter - Morgenthau, no sólo por la personalidad y méritos de sus tres componentes, sino por el hecho de estar relacionados o emparentados con las principales familias de la alta finanza internacional. Así, por ejemplo, Morgenthau, Sr., secretario del Tesoro de los Estados Unidos, estaba emparentado con Herbert U. Lebmann, gobernador del Estado de Nueva York y poderoso banquero; con los Seligmann, de la Banca «J. & W. Seligmann»; con los Warburg, de la «Kuhn, Loeb & Co.», del «Bank of Mannhattan» y del «International Acceptance Bank»; con los Strauss, propietarios de las almacenes «R. & U. Macys» y con los banqueros Lewissohn, controladores, con sus correligionarios Guggenheim, del mercado mundial del cobre. Morgenthau llevó al Departamento del Tesoro a una legión de correligionarios suyos, nombrando su primer secretario a Earl Beillie, antiguo alto empleado de la Banca J. & W. Seligmann».
Cuando Chamberlain acusaba al "mundo judío" de haber forzado a Inglaterra a declarar la guerra a Alemania, no solamente se refería a la talmúdica administración rooseveltiana, sino que aludía, igualmente, al clan belicista de Londres, cuya cabeza visible y líder indiscutido era Winston Churchill.
Churchill era hijo de una norteamericana. Su familia ha mantenido siempre, estrechísimas relaciones amistosas y económicas con judíos. El padre de Sir Winston, Lord Randolph, estaba asociado con Lord Rosebery, marido de una Rothschild. En cierta apurada ocasión, Lord Rosebery le hizo un préstamo de cinco mil libras esterlinas a Lord Randolph. Recibir dinero de los judíos es una vieja tradición en la familia Churchill. Uno de sus antepasados, Lord Marlborough, cobraba seis mil libras esterlinas anuales del financiero Salomon Medina, a cambio de información confidencial sobre la alta política inglesa y continental (51).
August Belmont, el agente de la dinastía Rothschild en Nueva York era íntimo amigo y asociado del abuelo materno de Sir Winston (52). Según Henry Coston (53). Winston Churchill debe su carrera política a Sir Ernest Cassel, el riquísimo israelita que fue confidente de Eduardo VII; Sir Ernest le ayudó no sólo políticamente, sino que incluso financió sus primeras campañas electorales. Un hermano de Churchill era alto empleado de la firma de agentes de Bolsa "Vickers Da Costa", empresa judía que trabaja para los Rothschild de Londres. Una hija de Churchill, Diana, se casó con el actor judío Vic Oliver. Su hijo, Randolph, fue secretario de la "Young Mens Comittee of the British Association of Maccabees", una entidad filojudía. Una nieta de Churchill se casó con el judío D'Erlanger, director de la empresa de navegación aérea, B.E.A. El mejor amigo de Sir Winston fue -de toda notoriedad- nada menos que Bernard Baruch.
Par otra parte, según el Boletín de la Sociedad Histórica del Estado de Wisconsin (septiembre de 1924), la familia de la madre de Churchill era parcialmente judía. En efecto, Pally Carpus van Schneidau, una dama sueca, se casó con el judío Fraecken Jacobson. El matrimonio emigró a los Estados Unidos, y una hija suya, Pauline, fue adoptada por el mayor Ogden. Pauline van Schneidau se casó con Leonard Jerome; su hija, Jennie Jerome, fue la madre de Churchill. Leonard Jerome, abuelo del futuro Sir Winston, tenía sangre india (54). La Prensa específicamente judía, ha mimado, más que nadie, a Sir Winston, lo cual no es de extrañar si tenemos en cuenta que durante todo el transcurso de su larga carrera política ha servido con celo los intereses de Sión, y se ha manifestado sionista en diversas ocasiones.
Pero he aquí los miembros componentes del Gabinete Chamberlain que declaró la guerra, el 3 de septiembre de 1939:
Lord Halifax, ministro de Asuntos Exteriores. Masón de alta graduación. Su hija y heredera estaba casada con una nieta de los Rothschild.
Sir John Simon, canciller del "Exchequer". Intimo amigo y protegido político del financiero Sir Philip Sassoon, uno de los prohombres del sionismo británico. Estaba casado con una judía.
Sir Samuel Hoare, ministro del Interior. Masón.
