Montag, 1. Oktober 2007

CAPITULO III. DE LOCARNO A MUNICH

"Si el principio de libre determinación hubiera sido lealmente empleado con Alemania, los Sudetes, Austria, Dantzig, el Corredor y diversas partes de Polonia hubieran debido ser incorporadas al Reich".
Lord Lothian

Mientras en Rusia se asentaba y consolidaba el bolchevismo, y en Occidente el liberalismo empezaba a perder viejas posiciones en beneficio del larvado marxismo de la socialdemocracia, la República de Weimar, nacida de la derrota, empezaba su efímera existencia. La Constitución, elaborada por el judío Hugo Preuss, era de tendencia socializante y contenía el suficiente número de «libertades» para que su estricta aplicación fuese totalmente funesta, aún para un pueblo disciplinado como el alemán. Un doble peligro amenazaba entonces a la naciente República: uno exterior, personificado por los bolcheviques del Báltico y los xenófobos polacos y lituanos, y otro interior, derivado del descontento y el desorden social creados por la derrota y las actividades de los grupos «spartakistas», socialistas, bolcheviques, etc. Cinco meses después del alto el fuego, las tropas polacas de Korfanty saquearon la Baja Silesia, mientras las numerosas comisiones de control aliadas en Alemania, asistían, impávidas, a aquel acto de piratería. Tropas de voluntarios alemanes consiguieron expulsar del país a los polacos, los cuales, en la Ata Silesia -que les había sido adjudicada en la feria de Versalles- se vengaron brutalizando a los escasos alemanes que habían quedado en la región después de su anexión por Polonia. La misma actitud de culpable inhibición adoptaron las tales comisiones de control cuando unidades del flamante Ejército lituano entraron en Memel y exterminaron a cuatro mil civiles alemanes indefensos, la mayoría ancianos, mujeres y niños. La joven República alemana debía limitarse a responder a todas esas agresiones -en tiempo de paz- con platónicas protestas de las que nadie, ni en el Foreign Office, ni en el Quai díOrsay, ni en la Sociedad de Naciones hacia el menor caso. En cuanto al peligro interior que se cernía sobre Alemania, las complicidades de que los revolucionarios disponían en el seno del propio Gobierno hacían muy difícil de contrarrestarlo con éxito.
FRANCIA INVADE LA RENANIA
El día 11 de enero de 1923, y tomando pretexto de un retraso del Gobierno alemán en la entrega de unas remesas de carbón a la comisión de reparaciones, Francia y Bélgica, unilateralmente decidían la ocupación de la zona industrial de Essen, en Renania. Poincaré quiso presentar esta acción como una medida pacifica de tipo coercitivo, excusa que a nadie engañó. «El hecho de que un Ejército armado ocupe, en tiempos de paz, regiones alemanas no militarizadas, presenta el proceder francés como una acción bélica», dijo la nota oficial de protesta del Gobierno alemán. Los objetivos perseguidos por el Gobierno francés con esta medida eran, pura y simplemente, la anexión de la rica zona industrial y minera de Renania, bajo un burdo pretexto. Alemania era, entonces, "res nullus", algo que pertenecía al primero que lo tomara; cualquier arbitrariedad, cualquier robo de que se la hiciera objeto se justificaba con un papel sellado a los ojos de la conciencia universal. Así, con la excusa del retraso en la entrega de unas toneladas de carbón - retraso que el Foreign Office calificó de hipotético y, en todo caso, "microscópico"-, Francia se disponía anexionarse la Renania, materializando aquel viejo objetivo de la política exterior francesa. El Gobierno alemán protestó oficialmente ante la Sociedad de Naciones por esta flagrante violación francesa del Tratado de Versalles. El areópago internacional consumió toneladas de tinta y de saliva, pero nada práctico hizo. Mientras tanto, el Reichstag, por una mayoría de 283 votos contra 28, decidió adoptar los métodos de la resistencia pasiva en el Ruhr. La respuesta francesa fue ocupar Dusseldorff, Bochum, Munster, Dortmund y otros centros industriales del Oeste de Alemania.
«Una ola de detenciones arbitrarias llenó de pánico a la población civil; las tropas de senegaleses y argelinos se adueñaron de las calles; los oficiales franceses, esgrimiendo sus fustas, obligaban a los ciudadanos alemanes a bajar de las aceras» (1).
Con la ocupación de la Renania, Alemania perdía el 90 % de su carbón, el 50 % de su acero y el 70 % de su hierro. No obstante, Poincaré se equivocó en sus cálculos, tendentes a apropiarse de la Renania mediante el aleatorio procedimiento del «fait accompli». El viejo político olvidó que después de Versalles, Francia se había convertido en la "enemiga natural de Inglaterra" (2). Y fue Londres quien hizo fracasar el plan anexionista de París. Es una constante histórica de la política inglesa con respecto al Viejo Continente el «equilibrio de las potencias». Cada vez que un Estado europeo se ha impuesto como poder hegemónico o, simplemente, como poder superior a los demás, Inglaterra ha tenido la suprema habilidad de persuadir a otros estados de formar una coalición contra aquél. Así lo han podido constatar, en su propia carne, la España de Carlos V y Felipe II, la Francia de Luis XIV y la de Napoleón, la Alemania del Káiser y la de Hitler. Inglaterra ha hecho luchar a los europeos, los unos contra los otros, y a la hora de los tratados de paz, ella - que, comparativamente, poco ha intervenido en los campos de batalla - se ha reservado la parte del león. Pero, una vez en plena «paz», el más fuerte de sus Aliados de la víspera se ha convenido, declaradamente o no, en el nuevo enemigo de Inglaterra.
"Nosotros no tenemos amigos ni Aliados, sino únicamente intereses", dijo Lord Palmerston. Y es lógico que la experiencia secular le aconsejan a Inglaterra, después de Versalles, enfrentarse a una Francia que, poseyendo el segundo imperio colonial del mundo, la tercera flota de guerra y siendo, tras el despojo de Alemania, la primera potencia militar del continente, podía llegar a poner en peligro la vieja «balance of power». Lógico era, pues, que la City, los Comunes y la Gran Prensa británica pusieran el grito en el cielo, y calificaron de "acto de piratería la ocupación de la Renania por los franceses". Nada más cierto que la denominación de piratería cuadraba perfectamente con la acción ejecutada por Poincaré, mas, ¿podía esperarse que fuera precisamente un Gobierno inglés quien lanzará acusaciones de piratería? ¿No fue mediante actos parejos al de la ocupación de la Renania, que Inglaterra se agenció una gran parte de su patrimonio colonial? ¿No eran unos auténticos piratas -aunque les llamaran corsarios- Morgan, Drake, Raleigh y otros celebrados «gentlemen, que apresaban navíos franceses y españoles, en tiempo de paz?... Y el propio Tratado de Versalles, del que Inglaterra emergió llevándose nada menos que 3.700.000 km.2 de territorios, ¿no fue, en realidad, el ma-yor acto de piratería política de los últimos siglos? Esto debió pensar Poincaré. Debió de creer que aunque la política no tenga muchos puntos de contacto con la ética, nadie tendría el valor de reprocharle su proyectada anexión renana. Poincaré pagaría tal elemental error con el ostracismo político y Francia denunciada a la faz del mundo por el dedo puritano de Albión, debería retirarse de la cuenca del Ruhr. Llevándose, eso si, carbón, hierro, acero e instalaciones industriales desmanteladas. Las consecuencias del «coup de la Rhénanie» fueron graves para la ya de por sí anémica República alemana, cuya autoridad se conmovió ante el golpe recibido por su política de cumplimiento de los compromisos de Versalles. Económicamente, los resultados de la operación de Poincaré, si fueron catastróficos para Alemania (el marco cayó en vertical) también lo fueron para Francia y para su prestigio. Políticamente, representó un rudo golpe para la estabilidad interior del nuevo régimen alemán; en lo sucesivo, todo político que hablara de cumplir lo «pactado» en Versalles, sería tratado de traidor vendido al extranjero.
EL TRATADO DE LOCARNO
En la política interior alemana, los efectos inmediatos del salto fran-cés sobre Renania fueron un fuerte impulso recibido por los partidos de derechas y, a la muerte del presidente Ebert, el viejo mariscal Hindenburg fue elegido canciller. En 1925, Stressemann, Primer Ministro, se decidió a asistir a la Confe-rencia de Locarno, donde pensaba obtener la definitiva retirada de las tropas de ocupación en Alemania, una reducción de las reparaciones y, además, la revisión de la tesis de la culpabilidad. Consiguió lo primero - porque así convenía a Inglaterra - pero no lo segundo, ni siquiera la anulación del infamante artículo 232, el de la culpabilidad unilateral ale-mana, porque ello no convenía a Inglaterra, cuyas guerras, como es bien sabido, siempre se han hecho en defensa del cristianismo y del derecho y por tanto sus enemigos han sido invariablemente unos malvados. Stressemann en Locarno renunció oficialmente, en nombre de su Gobierno, a Alsacia y Lorena; reconoció el «status quo» de las fronteras germanobelgas y firmó una auténtica capitulación ideológica pero muy poco obtuvo sobre lo esencial, aparte la ya prevista retirada de las fuerzas militares de ocupación en Alemania. Los Aliados aceptaron todo lo que él dio, y le dejaron marchar con las manos vacías. Pidió el reconoci-miento de la igualdad de derechos para Alemania, con relación a los demás países -los países «civilizados» y democráticos- y se le negó; pidió la admisión de Alemania en la Sociedad de Naciones, y se le respondió que primero debía hacerse digno de ella; pidió que los demás países ini-ciaran el desarme que se habían comprometido a realizar, en Versalles, y que Alemania había consumado ya, y se le respondió que el desarme de las grandes potencias no incumbía a Alemania. Pidió al amable Briand que se considerara que existía el artículo 19 del Tratado de Versalles, que preveía la revisión del mismo, y un silencio glacial acogió tal petición.Los firmantes del Tratado de Locarno -Inglaterra, Francia, Italia, Bélgica y Alemania- se comprometían a respetarse mutuamente sus fronteras, a no aliarse militarmente con otros países sin consultar previamente con los demás miembros del Pacto, y a dirimir sus eventuales diferencias mediante conferencias internacionales. Evidentemente y como podía esperarse -nadie hizo el menor caso de lo pactado a orillas del lago Mayor. Allí Alemania renunciaba oficialmente a las tierras que le habían sido arrebatadas en el Oeste. Pero, como más adelante se vería, esto no bastaría a Francia, que violaría los acuerdos de Locarno aliándose -sin consultar con sus cosignatarios- con la Unión Soviética.
ALEMANIA ADMITIDA EN LA SOCIEDAD DE NACIONES A pesar de que, en Versalles, se había prometido a la delegación alemana que inmediatamente sería admitida la nueva República en la Asamblea de Ginebra, los sucesivos obstáculos puestos por Francia y sus satélites de entonces Polonia, Bélgica, Checoslovaquia Lituania y Rumania, aliados al obtuso egoísmo británico que se desinteresó de la cuestión, había así conseguido retrasar la admisión de Alemania durante cinco años, bajo diversas excusas Por fin el 10 de septiembre de 1926, el Reich era oficialmente admitido en aquél areópago deliberante que tantas esperanzas suscitara y tantas desilusiones provocara después. Alemania presentó diversas quejas contra Polonia, Lituania y Checos-lovaquia acusándolas de maltratar a las minorías alemanes en los territo-rios germanos que a estos países habíanseles concedido en Versalles. Huelga decir que ni una sola de esas quejas fue, no ya atendida, sino ni siquiera estudiada A la Sociedad de Naciones no le importaban las minorías nacionales, excepto en su articulado, para cumplir con los preceptos del culto de la nueva deidad de la época, la «conciencia universal». Ante la Asamblea de Ginebra se plantearon las siguientes reclamaciones en favor de minorías oprimidas y pueblos cautivos: los ucranianos de Checoslovaquia, Polonia (Galitzia), U.R.S.S., y Rumania; los alemanes de los montes Sudetes, de la Alta Silesia, de Dantzig-Prusia Occidental y Memel; los austroalemanes del Tirol del Sur; los magiares de Checoslovaquia y el Bánato (Yugoslavia); los fineses de la U.R.S.S. (Carelia Oriental; los croatas (Yugoslavia); los albaneses, contra Grecia e Italia; los georgianos y armenios contra la U.R.S.S.; los kurdos contra la U.R.S.S. y Turquía; los wafdistas egipcios y los sinnfeiners irlandeses, contra Inglaterra. Nin-guna decisión práctica, ni siquiera teórica, se tomó en favor de esos pue-blos. En cambio, la menor indicación del titulado "Comité de Delegaciones judías" obtenía la consideración devota de todo el mundo (3). Fue el único caso que mereció, regularmente, la preciosa atención de los hombres justos del areópago ginebrino.
