Montag, 1. Oktober 2007

CAPITULO V. EL SUICIDIO EUROPEO.

Estoy seguro de que existe cierta escondida presión detrás de todas los problemas de Europa, Asia y América.
Mariscal Smuts(citado por J. Creagh-Scott en Hidden Government, pág. 9).

Desde finales de 1938 el Kremlin inicia un cambio en su política exterior, hasta entonces incondicionalmente hostil a la Alemania nacionalsocialista. En enero de 1939 el cambio aparecerá aún más evidente. El embajador soviético en Berlín, Merekaloff - un ruso que ha sustituido muy oportunamente al judío Suritz - propone a Von Ribbentrop la apertura de relaciones comerciales, pero éste se niega en redondo a discutir, siquiera. el asunto.
Seeds, el embajador británico en Moscú, propone a Molotoff la conclusión de un pacto anglosoviético de ayuda mutua. En el Kremlin acogen esta propuesta con frialdad; no entra en sus cálculos «sacarles las castañas del fuego a los capitalistas occidentales, molestos por la competencia comercial alemana» según declara, sin eufemismos, Stalin. En cambio, "la Unión Soviética no considera las diferencias ideológicas con Alemania como un obstáculo insalvable para una mejor cooperación política entre ambos países", según manifiesta Merekaloff en Berlín. Durante seis largos meses, las insinuaciones de Moscú a Berlín se multiplicarán. En un discurso pronunciado el 10 de marzo ante el Comité Central del Partido, Stalin lanza sus filípicas de rigor contra los capitalistas de Occidente pero, por primera vez en seis años, se abstiene de atacar al nacionalsocialismo y al fascismo. Pero en Berlín no se dan por aludidos. Antes al contrario, en un violento discurso antibolchevique, Hitler manifiesta que el comunismo no es más que un grosero disfraz del judaísmo, enumerando diversos altos personajes soviéticos pertenecientes a la raza judía.
Después del discurso de Hitler (28 de abril de 1939 una serie de sorprendentes cambios tienen lugar en las altas esferas gubernamentales soviéticas. Stalin y su ministro del Interior, Beria, un criptojudío al que se tiene en Europa por georgiano, colocan a todos los trotskystas el sambenito de cosmopolitas y lo traducen, sotto voce, por sionistas. Litvinoff, el polifacético hebreo, es sustituido por un ruso de pura raza -y hasta de sangre azul- como Molotoff. Se le da, al "presidente" Vorochiloff una inusitada beligerancia y se recalca cuidadosamente su origen eslavo. Sven Hedin dice que «la Rusia soviética mostró una nueva faz a la Alemania hitleriana; una faz de trazos fríos, estoicos, eslavos o asiáticos, pero sin un sólo rasgo semítico. El mayor error cometido por los líderes del nacionalsocialismo fue creer que ese cambio era auténtico» (1).
En mayo de 1939, el embajador alemán en Berlín, conde Von der Schulenburg visita a Molotoff para aceptar la propuesta de éste relativa al establecimiento de relaciones comerciales entre Alemania y la U.R.S.S. Molotov pone como condición que previamente se pongan las bases políticas «necesarias para la reanudación de conversaciones comerciales». En la Wilhelmstrasse no aceptan esa sugerencia soviética.
Entre tanto, en Londres intentan, a todo trance, llegar a un acuerdo político con la U.R.S.S. Sir Archibald Sinclair, líder del Partido liberal, declara en la Cámara de los Comunes que «Inglaterra no puede ganar una eventual guerra contra Alemania sin la cooperación soviética». Eden y Attlee, líder de los laboristas, abundan en la misma tesis. En cuanto a Churchill que sólo unos años atrás, era ferviente anticomunista, manifiesta, sin ambages, que "no sólo debemos llegar a una colaboración estrecha con Rusia, sino que los otros Estados del Báltico, Letonia, Lituania, Estonia y Finlandia, deben unirse al pacto. No existen otros medios para mantener el frente oriental contra Alemania que la colaboración activa de la Rusia soviética" (2).
El propio Churchill, punta de lanza del clan belicista inglés, creía que «... la trágica resolución del caso checoslovaco nos demostraba que era preciso buscar una alianza con la Unión Soviética» (3). Esa alianza se buscó, pero Moscú no quiso saber nada de pactos con las democracias occidentales, entonces. La negativa del Kremlin se hizo en la forma de unas peticiones tan desorbitadas que ningún Gobierno inglés pudiera aceptarlas sin quedar vitaliciamente desconsiderado a los ojos de la opinión pública. Así, Stalin exigió, como condición previa para la firma del proyectado pacto anglosoviético, el que se permitiera a la Unión Soviética ocupar Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Besarabia, Bukovina, los Dardanelos y, además, una expansión colonial en el Extremo Oriente.
Insólitamente, los Partidos laborista y liberal presionaron al Gobierno para que éste aceptara las desorbitadas pretensiones soviéticas. Por otra parte, no hay que olvidar que Francia tenía en vigor una alianza con Polonia a su vez aliada de la U.R.S.S.; que la misma Francia estaba aliada, desde 1934, con la U.R.S.S., y que Inglaterra estaba a su vez firmemente ligada con Francia y Polonia.
«Simultáneamente, el Kremlin tendía la mano hacia Berlín. Los historiadores antinazis Hinsley y Bullitt -éste último, además, diplomático de primera fila y miembro del Brains Trust de Roosevelt- concuerdan en afirmar que las negociaciones germanosoviéticas empezaron a iniciativa de Moscú y que, si sólo de Hitler hubiera dependido, las negociaciones hubieran terminado en un fracaso total» (4).
De hecho, en la circunstancia dada, lo único que podía hacer Hitler para evitar el cerco completo de Alemania era volverse hacia Rusia. A pesar de las profundas diferencias de orden ideológico existentes entre ambos países. No tenía otra solución. La tortuosa política del eje Londres-Washington-París no le dejaba otra salida. En realidad, el pacto germano-soviético firmado por Von Ribbentrop y Molotoff, en presencia de Stalin, el 23 de agosto de 1939, hubiera representado, de haberse tratado la U.R.S.S. de un Estado soberano y «normal», una magnífica ocasión para evitar un conflicto generalizado. Con aquel pacto de no-agresión entre Alemania y la U.R.S.S., Hitler intentaba demostrar a las democracias occidentales que si Stalin había firmado alianzas y pactos con Francia, Polonia, Checoslovaquia, Lituania y la Austria de Dollfuss, y tratados comerciales y de amistad con los Estados Unidos y se disponía a dejarse querer por los británicos, de la misma manera era capaz de firmar un pacto con Alemania, o sea que los pactos y tratados firmados por el ex seminarista georgiano eran papeles mojados. Podrá objetarse que el pacto firmado por Ribbentrop con Molotoff fue, igualmente, un papel mojado (5); esto es, con ciertos matices a considerar más tarde, incuestionablemente cierto. Puede acusarse a Hitler de haber sido desleal con Stalin, y a éste de haberlo sido con aquél.
En cambio, las democracias occidentales fueron siempre extremamente leales con el comunismo soviético. Pero dudamos de que los ochocientos millones de esclavos ganados por el marxismo gracias a esa lealtad democrática la aprecien mucho.
Es evidente que las democracias occidentales buscaban el cerco político, diplomático y militar de Alemania, restableciendo la situación prebélica de 1914. Como también es evidente, y nadie ha podido jamás negarlo, que lo que Hitler buscaba era enfrentarse con la U.R.S.S. Pero, naturalmente, enfrentarse con ella a solas. Cuando Hitler y sus ministros se apercibieron de que Londres y París, empujados por Washington, convirtiendo Dantzig en un "casus belli", ponían la barrera polaca entre Alemania y la U.R.S.S., quisieron romper la maniobra de cerco con aquella medida transitoria - ¡y bien demostraron los hechos posteriores cuán transitoria era! - de firmar un pacto con Stalin, anticipándose a los anglofranceses, iniciadores, antes que nadie, de la «carrera hacia el Kremlin».
La idea de Hitler era políticamente correcta. Francia e Inglaterra, con la ayuda activa de sus satélites europeos y la «no beligerante de sus instigadores estadounidenses eran incapaces de batir a la Wehrmacht. Esto sería cumplidamente demostrado por los hechos. Por lo tanto, rompiendo, mediante el Pacto Ribbentrop-Molotoff el cerco militar y diplomático de Alemania, Hitler esperaba ganar tiempo, forzar una decisión favorable a propósito de Dantzig y el «Corredor» y unir, así, las dos porciones de Alemania separadas por el Tratado de Versalles. Entonces llegaría el momento de continuar la política hitleriana de la «Drang nach Osten». Teóricamente, el pacto germanosoviético debía obligar a los anglofranceses a levantar la barrera erigida en Dantzig.
Pero todo ello -lógicamente correcto- resultó, en la práctica, un monumental error político; el más grande y definitivo de los errores políticos nazis. A él fueron inducidos Hitler y Ribbentrop, más que por la sagacidad de Stalin y Molotoff, por la secular pericia de la camarilla que, detrás de los señores del Kremlin, movía los hilos. Hitler esperaba que, al encontrarse sin la esperada ayuda del aliado soviético -no olvidemos que la U.R.S.S. tenía un pacto con Francia y otro con Polonia- franceses e ingleses se abstendrían de intervenir en Dantzig. Pero ni la U.R.S.S. era un Estado soberano y «normal» que pudiera tener en cuenta los imperativos de las constantes nacionales o del viejo imperialismo zarista «ruso», ni las viejas democracias occidentales eran otra cosa que imperios caducos manejados por los intereses cosmopolitas de Wall Street y de la City. Ni el mismo Hitler podía sospechar que las fuerzas combinadas de la alta finanza y del judaísmo, aliadas circunstancialmente a los pequeños intereses de los no menos pequeños «patriotismos, inglés, francés y polaco, tendrían tanta fuerza como para obligar a los Gobiernos de Londres y París a lanzarse a una guerra tan impopular como innecesaria, para desviar, sabiéndolo o no, el rayo de la guerra alemán y atraérselo sobre sí mismos.
Los espectaculares cambios y reajustes realizados por el bolchevismo y la súbita ascensión táctica de ciertos rusos y ucranianos de raza eslava a puestos de mando y responsabilidad hicieron creer a la Wilhelmstrasse que un cambio profundo se había operado en las altas esferas moscovitas. Pero todo había sido una hábil maniobra y nada más. Según William C. Bullit «desde 1934, Roosevelt fue informado de que Stalin deseaba concertar un pacto con el dictador nazi, y de que Hitler podía tener un pacto con Stalin cuando lo deseara. Roosevelt fue informado con precisión, día tras día, paso a paso, de las negociaciones secretas entre Alemania y la U.R.S.S. en la primavera de 1939... En verdad, nuestra información sobre las relaciones entre Hitler y Stalin era tan excelente, que habíamos notificado al Kremlin que esperase un ataque alemán a principios del verano de 1941, y habíamos comunicado a Stalin los puntos principales del plan estratégico de Hitler, (6). A Stalin le quedaban, pues, dos años de tiempo para prepararse; y para contribuir a desviar el golpe alemán, obligar a la Wehrmacht a enzarzarse en una lucha con Occidente e impedir un choque prematuro entre Alemania y la U.R.S.S., se planteó el pacto contra Natura, firmado el 23 de agosto de 1939 en Moscú.
En dicho pacto se estatuía el mantenimiento del statu quo ante en el Este de Europa. Es absolutamente falso que Alemania y la U.R.S.S. pactaran para repartirse Polonia. El reparto de Polonia resultó del pacto Molotoff-Ribbentrop. Es cierto que, implícitamente, Alemania reconocía ciertos territorios como «zonas de influencia» (7) soviéticas y que, en caso de que la U.R.S.S. decidiera apoderarse de la Galitzia o de otros territorios arrebatados a Rusia en Versalles, en beneficio de Polonia, Berlín aceptaría el «fait accompli». Tal vez esto no sea muy agradable para un patriota polaco, pero, objetivamente, cabe preguntarse por qué razón iba Alemania a arriesgarse a una guerra prematura contra el Kremlin por salir en defensa de los polacos que, aparte de tener, también, su pacto con la URSS, habían estado durante largos años, haciendo la vida imposible a sus minorías germánicas, y se negaban a toda concesión en el caso de Dantzig y el "Corredor".
La U.R.S.S. violaría, un año más tarde, su pacto con Alemania, al ocupar, los días 3, 5 y 6 de agosto de 1940, los Estados bálticos -Letonia, Estonia y Lituania- e incorporarlos como «repúblicas autónomas». Esto era contrario a los acuerdos Molotoff-Ribbentrop, según los cuales Alemania y la U.R.S.S. se comprometían a respetar la estructura interna de aquéllos Estados. Poco más tarde, los rusos invadían Besarabia y Bukovina, y casi simultáneamente, atacaban a Finlandia, todo lo cual incumplía nuevamente el Pacto de Moscú. Hasta que un día, en plena guerra, el 10 de noviembre de 1940, Molotoff se presentaba en Berlín con una serie de demandas exorbitantes: manos libres en Finlandia, ocupación de los Dardanelos, y expansión colonial en Asia. Alemania se daba ahora de bruces con la realidad de un bolchevismo afincando en la U.R.S.S., que se presentaba amenazador cuando la Wehrmacht debía enfrentarse a los Ejércitos francés e inglés y a sus numerosos satélites continentales.
El pacto germanosoviético -única solución diplomática dejada a Hitler, jugada forzada en el tablero europeo en la situación dada - fue, a la postre, fatal para Berlín. Es cierto que le permitió ganar algún tiempo -y, aún, bastante menos del necesario y esperado - pero no es menos cierto que puso en manos de Stalin la posibilidad de escoger el momento de la ruptura de hostilidades y permitió la realización, ya forzosa, de la alianza anglofrancosoviética.
LA MISIÓN DE DOUMENC
Dos días antes de la conclusión del pacto germanosoviético, el 21 de agosto de 1939, el encargado militar de la Embajada de Francia en Moscú, general Doumenc, recibió la orden de firmar un acuerdo militar con la U.RS.S., según el cual los soviéticos ocuparían Rumania y Polonia -la «amada» Polonia de las democracias- tras permanecer neutrales en la futura lucha entre alemanes y anglofranceses, durante algún tiempo. Paralelo al pacto «público» entre Berlín y Moscú, existía otro secreto -y escrupulosamente cumplido por ambas partes- entre Moscú, Londres y París (8). La doble maniobra no fue totalmente coronada por el éxito por haberse anticipado Hitler al proyectado ataque de Stalin.
INTERVENCIÓN DIPLOMÁTICA DE ROOSEVELT
Chamberlain había conseguido mantener al presidente Roosevelt alejado de los problemas europeos. En vísperas de los acuerdos de Munich, aún intentó Roosevelt proponer su mediación, que fue rechazada.
Pero a medida que perdía firmeza la posición de Chamberlain al frente del Gobierno británico y, paralelamente, la iban ganando sus oponentes Churchill, Eden, Halifax y Vansittart, lograba Roosevelt intervenir con mayor frecuencia en los asuntos de Europa.
En plena discusión germanopolaca, el presidente norteamericano tomó la iniciativa de dirigir una insólita carta a Hitler y a Mussolini, en la que, tras constatar «ciertos rumores que esperamos sean infundados, según los cuales nuevas agresiones se preparan contra otras naciones independientes», preguntaba sin ambages a ambos estadistas: «¿Están ustedes dispuestos a prometerme que sus ejércitos no atacarán los territorios ni las posesiones de las naciones mencionadas?» A continuación, citaba una lista de treinta y un países y terminaba expresando la esperanza de que el cumplimiento de tal promesa pudiera asegurar, al menos, medio siglo de paz, afirmando que «los Estados Unidos, en ese caso, estarían dispuestos a participar en negociaciones tendentes a aliviar al mundo de la pesada carga de los armamentos».