Lord Hore Belisha, ministro de la Guerra. Judío. Llevó infinidad de correligionarios suyos a su Ministerio, siendo de destacar Sir Isador Salmon, consejero adjunto, y Sir E. Bovenschen, subsecretario, así como Humbert Wolfe, que se encargó del Departamento de Reclutamiento.
Lord Stanhope. Primer Lord del Almirantazgo, judío.
Runciman. "Lord presidente del Consejo." Uno de los pocos partidarios auténticos de Chamberlain. Pacifista. Un hijo suyo estaba casado con una Glass, judía.
Sir Malcolm McDonald. Secretario de Colonias. Asociado con el prominente industrial y financiero judío. Israel M. Sieff (55).
El duque de Devonshire. Subsecretario de los Dominios. En el Consejo de Administración de la "Alliance Assurance Co." tenía como asociados a los judíos Rothschild, Rosebery y Bearsted.
El marqués de Zetland. Secretario de Estado para la India. Francmasón prominente, tenía lazos familiares con judíos a través de su matrimonio. Su adjunto era Sir Cecil Kisch, y su consejero financiero, Sir Henry Strakosch, ambos judíos.
El consejero económico del llamado "Gobierno indio" era T. E. Gregory, un israelita cuya verdadero nombre era Guggenheim.
Sir Kingsly Wood, secretario del Aire, y el conde De la Warr, ministro de Educación, eran asociados del P.E.P., entidad definida coma «vivero de marxistas» por el propio Churchill.
Oswald Stanley. Ministro de Comercio. Emparentado, por su matrimonio, con los Rothschild de Londres.
Lord Maugham. Presidente de la Cámara de los Lores. Casado con una judía. Su secretario permanente era el israelita Sir Claude Schuster.
E. L. Burgin. Ministro de Transportes y Comunicaciones. Director de una empresa de abogados, que defendía los intereses de la poderosa Banca judía «Lazard Bros».
H. H. Ramsbotham. Ministro de Obras Públicas. Casado con una judía De Stein, cuyo padre es uno de los prohombres de la City.
Lord Woolton. Ministro de Abastecimientos. Ex director general y miembro del Consejo de Administración de la firma judía Lewis Ltd.
Sir Adair Hore. Secretario de Pensiones Sociales. Judío. Padrastro del ministro de la Guerra, Hore-Belisha.
Sir J. Reith. Ministro de Información. Casado con una judía de la familia Oldhams, propietarios del importante rotativo laborista Daily Herald.
Lord Hankey. Ministro sin Cartera. Judío.
Según Henry Coston (56) en el momento de estallar la guerra, 181 de los 415 diputados de la Cámara de las Comunes eran directores, accionistas, notarios o administradores de sociedades financieras o comerciales. Estos 181 "padres de la Patria" ocupaban, en total, 775 lugares de miembros de los consejos de administración y de dirección en los 700 Bancos, grandes empresas industriales, sociedades navieras, compañías aseguradoras y casas exportadoras más importantes del imperio británico. Al menos, las tres cuartas partes de tales empresas eran judías (57).
No es, pues, de extrañar, que Chamberlain, a pesar de su voluntad de oponerse a la guerra -voluntad que, de todos modos, cedió notablemente al consumarse los tratados comerciales de Alemania con Yugoslavia, Turquía, Bulgaria y México, clientes tradicionales de Inglaterra- fuera progresivamente arrastrada a la misma, dada la calidad del clan belicista que le hacía frente, con Churchill a la cabeza. El pueblo inglés había dado sus votos al Partido conservador, y a Chamberlain, es decir, a la política que éste representaba, pero, tal como suele suceder muy frecuentemente en las democracias, la voluntad del pueblo fue suplantada por la de una minoría de políticos profesionales e intrigantes.