EL PACTO BRIAND-KELLOGG
Fuera del ámbito de la Sociedad de Naciones, en cuya eficacia iban perdiendo, todos, paulatinamente, la fe, se firmó el llamado Pacto Briand-Kellogg, en París, por el cual, los países firmantes (Estados Unidos, la Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Polonia y Bélgica) se comprometían a renunciar a la guerra, como medio de política internacional. En realidad, el Pacto Briand-Kellogg no fue más que un pobre «ersatz» de la Conferencia dei Desarme, que había pedido reiteradamente Alemania, amparándose en las cláusulas dictadas por sus propios vencedores en Versalles.En efecto, según el sacrosanto Tratado de Versalles, Parte V, relativa a las cláusulas militares, aéreas y navales: «Con objeto de hacer posible una limitación general de los armamentos de todas las naciones, Alemania se compromete a observar estrictamente las cláusulas militares, navales y aéreas estipuladas a continuación.» El texto no deja lugar a dudas; todas las potencias signatarias se habían comprometido a reducir sus armamentos. Alemania había cumplido lo pactado; ahora pedía que los demás países hicieran lo mismo (4). A pesar de las platónicas recomendaciones de la Sociedad de Naciones, Francia se niega a desarmar. El Plan MacDonald de limitación de armamentos (abolición de las llamadas «armas ofensivas» (bombarderos, tanques, artillería pesada)) es rechazado por Francia (5). Pero la estricta verdad es que Inglaterra y los Estados Unidos que, ahora, acusan de belicismo a los franceses, no han hecho, por su parte, nada que permita suponer que van a decidirse a emprender el camino del desarme. Una reunión preparatoria a este objeto tiene lugar en Ginebra, en Septiembre de 1925, con nulo resultado. Alemania pide que todos los países y, sobre todo, Francia, la más intransigente al menos formalmente, reduzcan sus armamentos o, en caso negativo, que se le conceda al Reich autorización para rearmarse a un nivel no inferior al de Francia. En definitiva, la República alemana mantiene una posición que puede sintetizarse así: o bien el anillo de estados hostiles que la rodean, y especialmente Francia, se desarman o bien Alemania debe rearmarse al mismo nivel que Francia. La tan democrática «igualdad de derechos». La delegación alemana, por otra parte, recuerda a los demás miembros que, habida cuenta del reciente precedente de la invasión francesa de Renania y de la concentración de tropas coloniales en las márgenes del Rin, Francia amenaza a Alemania, y como ésta es miembro de la Sociedad de Naciones, está en el derecho de exigir que los otros estados miembros obliguen a París a iniciar su desarme. Los argumentos del Reich son incontestables. Por eso no se les opone ningún argumento. Pero tampoco nadie hace nada en la vía del desarme. Todos continúan armándose, Francia ostensiblemente y los demás, más discretamente. Las sucesivas conferencias de desarme que se van celebrando son autén-ticos sainetes. Los debates sobre el llamado «desarme cualitativo» alcanzan las más elevadas cumbres de la comicidad. Cada estado declara «ofen-sivas» aquellas armas de que está poco provisto, y «defensivas» las que posee en gran cantidad. El delegado francés, que merecía llamarse Tar-tufo, «desbautiza» los carros de asalto y, para atestiguar su carácter «defensivo», los «rebautiza» con el pacifico nombre de carros de combate... El acorazado es un arma «defensiva» declaran, virtuosamente, los repre-sentantes de Inglaterra y los Estados Unidos. «En cambio, el submarino es un arma ofensiva». El delegado japonés, por su parte, considera que los acorazados y los submarinos son armas ofensivas, razón por la cual, el Japón, país pacífico, no posee ninguno. Pero es, precisamente, el dele-gado japonés el que pone el dedo en la llaga al declarar: «Un navío de guerra es un arma defensiva cuando en su mástil lleva la bandera inglesa o americana y es un arma ofensiva en todos los demás casos», después de tras una ceremoniosa inclinación de cabeza, abandonará la sala de conferencias. No contenta con incumplir sus obligaciones respecto al desarme, Francia inicia, en 1927, la construcción de la Línea Maginot, que se extiende a lo largo de toda su frontera con Alemania. Esta nueva y flagrante violación del espíritu y la letra del Tratado de Versalles no provoca ninguna reacción en la Sociedad de Naciones. En cambio cuando en 1937, Alemania iniciará la construcción de su Línea Siegfried, el altavoz ginebrino hará oír su clamoreo ensordecedor a propósito del denostado militarismo alemán. Violando igualmente los compromisos contraídos en Locarno, Francia se une, por un sistema de alianzas defensivas y ofensivas con los países de la llamada pequeña Entente (Polonia, Checoslovaquia, Rumania y Yugoslavia), resucitando la vieja política francesa del cerco de Alemania, en cuyo derredor bailan «la danza de la muerte» una serie de Estados hostiles satélites de Francia. Un informe secreto, enviado el 11 de abril de 1919 al presidente Wilson por el general de Estado Mayor F. J. Kernan es muy significativo a este respecto:
«En Europa Central predominan absolutamente los uniformes franceses. Los esfuerzos constantes y organizados de esos agentes, tienden a disciplinar el espíritu militar en Polonia, Checoslovaquia y, según creo. en Rumania también. La idea imperialista se ha apoderado de los franceses como una psicosis de locura. Los franceses se esfuerzan abiertamente en organizar una cadena de estados militarmente fuertes, si es posible bajo mando francés, con objeto de ir añadiendo más tarde nuevos aliados... Polonia, Checoslovaquia y Rumania están gastando sumas fabulosas en crear ejércitos desproporcionados a su verdadera importancia y necesidades. Todo eso significa que, bajo la hegemonía francesa... se constituirá una fuerte alianza militar, que será probablemente capaz de dominar a Europa (6)".
Según Baker, el único interés de Francia por Polonia es "el debilitamiento de Alemania y, por ello, no solamente se han adjudicado a los polacos provincias sobre las que no tienen ningún derecho sino que, además, los franceses les están ayudando a crear un enorme ejército» (7). Ya en 1920, cuando más se charlaba en Ginebra y en Versalles de «paz eterna» y de «desarme general», Francia había firmado un pacto de alian-za defensiva con Polonia. El autor francés DíEtchegoyen escribió, en 1925 (8):
«Las cantidades que hemos entregado a nuestra cara aliada Polonia se cifran, ya, en varios miles de millones de francos.» En cuanto a Checoslovaquia, el estado artificialmente creado por las mentes enfermas de los hombres de Versalles, no tenía otra finalidad que ser «el portaaviones de la democracia, situado en el flanco de Alemania» (9). La ayuda militar y económica francesa a los checos, sin ser tan importante como la prestada a Polonia fue, así mismo, notable (10).
La firma del Pacto Briand-Kellogg no modificó en nada la actitud de Francia y su manera de interpretar los acuerdos de Versalles y de Locarno
RENANIA ES DEVUELTA A ALEMANIA
En los tratados de paz se había estipulado que Renania sería ocupada, militarmente, por unidades de los ejércitos inglés, francés y belga, durante cinco años, al cabo de los cuales dicha región volvería a ser alemana, si bien quedando como zona desmilitarizada. Ya se ha hablado del intento de anexión de Poincaré, fallido a causa de la oposición de Londres y Washington. Pero incluso después de Locarno y del Pacto Briand-Kellog, las tropas de ocupación extranjeras continuaban estacionadas en Renania. Si bien París era partidaria del «status quo», Londres, que tenía prisa en ver a los franceses detrás del Rin, y Washington, cuya obsesión era que Alemania no se hundiera, provocando una crisis económica mundial, forzaron a los «revanchards» a cumplir (bien que con seis años de injustificado retraso) con la obligación, suscrita en Versalles, de devolver Renania a Alemania. La devolución tuvo lugar el día 30 de junio de 1930. Los periódicos franceses lucieron, aquel día, una franja negra en su portada. Los comunistas de L'Humanité estuvieron en vanguardia del «patriotismo de luto», acusando a la pérfida Albión de haber atropellado los intereses franceses en Renania.Esto merece un breve inciso.
A mediados de 1930, las derechas parecían imponerse en el mundo político alemán; por esa razón, el camarada Thorez era antialemán y, paralelamente, más «chauvin» que Poincaré. Pero, en vísperas de las elecciones de 1933, cuando los pronósticos y los sondeos de opinión - que resultaron erróneos - dan al «cartel de izquierdas», aliado al viejo «Zentrum» confesional, como seguro ganador, Thorez, secretario general del Partido comunista, manifestaba en Berlín: «Soy partidario de la libre disposición del pueblo de Alsacia y de Lorena, aún cuando ello signifique su libre separación de Francia... Soy partidario de la libre disposición de todos los pueblos de lengua alemana, y de su derecho a unirse libremente» (11). Luego, al ganar las elecciones el Partido nacionalsocialista, Thorez volvería a ser el abanderado de la germanofobia patriotera de girondinos y jacobinos, para cambiar nuevamente en el momento de firmarse el Pacto Ribbentrop-Molotoff y ser, una vez más, ferozmente germanófobo -desde Rusia - a partir del día 22 de junio de 1941, cuando Hitler se abalanzó sobre la U.R.S.S. ¡Y pensar que por semejante clown votaban, regularmente, cinco millones de personas en un país que pasa por ser el más espiritual de la Tierra!
LA DEMOCRACIA ALEMANA, ASESINADA POR OCCIDENTE
¿Cuál era, entre tanto, la actitud espiritual de los pueblos de los países democráticos con respecto a Alemania? O, para formular la pregunta en más justos términos: ¿Qué les decían de Alemania a sus clientelas los grandes «medios informativos» de las democracias occidentales?
La triste realidad es que, salvo contadas excepciones, desde el gran rotativo hasta el humilde diario de provincias, y desde los libros de texto (ese instrumento de la educación dirigida por el sedicente estado democrático) hasta los manuales para la educación de párvulos, se alimentó cuidadosamente la llama del odio, rechazando brutalmente todos los intentos que la tan pulcramente aséptica y democrática República alemana hizo para olvidar el pasado y preparar, sin reservas mentales, un futuro basado en la justicia y la hermandad de los pueblos de Europa. Todos los medios fueron lícitos en la campaña de odio y difamación desplegada contra el pueblo alemán: las puras mentiras, las medias verdades, los relatos «objetivos», las versiones parciales y oblicuas, los sofismas inteligentes, los más inverosímiles inventos, todo ello hábilmente mezclado y elaborado para el consumo de todas las inteligencias, de todos los prejuicios y de todas las filias y fobias nacidas al calor del resentimiento creado por la desorbitada propaganda de los tiempos de guerra.