Como hace notar monseñor Giovanetti (9), al dirigirse únicamente a las potencias del Eje, el presidente Roosevelt parecía querer colocarlas a priori en el banquillo de los acusados. Esa desgraciada carta, más que una torpeza y una violación de los usos diplomáticos, era una grosería y una provocación.
Mussolini se encontraba en plena conferencia con Goering y Ciano en Roma cuando le entregaron esa carta, y fue entonces cuando pronunció su célebre diagnóstico: «Efectos de la parálisis progresiva...», haciéndole eco Goering: «Principios de enfermedad mental» (10).
La reacción de Hitler fue inmediata. Ordenó a Von Ribbentrop que sus servicios hicieran las siguientes preguntas a los países citados por Roosevelt:
1. ¿Tenían la impresión de que Alemania les amenazaba?
2. ¿Habían pedido a Roosevelt que les sirviera de portavoz? (Naturalmente, esa consulta no fue hecha a Polonia, Francia y Gran Bretaña, que se encontraban en pleno forcejeo con el Reich a propósito de Dantzig.)
Los 28 países consultados respondieron con una doble negativa. Hitler dio lectura, una a una, a las respuestas de los Estados consultados, es decir, Suecia, Finlandia, Dinamarca, Noruega, Suiza, Letonia, Estonia, Lituania, Rumania Bulgaria, Hungría, Yugoslavia, Turquía, Portugal, Irlanda, Irán, Liberia, Ecuador, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Perú, Panamá, Guatemala Venezuela, Uruguay y Cuba.
Fue un discurso de una rara elocuencia interrumpido con frecuencia por torrentes de aplausos y por las carcajadas de los asistentes. Hitler afirmó:
«Declaró solemnemente que las alegaciones sobre un ataque de Alemania contra territorios americanos no son más que imposturas y groseras mentiras, sin contar con que tales alegaciones no pueden salir más que de la imaginación de un loco.»
TENTATIVA DE PAZ DE S.S. PÍO XII
En esa atmósfera de pasiones desatadas, un hombre conservaba su sangre fría y no desesperaba de lograr salvar la paz: S.S. Pío XII. Diplomático de carrera, no ignoraba que es preciso sistematizar los problemas. Sabía también que era en Europa donde se hallaban los riesgos de guerra, y por eso desaprobaba la intromisión de Roosevelt en los asuntos del Viejo Continente, pretendiendo mezclarlos con los del resto del mundo (11).
Los estados europeos que tenían entre sí litigios a solucionar eran cinco: Francia, Inglaterra, Polonia, Alemania e Italia. Francia con Alemania, por la intervención francesa en los asuntos de Europa Central y Oriental y la garantía dada por París a Varsovia. Inglaterra con Alemania por las mismas causas y por la competencia comercial alemana. Alemania con Polonia, naturalmente. Italia con Francia (reivindicaciones italianas sobre Córcega, Niza y Túnez) y con Inglaterra (por sus restricciones a Italia en el uso del Canal de Suez).
Como Alemania e Italia no pertenecían a la Sociedad de Naciones, la única manera de solucionar los problemas existentes entre esos países era reunir a sus representantes en una conferencia. Pío XII encargó a sus servicios diplomáticos que sondearan a los gobiernos interesados sobre la posibilidad de organizar esa conferencia de los cinco. Berlín y Roma respondieron positivamente, pero Londres, París y Varsovia no dieron su conformidad (12).
Sin pretenderlo, Pío XII había demostrado que los que se oponían a la liquidación de los problemas europeos mediante conferencias internacionales no eran Hitler o Mussolini, sino Francia, Inglaterra y Polonia (13).
¡BROMBERG!
Después de la firma del pacto germanosoviético, los acontecimientos se precipitan dramáticamente. El 25 de agosto, Hitler se entrevista con Henderson, embajador británico, y le manifiesta estar resuelto a llegar a una solución que ponga fin a las diferencias con Polonia. El Führer propone una alianza germanobritánica "que no sólo garantice, por parte alemana, la existencia del imperio colonial británico, sino que también si necesario, ofrezca al imperio británico la ayuda del Reich". Hitler reitera, por enésima vez, que no tiene ninguna reclamación que hacerle a Inglaterra ni a ningún otro país occidental.
Mientras Henderson se desplaza en avión a Londres para discutir con Chamberlain y Halifax el ofrecimiento de Hitler, éste se entrevista con el embajador sueco, Birger Dahlerus, que se ha ofrecido a actuar como mediador. El Führer propone que el caso de Dantzig y el "Corredor" se solucione mediante negociaciones directas entre Berlín y Varsovia.
Dahlerus dice (14) que, el 27 de agosto, es recibido en Downing Street por Chamberlain, Lord Halifax y Sir Alexander Cadogan, secretario del Foreign Office; en el curso de la conversación se da cuenta de que Henderson, la víspera, no ha transmitido íntegramente las propuestas de Hitler a Chamberlain (15). Los ingleses, evidentemente, hacen más caso a Henderson que a Dahlerus, pero todavía Chamberlain ve una posibilidad de salvar la paz y comunica al intermediario sueco que sugiera al Führer trate de entenderse directamente con Varsovia.
A pesar de que las negociaciones germanopolacas quedaron interrumpidas a mediados de julio por la movilización general del Ejército polaco; de que todas las propuestas alemanas de arreglo habían sido desoídas; y, sobre todo, a pesar de las violencias sufridas por las minorías germánicas en Polonia que alcanzaron su punto culminante con las masacres del 21 de agosto (16), Alemania se mostraba dispuesta a iniciar nuevas conversaciones con Polonia, bajo arbitraje británico, y proponía oficialmente a Varsovia de enviar un plenipotenciario polaco calificado para negociar. Se emplazaba al representante polaco para presentarse en Berlín el miércoles, 30 de agosto de 1939.
Varsovia da, al principio, su consentimiento. Lipsky, el embajador polaco en Berlín, vuela a Varsovia para recibir instrucciones, y presentarse, con plenos poderes para negociar, el 30 de agosto, a las 4.30 de la tarde, en la Wilhelmstrasse. Pero, al día siguiente, nuevo cambio de decoración. Beck y Rydz-Smigly manifiestan que "Polonia no tiene nada que discutir con Alemania".
A las 16.30 del 30 de agosto, en vez del esperado negociador polaco, llegó la noticia de que el Ejército polaco tomaba posiciones junto a la frontera occidental del país. Media hora más tarde, llegaba otra noticia insólita: Inglaterra se retractaba de su ofrecimiento de mediadora pero confirmaba, oficialmente, su "garantía" a Polonia. Chamberlain había sido definitivamente barrido por Halifax y el clan de Churchill, Eden y Vansittart.
En estos momentos en que la situación ha llegado a su momento más critico, surge el incidente de Bromberg, matanza salvaje, de indefensos civiles que hará ya imposible, entre Alemania y Polonia, todo entendimiento pacifico.
La encuesta de la Cruz Roja Internacional, el Libro Blanco publicado por el Ministerio de Asuntos Exteriores del Reich y las revelaciones de la Prensa internacional, hablan de mujeres con los pechos seccionados, ancianos castrados, criaturas de cinco y seis años de edad empaladas, públicas violaciones de muchachas. Más de diez mil inocentes sacrificados por la chusma -seis mil quinientos, según la encuesta de la Cruz Roja-; se trataba de alemanes residentes en la Polonia inventada en Versalles. Un político neutral tan objetivo como Dahlerus, al que ni con la más desenfrenada fantasía podrá calificarse de nazi, había aconsejado a Varsovia que pusiera coto a las campañas tendenciosas de Prensa y Radio, que impidiera a sus turbas incontroladas que cometieran más actos de violencia contra los alemanes de Polonia y que no tratara de interceptar por la fuerza la huida de los fugitivos (17). Los políticos de Varsovia, creyéndose invencibles con la «garantía» francobritánica, las promesas de ayuda de Roosevelt y su «pacto de amistad y no-agresión» con la U.R.S.S., habían cometido un típico acto de provocación (18). Ya no se trataba del «Corredor»; un abismo insondable se había abierto entre Polonia y Alemania.
Difícil es saber quién fue el instigador del populacho polaco, autor de aquél espantoso crimen colectivo. ¿El propio Gobierno de Beck, creyéndose que con las garantías de Occidente y la «amistad» de la U.R.S.S., la victoria polaca sobre Alemania llegaría tan segura como rápidamente? ¿La influencia judía, tan fuerte en Polonia? ¿El Intelligence Service, viejo especialista en esa clase de menesteres? ¿El Partido comunista polaco? O, tal vez, ¿todos, consciente o inconscientemente, a la vez? Poder responder a esa pregunta sería vital para establecer una buena parte de la responsabilidad en el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
UNA ULTIMA PROPOSICIÓN DE BERLIN
El 30 de agosto, en vista de la incomparecencia del representante polaco, Hitler hace una última proposición a Varsovia, Londres y París, consistente en la celebración de un plebiscito en Dantzig, en el plazo de un año y bajo control internacional. En caso de victoria electoral alemana, Dantzig será devuelto al Reich aunque, en todo caso, Polonia conservará el puerto de Gdynia y se le autorizará a construir una carretera y una vía férrea extraterritorial a través de la Prusia Occidental hasta aquél puerto. En el caso de resultar el plebiscito en favor de Polonia, Alemania reconocerá como definitivas sus fronteras con ese Estado, si bien será autorizada a construir una vía de comunicación extraterritorial hasta la Prusia Oriental. Estas proposiciones debían haber sido notificadas oficialmente al plenipotenciario polaco citado para ese mismo día, y que no se presentó. Jurídicamente, son inatacables. El carácter alemán de Dantzig es unánimemente reconocido, incluso por los polacos, y es perfectamente absurdo que los campeones de la democracia se nieguen a aceptar unas propuestas que, al fin y al cabo, se basan en el derecho de autodeterminación de los pueblos. Políticamente, son realistas, e, incluso, generosas, y, en cualquier caso, no lesionan para nada el pacto germanopolaco de 1934, según el cual se reconocería el statu quo ante de las fronteras entre ambos países durante diez años.
En efecto, el Reich no le pide a Polonia la cesión de un sólo metro cuadrado de territorio polaco; únicamente pretende que se le permita la construcción de un ferrocarril y una autorruta extraterritorial y aún ello condicionado a la aprobación, por plebiscito democrático, de las poblaciones de las regiones interesadas. En cuanto a la posesión de la ciudad de Dantzig, preciso es recordar que, oficialmente, tal ciudad y su zona anexa eran «libres» y no dependían, políticamente, de Varsovia.
El embajador inglés, Henderson, que, como mediador parece haber hecho todo lo posible para torpedear las negociaciones aconseja, no obstante, a Lipski, embajador polaco en Berlín, que se presente en la Wilhelmstrasse para ver a Ribbentrop. Es preciso cubrir las apariencias para poder presentarse ante la opinión pública como pulcros gentlemen; el eje democrático Varsovia-Londres-París no debe, jamás, romper las negociaciones. Ahora bien, lo que puede hacer -y hace- es boicotearlas. Así, la tarde del 31 de agosto, Lipski recibe instrucciones de Varsovia para entrevistarse con Von Ribbentrop y discutir, con él, las proposiciones alemanas. Pero el texto de esas instrucciones es captado por los Servidos de Contraespionaje alemanes. Uno de los párrafos dice: «En ningún caso entrará usted en discusiones concretas; si se le hacen proposiciones verbales o por escrito, escúdese en que no posee plenos poderes para aceptar o discutir tales proposiciones».
Ribbentrop, que tiene ya en su poder las instrucciones de Varsovia a Lipski, le recibe con fría cortesía, a las 18.30 horas del día 31 de agosto, deplorando el retraso de su interlocutor (19). A continuación le pregunta si tiene plenos poderes para negociar. Lipski. naturalmente, recita la lección que trae aprendida. Ribbentrop, que sabe que ya nada puede esperarse de Polonia, le comunica que informará al Führer de su visita.
A las 21.30 llegan noticias de nuevos incidentes en Dantzig. Miles de paisanos alemanes cruzan la frontera polaca en dirección al Reich, en la Alta Silesia y Prusia Occidental.
Se recuerda que a las doce de la noche de aquél mismo día vence el plazo del ultimátum alemán a Varsovia para, al menos, iniciar conversaciones tendentes a solucionar el problema del «Corredor». Mussolini ofrece a Alemania, Polonia, Inglaterra y Francia sus servicios como intermediario. Pero ya es demasiado tarde. Ni en Varsovia ni en Berlín quieren saber nada de nuevas negociaciones. A últimas horas de la noche, el Gobierno del Reich informa por radio del curso de los últimos acontecimientos, se recuerda que Alemania ha aceptado la mediación de Inglaterra y Francia. Que la respuesta del Gobierno polaco ha sido la movilización general. Que los malos tratos dados por los polacos a los alemanes del «Corredor», Alta Silesia y Sudaneu, han culminado con el salvaje crimen colectivo de Bromberg, y que, en tales circunstancias, el Gobierno del Reich se ve obligado a reconocer el fracaso de todos sus esfuerzos para llegar a una solución amistosa de la situación, que todos -incluso en Varsovia - reconocen es insostenible. Y se concluye recordando, por última vez, a los gobernantes de Varsovia que aún tienen tiempo, hasta las doce de la noche de evitar lo peor.
ESTALLA LA GUERRA MUNDIAL
Llega el momento crítico, medianoche, entre el 31 de agosto y el 1º de septiembre, y no pasa nada. Los dos ejércitos se encuentran concentrados a lo largo de la frontera. En la Wilhelmstrasse llegan noticias de que Mussolini está intentando, desesperadamente, conseguir un nuevo aplazamiento del ultimátum alemán. Attolico, el embajador italiano en Berlín, se entrevista con el Führer. Propone un aplazamiento de cinco días. Pero, súbitamente, llegan noticias de la frontera germanopolaca. J. Sueli publicista húngaro editor del bien conocido World Conquerors, de Louis Marschalsko, refiere (20) que, en las primeras horas de la madrugada del 1º de septiembre de 1939, estaba escuchando el programa de la estación de radio de Gleiwitz, en Alemania, junto a la frontera polaca. Repentinamente, el programa musical se interrumpió, y unas voces excitadas anunciaron, en alemán, que la ciudad de Gleiwitz había sido invadida por formaciones irregulares, no uniformadas, procedentes de Polonia; casi inmediatamente, las voces cesaron. Hacia las 2. 30 de la madrugada, Radio Gleiwitz emitió un boletín de noticias en lengua polaca. Poco después, Radio Colonia anunciaba que la policía de Gleiwitz estaba rechazando el ataque de los polacos. A las 5.15, Radio Gleiwitz volvía a emitir en alemán, informando que la intervención de la Wehrmacht había puesto fin a la invasión polaca.
A las 5.45, por orden personal de Hitler, los Cuerpos de Ejército de los generales Von Kluge, Blaskowitz, List y Von Reichenau atravesaban las fronteras occidentales de Polonia, mientras Von Kuchler atacaba desde la Prusia Oriental. Incluso la Prensa inglesa admitió -aunque disimulando, hipócritamente, la noticia en unos escuetos párrafos de última página- que los polacos habían sido los primeros en romper las hostilidades, atacando Gleiwitz con tropas irregulares (21).
El Führer habló, el 1º de septiembre, en el Reichstag. «Me he decidido a hablar con Polonia el mismo lenguaje que ella utiliza con nosotros desde hace meses; el único lenguaje que sus gobernantes de hoy parecen entender. Ya he dicho muchas veces que no exigimos nada de las potencias occidentales, y que consideramos nuestras fronteras con Francia como definitivas. He ofrecido siempre a Inglaterra una sincera amistad y, si es preciso, una estrecha colaboración. Pero la amistad no puede ser un acto unilateral.» A continuación, explica los motivos del ataque alemán contra la última de las fronteras de Versalles y, nuevamente, se dirige a Francia e Inglaterra:
«Si los estadistas de Londres y París creen que esto afecta a sus intereses, no me queda más remedio que lamentar tal punto de vista. Pero deseo que conste que el Reich no siente ninguna animadversión ni ningún deseo de revancha contra sus hermanos del otro lado del Rin.»