El almirante Sir Barry Domvile, héroe de la Primera Guerra Mundial cuenta que "en el Hotel Savoy se reunían a menudo, en un cuarto reservado, Lord Southwood (né Elias, de la Oldbams Press), Lord Bearsted (né Samuel, del Oil Trust), Sir John Ellerman (asociado de Lord Rothschild), Israel Moses Sieff (del "Political & Economical Planning" y de los almacenes "Marks & Spencer") y Sir Winston Churchill. Posiblemente, una gran parte de la intrahistoria de estos azarosos tiempos se ha escrito en esas cordiales reuniones de prohombres británicos» (58). A pesar del oro y la influencia judías, del belicismo declarado de toda la masonería continental, del malestar de la City por la creciente competencia comercial alemana, y de la presión de Wall Street, vía Casa Blanca. Chamberlain aún intentó un último esfuerzo para salvar la paz, enviando, extraoficialmente, cerca de Hitler, a Sir Oswald Piraw, ministro de Defensa de la Unión Sudafricana y uno de los más prestigiosas políticos del imperio británico. La misión de Piraw consistía en arreglar una nueva entrevista entre Chamberlain y Hitler, con objeto de tratar de hallar una nueva solución a la cuestión polaca, artificialmente envenenada por unos y otros. Piraw escribió la siguiente a este propósito:
«Chamberlain estaba animado de los mejores deseos, pues había hecho depender el futuro de su carrera política de un entendimiento duradero entre el imperio británico y el Reich. Pero entre la buena voluntad de Chamberlain y la realidad positiva se erguía, firme como una roca, la cuestión judía. El Premier británico debía batallar con un Partido -su propio Partido conservador- y con un electorado que la propaganda mundial israelita había influenciado al máximo... Los factores que hicieron fracasar la política pacifista de Chamberlain y, en consecuencia, mi misión de paz en Berlín fueron: la propaganda judaica, llevada a escala mundial y concebida de manera inconmensurablemente odiosa; el egoísmo político de Churchill y sus secuaces; las tendencias semicomunistas del Partido laborista y el belicismo de los "chauvinistas" británicos, apoyados por ciertos traidores alemanes» (59).
Piraw hacía ciertamente alusión a algunos grupos antinazis, polarizados en torno al general Beck, a Von Witzleben, al almirante Canaris y a otros militares de alto rango que conspiraron activamente contra Hitler antes y después de estallar la guerra. Estos grupos, de escasa importancia por sí mismos, consiguieron hacer creer a los viejos imperialistas británicos que ellos representaban una fuerza decisiva en Alemania, y que, en caso de guerra, Hitler y su régimen se desmoronarían.
Para todo aquél que conserve intactas sus facultades de análisis y no se deje engatusar por la engañosa propaganda sostenida a escala mundial por la Gran Prensa, la Radio, el Cine y la Televisión, ha de resultar forzosamente evidente que la Segunda Guerra Mundial fue provocada esencialmente, sino exclusivamente, por el movimiento político judío y las fuerzas a él tradicionalmente infeudadas, y que Dantzig no fue más que un burdo pretexto; un capotazo dado al toro alemán para impedir su embestida contra la U.R.S.S. a costa de lanzarlo, por fuerza, contra Occidente y causar el suicidio de Europa. Así se salvaba al bolchevismo y se le brindaba en bandeja una ubérrima cosecha. Kaganovich. el secretario general del Partido comunista de la U.R.S.S. y cuñado de Stalin había dicho, en 1934:
«Un conflicto entre Alemania y los anglofranceses mejoraría extraordinariamente nuestra situación en Europa, y daría un renovado impulso a la Revolución mundial» (60).
Que la apreciación de Kaganovich era exacta resulta incontestable. Para comprobarlo, basta con echar una ojeada al mapa mundial de 1939 y compararlo con el de hoy.
* * *
El papel jugado por los judíos alemanes en la «Revolución social» de Alemania y Austria en 1918, causa del hundimiento de las potencias centrales, fue decisivo. No lo dijo solamente Hitler; docenas de testimonios de calidad dieron fe de ello. Los mismos judíos se ufanarán, vanagloriándose, de tal hecho históricamente indiscutible. Como también es indiscutible que el papel jugado, individualmente, por ciertos judíos, en la ignominia de Versalles, fue importantísimo.
Hitler fue repetida y democráticamente votado por el pueblo alemán, habiéndose siempre presentado a la arena electoral con un mismo programa en la que se refiere a la cuestión judía. Se proponía acabar con las actividades del judaísmo políticamente organizado y de sus «instrumentos», comunismo y masonería. Quería romper las cadenas de la alta finanza, que esclavizan a los pueblos. Y además, y como medida de seguridad, se proponía prohibir el acceso de los hebreos a determinadas profesiones y cargos públicos. El 15 de septiembre de 1935, el Reichstag sancionó la "Ley de Ciudadanía del Reich", según la cual sólo serían considerados súbditos alemanes los hijos de padres arios. El 21 de diciembre de 1935 fue promulgado un decreto reglamentando la Ley de Ciudadanía. Los funcionarios públicos de raza judía eran separados de sus cargos, pasando a la situación de retiro y cobrando íntegramente sus pensiones. Los judíos que pudieran acreditar que habían combatido en la pasada guerra encuadrados en la Wehrmacht tenían asignada una pensión especial. Más tarde se prohibiría a los judíos el ejercicio de ciertas profesiones: empleados de Banca, médicos, abogados y periodistas.