El himno alemán, cuya primera estrofa dice: «Alemania sobre todo en el mundo, desde el Mass hasta el Vístula, y desde el Danubio hasta el Belt...» es alterado por un periodista francés: «Alemania sobre todos en el mundo»... La «nueva versión» del Deutchsland Über alles es reproducida millones de veces por las rotativas del orbe entero. ¡Los alemanes se consideran por encima de todos los pueblos del mundo!... ¡Horrible racismo! Y esto se dirá en Francia, cuyo himno nacional, «La Marsellesa», califica de «impura» la sangre del extranjero (12).
En esta campaña mundial antialemana colaboraron activamente y, de hecho, dirigieron la orquestación, ciertos intelectuales judíos. Recordemos que Hitler no está todavía en el poder; en Alemania no se persigue, aún, a los israelitas, que ocupan lugares preeminentes en la vida social, artística, industrial y financiera, y dominan en el Gobierno (13). Pero es un hecho: Berthold Brecht, Heinrich y Thomas Mann, Erich María Remarque, Werfel, Arnold Zweig. Ernest Lissauer son las autoridades que se citan en Francia y otros países para demostrar que el pueblo alemán no es más que un hato de fanáticos sedientos de venganza y animados de los más bajos instintos.
La democracia alemana no murió, como más tarde pretendería la « jurisprudencia» de Nuremberg, a causa de las ansias de revancha del militarismo prusiano. Fue asesinada por las propias democracias occidentales, que incumplieron clamorosamente la totalidad de los compromisos dictados por ellas mismas en Versalles; la agredieron y expoliaron en Renania; animaron al «ganso polaco» (14) a que violara las fronteras de Silesia; la rodearon de una serie de pseudonaciones armadas hasta los dientes y no cesaron, durante quince años, de someterla a toda suerte de humillaciones, e injusticias que, forzosamente, debían desprestigiar a los ojos del pueblo alemán, al régimen que soportaba, sin protesta, tal estado de cosas.
ADOLF HITLER SUBE AL PODER
Adolf Hitler había nacido en Braunau-am-Inn, el 20 de abril de 1899. Durante la Primera Guerra Mundial, se enroló como voluntario en el Ejército alemán y, en 1916, por méritos de guerra, es ascendido a cabo y recibe la «Cruz de Hierro». El 7 de octubre de 1916 cae herido en campaña y, tras unas semanas de hospital, regresa al frente, donde sufre un envenenamiento por gas y queda temporalmente ciego. Después de la guerra co-mienza a intervenir en política e ingresa, en 1919, en el «Partido obrero alemán». Un año después, y a propuesta suya, consagra la swástika como emblema del Partido (15).
En 1920, cambia el nombre de la organización política en que milita por el de «Partido Nacionalsocialista obrero alemán» (National Sozialistisches Deutsches Arbeiter Partei) y organiza las famosas «Sturm Abteilung» (Secciones de Asalto) encargadas de garantizar el orden en los mítines del Partido, contra las agresiones de los militantes comunistas.
El Ier Congreso del N.S.D.A.P. se celebra en Munich, el día 29 de enero de 1923. El 8 de noviembre de aquel mismo año, Hitler y sus partidarios organizan un «putsch» tendente a apoderarse del poder, pero el ejército sofoca la acción, y el día 12 es detenido, ingresando en el penal de Landsberg, donde permanecerá trece meses. Al salir de la cárcel, donde ha escrito su Biblia política, el «Mein Kampf», reasume la jefatura del Partido y el 3 de julio de 1926 organiza el II Congreso del N.S.D.A.P. en Weimar. En las elecciones de mayo de 1928, los nacionalsocialistas consiguen doce escaños en el Reichstag. A partir de entonces, los mítines y conferencias del joven Partido se multiplican. En las elecciones del 14 de septiembre de 1930, los «camisas pardas» consiguen 107 puestos en el Reichstag, 6.300.000 alemanes han votado por Hitler, cuyo Partido es el segundo del Reich. En cinco de los estados federales, los nazis obtienen mayoría parlamentaria, incluyendo Prusia.
El 31 de julio de 1932 el N.S.D.A.P. logra 230 diputados en el Reichstag, convirtiéndose en el Partido más poderoso de Alemania. El mariscal Hin-denburg ofrece, entonces, el cargo de vicecanciller del Reich a Hitler, que rehusa alegando que, «según los métodos parlamentarios de que tanto alardean sus adversarios, a un Partido político que obtiene la mayoría le corresponde la Cancillería, y no una vicepresidencia». Nuevamente ofrece Hindenburg a Hitler una activa participación en el Gobierno del Reich, proponiéndole incluso el cargo de canciller, bajo ciertas condiciones políticas que son rechazadas. Por fin; el 30 de enero de 1933, Hitler, jefe de la mayoría parlamentaria, es nombrado, por Hindenburg, canciller del Reich, aunque supeditado a la presidencia de aquél. Franz von Papen, antiguo nacionalista monárquico, es nombrado vicecanciller.
Hitler y el nacionalsocialismo han subido al poder de una manera escrupulosamente democrática, tras un indiscutible triunfo en las urnas. Este triunfo se ratificará ampliamente en las elecciones del 5 de marzo de 1933, al conseguir 282 actas de diputado, o sea un aumento de 52; los nazis han obtenido el 54% de votos con respecto al censo electoral, y el 69% con respecto al número de votantes efectivos (16).
DISOLUCIÓN DE LOS PARTIDOS MARXISTAS
El 27 de febrero de 1933 el Reichstag fue incendiado por el comunista holandés Van der Lubbe, un individuo tarado y medio loco, que había colocado alquitrán en el gran salón de sesiones y luego le había prendido fuego. El viejo edificio quedó convertido en un montón de ruinas. Pero Van der Lubbe, sin duda posible, debía tener cómplices. Se acusó a Ernst Togler, el líder de la fracción comunista en el Parlamento, que había sido la última persona en abandonarlo la víspera. También se acusó a los bolcheviques búlgaros Dimitroff, Popof y Taneff, que vivían clandestinamente en Berlín. Los indicios que poseía la policía alemana contra estos individuos eran anonadantes, pero no existían pruebas materiales. Togler fue absuelto y los tres búlgaros expulsados del país, donde habían entrado ilegalmente (17). Pero Hitler, con pruebas materiales o sin ellas, estaba resuelto a acabar con el marxismo en Alemania. A propuesta suya, Hindenburg firmó la llamada «Ley para la protección del pueblo y del Estado», gracias a la cual una serie de artículos de la Constitución del Reich, que hacían referencia a las libertades de asociación y de Prensa fueron coartados. Podrá evidentemente objetarse que esa medida era antidemocrática, pero convendrá tener presente que, en su campaña electoral, Hitler ya había anunciado que, en caso de contar con la confianza del pueblo, la primera medida que tomaría sería reformar la Constitución del Reich en todo aquello que pudiera afectar a la seguridad del mismo, notablemente si sus garantías podían ser utilizadas por una minoría antinacional en contra de la colectividad...» (18). La mayoría del pueblo alemán se había pronunciado por Hitler y su programa, y después de la adopción de tales medidas, siguió otorgándole su confianza. Frick, ministro del Interior, y Goering, ministro comisario del Interior, de Prusia, aplicaron la nueva ley con particular dureza. Seis mil funcionarios comunistas fueron detenidos e internados, con lo cual el Partido quedó inmediatamente desarticulado. Casi simultáneamente, los Partidos Comunista y socialdemócrata fueron disueltos. El marxismo había sido puesto fuera de la ley.
ALEMANIA SE RETIRA DE LA SOCIEDAD DE NACIONES
El 16 de marzo de 1933, el Premier inglés, Ramsay MacDonald, laborista, presento el enésimo plan a la Conferencia del Desarme. Proponía que Francia redujera su Ejército a un máximo de 400.000 hombres. A Alemania se le autorizaría a doblar los efectivos de su «Reichswehr», es decir, 200.000 hombres. En cuanto a Polonia, con una población que representaba el 40% de la de Alemania, se le autorizaría una fuerza, también, de 200.000 hombres. Pero hay que tener en cuenta que el bloque constituido por Francia y sus satélites (Bélgica, Polonia, Rumania, Checoslovaquia y Yugoslavia) representaría una fuerza de 1.100.000 hombres, o sea cinco veces y media más que Alemania. Francia, Bélgica y la pequeña Entente disponían, entre todas, de una fuerza aérea de casi cinco mil aviones de combate, mientras Alemania carecía de arma aérea. La concesión de MacDonald es, no obstante, apreciada por Hitler, que da su consentimiento al plan inglés. Pero Francia no se muestra de acuerdo, y aunque actuando con prudente discreción en la Sociedad de Naciones, mueve hábilmente a sus peones, en especial Polonia, para que boicoteen la iniciativa británica (19), que busca restablecer el equilibrio continental.
El grupo francés gana tiempo con sus dilaciones y, mientras tanto, en los pasillos del Palacio de las Naciones se discute más que en el hemiciclo. Cuando la Conferencia se vuelve a reunir, el representante británico, Sir John Simon, anuncia que el Gobierno inglés va a presentar un nuevo plan que, de hecho, contradice al primero, en el que se admitía -relativamente- el principio de la igualdad de derechos, reclamado por Hitler y por todos sus antecesores democráticos, Ebert, Cuno, Stressemann. Curtius y Bruening. Simon propone un «plazo de prueba para Alemania», que deberá demostrar ser digna de la confianza que en ella depositan las grandes democracias y sus satélites. Durante ese plazo, la Reichswehr no podrá adquirir nuevas armas. Eso equivale a dejar al Reich con un pequeño ejército de cien mil hombres, provisto de armas cortas y artillería ligera, sin aviación y con una marina de guerra de tercer orden, frente a una coalición que cuenta con más de un millón de hombres en pie de guerra, más una poderosa aviación, la marina francesa y material moderno (20).
Toda idea de igualdad de derechos - algo tan pulcramente democrático - ha desaparecido del plan inicial; el desarme de Francia Y de los países que rodean a Alemania queda postergado "sine die..."
La reacción de Hitler es inmediata. La delegación alemana en la Conferencia del Desarme se retira, dando un fuerte portazo. Tres días después, el 21 de septiembre; Alemania se retiraba igualmente de la Sociedad de Naciones.
El 14 de octubre, el Gobierno del Reich publicaba un manifiesto a propósito de la cuestión. Entre otras cosas, se decía: "El Gobierno del Reich y el pueblo alemán rechazan la violencia como medio para superar las diferencias existentes entre los pueblos europeos... pero declaran que la aprobación de la igualdad de derechos para Alemania es la condición moral y material para que nuestro pueblo y su Gobierno formen parte de una institución internacional. El Gobierno ha tomado, pues, la decisión de abandonar la Sociedad de Naciones Y la Conferencia del Desarme basta que se nos conceda la igualdad de derechos".
Hitler, por su parte, dijo en un discurso electoral:
«Si el mundo decide que todas las armas sean destruidas, nosotros estamos dispuestos a renunciar a toda clase de armas desde ahora. Pero si el mundo decide que todos los pueblos se pueden armar, menos nosotros. no estamos dispuestos a tolerarlo, porque Alemania no es un pueblo de «parias».
El Führer, por otra parte, recuerda a los estadistas de las democracias occidentales que, tan pronto como ellos estén dispuestos a cumplir la palabra que empeñaron en Versalles, relativa al desarme general. o se deciden a aplicar prácticamente la «igualdad democrática» con respecto a Alemania, ésta estará dispuesta a reingresar en la Sociedad de Naciones.
Se consulta al pueblo alemán, en un plebiscito celebrado el día 11 de noviembre de 1933, si aprueba la retirada de su patria del areópago ginebrino. El 96,5% del cuerpo electoral participa en las elecciones; mas del 95 % de los votantes dan su conformidad con el paso dado por Hitler.
HITLER PALCTA CON PILSUDSKI
El 26 de enero de 1934, Hitler asestó un golpe mortal a la política de cerco, preconizada y practicada por Francia con respecto a Alemania desde los tiempos del cardenal Richelieu. El Führer se dirigió a Pilsudski, proponiéndole un pacto de no agresión, válido por diez años.