No obstante, unas horas después, los embajadores francés e inglés se presentan en la Wilhelmstrasse para entregar un ultimátum a Hitler. O bien las tropas alemanas se retiran al otro lado de la frontera y garantizan, además, que los ataques no se repetirán, o bien Inglaterra y Francia cumplirán las obligaciones que han contraído con Polonia; esto es, declararán la guerra al Reich. Ribbentrop toma nota del ultimátum, y manifiesta que informará del contenido del mismo a Hitler.
El 2 de septiembre, Mussolini está a punto de salvar la paz. Propone una conferencia de reconciliación con participación alemana, polaca, inglesa, francesa e italiana. Las bases de esa conferencia serían: Armisticio previo, conservando ambos ejércitos sus posiciones actuales. Convocatoria de la conferencia en un plazo de cuarenta y ocho horas. Solución del conflicto germanopolaco mediante la celebración de un plebiscito internacionalmente controlado en las zonas sujetas a discusión, esto es, el «Corredor» de Dantzig. Hitler y Daladier aceptan. La muy oficiosa Agencia Hayas informa, en un comunicado especial, que el Gobierno francés se declara dispuesto a participar en la conferencia de reconciliación. En Varsovia parecen, también, dispuestos a negociar, pero el Gobierno británico rehusa; y no sólo rehusa, sino que hasta convence a París para que retire su adhesión a la propuesta de Mussolini (22).
El día siguiente, 3 de septiembre, el Gobierno inglés se decide por la declaración de guerra a Alemania. Durante cuatro horas se discute ásperamente; un valeroso grupo de pacifistas intenta todavía reanimar a Chamberlain, pero el viejo Primer Ministro, enfermo y traicionado por su propio Partido, es arrollado por el clan animado por Churchill, Cooper, Eden y Vansítart. A las nueve de la mañana, Neville Henderson, embajador en Berlín, entrega un nuevo ultimátum a Ribbentrop:
"... en el caso de que a las 11. 00 del día de hoy, 3 de septiembre, no se dé una respuesta satisfactoria en el sentido de que el Gobierno alemán pondrá fin a todos los ataques contra Polonia, el Gobierno británico se considerará en estado de guerra con Alemania".
Poco después, el embajador francés presentaba otra nota redactada en los mismos términos.
Hitler respondió con una declaración oficial, negándose a «recibir, aceptar o cumplir» las exigencias de los ultimátums de Inglaterra y Francia.
El sueco Dahlerus intentó, todavía, una postrera maniobra de arreglo, sugiriendo a Goering que se trasladara personalmente a Inglaterra para tratar de llegar a un acuerdo de alto el fuego con el Gobierno británico.
Hitler autorizó a Goering para que emprendiera el vuelo inmediata-mente hacia Londres. Dahlerus consiguió, desde Berlín, entablar comunicación telefónica con el Foreign Office, preguntando cómo sería recibida la visita de Goering. Halifax responde que mientras Alemania no responda a los términos del ultimátum que se le ha enviado, la visita de Goering no tiene razón de ser. Y, a las once de la mañana, la voz de Chamberlain anuncia, por la radio, que la Gran Bretaña se encuentra en estado de guerra con Alemania... A las cinco de la tarde Francia declara, también, la guerra al Reich (23).
Acaba de alzarse el telón de la tragedia del suicidio europeo. * * *
Uno tras otro, los estados miembros de la Commonwealth van declarando la guerra a Alemania. He aquí como describe Henry Coston de qué manera la Unión Sudafricana se ve complicada en el conflicto:
«El general Smuts, presidente de la República, unos días antes de estallar la guerra, fue a casa de Jack Barnato Joel, en Londres, para consultarle sobre una eventual entrada de la Unión Sudafricana en la contienda. Se sabe que, justamente entonces, fue cuando Smuts entró en el Consejo de Administración de la «De Beers» (trust diamantifero controlado por Barnato). Por otra parte, siete influyentes parlamentarios del grupo belicista y germanófobo de Smuts pertenecían al Consejo de Administración de la "British South Africa & Co."
«Uno de los principales financiadores del general Smuts era el magnate de las minas de oro "New Modderfontain Gold Mining Co.", Sidney Goldmann (24).
Precisemos por nuestra parte, que tanto Barnato como Goldmann son judíos. Los trusts «De Beers» y «British South Africa» estaban -y continúan estando- controlados por los multimillonarios hebreos Sir Ernest Oppenheimer y Alfred Beit.
Sudafricanos. indios, canadienses, australianos neozelandeses, egipcios, pakistaníes, birmanos, árabes, negros, amarillos... zulúes, cafres, hotentotes, gurkhas... una cuarta parte de la humanidad se encuentra súbitamente, en estado de guerra con Alemania, sin haber sido democráticamente consultada, y a consecuencia de un problema remoto que concierne a una ciudad, Dantzig, que la inmensa mayoría de súbditos de Jorge VI serían incapaces de encontrar en un mapa mundi.
LA ALTERNATIVA: ¿BERLIN O MOSCU?
Si algo hay de evidente, de diáfano, en la política europea de la anteguerra, es el deseo de la Alemania nacionalsocialista de luchar, a solas, con el bolchevismo instalado en Rusia. Esto es bien sabido y generalmente aceptado por políticos responsables de Occidente, con Churchill a la cabeza, cuando afirma, en sus «memorias» que «evidentemente no daremos manos libres a Alemania a ningún precio en el Este de Europa».
Esto lo decía Churchill cuando Polonia estaba en los mejores términos con Hitler, y Pilsudski quería aliarse con éste contra la U.R.S.S. De donde se deduce que cuando Churchill decía "el Este de Europa" sólo podía referirse a Rusia.
Dejando a un lado a la democracia que, por principio no cree -o dice no creer- en nada, dos ideologías se hallaban, entonces ferozmente enfrentadas: el comunismo y el nacionalsocialismo. De un lado el rebaño de los amargados sin oficio ni beneficio engañados por sus falsos pastores, hebreos o no, entronizados en Rusia merced a la más salvaje revolución de la historia. Del otro, un régimen que podía o no gustar a los no alemanes, pero que innegablemente había realizado una labor gigantesca. y había llegado al poder mediante unas elecciones de cuya pureza democrática nadie dudó en su día. El marxismo, con pretensiones, mil veces proclamadas, de imponer en el orbe entero la dictadura del proletariado. El nacionalsocialismo con un programa específico, concretamente anti-marxista, y con la pretensión de crecer políticamente a costa del bolchevismo, y territorialmente a costa de la Unión Soviética.
El bolchevismo, enemigo declarado de los grandes imperios europeos y, especialmente, del imperio británico (25). El nacionalsocialismo, reconociendo sus fronteras con Francia como definitivas y tendiendo docenas de veces su mano a Inglaterra.
Es cierto que entre el régimen alemán de entonces y las concepciones democráticas imperantes en Occidente existían muchas discrepancias de tipo doctrinal e ideológico, pero no es menos cierto que el nacionalsocialismo nunca pretendió ser un sistema político «de exportación».
Una alternativa se presentaba entonces a las democracias occidentales, ante el choque inevitable entre comunismo y nazismo: ¿Berlín o Moscú? ¿Se aliarían Inglaterra y sus satélites continentales, Francia incluida, con Alemania, contra el comunismo soviético? Ésta parece haber sido la intención de Chamberlain en Munich (26). O bien, contrariamente, ¿se aliarían las democracias con su enemigo jurado, el comunismo, en contra de Alemania, como querían Churchill, Eden, y las fuerzas políticas a que ellos estaban infeudados, para frenar - o intentarlo - a la U.R.S.S. una vez vencida aquélla?
La segunda solución fue la escogida óy no por el pueblo soberano, que había dado sus votos a Chamberlain, y no a Churchill - y sus resultados a la vista están. No somos de los que intentan volver a escribir la Historia a base de alargarle unos centímetros la nariz a Cleopatra, o de darle órdenes formales a Grouchy para que llegara a tiempo, con sus refuerzos, a Waterloo; pero creemos que para cualquier cerebro normal, era perfectamente perceptible, en 1939 que una Segunda Guerra Mundial redundaría tal vez, en una eliminación del «made in Germany» como concurrente peligroso para el «made in England», pero que, ciertamente, Europa desaparecería como centro rector del Universo y que el imperio británico, como Hitler predijera, desaparecería de la faz del inundo como potencia de primer orden, convirtiéndose en satélite distinguido del «Money Power» de Washington.
Había, todavía, una tercera solución, consistente en dejar que alemanes y soviéticos lucharan entre sí, mientras las democracias se hacían pagar su neutralidad y ganaban tiempo para rearmarse, con lo cual, al final de la guerra entre alemanes y soviéticos, podrían los anglofranceses obligar al maltrecho vencedor a respetar sus intereses, si los creían amenazados. Éste era el punto de vista de muy calificados políticos europeos y americanos, incluyendo al futuro presidente Truman y era, también, la clásica expresión de la política tradicional inglesa, consistente en hacer luchar entre sí a las dos máximas potencias continentales del momento, para decidir la Gran Bretaña, en última instancia, con sus cipayos, su «Home Fleet» y el consiguiente bloqueo por hambre, la contienda de la manera más favorable a sus intereses. Esta vieja constante nacional británica, el «two power standard», le dictaba a Albión no ya interponerse entre Hitler y Stalin, sino utilizar su vieja y tortuosa diplomacia para precipitar el choque entre ambos.
¿Por qué Inglaterra, por primera vez en su Historia, abandonó su viejo y sagrado egoísmo nacional y, en vez de luchar, como siempre, por sus exclusivos intereses, lo hizo por una ideología?... ¿Cuál fue la causa del colosal error de los habitualmente astutos políticos de Westminster? Ya que, hoy en día, no puede haber duda alguna... El interponerse entre Alemania y la U.R.S.S. fue, mirado desde un punto de vista estrictamente británico, una equivocación de dimensiones cósmicas. Ahora bien: ¿Y si los políticos y los parlamentarios que arrastraron al viejo Chamberlain hasta la declaración de guerra atendieron más a sus ligámenes con la City, con el rey Rothschild, o con el "Money Power" que a su patriotismo inglés? Ya hemos mostrado cómo todos los miembros del Gabinete inglés en el momento de la declaración de guerra a Alemania estaban ligados, por lazos profesionales o familiares con el judaísmo y eran, en su inmensa mayoría, masones. En otro lugar hablamos del papel jugado por Inglaterra, desde los tiempos de Cromwell, como abanderada y aliada objetiva -sabiéndolo o no sus dirigentes legales- del judaísmo y los movimientos políticos a éste infeudados. Bástenos con mencionar, aquí, que cuando el judaísmo internacional consigue instalar a Roosevelt y apuntalar a Djugachvili-Stalin en la cima del binomio URSS-USA, Inglaterra pierde su vigencia objetiva como gran potencia mundial, protectora y, a la vez, protegida, de Israel y es lanzada, pese a las reticencias de su último estadista nacional, Sir Neville Chamberlain, a su suicidio, arrastrando en el mismo a Francia, satélite suyo desde Waterloo.
Supongamos que, como querían hacer creer Churchill y quienes a Churchill movían y utilizaban, Alemania representaba un peligro mortal para el imperio británico; admitámoslo a efectos puramente polémicos. ¿Justificaba ello que Inglaterra se inmiscuyera en el conflicto político e ideológico germanosoviético? ¿No era, en cambio, lo lógico que tratara ella de atizar, de activar tal conflicto, máxime teniendo ócomo la tuvo siempre - la posibilidad de quedar al margen del mismo?
«Alemania había cometido numerosas violaciones del Tratado de Versalles», decían, virtuosamente, los políticos de Londres y París. Sea. Hitler había violado diversas cláusulas del «Tratado de Versalles». Y supongamos que sus adversarios - ingleses y franceses - habían, en cambio, observado todos los términos del famoso documento, de infausta memoria. Olvidémonos de la ocupación francesa de la Renania, en tiempos de paz; del boicot francobritánico en las conferencias del desarme en Ginebra; de la alianza francosoviética violando el Tratado de Locarno; de la construcción de la Línea Maginot; de la «volte face» británica después del Tratado de Munich, igualmente violado con la garantía de Londres a Varsovia. Borremos todo ello de nuestra memoria, y guardemos, sólo, en la misma, los cargos que a Alemania hacían sus jueces, las democracias occidentales. Los nazis, es cierto, habían hecho cuanto habían podido para unir Austria a Alemania. Pero el Anschluss se había llevado a cabo sin dispararse un sólo tiro; la población austríaca había acogido a sus "invasores" con entusiasmo, según atestiguaron incluso las grandes agencias informativas internacionales, habitualmente poco simpatizantes con el nazismo... Algo muy diferente a lo acaecido durante muchos años en Irlanda, por ejemplo, donde los ingleses se mantenían con los tanques en las calles y fusilando rehenes.
También se habían anexionado el territorio indudablemente germánico de los Sudetes, y ello con la anuencia de Chamberlain, que dio su acuerdo en Munich. Y, en agosto de 1939, reclamaron Dantzig, realmente, una ciudad alemana, y, teóricamente, una «ciudad libre», y aún subordinaban su incorporación a un plebiscito favorable, internacionalmente controlado.
En cambio, la Unión Soviética, desde su nacimiento, en 1917, se había anexionado, "manu militari" Carelia Meridional y Ucrania (cuya independencia habían reconocido, en 1918, las democracias occidentales y los propios soviéticos), más Georgia, Armenia, Kazakhstán, Uzbekistán, Azerhaidján, Tadjikistán, Kirghizia, Turkmenístán, Tanu-Tuva y la Mongolia Exterior, con un total de 6.349.000 km.2 y una población de 61.200.000 ha-bitantes, Algo más que Dantzig.
Para la curiosa óptica de los gobernantes occidentales, no obstante, Alemania era el agresor, y no la U.R.S.S.
Para esos mismos gobernantes de Occidente, Alemania era, así mismo, un «Estado policía» dirigido por unos tiranos sanguinarios, por que los líderes del Partido comunista que no habían conseguido huir al extranjero habían sido internados en campos de concentración, porque la masonería había sido puesta fuera de la ley y porque el demasiado conocido pastor Niemoller se había internado torpemente en terrenos políticos no recomendables y había sido tratado con no excesivos miramientos por la Gestapo. Alemania era un Estado retrógrado porque dictaba contra sus judíos unas normas en todo caso más moderadas (27) que las impuestas por Norteamérica contra sus negros y sus aborígenes, por Inglaterra contra sus irlandeses, y por la Unión Soviética contra sus... rusos.
La población penal de Alemania en 1939 -contando sólo a los presos políticos- se elevaba, según fuentes antinazis por otra parte muy discutibles, a sesenta mil personas. En cambio, en la Rusia soviética, según el embajador americano y gran amigo de la U.R.S.S. William C. Bullitt, en los campos de concentración y las cárceles de la G.P.U. el número de detenidos «no habrá sido nunca inferior, durante el período 1922-1937 a diez millones (28). En cambio, Molotoff, opinaba que el número de presos políticos se acercaba a los doce millones (29).