La Gran Prensa mundial gritó, inmediatamente, que los judíos eran objeto de persecuciones en Alemania, cuando lo cierto es que éstas aún no habían empezado.
El hecho de prohibir ciertas actividades a una comunidad residente en Alemania, que acumulaba, ella sola, una cuarta parte de la renta nacional cuando representaba, numéricamente, el 0,9 % de la población del país fue presentado por las grandes agencias informativas mundiales como una terrible persecución.
Resulta por demás curioso que hablara de persecuciones el talmúdico New York Times o el arzobispo católico Mundelein, de Chicago, que, entonces, silenciaban cuidadosamente la discriminación racial contra los negros y los indios americanos. Que en la remota Europa, a siete mil kilómetros de distancia, un Estado soberano dictara ciertas medidas interiores que afectaban a seiscientos mil miembros de una riquísima comunidad, y esa era una cruel persecución. Pero que en la democrática América, en la cristiana América de los arzobispos Mundelein y Spellman, seiscientos mil indios expoliados, supervivientes del mayor genocidio que registra la Historia Universal fueran aparcados en «reservas» y quince millones de negros no pudieran mandar a sus hijos a la Universidad, ni votar ni ser elegidos, eso era, entonces, perfectamente normal y moral.
También era sorprendente que protestara contra las medidas tomadas por el Gobierno alemán contra los judíos alemanes el muy oficioso The Times londinense que, en cambio, guardaba distraído silencio a propósito de ciertas medidas discriminatorias de la nunca bien ponderada democracia británica que, como es bien sabido, es el «non plus ultra» de todas las democracias habidas y por haber. Rarísimo era que, en vez de preocuparse tanto por las medidas tomadas por un país extranjero contra sus propios ciudadanos, el Times no hubiera dedicado, al menos, uno de sus sesudos editoriales a criticar la discriminación religiosa existente en tan calificada democracia como es Inglaterra, donde un católico no puede ser coronado rey ni investido del cargo de Primer Ministro.
La maquinaria propagandística mundial presentó las medidas «antisemitas» de la Alemania nacionalsocialista como una rareza, bestial y fanática, de sus dirigentes. Soslayó el hecho innegable de que el llamado «antisemitismo» existe desde hace seis mil años, es decir, desde que el pueblo judío aparece entre las primeras brumas de la Historia, y que su causa es la idiosincrasia especial y la conducta de los propios judíos hacia los demás pueblos, según reconoce el padre del sionismo moderno, Theodor Herzl:
«La cuestión judía sigue en pie; sería necio negarlo. Existe prácticamente doquiera existen judíos en número perceptible. Donde aún no existiera, es impuesta por los propios judíos a causa de sus peculiares actividades. Naturalmente, nos trasladamos a sitios donde no se nos persigue pero, una vez allí instalados, nuestra presencia provoca inmediatamente nuevas persecuciones. El infausto judaísmo... introduce ahora en Inglaterra y los Estados Unidos el antisemitismo» (61).
Medidas tanto más drásticas que las adoptadas por Hitler contra los judíos fueron tomadas por San Luis y Napoleón Bonaparte, en Francia, por los Reyes Católicos en España, y por el rey Eduardo el confesor en Inglaterra. Hojéese la Biblia y se comprobará que el pueblo judío ha sido «perseguido» - o, en otros términos, los demás pueblos se han visto obligados a tomar medidas de autodefensa en contra suya- desde los albores de la Historia.
Hombres de todas razas y religiones han debido tomar medidas especiales contra los judíos. Los Papas no han sido una excepción a esta regla, antes al contrario. Nada menas que veintiocho Soberanos Pontífices dictaron cincuenta y siete bulas y edictos (62) que la conciencia universal calificaría, hoy, de racistas, antisemitas y neonazis. Algunas de tales bulas obligaban a los judíos residentes en países cristianos a lucir un distintivo especial (63); otras, les prohibían el ejercicio de cargos públicos (64); de la industria, de vivir cerca de los cristianos (65), de poseer tierras (66), o de dedicarse a la venta de objetos nuevos (67). El Papa Pía V ordenó la expulsión de los judíos de los Estados Pontificios (68) exceptuando los residentes en las ciudades de Roma y Ancona.