Pilsudski, hombre realista, se daba perfecta cuenta que el interés de Francia hacia los polacos era para utilizarlos como carne de cañón en una eventual guerra contra el Reich. También veía que Polonia, situada entre dos vecinos poderosos debía decidirse por uno de los dos; el dictador polaco, que nueve meses atrás quería invadir la Prusia Oriental, aceptó el ofrecimiento que le hacía Hitler de firmar un pacto que, en realidad, únicamente podía estar dirigido contra la U.R.S.S.
Alemania acababa de abrir una brecha en el cerco francés. A partir de entonces, Polonia seguiría su propia política, durante cuatro años, sin hacer ya caso de los intereses o de los «complejos» germanófobos de Francia. Este espectacular "renversement des alliances" sería acompañado de un no menos espectacular cambio de actitud de la Gran Prensa mundial con respecto a Polonia, que sería tildada de reaccionaria y antisemita.
Goering es enviado a Budapest y Goebbels a Ginebra, donde concluyen sendos pactos de amistad con Hungría y Suiza. Y, el 14 de junio de 1934, Hitler se entrevista, por primera vez, con el Duce italiano, Benito Mussolini, al que va a visitar en Venecia (21).
La Gran Prensa no se recata en poner de relieve los peligros que entrañaría un acuerdo entre los dos. Al término de esa entrevista, los Gobiernos italiano y alemán publican un comunicado conjunto en el que se da a conocer la coincidencia de los puntos de vista de ambos estadistas sobre la situación internacional.
CONSOLIDACIÓN DEL RÉGIMEN HITLERIANO
Ciertos elementos de origen sospechoso se habían ido introduciendo en las SA, a las que pretendían dar una orientación marcadamente izquierdista y, desde luego, opuesta a la política del Führer. Diversos altos jefes de las Secciones de Asalto querían a toda costa una «segunda revolución», un entendimiento con la U.R.S.S. y una política más agresiva con respecto a las potencias occidentales, especialmente Francia.
La derecha, pretendía apoyarse en Von Papen y en buena parte del Estado Mayor de la Wehrmacht para imponer una restauración de los Habsburgo. El Intelligence Service se movía detrás de esas fuerzas, no para favorecerlas, evidentemente sino para crearle problemas al nacionalsocialismo, que había restablecido la paz interior en Alemania y hecho posible la reaparición del país en los mercados internacionales convirtiéndolo, nuevamente, en un concurrente peligroso para los productos ingleses.
Hitler lanza una sería advertencia a Roehm, Obergruppenführer de las SA que, según ha descubierto la Gestapo, piensa lanzarse a la calle el 30 de junio, en Munich. También de Berlín llegan noticias de que las SA preparan una manifestación y que ya hay camionetas preparadas para trasladar a los manifestantes. Hitler, secundado por Goering, Heydrich y Goebbels, entra en acción. Roehm es destituido de su cargo y reemplazado por Von Lutze. A las dos de la madrugada, Hitler emprende el vuelo hacia Munich, acompañado por Goebbels, Von Lutze y Dietrich, jefe de Prensa del Reich. El Führer se dirige directamente al Ministerio del Interior de Baviera, a donde son conducidos todos los conjurados. Mientras tanto, en Berlín, Goering se anticipa a los planes del Obergruppenfuhrer Karl Ernst, le detiene y le hace fusilar. Gregor Strasser, al que se acusa de «trotskista» es también fusilado. La conjura es aplastada en tres horas.
El Ministerio del Interior publica un comunicado según el cual los conjurados, no sólo pretendían dar un golpe de Estado, lo que está probado, sino que planeaban dar muerte al Führer. Se hace saber que «ciertos elementos extranjeros» han maniobrado a expensas de los altos jefes de las SA Se alude, sin nombrarlos, al Intelligence Service y a la masonería. Se da a conocer que Roehm y Karl Ernst eran homosexuales, y que tales individuos anormales abundaban en las altas esferas de las SA. Se especula con la posibilidad de que la masonería haya dirigido en su provecho las actividades de esos tarados bajo la amenaza del chantaje (22).
La Prensa alemana anunció el fusilamiento de cincuenta jefes de las SA, trece funcionarios de la misma organización, tres jefes de las S.S. y cinco funcionarios del Partido. En total, setenta y una personas. La Prensa extranjera, por su parte, llegó a hablar de una auténtica sublevación antihitleriana y habló de varios millares de ejecuciones. Le Temps, diario parisién de centro-derecha dio la cifra de trescientos fusilados. La Pravda se convirtió en el hagiógrafo de los «mártires»...
MUERTE DE HINDENBURG
El 2 de agosto de 1934, falleció el presidente del Reich, Hindenburg. Hitler que ha ahogado en sangre la conjura de los altos mandos de la S.A. y ha enviado a Von Papen, la figura más representativa de los monárquicos, a un destierro de primera clase, como embajador en Viena, quiere reunir en su mano todos los poderes, y unir el cargo de presidente al de canciller del Reich. En consecuencia, se convoca en plebiscito. El 91% del cuerpo electoral aprueba la propuesta de Hitler y su Gobierno. El hijo de Hindenburg había invitado al pueblo a votar esa concesión de plenos poderes.
LA U.R.S.S. INGRESA EN LA SOCIEDAD DE NACIONES
Ciertas fuerzas de Occidente que, desde el nacimiento de la U.R.S.S. la habían apoyado moral y materialmente, iniciaron, hacia 1931, una campaña político-periodística destinada a patrocinar la admisión de los soviéticos en los grandes organismos internacionales. Los mismos gobiernos de las grandes democracias, influenciados cuando no dominados por el "Money Power", dan a entender que sería un acto de realismo político admitir a los señores del Kremlin en el diálogo internacional. Así, los soviets toman parte en la Conferencia Económica Mundial de Londres (mayo de 1933). Su delegación la componen el judío Litvinoff, presidente, sus correligionarios Maisky y Oaserki, y el letón Meschlauk. Este primer paso será rápidamente seguido de otro, realmente decisivo. Benes, ministro de Asuntos Exteriores de Checoslovaquia y presidente de la pequeña Entente, es el artífice principal de la admisión soviética en el Consejo de Ginebra. Por fin, la U.R.S.S. es admitida en la Sociedad de Naciones y el 18 de septiembre de 1934 su delegación es recibida con gran pompa. Litvinoff, el "homme á tout faire". del bolchevismo dirige la representación comunista. La admisión de la U.R.S.S. en la Sociedad de Naciones es un auténtico bofetón diplomático dado a Alemania, a la que se ha forzado, prácticamente, a abandonar su puesto en tal Asamblea Internacional al negarle la concesión de la igualdad de derechos; igualdad que se reconoce graciosamente a los bolcheviques que poseen, según es público y notorio - el mayor Ejército del mundo en efectivos humanos-. Pero los hombres de Ginebra no consideran suficiente el admitir a la U.R.S.S.; hay que honrar como es debido al zar Stalin -que, dos años atrás, había calificado a la Sociedad de Naciones de "cueva de ladrones"-, y, a propuesta de Benes, la Unión Soviética es nombrada "miembro permanente" del Consejo. En noviembre, se nombra al bolchevique judío Moses Rossenberg, secretario general adjunto.
La primera intervención de Litvinoff en la tribuna ginebrina fue para proponer un desarme total e inmediato de todos los países del mundo. Los otros delegados sonríen; después ríen discretamente; finalmente, sueltan estentóreas carcajadas. Por fin, el mismo Litvinoff se desternilla de risa (23).
ALEMANIA RECUPERA EL SAAR
En enero de 1935 debía de celebrarse, según los términos del Tratado de Versalles, un plebiscito en la región del Saar, por el que sus habitantes determinar si querían reintegrarse a Alemania, unirse a Francia, o bien el mantenimiento del "status quo". En noviembre de 1934, el Gobierno francés, pretextando unos "posibles" motines en la región, concentró cuatro divisiones de infantería en la frontera. Hitler envío una nota de protesta a París, alegando que esa extemporánea manifestación de fuerza militar era una coacción intolerable hacia los electores. El Quay d'Orsay rechazó la nota alemana. La Wilhelmstrasse mandó otros cinco extensos memorándums al Gobierno francés. Por fin la crisis se solucionó merced a la intervención de la Sociedad de Naciones, que envió una tropa de policía internacional al Saar, para que permitiera la celebración regular del plebiscito y atestiguara de su legitimidad.
El plebiscito tuvo lugar, bajo control internacional, el 13 de enero de 1935. Los franceses habían tenido todas las oportunidades para modelar el estado de ánimo del pueblo sarrés durante casi quince años; la propaganda francesa no había escatimado dinero ni tiempo para atacar a Alemania incluso antes de la subida de Hitler al poder. Pero todo fue en vano. Los 150.000 franceses del Sarre resultaron ser un infantil invento del señor Clemenceau. Y el resultado de las elecciones arroja unos porcentajes semejantes a los obtenidos por la política de Hitler en el Reich: el 90,75 % de los votos son favorables a la unión con Alemania; 8,85 % prefieren el mantenimiento del status quo; y sólo 0,4 % votan por la unión con Francia.
Los anexionistas de París han hecho algo más que perder un plebiscito. Francia ha hecho el más espantoso de los ridículos, ya que no conseguir más que 2.098 sufragios favorables de un total de 525.000 a pesar de haber contado, durante tres lustros, con todos los medios de coacción moral y material, Prensa, propaganda y ejércitos de ocupación, es la prueba más evidente de que las repetidas intentonas francesas de apoderarse del Sarre no son más que manifestación del deseo de París de obtener aquella rica cuenca minera, aún a costa de la declarada hostilidad de los habitantes del país. Una de las más absurdas fronteras de Versalles había sido democráticamente derribada por Alemania.
EL PACTO FRANCOSOVIÉTICO
En el discurso pronunciado con ocasión de la reincorporación del Saar al Reich, Hitler manifestó que no pensaba hacerle ninguna otra reclamación territorial a Francia. Herr Luther, embajador alemán en Washington, comunicó al Departamento de Estado que el Führer prometía no pedir jamás la devolución de Alsacia y Lorena, honrando así la palabra de su predecesor Stressemann.
La respuesta francesa fue el pacto de alianza firmado el 2 de mayo de 1935, entre París y Moscú. Este pacto, de hecho, colocaba a Alemania entre dos fuegos. Si Pilsudski había abandonado el sistema de alianzas francés, la poderosa U.R.S.S. le reemplazaba con ventaja. Quince días después se firmaba otro pacto entre Checoslovaquia y la U.R.S.S., que completaba el anterior, toda vez que Praga, aliada estrechísima de París y miembro esencial de la pequeña Entente, era el puente entre ambos países y el portaaviones designado para atacar al Reich por el aire.
La reacción de la Wilhelmstrasse fue inmediata. En un memorándum dirigido a los Gobiernos francés, inglés, italiano y belga, el Führer acusó a Francia de haber violado el Tratado de Locarno por el cual, entre otras obligaciones, los firmantes se comprometían a no aliarse con otros países sin consulta previa con los demás signatarios.
El mariscal Petain declaró, en una interviu concedida al periodista Jean Martet, poco tiempo después:
"Al tender la mano hacia Moscú, hemos hecho creer a las buenas gentes ignorantes que el comunismo es un sistema de Gobierno como otro cualquiera. Hemos hecho entrar al bolchevismo en el circulo de las doctrinas confesables. Y me temo que, muy pronto, nos veremos obligados a lamentarlo (24)".