El nacionalsocialismo, en fin, se había impuesto en Alemania de manera totalmente incruenta y según las normas del juego político de sus adversarios, esto es del sufragio universal. El comunismo, en cambio había necesitado de una interminable serie de matanzas colectivas para im-ponerse en Rusia. Sólo en los tres primeros años de la Revolución, según estadísticas archivadas en la Biblioteca del Congreso de los Estados Uni-dos (30) fueron asesinados por la G.P.U. o por las «unidades especiales» de represión del Ejército rojo: 28 obispos y arzobispos; 6.776 sacerdotes; 15.265 profesores y catedráticos; 54.000 oficiales y suboficiales del antiguo Ejército imperial; 260.000 soldados; 198.000 policías; 355.000 intelectuales; 195.000 obreros y 915.000 agricultores. Más de dos millones de rusos y un millón de ucranianos debieron emigrar al extranjero.
Pero el exponente de la tiranía estaba representado por Alemania, y no por la U.R.S.S. según la extraña perspectiva visual de los políticos de Londres y París.
La llamada "opinión pública", que no se basa ni puede basarse, en el conocimiento de los hechos -reservado por su complejidad a una elite de especialistas- ni en la propia observación -fenómeno puramente individual- cree lo que los grandes medios informativos modernos le hacen creer. El «hombre moderno que no tiene fe en nada ni en nadie, ni siquiera en Dios se cree, sin pasarlo por el tamiz del previo análisis, cualquier juicio o idea expresada en un periódico de gran circulación o en la radio. El único requisito para hacer creer lo que fuere al hombre masa, al «hombre voto», es que tal juicio o idea sea suficientemente repetido, según la harto conocida técnica publicitaria. La calidad o la astucia del razonamiento o del sofisma no influye casi para nada en el hecho de su aceptación por el hombre masa, ese deshumanizado subproducto de la moderna democracia, ser de ideas simples y «necesidades» complicadas. Para el pobre «Juan Pueblo» que se imagina ser el fundamento del Estado porque se lo han hecho creer quienes le explotan y a él le resulta agradable tal creencia, tiene plena vigencia el postulado: Repetición sistemática de los hechos o las ideas falsos o no, equivale a verdad. Esto es así, mal que nos pese, en una época como la actual que se precia de «racionalista».
El milagro de la Gran Prensa, de la Radio, de las películas tendenciosas, de las «informaciones» amañadas o lanzadas al pasto del público desde ángulos insólitos de las calumnias bajo titulares a cinco columnas en primera página, rectificadas o desmentidas -y no siempre- en un rincón de la última, al día siguiente, el auténtico prodigio diabólico consistente en «hacer ver a millones de engatusados ciudadanos que Alemania era «el agresor» y la Rusia soviética no lo era, demuestra hasta qué punto el liberalismo y todos sus derivados, hasta llegar al marxismo, ha conseguido consumar al descrédito de la realidad.
Por que la realidad fue que Polonia a la que se pretendía presentar como «mártir» hacía unos meses tan sólo que se había abalanzado sobre la Checoslovaquia de Benes, cuando éste se hallaba en plena pugna diplomática con Hitler, arrebatándole el territorio de Téscheno, que si ciertamente nunca había sido checo, tampoco podía considerarse polaco, sino ucraniano. Pero solo Alemania sería consagrada agresora de Checoslovaquia, y no Polonia, a la que se reservaba el papel de «barrera» protectora de los soviéticos y, a la vez de víctima... ¡La víctima Polonia!... ¡cuántas veces lo hemos oído?! En cambio, ¿cuántas veces hemos oído hablar de la mártir -auténtica- Ucrania, víctima de cinco repartos, en todos los cuales participó la belicosa Polonia?
Alemania era la agresora, la única agresora en un mundo ideal y aséptico, de la misma manera que era la gran incumplidora de pactos y compromisos internacionales. Nada importaba que otros Estados - y no sola-mente la U.R.S.S.- la aventajaban en eso de «incumplir» pactos ópero, ¿es un pacto un compromiso suscrito bajo coacción? - se repetiría hasta la saciedad que Alemania había violado sus compromisos internacionales (31) olvidándose cuidadosamente de mencionar las circunstancias que servían de marco a tales incumplimientos y teniendo buen cuidado de presentarse, los jueces democráticos, como cumplidores esclavos de sus compromisos.
Así se llegaría a escoger la peor alternativa para Inglaterra y Francia y, en definitiva para Europa; alternativa que debía significar el primer paso del salvamento del comunismo por las democracias occidentales, y que produciría el siguiente escenario: la protestante Albión, aliada a la III República de anticlericales franceses se lanzaba, sin preparación, a una aventura bélica de imprevisibles consecuencias, para salvar a la católica Polonia -o más exactamente, para permitir a la misma conservar un territorio robado veinte años atrás-; la «sinagoga» de Roosevelt daba su bendición a los «cruzados» que acudían en ayuda del país más antisemita de Europa (32); entre tanto, la U.R.S.S. Estado ateo y aliado de Francia, de Alemania y de... Polonia, se disponía a asestar a ésta una puñalada por la espalda ante el beneplácito de los intrépidos defensores... ¡¡¡de Dantzig!!! Grotesca situación...
POLONIA SE HUNDE EN DIECISIETE DÍAS
No hay peor mentira que la que halaga la vanidad del mentiroso, que acaba tomándolo por verdad. Tanto había hablado la propaganda polaca de las «debilidades internas» del nacionalsocialismo (33) y de la baja moral de la Wehrmacht, tanto se confiaba en la prometida ayuda francobritánica y en la amistad soviética, que el grueso del Ejército polaco - 1.750.000 soldados - adoptó, desde buen comienzo, una posición ofensiva, despreciando las más elementales precauciones defensivas. Pero el Estado Mayor alemán, perfectamente enterado del optimista estado de ánimo polaco, deja clavado en el terreno a su centro, mientras hace avanzar rápidamente a Von Reichenau y Von Kluge por los flancos. Los propios polacos se precipitan, por iniciativa propia, dentro de la trampa que, férreamente, se cierra tras ellos al cabo de seis días exactos.
El 7 de setiembre 175.000 soldados polacos se rinden en la gran bolsa del Vístula. Al día siguiente, otros 60.000 soldados, copados cerca de la frontera checa por las tropas de Von List y Von Reichenau, capitulan igualmente. Al atardecer del mismo día 8 de septiembre, las avanzadillas de Blaskowitz, Kuchler y Von Kluge llegan a los arrabales de Varsovia desde tres direcciones diferentes. El día 9 la capital polaca es cercada y los ejércitos que desde el Sur y el Este corren en su auxilio son cercados a su vez y deben capitular casi sin lucha.
El 10 de septiembre se envía un ultimátum de rendición a Varsovia, que es rechazado. El Estado Mayor polaco convierte a la capital en una fortaleza, e invita a la población civil a luchar contra la Wehrmacht. Esto constituye cronológicamente, la primera violación de las leyes de la guerra cometida en la Segunda Guerra Mundial. Los civiles que participan en acciones de guerrillas o en lucha abierta sin ir uniformados son, de acuerdo con la Convención de Ginebra de 1929 «delincuentes de guerra», y la pena prevista para tales delincuentes es el pelotón de ejecución. No obstante, no se registraron ejecuciones de francotiradores en esta prime-ra campaña de Polonia.
El 11 de septiembre, el Ejército de Kuchler rebasa Varsovia por el Norte, mientras el de Von Reichenau llega a las puertas de Lublin. El ejército polaco se desmorona en todas las líneas; tal vez el hecho de que más del cuarenta por ciento de los efectivos de tal ejército no son nacionales, sino halógenos hostiles, pueda explicar parcialmente los motivos de tan rápida y completa hecatombe. El día 15, el Gobierno polaco huye a Londres donde se instala, anunciando que continuará la lucha en el exilio (34).
El 17 de septiembre, un Ejército polaco que intenta romper el cerco que atenaza a Varsovia es aplastado por las tropas de Blaskowitz y cercado a su vez cuando, maltrecho, intenta retirarse. En sólo diecisiete días, el orgulloso Ejército polaco ha sido prácticamente aplastado. Unicamente quedan unos reductos fortificados en la península de Hela y en la fortaleza Modlin, así como en la capital. Varsovia. Seiscientos mil polacos han sido hechos prisioneros; noventa mil han perdido la vida y más de doscientos mil han sido heridos. Casi el sesenta por ciento del Ejército regular ha sido puesto fuera de combate; la pequeña flota polaca ha sido apresada por la «Kriegsmarine», y la aviación ha sido diezmada por la Luftwaffe dos escuadrillas logran huir a Londres.
La prometida ayuda anglofrancesa no se ha producido. Los franceses se han quedado atrincherados tras la Línea Maginot, mientras los ingleses se limitan a mandar al continente dos divisiones, de momento. La Royal Air Force efectúa media docena de «raids» de reconocimiento, y la «Home Fleet» no abandona las aguas inglesas. «La drole de guerre», la llaman en Francia (35).
LA U.R.S.S. APUÑALA A POLONIA POR LA ESPALDA
El mismo 17 de septiembre, cuando el Gobierno polaco abandonando a los restos de su maltrecho Ejército y a sus francotiradores, ha huido a Londres, tres millones de soldados soviéticos inician la invasión de Polonia por el Este.
Pero ni Londres ni París declaran la guerra a la Unión Soviética, como exige su pacto -su famosa garantía- con Polonia. El mismo Churchill declara que los soviets han ocupado unas regiones que les corresponden en derecho. Lloyd George escribe al embajador polaco en Londres que todos deben congratularse del hecho de que «el Gobierno británico no haya considerado el avance ruso en Polonia como un acto de la misma naturaleza que la invasión alemana» (36).
Es decir para los distinguidos gentlemen de Londres, un ataque a Polonia desde el Oeste merece una declaración de guerra mientras que un ataque al mismo país desde el Este merece todos los plácemes. Un ataque alemán a un país hostil realizado tras las provocaciones de Posen y Bromberg, y con el objetivo limitado de recuperar ciertos territorios considerados germánicos por todo el mundo, es un acto deleznable; pero un ataque soviético al mismo país con el que están ligados por un «pacto de amistad y no-agresión», realizado con toda alevosía, cuando no puede defenderse, y sin previa declaración de guerra, para apoderarse de la mitad del mismo esto es un acto loable para los distinguidos caballeros de Westminster.
FIN DE LA CAMPAÑA POLACA
El 25 de septiembre, cuando el destino de Polonia ya está decidido, el general Blaskowitz invita a la rendición a las tropas polacas que aún resisten en Varsovia, pero el comandante de la plaza se obstina en convertir a ésta en una fortaleza. El día siguiente la Luftwaffe arroja volantes sobre la ciudad aconsejando a sus habitantes la capitulación. Blaskowitz ordena el alto el fuego y ofrece al Alto Mando polaco que la población civil se refugie en el barrio Praga que será declarado «zona neutra». El comandante de la plaza no se digna contestar a esta proposición.
Hitler ordena entonces a Blaskowitz que Varsovia sea tomada a sangre y fuego y hace responsable de lo que pueda ocurrirle a la población civil al comandante militar de la plaza y a Sikorski que, desde los micrófonos de la B.B.C., invita a la población civil a tomar las armas contra el enemigo. El 26 por la noche comienza el ataque general contra Varsovia; dos días después, la ciudad capitula. Doce mil civiles han perecido a consecuencia del último asalto de la Wehrmacht.
DOS OFERTAS DE PAZ
El 19 de septiembre, en Dantzig, Hitler pronunció un discurso en el que precisó que con la recuperación de la ciudad y el «Corredor» y el colapso de la resistencia polaca la guerra en Polonia podía darse por acabada. Alemania nada pedía a Inglaterra ni a Francia, por lo que «la guerra en Occidente no tenía razón de ser». Hitler ofrecía una paz-empate a las democracias occidentales. Éstas decían haber ido a la guerra para proteger a Polonia; pero Polonia había desaparecido del mapa y no solamente a causa del ataque alemán, sino también del soviético, y del poco o nulo entusiasmo puesto en la defensa del país por un cuarenta por ciento de halógenos hostiles. No había ya ninguna Polonia que proteger, y por eso el Gobierno del Reich ofrecía entablar negociaciones sobre la base del «fait accompli»; esto no era, tal vez, muy moral, pero era todavía un medio de evitar la generalización de la guerra. La Historia dirá que Hitler, una vez agotados todos los medios diplomáticos, y tras veinte años de provocaciones polacas se arriesgó a una guerra local a cambio de una conquista que él consideraba vital para su pueblo; mientras que Inglaterra decidió imponerle, como precio de tal conquista, una guerra mundial.
La Prensa inglesa reprodujo sólo unos párrafos del discurso del Führer, alterando completamente el significado de los mismos al citarlos fuera de su contexto. El Gobierno de Chamberlain se limitó a rechazar la propuesta alemana, mientras en París Daladier respondía bravamente que «Francia continuará esta guerra hasta la victoria final».
Una nueva propuesta de Hitler tuvo lugar el 6 de octubre, una vez acabada la campaña de Polonia. El Führer anunciaba la reincorporación de Dantzig, el «Corredor» y la Alta Silesia al Reich. Afirmaba que Polonia renacería como Estado independiente tan pronto como las democracias occidentales se decidieran a poner fin a las hostilidades; entre tanto, se constituye el «Gobierno general» de Polonia, bajo control alemán. A Francia y a Inglaterra les proponía, nuevamente, una paz tablas. Un despectivo silencio fue la respuesta del Foreign Office y del Quai d´Orsay.
LA U.R.S.S. ATACA A FINLANDIA
Mientras en el Oeste continúa la «drole de guerre» y tanto en la Línea Maginot como en la Siegfried evitan incluso provocar tiroteos inútiles, el Ejército rojo ocupa sucesivamente Lituania, Letonia, Estonia, Besarabia y Bukovina del Norte, amén de, aproximadamente, el cuarenta por ciento de lo que constituía Polonia unas semanas atrás. Nadie, en el Oeste, parece indignarse por todas estas agresiones calificadas.
El 30 de noviembre, el Kremlin publica un comunicado según el cual Finlandia amenaza la seguridad de Leningrado y ha cometido, además una violación de fronteras en Carelia. Amparándose en estos burdos pretextos, el Ejército rojo se pone en marcha para aniquilar a la pequeña Finlandia que, con sus cuatro millones de habitantes, pone en terrible peligro, según Stalin, a la gigantesca URSS. Tampoco los pulcros políticos occidentales encuentran gran cosa a decir ante esta nueva agresión soviética.
Pero el pequeño Ejército finés, conducido por el héroe nacional, Mannerheim, resiste ante el rodillo ruso. Un invierno particularmente crudo viene en ayuda finlandesa y paraliza los movimientos del gigante soviético. Pero, al llegar la primavera de 1940, Finlandia deberá capitular, viéndose obligada a ceder a la URSS las islas Suursaari y la base naval de Viborg en el golfo de Finlandia, amén de una rectificación de fronteras en Carelia, favorable a la U.R.S.S. a lo largo de unos ochenta kilómetros.
Finlandia debe, igualmente, ceder territorio en Carelia Central (Kualajaervi) y en el Norte, donde los soviéticos se han apoderado de la base naval de Pétsamo, en el fjord de Varanger, así como del «Corredor» que conduce al mismo, para permitir a Finlandia una salida al Artico. Huelga decir que Churchill, Daladier, y sus respectivos ministros, no encontraron ningún inconveniente en la supresión de este «Corredor». De la misma manera que un ataque a Polonia desde el Oeste era inmoral y otro desde el Este era moral, lo mismo sucedía con la supresión del «Corredor» de Dantzig y el de Pétsamo...!
DEMOCRACIA Y BECERRO DE ORO
Durante la «drole de guerre». (Invierno de 1939 y primavera de 1940) ciertos políticos ingleses, partidarios de la paz, intentaron, aprovechando la calma absoluta del frente occidental, llegar a un acuerdo para hacer cesar las hostilidades Parece ser que el propio Chamberlain, apoyado por Runciman y otros conservadores contrarios a la «dique» de Churchill, animaba discretamente esas iniciativas.