Si bien es históricamente irrefutable que sólo gracias a la protección especial de las Sumos Pontífices no fue el pueblo judío exterminado de la faz de la tierra, no es menos cierto que la Iglesia Católica, en general, ha considerado siempre a los judíos como individuos especiales, estableciendo a su intención una serie de medidas discriminatorias que no somos quien para calificar. Muchas de esas medidas fueron, posteriormente, adoptadas por diversos estadistas (69), entre ellos, Hitler (70). El mal llamado «antisemitismo» no es una creación hitleriana, sino judía.
La Gran Prensa Mundial no se contentó con denigrar sistemáticamente a Alemania y a su régimen político de entonces sino que, además, silenció con sospechoso pudor una serie de hechos que, de haber sido divulgados, hubieran permitido a los pueblos europeos comprender mejor el problema. Por ejemplo, cuando el 4 de febrero de 1936, Wilhem Gustloff, jefe del grupo Nacionalsocialista de alemanes residentes en Suiza fue asesinado por el hebreo Frankfurter, sólo dos de los diecisiete diarios parisinos publicaron la noticia, y aún sin mencionar la extracción racial del autor del crimen.
El 7 de noviembre de 1938, un incidente aparentemente inesperado, pero de hecho cuidadosamente preparado de antemano, motivó la ansiada reacción popular alemana-. El agregado consular alemán en París, Von Rath, fue asesinado por un joven hebreo, emigrado de Alemania, Herschel Grynzspan. Esta clásica provocación fue seguida de un clamor de indignación que conmovió todo el III Reich; algunos de los líderes más exaltados de las unidades de combate del Partido nacionalsocialista organizaron, la noche del 8 al 9 de noviembre, bajo la dirección del doctor Goebbels, una verdadera orgía de antisemitismo, que sería conocida con el nombre de- «Kristallnacht» (la noche de cristal): escaparates de tiendas judías apedreados, quema de sinagogas y algún que otro puntapié. Ninguna persona en su sano juicio podrá encontrar loables los excesos de la Kristallnacht. Pera tampoco pueden olvidarse las constantes provocaciones judías; después de la campaña mundial propagandística y del boicot económico empezaban los asesinatos de funcionarios alemanes en el extranjero esto fue la gota de agua que hizo derramar el vaso.
Se sabe que la mayoría de altas jerarquías nazis criticaron acerbamente a Goebbels por haber apadrinado la idea de las represalias antijudías (71). Pero la campaña antialemana que siguió en toda Europa y América hizo aún más difícil la situación de los judíos alemanes.
En efecto, manifestaciones antialemanas fueron organizadas en varias ciudades europeas, sobre todo en Francia. No obstante, no era la primera vez en la Historia que el asesinato de un alto funcionarioó en este caso de dos altos funcionarios, Gustloff y Von Rath, a manos de un extranjero provocaba enérgicas represalias contra los compatriotas del asesino (72). Pero si en los otros casos la Prensa Mundial se había limitado a mencionar el incidente, en esta ocasión se cargaron de tal manera las tintas, que el lector de periódicos de juicio imparcial debió admitir implícitamente que una cosa es ejercer represalias contra italianos, españoles o chinos y otra cosa muy diferente apedrear el escaparate de un judío berlinés.
El caso fue que a consciencia -o a pretexto- de la Kristallnacht las relaciones angloalemanas empeoraron ostensiblemente. El embajador británico en Berlín fue llamado a Londres para "informar sobre los acontecimientos del 8 de noviembre". El presidente Roosevelt por su parte, rompió las relaciones diplomáticas con Alemania el 13 de noviembre Pocos días después. aquél siniestro personaje declaraba, en un discurso radiado a todo el país. que "apenas podía creer que tales cosas" -es decir, apedrear escaparates y quemar unas cuantas sinagogas- "puedan suceder en el siglo XX".
Cosas mas graves estaban sucediendo entonces, en pleno siglo XX, en España, donde tambien se quemaban templos, tambien se apedreaban escaparates e -incidentalmente- un millón de personas perecían. También en Rusia, en pleno siglo XX, el camarada Stalin se libraba a una auténtica cacería humana de la que eran víctimas no sólo muchos rusos decentes, sino hasta la flor y nata de la vieja guardia bolchevique, todo ello aliñado con refinamientos de asiática crueldad.