Hitler, por su parte, declaró al periodista Bertrand de Jouvenel, enviado de Paris-Midi:
«...mis esfuerzos personales hacia un entendimiento duradero entre Francia y Alemania subsistirán siempre. No obstante, en el terreno de la práctica, este deplorable pacto francosoviético crea una situación totalmente nueva. Vosotros, franceses, os estáis dejando complicar en el juego diplomático de una potencia que no desea otra cosa que sembrar el desorden en Europa; desorden de la que ella sola será la beneficiaria.»
El Führer añadió que incluso un párvulo comprendería que el pacto francosoviético sólo podía concebirse como dirigido contra Alemania. En consecuencia, proponía a Francia que abandonara su alianza con la U.R.S.S., y tendía su mano proponiendo liquidar para siempre la enemistad franco-alemana. "No tengo nada que pedir a Francia ni a Inglaterra", añadía Hitler. Temiendo una reacción de la opinión, el Gobierno francés impidió la publicación de la interviu, que había tenido lugar el 21 de febrero. Fue publicada el día 28, o sea un día después de la aprobación del pacto francosoviético por la Cámara de Diputados, por 353 votos contra 164.
El Senado ratificaría dicho pacto contra natura el día 12 de marzo.
Pero, entre tanto...
HITLER DENUNCIA EL PACTO DE LOCARNO Y REMILITARIZA RENANIA
El día 7 de marzo, Hitler comunicaba oficialmente a los Gobiernos interesados que, habiendo violado Francia el Pacto de Locarno, cuyas obligaciones eran incompatibles con el nuevo pacto francosoviético, se consideraba desligado del mismo. En consecuencia lo denunciaba y procedía a la remilitarización simbólica de Renania.
Esa remilitarización, provocó muy violentas reacciones, bien orquestadas por la Gran Prensa, que presentó ese acto como una amenaza para la paz mundial, mientras pasaba por alto la provocación francesa al aliarse con la URSS y faltar a los compromisos suscritos en Locarno.
El 12 de mano, los ministros de Asuntos Exteriores de Francia, Inglaterra, Italia y Bélgica se reúnen en Londres y «constatan» la violación del Tratado de Locarno por parte de Alemania. A propuesta de Italia, se invita al Reich a enviar un plenipotenciario a Londres. La Wilhelmstrasse se muestra de acuerdo a condición de que;
a) El representante alemán tenga los mismos derechos a uso de la palabra y exposición de sus tesis que los demás delegados.
b) Se estudie la previa violación francesa de los acuerdos de Locarno.
c) Las demás delegaciones se comprometan a entrar inmediatamente en negociaciones sobre nuevas propuestas alemanas.
Estas proposiciones fueron rechazadas por Francia y su satélite belga, mientras Inglaterra e Italia, preocupadas sobre todo por el pleito que ambas sostenían a propósito de Abisinia, se desentendían visiblemente del asunto.
Así reocupó Hitler la región renana, haciendo saltar por los aires el artificial bastión que Francia había construido en tierras alemanes. Es innegable que la remilitarización de la ribera izquierda del Rin violaba el articulo 43 del Tratado de Versalles, de la misma manera que el restablecimiento del servicio militar obligatorio en Alemania contravenía el articulo 160. Pero no es menos innegable que, en el primer caso, la «política del cerco» de los Gobiernos franceses y la violación por París del Pacto de Locarno y en el segundo, los sucesivos boicots de los países democráticos, encabezados por la propia Francia, contra la Conferencia del Desarme, justificaron políticamente las medidas tomadas por Hitler.
Un Estado no puede exigir a otro con el cual ha suscrito un acuerdo que respete los términos del mismo, si él mismo empieza por violarlos cuando le conviene. Los Gobiernos alemanes anteriores a Hitler cumplieron lo estipulado en Versalles y se desarmaron. Francia aprovechó la circunstancia para intentar apoderarse de Renania. No sólo no redujo su potencial militar, sino que lo incrementó. Posteriormente, la propia Francia, incumpliendo lo solemnemente firmado en Locarno, se alió con la Rusia soviética. Con ello, Francia y sus aliados perdían toda fuerza moral y jurídica para escandalizarse por el restablecimiento del servicio militar obligatorio en Alemania y la subsiguiente remilitarización de Renania.
Por otra parte, el «acuerdo» dictado en 1919 para que Alemania no tuviera ni un soldado en una provincia suya no podía ser más que una medida provisional, pero no una definitiva renunciación a la propia soberanía en ese territorio fronterizo. ¿Es que podría, alguien, imaginar que las tan democráticas Inglaterra y Francia tolerarían, indefinidamente, la exigencia de potencias extranjeras de no estacionar tropas en determinadas regiones de sus propios territorios?
EL PLAN DE PAZ HITLERIANO
El 31 de mano, Hitler pronunció un discurso en el que ofrecía un plan de paz, significativamente dirigido al Mundo Occidental. El Führer pedía, para Alemania, el reconocimiento de la igualdad de derechos y prometía respetar sus fronteras occidentales. En cambio, nada parecido ofrecía con relación a las fronteras alemanas del Este, y hacía diversas claras alusiones al bolchevismo y a la necesidad, para Alemania, de crecer territorialmente a costa de la U.RS.S., a la que se eliminaría, al mismo tiempo, como pesadilla de los países civilizados.
La Gran Prensa anglofrancesa batió todos los récords de la mala fe, en esta ocasión. El discurso fue deliberadamente mal interpretado; se reprodujeron frases fuera de su contexto; se suprimieron párrafos muy significativos. Un ejemplo bastará:
L´Humanité, órgano del Partido comunista francés titulaba, sobre cinco columnas, en primera plana: "¡LA CATEDRAL DE STRASBURGO TIENE PARA NOSOTROS UNA PROFUNDA SIGNIFICACION! DICE HITLER."
Pero lo que Hitler había dicho, exactamente, era:
"No tenemos ninguna otra reclamación territorial a presentar a Francia, una vez resuelto democráticamente el problema del Sarre. Consideramos nuestras fronteras en el Oeste como definitivas. Renunciamos, para siempre, a Alsacia y Lorena. La catedral de Estrasburgo tiene para nosotros una profunda significación, pero renunciamos a ella, definitivamente, en aras del entendimiento que deseamos establecer con Francia sobre bases duraderas".
No fue sólo L'Humanité quien tergiversó groseramente. El resto de la Prensa francesa, cada vez más secundada por la inglesa, se esforzó en desvirtuar la oferta de paz de Alemania. Se hizo creer a las masas desorientadas que Hitler, cual un nuevo Atila, se preparaba para lanzar a sus hordas de "hunos" sobre la pacífica Francia. Inglaterra, Francia y la U.RS.S. que controlaban, entre las tres, la mitad de las tierras y la totalidad de los mares de este planeta se sintieron sobrecogidas de súbito horror al pensar que, para el monstruo nazi, la catedral de Estrasburgo tenia una «profunda significación».
LA GUERRA DE ABISINIA
Teóricamente al menos, frente a las reivindicaciones de Alemania se alzaban los otros firmantes del Pacto de Locarno y de la Conferencia de Stressa (25), esto es: la Gran Bretaña, Italia, Francia y Bélgica. La realidad, sin embargo, era diferente. Inglaterra, a la que convenía una Alemania relativamente fuerte que hiciera contrapeso a Francia, se oponía a la adopción de medidas demasiado drásticas contra el Reich; Bélgica no contaba más que como un simple satélite francés; en cuanto a Italia, se encontraba ideológicamente mucho más cerca del nacionalsocialismo alemán que de las democracias occidentales. Bien es cierto, generalmente en política, los intereses y las llamadas constantes nacionales cuentan más que las ideologías. Pero en cualquiera de los casos, la ya de por sí precaria «Entente» entre las democracias y el fascismo italiano se disolvería como azúcar en el agua con ocasión de la guerra de Abisinia. Nos será preciso dar un salto atrás para analizar someramente el desencadenamiento de esa nueva crisis.
En 1884, Italia, instalada recientemente en Somalia, había visto en Etiopía un obstáculo a su expansión. En 1901, Italia e Inglaterra firmaban una convención, según la cual ésta se reservaba como zona de influencia el Sudán, mientras Etiopía quedaba dentro de la esfera de intereses de Italia. Pero unos meses después de la firma de ese tratado, las tribus etíopes atacaban por sorpresa a las tropas coloniales italianas, derrotándolas completamente. Roma se vio obligada a reconocer la independencia del Negus Menelik. Los abisinios contaron, en esta rápida campaña, con la ayuda de técnicos militares británicos y de armamentos de fabricación inglesa. A las indignadas protestas italianas Londres respondió invocando, virtuosamente, la libertad de comercio, es decir, la facultad de vender sus armas a quien quisiera comprarlas; el Gobierno de Su Majestad por otra parte, rechazaba como calumniosas las imputaciones italianas referentes a la ayuda de "supuestos expertos militares ingleses al Ejército del Negus". Sea como fuere, la operación había sido brillantísima para Inglaterra: el Sudán había sido incorporado a la corona británica, y los italianos no habían podido instalarse en Abisinia. «Está dentro de la línea de nuestro interés que aquellos territorios que nosotros no podamos absorber, no sean absorbidos, en ningún caso, por otros países europeos» (26). Esta clásica y elemental fórmula del viejo imperialismo británico había sido aplicada por enésima vez...
Pero el 18 de marzo de 1934 Mussolini había declarado ante la II Asamblea del Partido fascista, que Italia necesitaba una expansión en Africa. El nombre de Abisinia no había sido pronunciado, pero todo el mundo se había dado por enterado, ya que tal país (27) era el único territorio africano que -aparte Liberia, auténtica "colonia" americana- quedaba por conquistar. Y el Negus Hailé Selassié se había apresurado a comprar armas a Inglaterra. El 3 de diciembre de 1934 se producía un incidente en Ual-Uual, puesto fronterizo etiope-somalí. No es el caso, ahora, de entrar en el detalle del aluvión de notas de protesta que se cambiaron entre Roma, Addis-Abeba y Londres, inmediatamente secundado por París. Italia había reivindicado su derecho a una expansión en Africa: Mussolini, además, había declarado:
«Inglaterra y Francia, que poseen, juntas, las dos terceras partes del continente africano, nos discuten, ahora, el derecho a dirimir nuestros conflictos con Abisinia». El Duce hizo alusión a la «mala memoria» de los gobernantes de París y Londres que, en 1915, hicieron «cierta promesa» a Italia... (28).
El Foreign Office se niega a ceder. Inglaterra no puede permitir que una potencia de primer orden se instale en Etiopía, donde el Bar-el-Azrak, o Nilo Azul, tiene sus fuentes; del Nilo Azul depende la prosperidad de Egipto. Londres teme que los italianos cambien el curso del río; por otra parte, si Italia se apodera de Etiopía, el Sudán angloegipcio quedará emparedado entre dos territorios italianos: al Oeste, Libia; al Este, Etiopía, soldada con Eritrea y la Somalia italiana. Al mismo tiempo, un poderoso imperio colonial europeo se instalará en las cercanías de la vieja ruta imperial británica que partiendo de Gibraltar, continúa por Malta, Chipre, Port-Said, Suez, Adén, Socotra, Colombo, Singapur y Sarawak, hasta llegar a Hong-Kong. Inglaterra no puede tolerar la presencia europea junto a esa arteria vital de su imperio. En consecuencia, a través de la Sociedad de Naciones, dócil instrumento suyo, prohibe majestuosamente a Italia incorporarse Etiopía. El Sínodo ginebrino declara virtuosamente que la guerra no es un instrumento adecuado para dirimir las diferencias entre los pueblos.