Pacientes negociaciones se llevaron a cabo, extraoficialmente, entre el Foreign Office y la Wilhelmstrasse, y a punto estuvieron de verse coronadas por el éxito. Los alemanes aceptaron todas las condiciones inglesas: limitación de las anexiones alemanas a la ciudad de Dantzig y al Corredor., renunciando a la Alta Silesia y a la Prusia Occidental, y firma de un convenio germanopolaco regulando la cuestión de las minorías alemanas en Polonia. El acuerdo parecía probable, e incluso los comunicados ingleses de la época suavizaron notablemente su tono, dando relieve a ciertos actos de caballerosidad de la Wehrmacht en Polonia. No obstante, las negociaciones habrían de fracasar. Una vez obtenido un acuerdo de principio, los negociadores ingleses fueron informados por su Gobierno de otras dos condiciones que debían ser sometidas a los negociadores alemanes. Estas dos cláusulas adicionales serían rechazadas por Hitler y la guerra continuarla con redoblado furor.
¿Cuáles fueron esas dos condiciones suplementarias que malograron el acuerdo?
Los ingleses exigían que Alemania renunciara a su autarquía económica y adoptara el patrón-oro, volviendo al sistema librecambista. Además. Alemania debía autorizar la reapertura de las logias masónicas, clausuradas por Hitler.
Este hecho, mencionado en 1947 en el boletín, muy autorizado, de la "National Industrial Development Association of Eire" fue, posteriormente, confirmado por el coronel J. Creagh Scott, diplomático bien conocido que tomó personalmente parte en las negociaciones con la Wilhelmstrasse, y no fue desmentido.
Creagh Scott acusó públicamente al Gobierno británico, en una conferencia pronunciada en el Ayuntamiento de Chelsea, de haber provocado la guerra únicamente para defender el patrón-oro y la masonería, dos instrumentos sionistas (37).
INGLATERRA Y FRANCIA, CONTRA LOS NEUTRALES
Las democracias occidentales, que pretendían luchar por el derecho y la libertad serían, cronológicamente, las primeras en atropellar el derecho de los países neutrales a continuar siéndolo. En septiembre y octubre de 1939, la R.A.F. emprendió vuelos de reconocimiento sobre Alemania, pasando por el espacio aéreo de Bélgica y Holanda. A mediados de octubre, la R.A.F. inició los ataques aéreos sobre Alemania Occidental, cruzando nuevamente, para ello, sobre Holanda y Bélgica. Estos dos países protestaron oficialmente ante Londres.
En octubre, la Gran Bretaña decretó el bloqueo contra Alemania. Todas las mercancías destinadas a Alemania, quedaban confiscadas; todos los barcos neutrales que transportaran mercancías hacia Alemania debían atracar en puertos británicos, donde su cargamento sería confiscado; en caso contrario, serían hundidos. Todas las mercancías alemanas destinadas a países neutrales serían igualmente, confiscadas, aunque viajasen bajo pabellón neutral. Esto era un acto contrario a las leyes de la guerra, Y concretamente a la Convención de Ginebra de 1929, de la cual Inglaterra era signataria. Así mismo, era un acto que lesionaba los intereses de los países neutrales. Una veintena de Gobiernos protestaron, pero sólo en dos casos la Gran Bretaña se avino a ceder: frente a Italia y el Japón, países firmantes del pacto anti Komintern con Alemania. No era cuestión de provocar a Roma o a Tokio, anticipando su entrada en la guerra al lado del Reich.
Alemania respondió a estas medidas con el anuncio del bloqueo contra Inglaterra por medio de los ataques submarinos. No obstante, los sumergibles alemanes se abstuvieron de molestar a los buques neutrales, sobre todo suecos, noruegos y norteamericanos, que se dirigían a las Islas Británicas.
A finales de 1939 el mar del Norte se convirtió en escenario de fuertes combates navales: los transportes de minerales suecos parten del puerto noruego de Narvik, en dirección a Alemania. La "Home Fleet" y la R.A.F. intervienen repetidamente violando las aguas jurisdiccionales y el cielo de Noruega y Dinamarca. También el espacio aéreo sueco es violado por la aviación británica que se dirige al Báltico para hostilizar el tráfico naval germano. Las defensas antiaéreas daneses disparan repetidamente contra la R.A.F. y la aviación francesa.
El 16 de diciembre, Churchill, jefe del Gabinete de guerra presenta un memorándum al Gobierno, preconizando una acción común contra Noruega y Dinamarca que, una vez ocupadas, deberán servir de base para un ataque a Alemania desde el Norte.
Churchill declara, en su memorándum que «las pequeñas naciones no deben atarnos las manos». Pero los franceses, que deben suministrar la carne de cañón en la proyectada operación -los ingleses se limitan a ofrecer su flota y el apoyo de la R.A.F.- se muestran bastante reacios a la misma en un principio. La invasión de Escandinavia por los Aliados es aplazada.
A principios de 1940, la posición de Chamberlain se agrava, por su resistencia a avalar tales procedimientos guerreros. Paralelamente, la de Churchill se robustece, y la guerra contra los neutrales se intensifica aún más. El 16 de febrero de 1940, un destroyer británico abordó y hundió al mercante alemán Altmark cuando éste viajaba por aguas jurisdiccionales noruegas. Noruega protestó.
Un mes después, otro transporte alemán, el Edmund Stinnes, es hundido por la R.A.F. cuando navegaba por aguas danesas. Entre tanto, los espacios aéreos de Dinamarca, Noruega, Suecia, Bélgica, Luxemburgo y Holanda son constantemente violados por la aviación aliada, sin que haya constancia, hasta ahora, de un sólo acto análogo, con respecto a éstos u otros Estados por parte de Alemania.
El 3 de abril, Francia e Inglaterra exigen a Noruega que impida el paso por sus aguas, de los transportes de minerales, alemanes o no, que se dirijan a puertos alemanes. El Gobierno de Oslo se niega a cumplir estas exigencias El mismo día, Lord Halifax informa al embajador noruego en Londres que Inglaterra desea obtener bases en la costa noruega, para poner fin al transporte alemán de minerales procedentes de Suecia.
Dos días antes fue aprobado el llamado "Plan Stratford", para la ocupación anglofrancesa de los puertos noruegos de Narvik, Stavanger, Bergen y Trondheim. Dicho plan debía iniciarse el 7 de abril con la colocación de minas ante Oslo y el Skager-Rak; el día siguiente comenzaría la ocupación de los puertos citados.
El "Plan Stratford", en su concepción inicial, preveía la invasión de Noruega para el día 5 de abril, pero las objeciones del almirante Darlan hicieron demorarlo unos días, y esto permitió a Hitler, informado del plan, dar un contragolpe anticipado. En realidad, el Consejo Supremo Militar Aliado, presidido por el propio Churchill, ya había decidido llevar a cabo la acción sorpresa contra Escandinavia el 28 de mano, si bien el mal tiempo había obligado a un primer aplazamiento. En el memorándum de la «Operación Stratford» se declaraba que «la neutralidad de ciertos países es considerada por la Gran Bretaña y Francia como contraria a sus intereses vitales».
La primera parte de la citada operación consistía, pues, en la invasión de Noruega y Dinamarca. Para la segunda fase, una vez consolidados los Aliados en estos países, se había previsto la ocupación de Suecia (38).
Pero el Alto Mando alemán, que ha olfateado la maniobra, improvisa, rápidamente, un contragolpe. La medianoche del 7 de abril, en el mismo momento que en Inglaterra las tropas destinadas a la invasión de Escandinavia comienzan a embarcar, dos flotillas de destructores, torpederos y transportes de tropas parten de los puertos alemanes del mar del Norte y del Báltico, con dirección a Narvik y a Trondheim. Casi a la misma hora, ha salido de Scapa Flow la fuerza principal de la «Home Fleet», destinada a abrir paso a los transportes de tropas y preparar el desembarco inglés.
Una vez conocido en Londres el éxito inicial de la maniobra alemana, todo el plan aliado es cambiado, con el fin de combatirla. Las tropas que ya habían subido a bordo son desembarcadas; la «Home Fleet» se dispone a cañonear las cabezas de puente alemanas, los servicios de propaganda deben alterar todos sus planes de «guerra psicológica»: ya no se trata de justificar ante el mundo la invasión de unos países que comercian con Alemania, es decir, de unos países hostiles a los altos ideales democráticos encamados por Londres y París, sino de criticar la injustificada agresión alemana contra unos países eminentemente democráticos, a los cua-les deben inmediatamente proteger Inglaterra y Francia, guardianes celosos y desinteresados de los derechos de los pequeños países.
Todos los objetivos alemanes son alcanzados con una precisión de relojería, tras estrecha cooperación de la Luftwaffe con la Wehrmacht y la Kriegsmarine.
El 9 de abril, por la mañana, se entrega simultáneamente, en Oslo y Copenhague, una nota que pretende justificar la necesidad alemana de proceder a la ocupación temporal de ambos países. Los territorios noruego y danés serán convertidos en base de operaciones si la actitud de los Gobiernos de Londres y París lo hace necesario. Mientras dure la ocupación militar, ambos países se gobernarán a sí mismos. La integridad territorial de los mismos es garantizada. Dinamarca se limita a elevar una protesta diplomática, pero el Ejército danés ha recibido órdenes de no disparar un sólo tiro; el país es ocupado en veinticuatro horas, sin incidentes. El Gobierno danés comienza su colaboración con los ocupantes, aunque algunos ministros disconformes deciden emigrar a Londres, donde constituyen un «Gobierno en el exilio».
En Noruega las cosas no se resuelven tan satisfactoriamente para Alemania; allí la acogida a los alemanes es muy diferente. La secular influencia masónica, muy fuerte en este país, las estrechas y antiguas relaciones comerciales con Inglaterra, las simpatías personales del monarca hacia la corte inglesa pesan infinitamente más que las actividades del «Nasjonal Samling", Partido que, bajo la impulsión de Vidkun Quisling, consejero de Estado, propugna una orientación noruega hacia Alemania y, en todo caso, resueltamente anticomunista. Este estadista, al que la propaganda de los vencedores pintará con los negros colores del «villano» de película de Hollywood se opone a que su país corra la misma suerte que Polonia, a la que anglofranceses y soviéticos han prometido, unos meses atrás, protección y amistad, y ha sido abandonada por los unos y traidoramente apuñalada por la espalda por los otros. Quisling denuncia las constantes violaciones anglofrancesas del espacio aéreo y de las aguas territoriales noruegas, y llama la atención sobre la acción que, en Londres, se trama contra su patria. En caso de no oponerse a la misma, los políticos responsables de Oslo provocarán las contramedidas alemanas.
Aunque una parte de la población y del Ejército seguirán las directivas de Quisling de oponerse a la acción de los primeros violadores de la neutralidad noruega, la mayor parte se pondrán del bando aliado, lo que no impedirá que en menos de quince días, los anglofranconoruegos, sean completamente derrotados. El Cuerpo expedicionario inglés, en el que ya figuran tropas de color y voluntarios polacos que lograron huir de su país a través de Noruega y Suecia, debe emprender viaje de regreso en Narvik.
El rey Haakon inicia conversaciones con los alemanes sobre la forma en que se llevará a cabo la ocupación del país, mientras dure la contienda. Pero no hay acuerdo, ya que, mientras el monarca quiere eliminar de su Gobierno a Quisling, los alemanes exigen que sea él, y no un probritánico, el Primer Ministro. En consecuencia, el rey sale para Inglaterra, acompañado de su Gobierno, y se instala en Londres.
Apoyándonos en los hechos y en las propias manifestaciones de personajes responsables del campo Aliado, podemos establecer que fueron Inglaterra y Francia los primeros en violar la neutralidad de terceros y los auténticos culpables de la propagación del incendio bélico a través de Europa. Ciertamente, la hábil propaganda anglosajona presentó la acción alemana contra Dinamarca y Noruega como una agresión caracterizada. Es indudablemente cierto que el III Reich transgredió el derecho internacional con su acción contra esos países; pero no es menos cierto que tal acción no pasó de ser una simple operación preventiva, realizada después de la comisión de centenares de violaciones contra la neutralidad de esos países por los patentados campeones de la democracia y la libertad. Inglaterra no hizo otra cosa, más tarde, en Islandia, Siria, el Líbano, Madagascar, Túnez, Irán y, en general, donde le convino y pudo. Si no hizo lo mismo en Escandinavia, y más tarde en Bélgica, fue por que los Servicios Secretos alemanes captaron el Plan Stratford y porque las tres armas del Reich demostraron una mejor y más rápida capacidad de maniobra que sus oponentes. De no haber sido así, hubiera sido la Wehrmacht quien hubiera acudido a socorrer a sus aliadas escandinavas.
Quien sale ganando con la ocupación alemana de Noruega es Suecia, cuya invasión estaba prevista en el Plan Stratford; los suecos ven, así, su neutralidad asegurada. Su comercio con Alemania podrá, ahora, realizarse por vía terrestre, sin temor a las medidas navales inglesas.
La acción de Inglaterra contra los neutrales toma un nuevo rumbo a mediados de abril de 1940. Rumania es amenazada con el bloqueo económico por parte de Londres y París, si no cesa inmediatamente de suministrar petróleo a Alemania. A Hungría se le aconseja, igualmente, que cese de comerciar con el Reich. Similares consejos, acompañados de presiones políticas y financieras se prodigan también a Yugoslavia, donde gobierna un Gabinete partidario de la neutralidad, si bien sus simpatías se orientan hacia Alemania, su principal cliente. El 31 de marzo, Londres había anunciado que no sería permitido a México ni a la República Argentina mantener relaciones comerciales con Alemania.
A principios de abril, el Foreign Office inicia una serie de presiones sobre el Gobierno irlandés para que éste rompa sus relaciones diplomáticas con Alemania. De Valera se niega a dar un sólo paso en el camino sugerido por Londres y, simultáneamente, se restringen las exportaciones británicas de primeras materias a Irlanda.
En mayo, las islas de Jan Mayen y de los Osos, pertenecientes a Noruega, son ocupadas por tropas de infantería de marina de la Home Fleet. También son ocupadas por los ingleses las islas Faroer, pertenecientes a Dinamarca. El Gobierno danés protesta en vano.
No son sólo los daneses quienes protestan; también los portugueses, los más viejos aliados del imperio británico se quejan de que la Home Fleet y la Marina francesa bloquean su comercio con Alemania. Churchill responde a todas estas protestas, por los micrófonos de la BBC anunciando que "Inglaterra no reconoce como neutrales los actos que, directa o indirectamente puedan favorecer a Alemania, AUNQUE SE AJUSTEN A LAS NORMAS DEL DERECHO INTERNACIONAL".
España, que había sufrido, en 1940, una mala cosecha de cereales, entró en negociaciones con diversos Gobiernos extranjeros, con objeto de vencer las dificultades alimenticias del país; en especial se pensaba en los Estados Unidos y la Argentina, con su excedente de producción agrícola. Este plan para aliviar la situación de España fracasó por la actitud de Inglaterra, que continuamente creaba dificultades en la odiosa cuestión de sus "navicerts".
LOS MÉTODOS DE LA "GUERRA TOTAL"
Según las Convenciones de Ginebra y La Haya y toda la legislación promovida a ese respecto por la Sociedad de Naciones, la guerra debía limitarse a ser un conflicto entre combatientes regulares; quedaban excluidas todas las formas de combate que pudieran dañar, innecesariamente, a las poblaciones civiles no combatientes.
Ya hemos visto cómo fueron Inglaterra y Francia las primeras en realizar actos hostiles contra países neutrales, en iniciar el bloqueo por hambre y en imponer líneas de conducta favorables a sus intereses a no-beligerantes, utilizando para ello la coacción y el chantaje político o por hambre.