Todas estas cosas sucedían también en pleno siglo XX, pero ni la Gran Bretaña llamó a Londres a sus embajadores en Madrid y Moscú, para informar sobre los acontecimientos , ni Roosevelt rompió las relaciones con España ni con la U.R.S.S. Para Roosevelt. Churchill y todo clan belicista, evidentemente era mas grave arrasar las tiendas de unos cuantos judíos de Berlín, que asesinar a dos funcionarios alemanes, a unos de miles de españoles o a una cifra indeterminable de rusos.
Cruz gamada y estrella judía: he aquí los dos símbolos que se enfrentan. Los términos del problema eran sencillos. Alemania esquilmada en Versalles sin colonias y con un territorio insuficiente para su población estaba decidida a aumentar espacio vital. No pedía nada ni a Francia, ni a la Gran Bretaña, ni, menos aún, a los Estados Unidos de Roosevelt y su Brains Trust. Pero se disponía a crecer territorialmente a costa de la U.R.SS., a la que se eliminaría como peligro mundial contando, si no con la ayuda de las democracias occidentales si, al menos, con su benévola neutralidad. Una vez eliminado el "portaaviones", checoslovaco, sólo Polonia se interponía entre Hitler y Stalin.
La maniobra concebida inicialmente por aquél, consistente en sortear el obstáculo polaco por Ucrania y los Países Bálticos, fue hecha imposible por Beck, que se negó a continuar la política del viejo Pilsudski, partidario de una alianza de Alemania contra la U.R.S.S. Polonia se convirtió, así en barrera entre los dos colosos y en excusa para lanzar a Occidente a una guerra con Alemania, perjudicial para sus propios intereses.
(1) Los belicistas franceses recordaban que el Mein Kampf contenía diversas alusiones poco amables para Francia. Pero olvidaban que tal obra fue escrita en plena ocupación francesa de Renania. (N. del A.)
(2) Recordemos que Francia ya había suscrito un Pacto de Amistad con la U.R.S.S., en 1934. valedero por diez años, y que Londres y París estaban ligados, asimismo, por un pacto de ayuda mutua. (N. del A.)
(3) G. Champeaux: Ibid. íd.
(4) Es curioso que ese nuevo defensor de la ideología democrática sea, igual que su predecesor Benes. el portavoz de un Estado construido sobre el principio de la opresión de las minorías. Según el periódico londinense Jewish Daily Post, de 28 de julio de 1935: «... El ministro de Asuntos Exteriores de Polonia, coronel Joseph Beck, es de origen parcialmente judío... Su padre es un judío converso de Galitzia.. (N. del A.)
(5) Paul Rassinier: Les Responsables de la Seconde Guerre Mondiale.
(6) Jacques Rainville: Les conséquences politiques de la Paix.
(7) Friedrich Grimm: Francia y el Corredor Polaco.
(8) Jacques Baioville: Op. cit., pág. 80.
(9) Alcide Ebray: La Paix Malprope págs. 137-138.
(10) Georges Michon: Clemenceau, pág. 234.
(11) La misma mala fe se advierte en los convenios de París a propósito del acceso de la Prusia Oriental al Vístula. Los diques de ese río, que protegen las tierras bajas de Prusia Oriental, habían sido colocados bajo control polaco. Ello equivalía a dejar la seguridad de miles de familias alemanas en manos de un vecino agresivo y rencoroso.En el Tratado de Versalles se había prometido a la Prusia Oriental un acceso al Vístula, pero al llevar a la práctica esa promesa de los Aliados y los polacos parecieron mofarse del pueblo alemán. Ese «acceso al Vístula» se situó cerca del pueblecito de Kurzebrack: se trataba de un caminito de cuatro metros de anchura. Por esos cuatro metros debían circular las mercancías de toda la Prusia Oriental para llegar al Vístula. Ese camino estaba, además, interceptado por una barrera aduanera polaca, que ponía toda clase de obstáculos burocráticos al tráfico. El comercio de la Prusia Oriental bajó, a consecuencia de la incomunicación con el resto de Alemania, provocada por el «Corredor», en un 35 %, y más de la mitad de las industrias de la región debieron cerrar sus puertas. (Vide J. Tourly: Le Conflit de dèmain, París, 1928, págs. 118-119.)
(12) Friedereich Grimm: Op. Cit.