Y, no obstante, la guerra italoetiope no era el primer conflicto armado que se producía desde la creación de la Sociedad de Naciones. En 1919-1920, la Rusia de los soviets se anexionaba, por la fuerza, las Repúblicas de Georgia, Armenia y Azerbaidján; en 1921, invadía Tanu-Tuva y la Mongolia Exterior; en 1922, incumpliendo su palabra, invadía Ucrania y la Carelia Oriental. La misma Rusia soviética atacaría, desde 1920 hasta 1923, a Polonia. En 1931, el Japón, con el respaldo de Norteamérica, había invadido la Manchuria, provincia china. Desde 1932 hasta 1935 Paraguay y Bolivia se habían disputado, en el curso de sangrientos combates la posesión del territorio del Gran Chaco. Incluso la misma Inglaterra, que pretendía dar lecciones de pacifismo a Italia, había combatido duramente, desde 1919 hasta 1921 a los irlandeses que luchaban por su libertad, esa bendita libertad que -según Londres- debía respetarse en beneficio de los traficantes de esclavos de Abisinia.
Ciertamente la Sociedad de Naciones había «estudiado» todos esos conflictos (exceptuando, claro está el anglo-irlandés). innumerables informes, recomendaciones proyectos, resoluciones y memorándums habían sido redactados. Toneladas de saliva y de tinta habían sido consumidas Pero... ¿se habían adoptado sanciones económicas contra la U.R.S.S.?... ¿Se habían tomado medidas contra Paraguay, Bolivia, Japón.., e Inglaterra? No. Todo había quedado en unas simples condenaciones platónicas. ¡Ah!, pero el caso de Italia era diferente. Italia ponía en peligro la ruta imperial británica. Por consiguiente, el 2 de noviembre de 1935, con objeto de castigar «la injustificada agresión de Italia a Etiopía», la Sociedad de Naciones tomaba el acuerdo de;
a) Prohibir la exportación y el tránsito de armas con destino a Italia. b) Prohibir los préstamos directos o indirectos, a Italia. c) Embargar todas las exportaciones con destino a Italia, exceptuando el petróleo, el hierro, el carbón y el algodón.
Esas sanciones debían entrar en vigor el 18 de noviembre, pero ya el día 6, el llamado «Comité de los Dieciocho», dirigido por Inglaterra sugería extender el embargo a la totalidad de 105 productos exportados a Italia. Esa medida suplementaria, llamada «sanción petrolera» debía ser sometida a la aprobación del Consejo de la Sociedad de Naciones el 29 de noviembre. Pero, entre tanto, el señor Cerutti, embajador de Italia en París, entregaba una nota al Gobierno francés notificándole que Italia consideraría la adhesión de Francia a la sanción petrolera como un acto hostil. Laval, patriota y realista, que dirige la política francesa sin preocuparse gran cosa de los intereses de Inglaterra, se muestra conciliador pese a los ataques de la izquierda y de la extrema derecha xenófoba. Pero dos nuevas fuerzas, de gran influencia en Francia entrarán en liza en favor de la Gran Bretaña. la masonería y el judaísmo. Judíos y masones no sienten, evidentemente el menor interés por Etiopía; pero unos y otros odian cordialmente a Mussolini; estos, por que nada más llegar al poder, clausuró las logias italianas y envió al destierro en Lipari al gran maestre; aquéllos, por que ven en el fascismo una prefiguración del nacionalsocialismo y están convencidos de que una derrota del fascismo heriría, por repercusión, el prestigio de Hitler (29).
La consecuencia de la política de sanciones es la retirada de Italia de la Sociedad de Naciones, el envenenamiento de las relaciones anglofrancesas-italianas y el subsiguiente acercamiento de Berlín y Roma. Por otra parte, el régimen esclavista del Negus se derrumbará a pesar de la ayuda declarada de Inglaterra. Alemania será el primer país en reconocer el imperio italiano de Abisinia, lo que motivará un indignado discurso de Avenol, secretario de la Sociedad de Naciones Entre tanto, las tropas soviéticas ocupan las cinco repúblicas musulmanas de Asia Central (Kazakstán, Uzbekistán, Tadjikistán, Kirghizia y Turkmenistán, con cuatro millones de kilómetros cuadrados y más de veinticinco millones de habitantes, Pero no se adoptan sanciones contra la U.R.S.S.; al contrario el chekista Moses Rosenberg es confirmado en su cargo de secretario general adjunto de la Sociedad de Naciones.
TOURNÉE DIPLOMÁTICA INGLESA
La consolidación del nacionalsocialismo en Alemania, la incorporación de Abisinia a Italia y la conversión de ambas en potencias económicas y políticas de primer orden, ligadas, además, por una estrecha afinidad ideológica, creaba una situación nueva, que obligaba a Inglaterra a variar el rumbo de su política exterior. La «balance of power» se había inclinado demasiado hacia el nazifascismo; era preciso, pues, desde el punto de vista británico, apoyar a los enemigos de Italia y Alemania. El gran capital judío -y no-judío - de la City se convertiría en el abanderado de la nueva cruzada en favor de la democracia amenazada, y la Entente Cordiale sería resucitada por sus campeones, Churchill y Blum.
La política inglesa no es simple ni jamás lo ha sido. Taine decía que «no es una teoría de gabinete aplicable en el acto, enteramente y de una pieza, sino un caso de tacto en el que se procede por fintas, transacciones y compromisos, sobre un trasfondo de hipocresías y doblez». Así, el primer paso dado por Londres consistió en proponer una entrevista en Berlín, entre Sir John Simon, ministro de Asuntos Exteriores, Anthony Eden, Lord del Sello Privado (30) y el canciller Hitler. La Wilhelmstrasse aceptó en el acto.
Los dos políticos ingleses son afablemente recibidos por el Führer que, de buenas a primeras, les asegura no tener ninguna reclamación a presentar a Inglaterra ni a ningún otro país de Occidente. En cambio, llama la atención de sus huéspedes sobre el peligro bolchevique. Eden trata de minimizar la importancia del mismo, pero Hitler le responde enumerando las rebeliones comunistas, las diversas y recientes agresiones soviéticas a países asiáticos y las probadas infiltraciones bolcheviques en los Partidos socialdemócratas de Occidente. Alemania, según Hitler, necesita de un poderoso Ejército que la proteja de la amenaza roja: las fuerzas militares del Reich no deben ser, en ningún caso, inferiores a las de sus vecinos, especialmente la casi vecina Unión Soviética. El Führer acusa a Checoslovaquia de ser una avanzadilla bolchevique proyectada hacia el corazón de Alemania. El resultado práctico de esas conversaciones es un Tratado naval angloalemán según el cual él Reich se contenta, sin previa presión británica en ese sentido, con limitar su rearme naval hasta un tonelaje que represente, como máximo, el 35% de la flota de guerra británica.
Esta prueba de buena voluntad no tendrá contrapartida inglesa. Al contrario, la siguiente etapa de la tournée diplomática de Simon y Eden es Moscú, donde se celebran entrevistas con Stalin y Molotoff. Luego, Varsovia, donde la legación británica es acogida con menos cordialidad, y el viejo mariscal Pilsudski dice agriamente a Eden: «Hacemos nuestra propia política nosotros solos. Sería preferible que se ocuparan ustedes de sus colonias y dejaran a los europeos ocuparse de sus propios asuntos».
Eden regresa a Londres, después de detenerse en Praga para visitar a Benes y declara ante los micrófonos de la B.B.C.; «La Unión Soviética es un país donde todo el mundo se preocupa de trabajar, exclusivamente, sin pensar en guerras. Sería absurdo suponer que Rusia tiene intenciones agresivas contra Alemania». La reacción del otro huésped de Hitler, Sir John Simon, es igualmente desagradable para aquél. Después de anunciar en un comunicado oficial que las conversaciones angloalemanas se habían desarrollado en un ambiente de gran cordialidad, Simon anuncia que «existen grandes diferencias de opinión entre ambos Gobiernos».
Los ingleses han obtenido una victoria diplomática. Alemania se ha comprometido a no construir una flota de guerra superior al treinta y cinco por ciento, en tonelaje, de la inglesa, sin contrapartida alguna. Pero los ingleses no quieren saber nada de cruzadas antibolcheviques. Un discurso de Hitler en el que explica que el acuerdo naval anglogermano es la prueba de que no abriga intenciones agresivas contra el imperio británico, es unánime y deliberadamente ignorado por la sedicente «Prensa Libre» de Inglaterra.
UNA OFERTA DE HITLER, RECHAZADA
El 1º de abril de 1936, Joachim von Ribbentrop, embajador de Alemania en Londres, entrega a Eden una serie de proposiciones de Hitler tendentes a poner fuera de las leyes de la guerra las bombas de gases e incendiarias; los bombardeos de ciudades situadas a más de doce millas de la zona de combate y la artillería de tipo pesado. Esto era un primer paso hacia el desarme general. Eden, que respondió a Ribbentrop cinco semanas más tarde, dijo que «el memorándum alemán es muy interesante y digno de estudio», pero, a pesar de los apremios de Ribbentrop, se negó a «estudiarlo» verdaderamente Tres semanas después, el Ministerio del Aire británico anunciaba la construcción de dos nuevos prototipos de aviones de bombardeo. La Prensa británica de la época guardó un discreto silencio sobre este asunto. Será preciso hacer creer a John Bull que con Hitler no se podía tratar y que era el propio Führer quien había iniciado el rearme, cuando es la propia evidencia, reconocida por diversos jefes militares franceses, entre ellos Foch y Petain, que, mientras Alemania destruía todos sus ca-rros de combate, entre 1919 y 1933, sus antiguos enemigos, que se habían comprometido a hacer lo mismo, no sólo no lo hacían, sino que construían trece mil.
LA GUERRA DE ESPAÑA
Es una opinión corrientemente aceptada en toda Europa, que la República se instauró en España merced a una victoria electoral republicana. Y nada más falso.
El resultado de las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, clasificando los elegidos en los dos grupos fundamentales de monárquicos y antimonárquicos arrojó un total de 8.291 concejales para los primeros y 4.314 para los segundos. Uniéndoles los proclamados por el articulo 29 de la Ley Electoral entonces vigente, los monárquicos habían obtenido un total de 22.150 concejales, por 5.875 los republicanos (31). Una derrota aplastante para los sedicentes demócratas (aunque de tales bien poco tuvieran unos y otros). Las maniobras oblicuas del triángulo Roma-Nones - Alcalá Zamora - Marañón, para convencer a Alfonso XIII de que abdicara, el tendencioso telegrama circular de Portela Valladares a los gobernadores provinciales incitándoles a abandonar sus puestos al anunciarles unos resultados electorales falseados, las actividades del Gran Oriente y, en mucho menor medida, las actividades del Kremlin y sus agentes, contribuyeron a implantar en España un régimen que un viejo bolchevique de la talla y el prestigio de Trotsky consideraba puente ideal para el comunismo. En el primer Gobierno provisional de la titulada «República de trabajadores», encontramos a los masones Alejandro Lerroux, ministro de Estado; Fernando de los Ríos, Justicia: Santiago Casares, Marina: Alvaro de Albornoz, Fomento; Francisco Largo Caballero, Trabajo. El presidente Alcalá Zamora, y el ministro de Justicia, De los Ríos, eran judíos.