Fue también, Inglaterra, quien deshumanizó la lucha en el mar. Según el Convenio de Londres, 1936, los barcos mercantes quedaban sometidos a la regulación de "presas". Si un submarino avistaba a un mercante, debía salir a la superficie, darle el alto, y proceder a un registro del mismo. En caso de que el mercante enemigo transportara mercancías de interés militar, el comandante del submarino debía proceder a su hundimiento, a condición de tomar a cuantos tripulantes pudiera a bordo de su sumergible y de acondicionar a los restantes en lanchas de salvamento avisando, al mismo tiempo, al buque enemigo más próximo. de la situación de la tripulación del mercante. El buque mercante quedaba, pues, excluido del combate, y, como tal, se hacía acreedor al trato reservado a la población civil. No obstante, en el «Manual para la Defensa de la Marina Mercante», 1938, el Almirantazgo británico instruyó a los capitanes de los buques mercantes en el sentido de que, al avistar a un submarino o a un buque de guerra enemigo, debían telegrafiar inmediatamente la posición del enemigo equiparando así a los mercantes con los barcos de guerra en lo referente al sistema de transmisiones. Esto es lealmente reconocido por el historiador británico Roskyll (39).
Esta orden contradice el espíritu y la letra del Convenio de 1936, del que Inglaterra fue no sólo signataria, sino principal promotora. Los buques de mercancías ingleses se colocaban, por decisión unilateral del propio Almirantazgo británico, dentro de la categoría de «fuerza combatiente».
Así mismo, en noviembre de 1939, el Almirantazgo ordenó que los mercantes y los petroleros británicos fueran dotados de artillería (40), Con objeto de que pudieran presentar resistencia a los submarinos alemanes; de manera que éstos ya no pudieron llevar a cabo la guerra limitada que se les había ordenado (41). La propaganda británica vociferó entonces que los sumergibles alemanes atacaban «indefensos mercantes» y que, en los ataques, perecían pacíficos civiles.
También fue por orden de Churchill que la R.A.F. empezó a abrir fuego contra las ambulancias aéreas de la Cruz Roja alemana que recogían pilotos náufragos en el Canal de la Mancha (42).
Desmond Young, historiador británico, reconoce (43) que los ingleses fueron los primeros en proceder al esposamiento de los prisioneros de guerra, durante la campaña del Norte de Africa (44).
Otro de los métodos ilegales empleado a instigación británica fue el uso de francotiradores y guerrilleros. Este sistema, que ya había sido empleado con escaso éxito militar en Varsovia, volvió a ser utilizado en Noruega, y, en mucho menor escala, en Dinamarca. En general el pueblo escandinavo se desentendía de la guerra. El bien organizado Partido comunista noruego participó activamente en la campaña de sabotajes que fatalmente habrían de provocar las medidas de represión -muchas veces con una falta total de tacto- del ocupante. Esto envenenó las, hasta entonces, correctas relaciones entre las autoridades de ocupación y los pueblos noruego y danés... Esta manera de hacer la guerra sería fomentada desde Londres en todos los países que sucesivamente irían siendo ocupados por la Wehrmacht.
Pero, sin duda alguna, el más condenable de los métodos británicos de guerra total fue el bombardeo de objetivos no militares. En el momento de estallar la guerra, los Gobiernos francés e inglés publicaron una declaración conjunta en el sentido de que «solamente objetivos estrictamente militares en el sentido más estrecho de la expresión serán bombardeados». Una tal declaración, naturalmente, fue hecha cuando aún Neville Chamberlain era Primer Ministro -y para el autor- este hecho señala claramente la diferencia de calidad humana entre un Chamberlain y un Churchill.
Duff Cooper, uno de los más empedernidos campeones del antinazismo declaró, el 27 de enero de 1940 que «parecía existir una especie de acuerdo tácito entre los beligerantes para no bombardearse mutuamente».
Más tarde empezarían los bombardeos francobritánicos de Alemania, pero limitando su acción a objetivos exclusivamente militares; los alemanes respondieron con ataques aéreos a Scapa Flow y otras bases de la «Home Fleet».
No obstante, mientras Chamberlain pudo mantenerse como Primer Ministro, los ataques aéreos se limitaron a objetivos militares, pese a los deseos de Churchill, jefe del Gabinete de guerra, que preconizaba «acciones más extendidas». Preguntado Chamberlain en los Comunes por el diputado conservador Archibald Maule Ramsay si Inglaterra seguiría las sugestiones de Churchill en el sentido de bombardear poblaciones civiles, respondió que nunca el imperio británico utilizada tales métodos indignos, por lo menos mientras él, Chamberlain, presidiera sus destinos (45).
El propio Chamberlain criticó los bombardeos de los barrios residenciales de Helsinki por la aviación roja, y ratificó que nunca el imperio británico utilizaría tales procedimientos.
No cabe duda de que esas declaraciones de Chamberlain acabaron de decidir su suerte política. En vista de que Hitler no daba el primer paso con medidas hostiles a Inglaterra o a Francia y de que la humana política de Chamberlain dejaba la puerta abierta a una paz-empate, el clan de Churchill decidió deshacerse del hombre que, probablemente, pasará a la Historia como el último Primer Ministro británico.
La maquinaria de la intriga contra Chamberlain fue puesta en movimiento. Se le acusó del fracaso de la Operación Stratford. Se tuvo buen cuidado de olvidar que, antes de Stratford, Churchill había sido nombrado jefe del Gabinete de guerra interaliado, e investido de plenos poderes y con toda responsabilidad para toda clase de operaciones navales, militares y aéreas, y que si alguien debía ser destituido a causa de este segundo Gallipoli (46) era, precisamente, el ministro responsable, es decir, el propio Churchill.
Pero era preciso sacrificar al patriota Chamberlain y salvar al demócrata Churchill, que fue proclamado Primer Ministro. El nuevo Premier, nombrado el 11 de mayo de 1940, rompió el acuerdo tácito germano-aliado de respetar a las poblaciones civiles. Y este auténtico crimen de guerra fue realizado, por primera vez, por aviones de la R.A.F. unas horas después de la investidura del autor del fiasco noruego en la más alta magistratura del Estado británico.
A pesar de que la poderosa máquina de propaganda inglesa secundada por las agencias "informativas" mundiales, hizo creer a la opinión mundial que el bombardeo de poblaciones civiles fue una iniciativa alemana los propios responsables británicos admitirían, más tarde, que fue «una espléndida decisión de Churchill» el bombardear objetivos no militares y que tal decisión provocaría, meses más tarde, la airada réplica de la Luftwaffe sobre Londres. Esto lo escribe el propio J. M. Spaight. secretario del Aire, en un curioso libro titulado: Bombing Vindicated (Reivindicación del Bombardeo). Y lo corroboran Freda Utley, Liddell Hart, Veale, Leese y, en general, todos los historiadores anglosajones de algún prestigio, empezando por el «Premio Nobel» Winston Churchill. Sir Arthur Harris, mariscal del aire, a cuyo cargo corrió, directamente esa deshonrosa clase de «guerra» confirma igualmente que fue Inglaterra la introductora del hipócritamente llamado «strategical bombing» en la contienda mundial (47).
El general y crítico militar inglés S. E. C. Fuller escribe (48) que «el 11 de mayo de 1940 Churchill ordenó personalmente el bombardeo de la ciudad de Freyburg, que carecía completamente de objetivos militares y, en consecuencia, no poseía instalaciones de defensa antiaérea. Hitler no devolvió el golpe pero, indudablemente, este ataque y otros de similar estilo que seguirían contra otras ciudades alemanas lo impulsaron, a su vez, a tomar medidas de represalia».
El antes citado Spaight, testimonio de primera calidad y rango admite (49) que «Hitler no quería que continuase la guerra de terrorismo aéreo» y reconoce, con cierta nobleza a posteriori que «existen pruebas concluyentes de que Hitler y Goering se opusieron tenazmente al terrorismo aéreo contra las poblaciones civiles».
A partir del 11 de mayo la R.A.F. bombardeó casi diariamente objetivos no militares de Alemania. El Gobierno del Reich protestó repetidamente contra esta forma de «combatir». En el mes de julio Hitler advirtió que, de no cesar los bombardeos contra los objetivos no militares, Alemania se vería obligada a tomar represalias. No obstante, los ataques terroristas arreciaron todavía en el mes de agosto hasta que, el 7 de septiembre, casi cuatro meses después del primer bombardeo de Freyburg. y cuando la R.A.F. había realizado un centenar y medio de incursiones contra objetivos civiles de Alemania, la Luftwaffe llevó a cabo su primer bombardeo de represalia sobre Londres, causando gran número de víctimas y daños materiales de importancia. Sir Thomas Elmhirst, vicemariscal británico del aire manifiesta que «el ataque de la R.A.F. a un barrio residencial berlinés el 27 de agosto de 1940, puso a Hitler fuera de sí, y ordenó a Goering, comandante supremo de la Luftwaffe, que tomara represalias contra el centro de Londres. La orden pareció quedar en suspenso, Pero un devastador ataque contra el centro de Colonia, la noche del 4 de Septiembre puso en marcha el mecanismo de la venganza alemana» (50).
El New York Times (13 de mayo de 1941) reprodujo unas declaraciones de Mr. Taylor, un alto funcionario de la Cruz Roja norteamericana, atribuyendo al Gobierno británico toda la responsabilidad en la guerra contra las poblaciones civiles europeas.
E. J. P. Veale, escritor inglés, explica el terrorismo aéreo contra los civiles alemanes, en el sentido de que el Gabinete de guerra británico quería provocar represalias hitlerianas, para enardecer así los ánimos del pueblo británico, que no comprendía el motivo de la guerra y se resistía a participar en la misma. El mismo autor explica que «uno de los mayores triunfos de la moderna ingeniería propagandística fue el haber llegado a convencer al pueblo británico de que la responsabilidad de los bombardeos de objetivos no militares recaía sobre los nazis» (51).
En ningún caso puede admitirse que el bombardeo de Varsovia y, posteriormente, de Rotterdam por las tropas alemanas, fuera un precedente similar del «strategical bombing», como se ha pretendido a posteriori. Hitler sólo ordenó el bombardeo de la capital polaca después de que el comandante de la plaza sitiada armó, en contra de las leyes de la guerra, a la población civil, se negó a evacuarla a una zona neutra y rehusó repetidas ofertas de rendición. El caso de Rotterdam es similar y puede ser considerado como un bombardeo de artillería contra una ciudad fortificada. Si «crimen de guerra» hubo en Varsovia y Rotterdam, debe ser cargado en cuenta a los comandantes militares de esas plazas, o a los jefes políticos que, desde el confortable exilio londinense, ordenaron franquear la barrera -respetada durante siglos por los países civilizados- que separaba al no combatiente del combatiente regular.
El Gobierno que ordena a su Ejército utilizar a la población civil como parapeto no tiene ningún derecho a esperar que las tropas enemigas suspendan las hostilidades por ese motivo. La responsabilidad por lo que pueda ocurrirle al parapeto humano incumbe exclusivamente, al Gobierno que ordena tales medidas.
El intento de justificar o de excusar el terrorismo aéreo de la R.A.F. invocando el «precedente» de Varsovia o Rotterdam no puede convencer a nadie. Incluso en la propia Inglaterra, la inmensa mayoría de especialistas, historiadores y críticos militares, incluyendo al más renombrado de todos ellos, Liddell Hart, se admite, hoy, que fue por iniciativa de Churchill que, sin previa provocación, la R.A.F. se lanzó al ataque de la población civil de Europa y no solamente de Alemania (52).
FRENTE OCCIDENTAL: DECISIÓN EN CINCO SEMANAS
A pesar de que el rey Leopoldo III decidió, en 1936, romper su alianza militar con Francia y volver a la neutralidad, sus Gobiernos se vinieron mostrando, en general, simpatizantes con Francia e Inglaterra, desde que fueron rotas las hostilidades, en septiembre de 1939. También Holanda sobrevaloró el potencial bélico de los anglofranceses y adoptó una política de benévola neutralidad con respecto a Londres y París.
Una carrera entre los dos beligerantes se establece para ocupar estos países. En Bruselas y La Haya examinan fríamente la situación y creen discernir que Inglaterra y Francia tienen más probabilidades de ganar la guerra. No se les ocurre pensar a Pierlot, Gerbrandis y sus respectivos Gobiernos que la contienda puede, muy bien, terminar con una victoria real de dos potencias que son, en aquellos momentos todavía, oficialmente neutrales, dos potencias extraeuropeas que, en la postguerra, y como usurario precio de su ayuda arrebatarán mancomunadamente, a belgas y holandeses, sus respectivos imperios coloniales, bajo pretexto de anticolonialismo y humanitarismo... algo que difícilmente puede concebirse hubiera hecho Hitler.
Pero, en realidad, tanto belgas como holandeses se dan cuenta de que existe, en tiempo de guerra, una fatalidad de las zonas débiles y que es una desgracia «geográfica» ser un pequeño país neutral, estratégicamente interesante.
Una vez tomada su decisión -procurar permanecer neutrales, pero inclinándose hacia Francia e Inglaterra- belgas y holandeses empiezan a fortificar sus fronteras con Alemania y a concentrar en las mismas el grueso de sus ejércitos; pero los belgas no adoptan medida alguna de protección en su frontera con Francia. Pero todavía hay más:
«En el Ministerio de Defensa belga ya se tienen estructurados los planes en los cuales se indica qué carreteras deben ser reservadas para dejar el paso libre a las tropas francesas e inglesas. Los regimientos franceses saben ya, desde abril, el itinerario que deben seguir una vez internados en territorio belga. Los Estados Mayores de las neutrales Bélgica y Holanda se reúnen con los enviados de los Estados Mayores inglés y francés. Mientras la frontera alemana está prácticamente cerrada, no cesan de llegar oficiales de enlace francobritánicos a Gante, Amberes, Beerschot y Luettich» (53).
Paul Reynaud reconoce estos hechos, con los cuales Holanda y Bélgica se habían colocado automáticamente, dentro de la contienda. Un Estado neutral tiene perfecto derecho, si le place a fortificar sus fronteras con un vecino y dejar desprotegidas sus fronteras con otro... pero, a parte de que esto es un acto inamistoso -es lo menos que puede decirse- con respecto al primer vecino, lo que ya queda más allá de todo derecho de país neutral es admitir, en su suelo, unidades armadas de uno de los bandos beligerantes. Y es un hecho que, desde el primer día, la Wehrmacht tuvo ante sí, en suelo holandés y belga, a divisiones franceses y británicas (54). La Wilhelmstrasse había enviado sendas notas de protesta a Holanda y Bélgica, con relación a la presencia de elementos militares aliados en aquéllos países y a la concentración de tropas belgas y neerlandesas junto a la frontera con Alemania.
Los alemanes temían un ataque contra Renania y Westfalia, desde Holanda y Bélgica; ataque que hubiera cogido a contrapié a las defensas alemanas concentradas en la Línea Siegfried. Y, por otra parte, no dejaban de ver que Bélgica era el «pasaje» ideal para atacar a Francia por el Norte cogiendo la Línea Maginot del revés.
Los anglofranceses, por su parte, temían que a pesar de todas las demostraciones de amistad del Gobierno belga y la corte holandesa, unos y otros intentasen conservar una efectiva neutralidad. En consecuencia, para prevenir tal eventualidad, planearon la invasión de Bélgica. Ello se hizo público cuando, el 24 de junio de 1940, una vez vencida Francia, los servicios especiales de las S.S. se incautaron de los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores y del Estado Mayor conjunto interaliado, en La Cherté-sur-Loire, donde encontraron un plan detallado para la invasión del territorio belga (55).