(13) Un primer ministro inglés comunica a la Cámara de loa Comunes que lnglaterra y FRANCIA han dado una garantía a un tercer país, cuando el francés de la calle aún no ha sido informado de nada... ¡Oh, manes de Juana de Arco! (N. del A.)
(14) Según Henry Ford (en The International Jew), todas las grandes agencias de noticias mundiales son judías. (N. del A.)
(15) A. H. M. Ramsay: The Nameless War, pág. 60.
(16) Wladimir díOrmesson: A propros du Corridor de Dantzig.
(17) Report del conde Potocki a su Gobierno, el 16-I-1939. Reproducido en docu-mento l-F-10. febrero 1939, del embajador Lukasiewicz, en París, a su Gobierno.
(18) Report 3/SZ tjn 4, 16-1-1939, despachado por la Embajada polaca en Washington.
(19) Ibid. Id.
(20) Ibid. Íd.
(21) J. von Ribbentrop: Zwischen London und Moskau, págs. 155-156.
(22) Ibid. Íd. págs. 162-163.
(23) El 30 de noviembre de 1938. el ministro de Economía del Reich. Walter Funk sale de Berlín para emprender, viaje sucesivamente a Belgrado, Sofía y Ankara. Yugosla-via, Bulgaria y Turquía concluyen tratados comerciales con el Reich, que se compromete a absorber toda su producción, pagándola a precios superiores a los que pueda ofrecer cualquier concurrente. Un acuerdo similar se concluye con el nuevo estado eslovaco. El ministro inglés Robert Spears Hudson declara la guerra económica a Alemania: «... u os comprometéis a vender vuestros productos a precios razonables (sic) u os aplastaremos con vuestras propias armas». Pero la irritación de la City llegará a su colmo el 10 de diciembre. cuando Berlín firma un acuerdo comercial con México, en virtud del cual, y por el sistema del trueque - tan odiado por la City - Alemania absorberá todo el petróleo mexicano a cambio de maquinaria agrícola y aparatos de irrigación. Así, no sólo Alemania tendrá su petróleo sin necesidad de pasar por la Royal Dutch, sino que la City no percibirá ni un chelín sobre operaciones de crédito, fletes o seguros. Esa ofensa no será perdonada por la plutocracia londinense. (N. del A.)
(24) Benjamin Disraeli: Life of Lord George Bentick, Londres, 1852. pág. 496.
(25) Benjamin Disraeli: Conníngsby. Nueva York. Ed. Century, págs. 231-252.
(28) Efectivamente, al cabo de un mes, el Gobierno de Octavian Goga, en Rumania cayó a causa de una crisis económica causada por el boicot exterior. (N. del A.)
(27) citado por Louis Marschalsko en The World Conquerors pág. 104.
(28) Según el Portland Journal (12-11-1933).
(29) Robert Edward Edmondsson: I Testify.
(30) Arnold S. Leese: «The Jewish war of Survival?»
(31) L.l.C.A.: Ligue International Contre le Racisme et l´Antisemitisme, con sede en París. La mayor parte de sus dirigentes son comunistas, criptocomunistas o socialistas de extrema izquierda. (N. del A.)
(32) El Congreso Judío Americano y el Congreso Mundial Judío que se adhirió, decían representar, juntos, a siete millones de israelitas diseminados en treinta y tres países. (Nota del Autor.)
(33) Pavés de París, 3-11-1939,
(34 Le Porc Epic, 3-Xll-1938. Citado por Henry Coston en Les Financiers qui menent le monde.
(35) Henry Coston: Op. cit.
(36) Chaim Weizzmann famoso sionista que sería el primer presidente del Estado de Israel, declaró, en nombre del Pueblo judío, la guerra a Alemania. (Robert H. Ket-tels: Révision... des Idées. Souvenits. pág. 69.)
(37) Toronto Evening Telegram, 26-11-1940.
(38) Stephen Wise: Defense for América, Nueva York 1940, pág. 135.
(39) Subrayado por el autor. Jewish Chronicle, 22-1-1943.
(40) Padre del futuro presidente.
(41)Henry Coston: La haute banque et les trusts.
(42) Robert Edward Edmmondsson: I Testify.
(43) Según A. N. Field en All these things.
(44) Hall estaba casado con la hermana del millonario judío Julius Witz. (N. del A.)
(45) John C. Sherwood: Roosevelt & Hopkins.
(46) Ibid. Id. Op. cit.
(47) National Press Bdg., 21-XII-1935.