A Las tres semanas de la proclamación de la República, empezaba la quema de conventos. Un mes más tarde, huelga general en Asturias. La enumeración de las algaradas y los tiroteos entre revolucionarios de todas las tendencias y los guardias civiles, de las huelgas, escenas de pillaje y desórdenes de todas clases precisaría de un grueso volumen. El anarquismo se impone entre el peonaje de Cataluña, y entre el campesinado de Aragón y Andalucía. Los comunistas, aunque numéricamente escasos, se infiltran hábilmente en las filas de los otros partidos marxistas, especialmente en el Partido socialista obrero español. La República de trabajadores debe enfrentarse, en cinco años, a más rebeliones, desórdenes y algaradas que la tan criticada monarquía en cinco siglos. A pesar de lo cual la Gran Prensa hace creer a los mal informados ciudadanos del Occidente de Europa -y no digamos ya de la U.R.S.S.- que la revuelta del 17 de julio de 1936 ha interrumpido un idílico sueño de paz en que se hallaba sumido el viejo pueblo español. Objetivamente hablando, la sustitución de una guerra civil intermitente y mitigada por una guerra civil continua y virulenta, el redoblamiento súbito del incendio español iba a servir los designios de Stalin. Sin duda se veía éste amenazado con perder un foco de bolchevización local, pero durante todo el tiempo de la guerra civil podría atizar el antagonismo de las llamadas naciones democráticas contra las fascistas y, singularmente, el antagonismo francoalemán. No hay que olvidar, en efecto, que si una nueva guerra europea generalizada es el gran objetivo del Kremlin (toda vez que la U.R.S.S. guardará sus fuerzas intactas) en la neutralidad, para explotar a su favor la situación revolucionaria creada al término de las hostilidades) existe, todavía, otro objetivo inmediato en los planes de la Komintern; objetivo que se entrecruza, por otra parte, con aquél. Ese objetivo ha sido definido por Dimitroff ante el VII Congreso Mundial comunista: desviar hacia Francia la amenaza alemana que se cierne sobre la U.R.S.S. El advenimiento del frente popular en Francia creará un clima excepcionalmente favorable a la realización de los designios soviéticos (32). Stalin no tendrá grandes inconvenientes en persuadir no solamente a la extrema izquierda y francesa, sino incluso a los xenófobos girondinos del centro y centro-derecha de que la guerra de España puede ser una revancha del fracaso de las sanciones tomadas contra la Italia fascista: la derrota del «fascista» Franco sería la derrota del nazifascismo Una victoria de los gubernamentales en España, conseguida gracias a la ayuda francesa, intimidaría a Hitler y le disuadiría de su proyectado ataque contra Francia. Por otra parte, la anarquía que los comunistas y sus compañeros de viaje van a crear -con sus huelgas y su demagogia- debilitará terriblemente a Francia. Ese debilitamiento irá acompañado de un rosario de incontinencias verbales antialemanas. El diabólico plan estaliniano se dibuja claramente: excitar a Francia contra Alemania; tentar a ésta con la disminución sistemática del potencial bélico francés; provocar a Hitler y a Mussolini, tarea que realizarán, conscientemente o no, pero con perfección absoluta, comunistas y socialdemócratas desde Francia y, en menor grado, desde Inglaterra y Checoslovaquia. El resultado lógico de todas estas maniobras debe ser la ansiada guerra entre democracias y fascismo. Una guerra que, si por una parte liberaría a Stalin del mayor de sus temores, la Wehrmacht, por otra abriría el camino a la revolución europea. Y aunque la victoria final de fuerzas de tan dispares procedencias como las que forman el bando nacionalista representará, evidentemente un paso atrás para el comunismo internacional, éste habrá conseguido su mayor y primordial objetivo: hacer imposible todo entendimiento pacifico entre los dos grandes bloques europeos. De otra parte, España deberá pagar un terrible precio por su guerra civil. Más de un millón de muertos; un cuarto de millón de emigrados; la economía nacional deshecha y, como remate de los crímenes del marxismo, el pillaje organizado del Tesoro del Banco de España. enviado a Odessa el 25 de octubre de 1936 (38).
Dos factores influyeron, con signo distinto, en el desarrollo y resultado final de la guerra de liberación: el apoyo francosoviético a través de las brigadas internacionales, que encaminaron hacia la península Ibérica toda la cloaca social de Europa y hasta del Nuevo Continente, y la resuelta actitud de Alemania e Italia, que impidieron una ayuda demasiado descarada por parte de Francia, mientras ayudaron, con las divisiones «Cóndor» y «Arco Azul», a la victoria de Franco.
La República española había reconocido diplomáticamente a la Unión Soviética, enviando como embajador en Moscú a Marcelino Pascua, del Partido de izquierda republicana, mientras el Kremlin enviaba a España a dos embajadores de primerísimo rango: Rossenberg, en Madrid y Antonow-Owssenko, junto a la Generalitat de Cataluña. Tanto Rosenberg como Antonow eran judíos, al igual que Ilya Ehrenburg y Bela Kuhn, que dirigían la propaganda radiada en la zona roja. En las célebres brigadas internacionales los judíos eran legión. Según Joaquín Palacios Armiñán (34) vinieron a España no menos de 35.000 hebreos, de los que 7.000 perdieron la vida y otros 15.000 resultaron heridos. El porcentaje de judíos entre los dirigentes de las brigadas era elevadísimo.
Mencionemos, entre otros, a Lazar Fekete, general Kléber, que inició su carrera bolchevique participando en el asesinato de la familia imperial rusa; Zálka Matéi, general Lukasz, Wolff, Hans Beimler, Karol Swyerczewsky, general Walter, posteriormente ministro del Interior en la Polonia comunizada; George Montague Nathan, un millonario procomunista de Inglaterra; Goldstein, Rosenstein, Joe Loew, el llamado «Carnicero de Albacete», André Marty; Ernst y Otto Fischer, Kurt y Hans Freud, Paul Vaillant-Couturier, Grigorievitch, general Stern, etc.
La derrota del marxismo en tierras ibéricas impidió la total realización de los planes stalinianos, si bien el objetivo primordial, abrir un abismo insalvable entre democracias y fascismo, se había logrado con creces.
CAMBIO DE DECORACIÓN EN RUMANIA Y YUGOSLAVIA - BELGICA VUELVE A LA NEUTRALIDAD
Tres sucesos diplomáticos de la mayor importancia se produjeron en el segundo semestre de 1936. Los cambios de decoración en Rumania y Yugoslavia, provocando el fin de la pequeña Entente, y el retorno de Bélgica a la neutralidad, por estimar que el pacto francosoviético y la remilitarización de la Renania cambiaban totalmente las premisas en que Bélgica se había basado para adherirse al Pacto de Locarno. En Rumania, los Partidos nacionalistas se habían impuesto totalmente a la política equívoca del rey Carol, siempre bajo la influencia de su amante Magda Woolf, princesa Lupescu. Carol, apoyándose en su ministro de Asuntos Exteriores, Titulesco, gran animador, con Benes, de la pequeña Entente, quería mantener a Rumania como aliado incondicional de Francia. Pero la presión popular y el éxito electoral de la Guardia de Hierro en 1936, le forzaron a sustituir a Titulesco por Octavian Goga, jefe del Partido nacionalcristiano, que preconizaba una política racista en el interior, y en el exterior un incondicional antibolchevismo y un acercamiento a Alemania. La Guardia de Hierro, conducida por Corneliu Zelea Codreanu es el partido más potente. Carol ha debido contemporizar transitoriamente, en espera de su oportunidad.
En Yugoslavia, el economista Milan Stoyadinovitch, que el regente había llamado al poder en junio de 1935, trabaja con todas sus fuerzas para lograr un acercamiento a Italia y Alemania. Francia, para proteger a su población campesina, había cerrado sus puertas al trigo rumano y a los cerdos de Serbia; instantáneamente, Alemania ofrecía máquinas a Rumania y Yugoslavia, adquiriendo, por el procedimiento del trueque, toda su producción. Esa política del intercambio instaurada con éxito singular por el doctor Schacht, era muy conveniente para estos dos países. Stoyadinovitch no cejará hasta lograr firmar un pacto de amistad y cooperación económica con el Reich, primero, y con Italia y Bulgaria después.
A pesar de las intrigas de Londres y París, el bloque de estados balcánicos, con la sola excepción de Grecia, ligada de muy antiguo a la política inglesa, ha cambiado de campo. La City ha recibido un golpe que no perdonará.
EL PACTO ANTIKOMINTERN
El 23 de octubre de 1936, el conde Ciano, ministro de Asuntos Exteriores de Italia llegaba a Berlín con objeto de conferenciar con Hitler sobre la necesidad de presentar un «frente negativo» contra la Sociedad de Naciones y ponerse de acuerdo sobre la cuestión austríaca. El 2 de noviembre, Mussolini en un discurso pronunciado en Milán, bautizaba la nueva alianza: «La vertical entre Roma y Berlín no es un diafragma, sino más bien un eje alrededor del cual pueden colaborar todos los estados europeos animados de una voluntad de paz». Pero el acto político más importante del año es la firma del pacto anti-Komintem el 25 de noviembre en Berlín, entre Alemania y el Japón. Ambos países se comprometen a ayudarse mutuamente en la lucha contra la propaganda y las actividades subversivas comunistas Un año después, Italia se adhería al pacto. El Eje Berlin-Roma-Tokio se dibujaba como una terrible amenaza para los señores del Kremlin.
LA CUESTIÓN COLONIAL
Amparándose en el articulo 19 del Tratado de Versalles, que preveía la revisión del mismo en aquellos puntos que la experiencia mostrara era conveniente y siempre sobre la base de discusiones diplomáticas entre los representantes de las potencias interesadas Alemania presentó una reclamación a la Sociedad de Naciones, al Foreign Office y al Quay d´Orsay, en el sentido de consultar a los indígenas de los antiguos territorios coloniales de Alemania, que le habían sido arrebatados en 1919, si deseaban continuar bajo la administración anglofrancesa o bien volver a depender de la soberanía alemana.
La Wilhelmstrasse presentó esta demanda sin gran convicción (35) pero lo curioso del caso es que en Londres, sobre todo en los medios conservadores, se subrayó la modestia de las pretensiones alemanas. El propio Lloyd George declaró que la guerra estallará más pronto o más tarde si no se atendían las reclamaciones del Reich en materia colonial. Pero la nota cínica la dio el Morning Post. Ese periódico aclaraba que cuando Lloyd George hablaba de la cuestión de los mandatos del Camerún, Togo y Africa Austral, no se refería a la posibilidad de ceder a Alemania la menor parcela del imperio. Lloyd George consideraba, simplemente, el reparto del imperio colonial francés.
Esto armó en París el revuelo que es de imaginar. Por fin, en una reunión entre Bonnet y Simon, la Gran Bretaña y Francia acabaron por sugerir, en una nota conjunta enviada a la Wilhelmstrasse, que a Alemania se le cedieran territorios coloniales holandeses, belgas y portugueses. Una manera de decir no al Reich y, al mismo tiempo, colocar a estos países en la órbita antialemana.
EL FIN DEL ARTÍCULO 231
En un discurso pronunciado ante el Reichstag el 30 de enero de 1937, Hitler declaró:
«Retiro solemnemente la firma de una declaración prestada bajo presión y chantaje, y en contra de su mejor saber por un Gobierno alemán débil, de que la culpa de la pasada guerra correspondía a Alemania.»
El infamante articulo 231 del Tratado de Versalles, denunciado por Hitler era la coartada moral de la expoliación de Alemania por los antiguos Aliados. Nadie tuvo la generosidad ni el valor, en Londres y París, de denunciarlo, pese a las repetidas demandas de todos los Gobiernos alemanes anteriores a Hitler.
Igual que con el caduco articulo 231 sucede con las llamadas «deudas de guerra», a las cuales se consideran obligados a aferrarse los políticos anglofranceses de la vieja escuela. Con respecto al control internacional de las vías fluviales alemanas, impuesto contra derecho en Versalles, los Gobiernos de Ebert, Cuno, Curtius, Stressemann y Brunning discutieron durante años, sin lograr ninguna concesión. Como tampoco lograron sustraer el Reichsbank del control aliado, ni las carreteras del Reich. Todo esto lo suprimió Hitler. Las tres comisiones de control aliadas - fluvial de carreteras y bancaria - son invitadas a salir de Alemania. Con respecto al tráfico por las vías fluviales alemanas, Hitler concede a los buques de todas las naciones, excepto la U.R.S.S., los mismos derechos y las mismas tarifas de que disfrutan los buques alemanes.