Pero, una vez más, Hitler se revelará más rápido que sus enemigos y, el 10 de mayo, desoyendo las indicaciones de su Alto Estado Mayor (56) que le aconseja prudencia y prefiere que sean los Aliados quienes tomen la iniciativa de las operaciones en el frente occidental, ordenará el ataque general a lo largo de todo el frente francés, de Bélgica, de Holanda y del gran ducado de Luxemburgo. Cien divisiones alemanas se enfrentan a ciento diez divisiones francesas, reforzadas por las ocho divisiones del Cuerpo expedicionario inglés, y otras treinta y dos divisiones de los Ejércitos holandés y belga. El critico inglés Liddell Hart dice que "... en la campaña occidental, Hitler movilizó efectivos menores en número que sus adversarios... Alemania sólo utilizó 2.800 tanques en la campaña, con una capacidad de maniobra muy superior, empero, a la de los Aliados, que contaban con 3.500. En cambio, la superioridad alemana era evidente en el aire; los 3.000 aparatos de la Luftwaffe eran, técnicamente, muy superiores a los 2.700 que, combinadamente, podían oponer, en aquél momen-to, Inglaterra, Francia, Holanda y Bélgica (57)".
La disposición general del plan de ataque alemán era la siguiente: mientras el Grupo de Ejércitos del general Ritter von Leeb acosaba y fijaba en sus posiciones a más de la mitad de los efectivos del Ejército francés, concentrados en la Línea Maginot, el Grupo de Ejércitos de Von Rundstedt irrumpía por Luxemburgo y el Sur de Bélgica, en la región de las Ardenas, dirigiéndose hacia Sedan. Al Norte, el Grupo de Ejércitos de Von Bock dibujaba un doble ataque hacia Rotterdam y Bruselas.
Las tropas aliadas cometieron el error de avanzar en el sector central del frente belga, cayendo así en la trampa tendida por el Alto Mando alemán y quedando posteriormente cercadas. A pesar de que los holandeses provocaron inundaciones al volar sus propios diques, las tropas de Von Bock, apoyadas por los paracaidistas de Student, llegan el 14 de mayo, ante Rotterdam. El comandante militar de la plaza quiere repetir la suerte de Varsovia. Rotterdam -que cuenta con uno de los más populosos ghettos de Europa- es convertido en una fortaleza. Von Bock envía un ultimátum al comandante militar de la plaza. Al ser rechazado, la Luftwaffe entra en acción. Al cabo de cinco horas, la ciudad capitula.
El desastre aliado en Bélgica no será menor. Los tanques de Guderian avanzan sin detenerse, hasta llegar al mar el 20 de mayo, junto a Abbeville. Las mejores formaciones acorazadas francesas, todo el Cuerpo expedicionario inglés y el grueso del Ejército belga han quedado cercados en una enorme bolsa. Amberes es ocupado el día 21; Boulogne y Calais, el 22; las tropas aliadas se concentran en Dunkerque, donde no parece haber salvación para ellas.
Pero una extraña orden de Hitler, que se presenta por sorpresa en el cuartel general del Grupo de Ejércitos de Von Rundstedt, deja a la Wehrmacht clavada en el terreno, lo que permitirá a los ingleses escapar precipitadamente, abandonando a sus aliados.
Más adelante hablamos de lo que la propaganda inglesa, con hipérbole, llamaría el «milagro» de Dunkerque.
Entre tanto, el Ejército Von Leeb ha perforado en varios puntos la Línea Maginot. El generalísimo Gamelin, que dirige la resistencia francesa, se ve obligado a retirar tropas del sector Norte para intentar apuntalar el sector Este, que se tambalea. Pero el 5 de junio, todo se derrumba. Una nueva ofensiva alemana barre las defensas de la llamada «Línea Weygand». El día 7, los alemanes ocupan Rouen.
Churchill se desplaza a Tours, a donde se ha trasladado el Gobierno francés por la proximidad de los alemanes, cuya llegada a París es inminente. El Premier británico exhorta a Reynaud a continuar la resistencia, y promete enviar veinte divisiones, que llegarán a Francia... probablemente en octubre. Reynaud pide ayuda a Roosevelt; éste, a pesar de la hostilidad del Senado, promete enviar material bélico a Francia. Pero tal ayuda no llegará... Los franceses se repliegan, en una desbandada general. El Gobierno se traslada a Burdeos; la Línea Maginot se desmorona; el día 14 de junio, París capitula sin lucha. El Gobierno Reynaud quiere apelar a medidas insólitas. Incita a la lucha de guerrillas; anuncia que todo aviador alemán que se vea obligado a lanzarse en paracaídas o a aterrizar detrás de las líneas franceses, será linchado. En la retaguardia, el judío Georges Mandel-Rothschild dirige la represión contra los políticos e intelectuales franceses que, habiéndose opuesto a sacrificar a su patria «por Dantzig», pretenden poner, ahora, fin al caos en que se debate y aconsejan proponer a Alemania la firma de un Armisticio.
El 16 de junio, capitula la plaza fuerte de Verdún. Reynaud vuelve a pedir ayuda a Churchill, y este le promete el envío de cinco escuadrillas de caza. ¡Cinco escuadrillas de caza! Francia ha movilizado a todos sus hombres hasta la edad de cuarenta años, mientras Inglaterra sólo ha enviado un Cuerpo expedicionario que se ha limitado a emprender precipitada huida desde Bélgica, a través de Flandes, hasta Dunkerque y de allí otra vez a su isla. Los periódicos ingleses acusan al Ejército francés de incapacidad para todo, excepto para retirarse; pero cuando desde Burdeos piden, angustiosamente ayuda, todo lo que promete Churchill, el fiero león, el infatigable luchador hasta la muerte... de los demás, ¡es el envío de 125 aviones de caza!
Weygand sustituye a Gamelin al frente de las tropas francesas, que aún tratan de resistir en sectores aislados, quiere organizar una nueva línea de defensa en el Somme, pero otra vez los tanques alemanes hunden el frente, y se produce el pánico. El Ejército francés se retira en pleno desorden.
El Gobierno Reynaud se reúne por última vez. A pesar de que la mitad de sus ministros y todos los jefes militares son partidarios de solicitar el Armisticio, Reynaud se aferra a la idea de continuar la lucha, mientras sea posible, en Francia y, más tarde, en Argelia. Mientras se está en plena deliberación llega una insólita propuesta de Churchill: que Francia y la Commonwealth formen, en el futuro un solo Estado, denominado "Unión anglofrancesa.. Ciudadanía común, Gobierno común; la guerra continuará bajo mando unificado".
Esta extraña proposición recibe el apoyo de los socialistas y los radicales franceses; pero la oposición al plan es muy fuerte. El mariscal Petain, vicepresidente del Estado, amenaza con presentar su dimisión. Se comprende que los imperialistas británicos preconicen, ahora, una «unión» con Francia, después de haber creado su colosal «Commonwealth» atizando las diferencias de los otros pueblos europeos y traicionándolos, sucesivamente, a todos. Francia está militarmente aniquilada y un «Gobierno» marioneta instalado en Argel no sería más que un instrumento inglés. El papel representado por «Francia» sería ínfimo, y con el tiempo será absorbida por Inglaterra que cuenta con que -como siempre- los demás hagan la guerra en su beneficio. La «Home Fleet», los ejércitos pluriraciales de la Commonwealth, la ayuda de Roosevelt y, más adelante, de Stalin; el sacrificio de los neutrales del continente que, uno a uno, irán siendo exprimidos como limones; el bloqueo por hambre, el trabajo de zapa de masonería y judaísmo, eliminarán el «made in Germany» como amenaza para el poderío británico, que saldrá de la guerra, como siempre, como único vencedor real, habiéndose anexionado el rico imperio colonial de su antiguo aliado. ¡Curioso final para la Entente Cordiale!
Y... ¡acertado cálculo el de Churchill! Sólo que se produce un pequeño error de apreciación. La judeomasonería, la mejor arma del imperio desde Cromwell, ya no es la aliada objetiva de aquél; Churchill sugiere -o le es sugerido por sus amigos que financian su carrera (58)- una «unión al Gobierno francés: es decir, le sugiere a Reynaud-Mandel que asesine a la patria de San Luis y de Juana de Arco, para entregar sus colonias, inermes, a Inglaterra. Pero Churchill, masón al fin es traicionado por la masonería; en otras palabras: el Alto Mando de la Revolución, la alta finanza apátrida, la sinarquía, el Sanedrín, Israel, la judeomasonería, llamésele como se prefiera a la «Fuerza Secreta e Inidentificable» denunciada por Wilson en Versalles, induce al imperialismo británico, encarnado por Churchill a que traicione a Francia, anexionándosela realmente bajo el pretexto de la «unión».
Pero la segunda parte del plan consiste en que una vez consumada la traición inglesa, Inglaterra será, a su vez, traicionada por su ex aliada, por Israel. Y esto no lo vio entonces Churchill. O, si lo vio, razones tendrían quienes su carrera política pagaban -y quien paga, manda- para hacerle callar.
Porque esa fuerza inidentificable que mueve a naciones y estadistas como peones en el tablero mundial se las ingeniaría para hacer prolongar inútilmente la guerra, para torpedear toda posibilidad de paz empate, repetidamente propuesta por Hitler, para envolver a Inglaterra en una segunda guerra idiota en Extremo Oriente, para soliviantar artificialmente los irredentismos coloniales, para forzar a Londres a pagar precios leoninos por la ayuda americana -o judeoamericana- y para cargar sobre los hombros de Inglaterra una astronómica deuda de guerra.
De esta manera se suprimía, con la ayuda de Inglaterra, al imperio francés y, más tarde, creaba las condiciones indispensables para el hundimiento de la propia Inglaterra. El resultado final lo tenemos hoy en día ante nuestros ojos: Europa no existe -aunque se reúnan, en Estrasburgo o en Bruselas unos cuantos magnates del carbón y del acero; aunque se reúnan, en Varsovia, unos cuántos gángsters y organicen el «Comecon» -y el Eje Washington-Moscú, fiel servidor de otro eje, el detentor del auténtico poder, el Wall Street-Kremlin, domina el mundo tras una supuesta enemistad ideológica.
Porque, a pesar de que la proyectada «unión» fracasaría, debido a la oposición de Petain y a los fulminantes avances alemanes, el posterior desarrollo de la guerra y, en particular, el nacimiento del «gaullismo», facilitaría la tarea inglesa; así serían ocupadas Siria, el Líbano, parte de Indochina, Madagascar, con la excusa de impedir que se apoderaran de ellas los alemanes...
EL ARMISTICIO
Pero volvamos a Burdeos, donde, en plena reunión extraordinaria del Gobierno, la mitad de los ministros, con Petain como bandera, piden el cese de una lucha insensata. Reynaud presenta la dimisión. El presidente de la República, Lebrun, la acepta, y encarga a Petain que forme nuevo Gobierno. Éste es investido por la Asamblea Nacional; antes de la votación, Petain ha manifestado claramente que, en caso de contar con la Confianza de la Asamblea, su primera medida consistirá en tratar de obtener un Armisticio. La Asamblea Nacional otorga su confianza al viejo mariscal, que sube, así, al poder, de una manera irreprochablemente democrática.
El 17 de junio, a las dos y media de la tarde, Petain anuncia, por radio, al pueblo francés, que ha pedido al Gobierno alemán el cese de las hostilidades; un Armisticio entre soldados, sobre la base del honor.
El Armisticio se firma el día 21, en Compiégne, en el mismo escenario de la capitulación alemana en 1918. La delegación francesa, presidida por el general Huntziger es recibida con honores militares; Hitler, que espera a los franceses, se levanta al llegar Petain y le estrecha la mano. Se destina un apartamento privado a los franceses, para que puedan conferenciar; los delegados disfrutan de una ilimitada libertad de movimientos; las conversaciones se desarrollan correctamente (59).
Las condiciones impuestas por Alemania son extremadamente suaves, especialmente si consideramos que Francia ha sufrido la mayor derrota de su historia. Alemania no exige indemnizaciones de guerra desorbitadas, ni cesiones de territorio, ni devolución de las colonias alemanas arrebatadas por Francia en Versalles, faltando a su palabra. No pide, siquiera, la entrega de la flota de guerra, casi intacta aún y que constituye, por calidad y tonelaje, la tercera fuerza naval del mundo y que podría, en buena lógica, ser considerada como botín de guerra (60). Alemania no obliga a Francia a reconocer que le corresponde toda la parte de culpa en el desencadenamiento de la guerra, como hicieran Poincaré, Clemenceau, Berthelot et alia en Versalles, con Alemania. No se obligaba, tampoco, a Francia, a romper sus relaciones con Inglaterra.
La condición más dura -aunque inevitable dadas las circunstancias- consistía en la ocupación temporal de la costa atlántica de Francia y de territorios del Norte del país, incluyendo París. El Gobierno de la zona libre se estableció en Vichy; a Francia se le permitió conservar todas sus instituciones y orientar sus relaciones exteriores de la manera que mejor le pluguiera, siempre que -claro es- no representaran un obstáculo para el Reich en guerra.
Pero en Inglaterra, donde lo único que han hecho durante la campaña occidental es enviar una «infantería de retroceso» que emprenderá la excursión Dover-Flandes-Dunkerque-Dover en un tiempo récord, consideran que Francia todavía no se ha sacrificado bastante. Y Churchill, el 22 de junio, prefiere unas frases despectivas para su aliada vencida, en medio de una cerrada ovación de la Cámara de los Comunes. Para el señor Churchill, por lo visto, Francia no ha vertido suficiente sangre aún. Ya tomará él las medidas adecuadas para colmar tal laguna...
EL «GAULLISMO», MERS-EL-KÉBIR, Y DAKAR
Inglaterra rompe sus relaciones diplomáticas con Francia y crea, en Londres, un titulado «Gobierno de Francia libre», presidido por un general provisional, Charles De Gaulle, que desobedeciendo las órdenes recibidas, ha huido a Inglaterra. Albión, siempre hábil, necesita «cipayos» europeos, los cuales deben ser encuadrados por «gobiernos» sin fundamento legal y sin jurisdicción, residenciados en Londres. En vísperas del hundimiento de Francia, el general Spears, del Intelligence Service, busca, afanosamente, una figura relevante de la política o del Ejército francés, que se avengan a desempeñar el papel de líder de la «Francia libre», en Londres. Sucesivamente, el mariscal Juin, el almirante Darlan, los generales Gamelin y Weygand, Nogués, etc., rehusan. Spears, como último recurso, se dirige a De Gaulle que, el 18 de junio de 1940, desde los micrófonos de la B.B.C. se dará a conocer al francés medio.
He aquí cómo describe la «epopeya» el conocido escritor francés Pierre Antoine Cousteau:
«El 18 de junio, un cierto general trashumante pronunció, ante cierto micrófono insular, cierto discurso «deroulediano», que nadie en Francia escuchó, que nadie en todo caso habría aprobado entonces y que, más tarde, por obra y gracia de la fortuna de las armas anglosajonas y soviéticas, se convirtió en la carta inmaculada de los neoconformistas de la hora veinticinco. «Pero, apenas cuarenta y ocho horas después de ese momento incomparable de la conciencia humana, dicho general fue a visitar al coronel Lelong, jefe de la misión francesa en Londres y le anunció que, tras madura reflexión, había decidido regresar a Francia, para ponerse a la disposición del Gobierno del mariscal Petain. El coronel Lelong informó al ministro de la Guerra, en Burdeos, de esa decisión. Añadió que la misión no tenía ningún avión disponible, pero que el general iba a pedir uno a los ingleses, a titulo personal» (61).
Pero como, en tan críticos momentos, los ingleses no disponían de aviones para prestarlos a generales provisionales de tan provisionales ideas. El general trashumante debió quedarse -a la fuerza- en Londres y continuar sobre la gloriosa ruta del 18 de junio. Esta anécdota pertenece a la Historia, aunque no a la recargada leyenda de la «Résistance», que, provisionalmente, también, prima sobre la Historia. Evidentemente, los hagiógrafos patentados de la Résistance, que pulsan la cuerda vibrante al comentar la llamada proclamación del 18 de junio, evitan mencionar que el gallo cantó tres veces el día 20 de junio de 1940, en el despacho del coronel Lelong (62).