(48) Rexford Tugwell había escrito diversos libros filocomunistas y era miembro in-fluyente del A.C.L.U. (American Civil Liberties Union), entidad especializada en la protección legal de los bolcheviques americanos. (N. del A.)
(49) John C. Sherwood: Roosevelt & Hopkíns.
(50) Louis Marschalsko: World Conquerors.
(51) Leonard Young: Deadlier than the H Bomb.
(52) Arnold Leese: The Jewish War of Survival, pág. 92.
(53) Henry Coston: Les Financiera qui ménent le monde.
(54) «Nationalist News», Dublín, enero 1965.
(55) Israel Mosca Sieff era el fundador y «alma mater» del P.E.P. (Political aid Eco-nomical Planning), entidad cuyo objetivo era la creación de un racket gigantesco de monopolios y trusts que, bajo la egida de la «planificación», ahoguen toda iniciativa - y toda propiedad privada. A. N. Field ha definido el P.E.P. como «la implantación del bolchevismo desde arriba». (N. del A.)
(56) Henry Castan: Les financien qui ménent le monde, págs. 292-293.
(57 Gitshelher Wirsing escribió que «los banqueros son las verdaderas dueños y gobernantes del Imperio británico». (Vide Cien Familias dominan el Imperio.) Las grandes dinastías políticas de los Dominios estaban igualmente Infeudadas al gran capital. (N. del A.)
(58) Barry Domvile: From Admiral to Cabin Boy. Londres, 1948, pág. 39.
(59) Oswald Pirow: Was the Second World War Unavoidable?
(60) Izvestia, 24-1-1934.
(61) Theodor Herzl: A Jewish State, pág. 4.
(62) Desde la "Sicut Judaeis non esset licentia", de Honorio III (I-XI-1217) hasta la «Beatus Andreu», de Benedicto XIV (22-11-1755). Los Soberanos Pontífices que dic-taron bulas relativas al judaísmo fueron: Honorio III, Gregorio IX, Inocencio IV, Clemente IV, Gregorio X, Nicolás III, Nicolás IV. Juan XXII, Urbano V. Martín V, Euge-nio IV, Calixto III, Pablo III, Julio III, Pablo IV, Pío V, Gregorio XIII, Sixto V, Cle-mente VIII, Pablo V, Urbano VIII, Alejandro VII, Alejandro VIII, Inocencio XII. Cle-mente XI, Inocencio XIII. Benedicto XIII y Benedicto XIV.
(63) Honorio III: «Ad nostram noveritis audientiam», 29-IV-1291. Martín V: «Sedaes Apostólica», 3-VI-1425.
(64) Eugenio IV: «Dudum ad noatram audientiam», 8-VIII-I442. Calixto III: «Si ad reprimendos», 28-V-1456.
(66) Pablo IV: «Cum nimis absurdum». Pío V: «Cum nos nuper», 19-1-1567.
(65) Paulo IV: «Cum nimis absurdum. 8-VIII-1555. Calixto III». Si ad reprimendos 28-V-1456,
(67) Clemente VIII: «Cum saepe accidere», 28-11-1592.
(68) Pío V: «Hebraeorum Gens», 26-11-1569. Clemente VIII: «Caece et obdurata», 25-11-1593.
(69) Por ejemplo, la tan criticada medida hitleriana prohibiendo a los no judíos de servir como domésticos a los judíos tuvo su precedente en la Encíclica «Impia Judaeorum Perfidia», del Papa Inocencio IV (9-V-1244). Diversos Papas recordaron a los cristianos tal prohibición, Eugenio IV con especial severidad. («Dudum ad nostram audientiam», 8-VIII-1442). (N. del A).
(70) Nos estamos refiriendo, ahora, a las medidas tomadas en tiempos de paz, entre 1933 y 1939. Una vez en marcha la guerra empezaron las deportaciones, campos de concentración, etc. De todo ello, así como de la fábula de los «seis millones de gaseados» hablamos en el capitulo VIII. (N. del A.)
(71) Según K. Hierl (In Dienst für Deutschland, pag. 138), los excesos de la Kristallnacht indignaron profundamente al Führer que dijo abruptamente a Goebbels: "Con esta necedad, con esta inútil violencia, habéis estropeado un trabajo de muchos años".
(72)Por los abusos cometidos contra los italianos de Lyon y Marsella, después de que un italiano, Casserio, asesinara al presidente Carnot, en 1905. (N. del A.)

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