De Gaulle constituye, por fin, un Gobierno en el que predominan los judíos: Alphand, Economía; Schumann, Prensa y Propaganda; Pierre Bloch, Interior; René Mayer, Comunicaciones; general Koenig, Guerra. Otros dos judíos, René Samuel Cassin y Mantoux, son los secretarios de De Gaulle.
Pocos días después de haber constituido De Gaulle su Gobierno, se produce el ataque de la flota inglesa contra la base naval de Mers-el-Kébir, en Argelia. Los barcos franceses, anclados, atacados por sorpresa, no tienen oportunidad de defenderse; varios de ellos son hundidos; mil doscientos marinos perecen en esta agresión. La conciencia universal no parece indignarse mucho por este auténtico crimen de guerra, perpetrado contra el aliado de la víspera. Cinco días después, el 8 de julio, unidades de la R.A.F. y de la «Home Fleet» atacan a una flotilla francesa, estacionada en Dakar, y tratan de desembarcar unidades de infantería de marina. El ataque es rechazado, con pérdidas para los atacantes, entre los que se cuentan dos centenares de «gaullistas». En represalia por estos ataques ingleses, aviones franceses bombardean Gibraltar (63).
Siguiendo el ejemplo de los noruegos, daneses, polacos y «gaullistas», también los belgas y holandeses constituyen sus respectivos Gobiernos en el dorado exilio londinense. A pesar de que ha reconocido diplomáticamente a la Francia de Vichy. Roosevelt inicia relaciones con De Gaulle, y nombra a otro judío, R. E. Schoenfeld, agregado de Embajada encargado de las relaciones con tales Gobiernos fantasma.
Es necesario dar un salto atrás para analizar, con cierto detenimiento el episodio de Dunkerque, que la propaganda inglesa quiso presentar como un éxito de su Cuerpo expedicionario. La realidad, empero, fue muy otra. Porque hoy está históricamente demostrado que fue Hitler quien hizo, deliberadamente, posible la huida de los ingleses, con objeto de facilitar un acuerdo con el imperio británico.
El eminente critico militar inglés Charles Liddell Hart publicó, en 1948 una documentadisima obra sobre los principales acontecimientos bélicos de la Segunda Guerra Mundial, titulada: The Other Side of the Hill (El Otro Lado de la Colina); el capitulo X del libro trata de «Cómo Hitler derrotó a Francia y salvó a Inglaterra». Entre otras cosas puede leerse: «El 22 de mayo, Hitler ordenó a las Divisiones Panzer que detuvieran su avance, para dar tiempo a las tropas británicas a reembarcar. El Führer envió un telegrama a Von Kleist concebido en los términos siguientes: «Las divisiones blindadas deben mantenerse fuera del alcance del tiro de artillería ligera, en Dunkerque. Sólo deben realizarse movimientos de reconocimiento y protección de nuestras líneas.»
Como Von Kleist, que tenía una aplastante victoria al alcance de la mano, creyera en un error de transmisión y pidiera aclaraciones, Hitler mandó, personalmente, un segundo telegrama en el que, enfáticamente, se ordenaba a los Panzer retirarse detrás del Canal de Dunkerque.
Liddell Hart reproduce, igualmente, una conversación sostenida entre Hitler y el mariscal Von Rundstedt, en la cual el Führer dijo que «consideraba, pese a todo, al imperio británico, junto a la Iglesia Católica, como uno de los pilares del orden en el mundo. Hitler insistió en que no quería guerra con Inglaterra y que, para ello, quería evitarle la humillación de capturar a la totalidad de su Cuerpo expedicionario» (64).
Liddell Hart confirma que «si el Ejército británico hubiera sido capturado en Dunkerque, el pueblo inglés habría considerado que su honor había sido manchado... una mancha que hubiera debido ser lavada. Dejándole escapar. Hitler esperaba conciliarse la simpatía británica (65).
Los generales Guderian, Blumentritt, Von Brauchitsch, Von Kleist y Siewert confirmaron que fue, personalmente, Hitler, quien, por las razones aducidas, frenó a sus tropas ante Dunkerque.
Otro historiador británico, Desmond Young, precisa igualmente que el general Speidel le manifestó que Hitler debió repetir la orden de detenerse a Guderian, Von Bock y Von Kleist, detrás del Canal de Dunkerque, para permitir la huida de 350.000 soldados británicos. Los también ingleses Hinsley, Fuller y Leese, el canadiense Arcand, el húngaro Marschalsko, entre otros muchos, han descrito, con lujo de detalles, el episodio de Dunkerque, que, lejos de ser una «gesta» del Ejército británico, no fue más que otro intento hitleriano para impedir la continuación de la guerra (66).
El cálculo del Führer resultó falso, por que si, a veces, pueden perdonar una ofensa, lo que nunca perdonarán los mortales es un favor. O casi nunca.
La nueva propuesta de paz, hecha, oficialmente, cuando los últimos destacamentos británicos abandonaban Dunkerque, sería rechazada. Y el clamoreo ensordecedor de la propaganda haría creer a las masas desorientadas que el episodio de Dunkerque fue una heroica gesta del Cuerpo expedicionario inglés.
(1) Sven Hedin: Without Commíssion in Berlín.
(2) Winston S. Churchill: Memorias.
(3) IbId. Id. Op. cit.
(4) William C. Bullitt: Cómo los Estados Unidos ganaron la guerra, y por qué están a punto de perder la paz.
(5) "Los alemanes, con este pacto, sólo intentan ganar tiempo, y evitar que los in-gleses lleguen antes que ellos. Si me dieron tan fácilmente lo que les pedí, es porque se disponen a recobrarlo pronto", dijo Stalin a Molotoff, según T. Plevier, en Moscu... (Nota del Autor.)
(6) William C. Bullitt: The World Menace.
(7) El gobierno interesado trata exclusivamente con los gobiernos de los países comprendido en su zona de influencia; el Estado consignatario se desentiende formalmente de ello. (N. Del A.)
(8) J. Von Ribbentrop: Zwischen London und Moskau.
(9) Le Vatican et la Paix, pág. 51.
(10) Conde Ciano: Memorias.
(11) Paul Rassinier: Les responsables de la Seconde Guerre Mondiale, pág. 223.
(12) Monseñor Gilovanetti: Le Vatican a la Paix. pág. 61.
(13) Paul Rassinier: Op. cit., pág. 227.
(14) Birger Dahlerus: Memorias.
(15) Recordemos que Chamberlain se había avenido a otorgar su célebre «garantía» a Polonia, basándose en un supuesto ultimátum de Berlín a Varsovia; ultimátum que no había sido enviado en realidad. Pocos premiers británicos han sido más veces engañados ópor sus propios partidariosó que Chamberlain. (N. del A.)
(16) Ese día fueron identificados por los alemanes 12.857 cadáveres, arrastrados por el Vístula. Se trataba de miembros de la minoría germánica en Polonia. (Salvador Bo-rrego: Derrota Mundial, pág. 124.) La Associated Press confirmó el hecho, pero no habló de tan alta cifra, como pretendía Berlín, sino de "varios millares de cadáveres". (Nota del Autor.)
(17) En los siete primeros meses de 1939, el número de alemanes escapados de Polonia ascendió a 70.000. (Los Horrores Polacos, Ministerio de Asuntos Exteriores del Reich.)
(18) Nadie acusó entonces, a Alemania, de maltratar a ciudadanos polacos residentes en el Reich, ni a los alemanes residentes en Polonia de atacar a los polacos. Solamente la nota oficial del Gobierno polaco de 30-VIII-1939 hablaba, vagamente, de las provocacio-nes alemanas en Dantzig, en todo caso, posteriores a la masacre de Bromberg. (N. del A.)
(19) Lipski, que debía haberse presentado CON PODERES, a las 16.30 del 30 de agosto lo hace SIN PODERES óempujado por Hendersonó, a las 18.30 del 31 de agosto (N. del A.)
(20) L. Marschalsko: Op. cit.. pág. 81.
(21) Pretendióse, apres-coup, que los atacantes de Gleiwitz eran miembros de las SS, pero ni siquiera en Nuremberg pudo demostrarse la verdad de tan novelesca explicación. (N. del A.)
(22) »La responsabilidad de Mandel óel hombre de Churchill en Franciaó es enor-me. Ha hecho cuanto ha podido para forzar a Daladier a rechazar los buenos oficios de Mussolini. Los belicistas han ganado la partida... Mandel había liado mil intrigas, más monstruosas las unas que las otras con Churchill.» (Philippe Henriot: Comment mourut la Paix.
(23) Según los Memorias de Dirksen, embajador alemán en Londres, existía sin acuer-do verbal con el Gobierno británico, en el sentido de que éste, pasara lo que pasara, a pesar de su «garantía» a Polonia. no intervendría en coso de guerra germanopolaca. Esto lo confirman las Memorias de Robert Coulondre, embajador de Francia en Berlín. Halifax fue el tutor de este magistral "truco", tendente a facilitar la posibilidad de un choque armado en el Corredor. (Véase Robert H. Kettels: Revision... des Idees. Souvenirs, pag. 59. (N. del A.)
(24) Henri Coston: Les Financiers gui ménent le monde, pág. 295.
(25) Marx decía que «mientras subsista el Imperio británico será imposible edificar el Socialismo» es decir, el Comunismo. (N. del A.)
(26) A menos que lo que pretendieran los políticos británicos en Munich fuera ga-nar tiempo, por no estar aun, preparada la opinión pública de su país para una nueva Cruzada Democrática. Faltan elementos para juzgar a Chamberlain ólos premiers británicos nunca han sido sujetos fáciles para el psicoanálisis, pero todos los indicios dejan suponer que su intención era evitar un choque armado con Alemania, pero el clan belicista de su propio partido le traicionó y arrastró a la guerra. (N. del A.)
(27) Antes del desencadenamiento de la guerra, sólo se produjeron agresiones aisladas contra los judíos de Alemania según reconoce el escritor judío Eugene Kogon: The SS State.
(28) William C. Bullit: The World Menace.
(29) Según el mismo Molotoff (Pravda. 28-1-1935), en 1934 cinco millones y medio de pequeños terratenientes fueron deportados a Siberia.
(30) Vide L. Marschalsko: World Conquerors, pág. 53
(31) El mismo Bullitt refiere (The World Menace) que la Unión Soviética había violado veintiocho compromisos internacionales y el Reich alemán, veintiséis. En la misma obra enumera, distraídamente, una buena veintena de incumplimientos de pactos por parte francobritánica y olvida otros tantos por parte norteamericana. (N. del A.)
(32) Polonia y Rusia son, manual de Historia Universal a la vista, los dos países que detentan el récord de pogromos. (N. del A.)
(33) El embaidor polaco en Berlín, Lipski, declaró a su colega británico, Henderson que «en caso de guerra estallarían motines en toda Alemania, los alemanes tirarían las armas, y los polacos entrarían en Berlín en dos semanas». (N. del A.)
(34) El nuevo primer ministro polaco general Sikorski, era un viejo amigo de Nathaniel Rothschild de Londres, e! cual le proporcionaría el edificio y las dependencias para instalar su Gobierno en el exilio. (N. del A).
(37) La revista Defense de lëOccident, París, mayo 1953, nº 5, pág. 31 menciona estos hechos, y recuerda que fue bajo presión expresa del banquero judío Sir Montagu Norman que Churchill propuso a Roosevelt que el retorno al patrón-oro fuera inserto en la Carta del Atlántico. (N. del A.)
(38) Winston Churchill (Memorias) y Paul Reynaud (Révélations Politiques) recono-cen estos hechos. (N. del A.)
(39) Capt. Roskyll: The War at Sea.
(40) Winston S. Churchill: Memorias.
(41) Karl Doenitz: Zehn Jahre und Zwanzig Tage.
(42) Winston S. Churchill: Op. cit.
(43) Desmond Young: Rommel.
(44) El mismo autor señala, en la obra aludida, que el mariscal Rommel jamás adoptó medidas de retorsión contra los prisioneros aliados en su poder. (N. del A.)
(45) Archibald Maule Ramsay: The Nameless War.
(46) Durante la Primera Guerra Mundial, Winston Churchill, entonces Primer Lord del Almirantazgo. organizó la expedición contra Gallipoli (Turquía europea). La opera-ción, que terminó en un clamoroso fiasco, había sido desaconsejada por todo el Estado Mayor. (N. del A.)
(47) Sir Arthur Harris: Bomber Offensive.
(48) J. F. C. Fuller: History of World War II.
(49) J. M. Spaight: Bombing Vindicated.
(50) Sir Thomas Elmhirst: The German Air Forces.
(51) F. J. P. Veale: Crimes Discreetly Veiled.
(52) El consejero especial de Churchill para todo lo concerniente al strategical bomb-ing era un tal Lindemann (a) Lord Cherwell, judío de origen alemán. (N. del A.)
(53) Peter Von Kleist: Auch du varst dabei.
(54) Paul Reynaud: Révelations Politiques.
(55) Véase Hinsley y Liddell Hart, ingleses y Pasquier, francés. La revista belga LíEurope Réélle (nº 60, abril 1963) confirma este extremo. (N. del A.)
(56) Desde 1938 Hitler era Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas alemanas. (Nota del autor.)
(57) Charles Liddell Hart: Defence of Europe.
(58)Uno de los mayores éxitos de la publicidad contemporánea aplicada a lo política es el renombre insólito de Churchill. Mágico ha de ser el poder del lavado de cerebro colectivo, llamado publicidad, para lograr extraer del ostracismo al promotor del formidable fiasco de Gallipoli; llevarlo al poder después del fracaso de la Operación Stratford; consagrarlo «Defensor» del Imperio cuando éste desaparece a consecuencia de una guerra ideológica por él buscada con denuedo; gran «humanitario» cuando fue él mismo quien inició los bombardeos terroristas sobre Europa; «Premio Nobel»... ¡de Literatura! por sus Memorias autoapologéticas, llenas de detalles nimios y faltas de todo lo esencial. Incluso ORADOR, cuando más de la mitad de sus mots célebres son plagios flagrantes. Por ejemplo «su» conocida tirade de «mucha sangre, sudor y lágrimas» está entresacada del Canto IV de La Edad de Bronce, de Lord Byron. «Nunca tantos debieron a tan pocos», que Churchill tomó de Baudelaire. Y la expresión «Telón de Acero», erróneamente atribuida al Hombre del Puro, pues su auténtico autor fue... ¡el doctor Goebbels! (Discurso del 30-11-1945). (N. del A).
(59) En 1918, los delegados alemanes fueron tratados por los franceses de manera indigna; Foch ni se levantó ni respondió a su saludo; les sometió al régimen de prisioneros e incluso les amenazó... En 1945, Keitel, que estuvo en Compiégne, sería tratado por Eisenhower y Montgomety al estilo de Foch. (N. del A.)
(60) Los altos mandos de la Flota francesa habían prometido a Churchill que, en ningún caso, la Flota sería cedida a Alemania. Tal promesa sería mantenida. Peto no deja de ser sorprendente que con toda Francia metropolitana en poder de los alemanes, éstos toleraran una tal situación. (N. del A.)
(61) Lectures Françaises, n.0 16, París, junio-julio 1958.
(62) Diversos historiadores y publicistas franceses han hablado de esta volte face singular. Recomendamos, entre otros, a Stephen Hecquet: Les Guimbardes de Bordeaux. (La Librairie Française, 51, Rue de la Harpa. París, Vème.)
(63) El almirante Sommerville, que dirigió los ataques contra Mers-el-Kebir y Dakar, hizo todo cuanto pudo para evitarlos, y se hizo repetir dos veces la orden por el propio Churchill. Unas semanas después, sería destituido. (N. del A.)
(64) Ch. Liddell Hart: The Other Side of the Hill; «Boswell Ed.»; Londres, 1948.
(65) Ibid. íd. Op. cit.

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