Ninguna de las potencias signatarias de Versalles eleva la menor protesta. Todos parecen comprender que el control de las vías de comunicación interiores y del Banco de emisión de un país no pueden ser medidas definitivas, sino transitorias. Sólo una parte de la Prensa francesa se lamenta de esta decisión unilateral de Alemania. «Alemania - dice Le Temps - ha retirado su firma de un acuerdo mutuo». Pero ninguna persona sensata puede pretender que en Versalles se llegó a un «acuerdo». Bien al contrario, los franceses deberían lamentarse de haber dejado en manos de Hitler la ocasión de borrar para siempre aquel estigma de la historia de Europa (36).
EL «ANSCHLUSS»
Los Tratados de Versalles y de Saint Germain habían despedazado el imperio austrohúngaro. De este imperio de la Mittel-Europa los vencedores habían separado a Hungría, Chequia (Bohemia y Moravia), Galitzia, Silesia, Bukovina, Bosnia-Herzegovina, Dalmacia, Croacia, Istria, Transilvania, el territorio de Oldenburgo y el Tirol del Sur. En 1914, Viena reinaba sobre cincuenta y dos millones de habitantes; en 1919, sólo sobre seis millones. La destrucción de Austria-Hungría fue una victoria masónica. En junio de 1917 se celebró en la sede del «Grand Orient de France» el Congreso de las Masonerías de las naciones aliadas y neutrales. De las cuatro condiciones necesarias y primordiales para una «paz masónica», tres significaban la desmembración del viejo imperio: independencia de Chequia; reconstitución de Polonia independiente, liberación de todas las nacionalidades oprimidas por los Habsburgo. La condición restante se refería a la devolución de Alsacia y Lorena a Francia. Sabido es que todas esas condiciones fueron tenidas en cuenta por los estadistas de Versalles. ¿Era viable el Estado austríaco de 1919? Nadie lo pensaba entonces. La opinión general era que la joven República de signo marxistoide instaurada tras la expulsión de los Habsburgo acabaría por verse obligada a unirse económica y políticamente a uno de los dos bloques de la nueva Mittel-Europa. Una exigua minoría, que se agrupaba detrás del conde Czernin, preconizaba la constitución de una unión aduanera que englobara a todos los antiguos territorios del viejo imperio austrohúngaro. Pero la gran masa del pueblo, desde los católicos hasta los marxistas quería, a toda costa, la unión con Alemania. Ya en noviembre de 1918, Victor Adler, judío que dirigía el Partido socialista, había enviado un telegrama al nuevo Gobierno de Berlín -también con mayoría socialista- en el que expresaba su deseo de ver reunidos, en un próximo futuro, la República alemana de Austria y el Reich. El día 12 de noviembre, la Asamblea Nacional de Austria, adoptaba un proyecto de ley tendente a la creación de una República germanoaustriaca. El articulo 3º de tal ley decía así; «Austro-Alemania constituye parte integrante de la República alemana». Otto Bauer, ministro de Asuntos Exteriores, entregaba al cuerpo diplomático acreditado en Viena una nota en la que se decía:
«Los Estados Unidos y la Entente han combatido para defender el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos y de las nacionalidades a unirse libremente entre sí. No puede rehusarse, de acuerdo con los principios de la democracia, a Austro-Alemania un derecho que se ha concedido largamente a los eslavos, a los polacos y a los italianos»
El 4 de marzo de 1919, la Asamblea Constituyente celebra su primera sesión. El presidente de la misma declara, entre una ensordecedora salva de aplausos, que Austria forma parte de Alemania y que nadie está calificado para decidir con qué pueblo o pueblos puede o no unirse el pueblo austroalemán. El 16 de mano, la Asamblea Nacional austríaca, adopta definitivamente el párrafo 2º de la Ley Constitucional, en el que se dice, textualmente, que «Austria es una parte integrante de Alemania». El canciller Karl Renner declara, en un discurso, el 19 de marzo que "nuestra política exterior perseguirá su idea directriz esto es, la unión con la Madre Patria, Alemania. El Gobierno hará cuanto esté de su mano para conseguir que la reunificación de las dos Alemanias se realice lo más pronto posible". El 1º de octubre de 1920, la Asamblea Nacional pide, por acuerdo unánime de sus miembros, la organización, dentro del plazo de seis meses, de un plebiscito consultando al pueblo si desea o no unirse con el Reich. La primera provincia consultada es el Tirol del Norte: el 98,6 % de los electores son partidarios del Anschluss. En mayo de 1921, el plebiscito celebrado en Salzburgo arroja un 99 % de votos favorables a la unión austroalemana. Las provincias de Styria y Carniola y la capital, Viena, deben pronunciarse a continuación. Pero la Sociedad de Naciones interviene, a petición de los Aliados. En virtud del articulo 80 del Tratado de Versalles, y del artículo 88 del Tratado de Saint Germain, que garantizan la "independencias de Austria", los plebiscitos son suspendidos. Difícilmente puede hallarse una mayor burla de los principios democráticos. Doscientos cuarenta y siete mil austríacos se han pronunciado, libremente, por la unión con Alemania, mientras escasamente 2.200 han votado en contra. Las naciones democráticas, con Francia, Inglaterra y Checoslovaquia a la cabeza, esgrimen lo que llaman acuerdos de Versalles y Saint Germain, que «garantizan» (¡curiosa expresión, en este caso!) la "independencia" austríaca. Y todo ello, naturalmente, en el nombre del sacrosanto «derecho de los pueblos a disponer de sí mismos».
La Asamblea Nacional austríaca protestó por lo que fue calificado en Viena como una «intolerable interferencia extranjera en los asuntos internos de Austria». En 1923, el Gobierno de Austria organizó un referéndum, en el que cada ciudadano debería responder «si» o «no» a la siguiente pregunta: «Cree usted que el Gobierno de Austria debe solicitar el permiso de la Sociedad de Naciones para la posterior celebración de un plebiscito en vista de decidir la unión de Austria con el Reich alemán?»Inmediatamente, Inglaterra, Francia y Yugoslavia presionaron a la Sociedad de Naciones para que prohibiera la celebración de ese referéndum. A pesar de la intransigente oposición de los antiguos Aliados, desde Viena y desde Berlín se pide insistentemente, y en todos los tonos, la libertad de autodecisión para los dos pueblos germánicos. En mayo de 1931, el canciller austríaco Schober y el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Curtius, se entrevistan con el objeto de preparar un proyecto de unión aduanera austroalemana. Pero Francia protesta en Ginebra: tal proyecto es contrario a la independencia austríaca. De toda evidencia, en París, Londres, Praga y Ginebra, por no hablar de Moscú, se preocupan más de la independencia austríaca que en Viena.
La masa del pueblo austríaco sigue siendo partidaria del Anschluss, pero algo ha cambiado en la escena política de la capital danubiana. Los Partidos marxistas, con los socialdemócratas a la cabeza, ya no quieren la unión con Alemania. Sus opiniones al respecto empezaron a cambiar en 1925, cuando el mariscal Von Hindenburg fue nombrado canciller del Reich. Si Otto Bauer, Adler, Ellenbogen y todos los marxistas austríacos habían propugnado el Anschluss después de la guerra mundial había sido por razones de Partido. La supresión de la frontera entre Austria y Alemania hubiera permitido crear un gran Estado socialista precomunista. Pero, en 1925, al derrumbarse, falto de apoyo popular, el régimen marxistoide de Weimar y aparecer la figura de Hindenburg, los socialistas austríacos dejan de ser partidarios del Anschluss.
Alemania había dejado de ser marxista, por lo tanto, para Herr Bauer y compañía, dejaba de ser la «Madre Patria». Los sedicentes demócratas son los mismos en todas partes. ¡Lo primero es el partido!
Cuando Hitler llega al poder, los socialistas austríacos son unos fanáticos del A.E.I.O.U. (37). Pero la audiencia de los marxistas es muy reducida entre el pueblo. Seyss-Inquart y el doctor Tavs, que dirigen el Partido nacionalsocialista de Austria, son infinitamente más populares. En las elecciones municipales de Innsbruck, los nacionalsocialistas que propugnan el Anschluss, obtienen una mayoría aplastante. El canciller Dollfuss anula el resultado electoral y suspende la continuación de las elecciones. Se inicia entonces la campaña contra el peligro alemán, el «expansionismo prusiano» y el nazismo. El Partido de Seyss-Inquart es puesto fuera de la ley. Dollfuss gobierna con poderes excepcionales y medidas de urgencia, detenciones en masa e incluso ejecuciones. El campo de concentración de Woellersdorff no tardó en llenarse.
En febrero de 1934, los comunistas y los socialistas se aprovechan del malestar general para intentar un golpe de Estado. Fue ahogado en sangre. La represión fue durisima. Pero ello no mejoró la situación del Gobierno Dollfuss, y la miseria continuó siendo dueña del país. El 25 de julio, los nacionalsocialistas se echan a la calle, y conquistan varias posiciones clave durante varios días, pero el Ejército, con el que se contaba, se pone de lado del Gobierno. Trescientos muertos cayeron por ambos bandos, y entre ellos el canciller Dollfuss. El putsch fracasó, y las medidas antialemanas e impopulares continuaron, si bien Schussnigg, sucesor de Dollfuss, trató de suavizar asperezas. El 11 de julio de 1936 se entrevistó con Hitler en Berlín. El mismo día se publicó un comunicado conjunto, en el que se manifestaba que Alemania reconocía la plena soberanía del Estado austríaco y Austria se comprometía a llevar a cabo una política sobre la base de los hechos reales y que «Austria es un Estado alemán». El Partido nacionalsocialista austríaco tendría pleno derecho a actuar libremente y a propagar sus ideas, incluyendo la central: el Anschluss. Además, se firma un tratado de comercio entre ambos Estados.
Pero Schussnigg interpreta el tratado a su modo, o sea, el de la independencia del Estado austríaco, haciendo caso omiso del otro aspecto del mismo, o sea, su carácter alemán. A principios de 1938, Schussnigg, aconsejado por su amigo el ministro francés Puaux, intenta afianzar la existencia del Estado austríaco mediante una hábil maniobra. Con el mayor secreto, y contra el parecer de sus compañeros de gabinete, decide organizar un plebiscito. El presidente federal de Austria, Miklas, se opone: en Austria no existen padrones completos ni tampoco listas electorales y no se ha previsto ningún sistema de control. Pero Schussnigg, apoyado por la Prensa extranjera, se mantiene decidido a realizar su plebiscito, mediante el cual piensa arrebatar a Hitler un argumento importante y consolidar, a la vez, su régimen.
Todo se prepara apresuradamente para lograr el efecto del «fait accompli» en esta pretendida consulta popular. Los colegios electorales no estarán formados por las autoridades locales, ni tampoco por los Partidos, sino por miembros del llamado Frente patriótico. El Estado controlará, pues, las elecciones y el recuento de los sufragios. No basta con eso: el voto puede ser secreto o no, según las circunscripciones. La prensa gubernamental descubre cínicamente el sentido de esta nueva jugada: todo voto favorable al Anschluss significa «alta traición».
La maniobra es tan burda que hasta en Londres y París se sumen en el más profundo silencio. Mussolini le aconseja a Schussnigg que desista de llevar a cabo su experimento: «La bomba le explotará en las manos, Herr Schussnigg». -En Viena comienzan a ponerse nerviosos. Hitler dirige una petición a la Sociedad de Naciones para que ésta intervenga y controle el plebiscito. Como en Ginebra dan la impresión de lavarse las manos, Seyss-Inquart, jefe del Partido nacionalsocialista, dimite de su cargo de consejero de Estado e invita a la población a abstenerse de votar. Hitler presenta una contraposición; que se aplacen las elecciones hasta dentro de tres semanas, durante las cuales habrá tiempo de preparar nuevos padrones y listas electorales; y además, que el voto sea secreto. Finalmente, los nacionalsocialistas deben tener derecho a participar, junto a los delegados del frente patriótico gubernamental, a controlar los escrutinios.
Schussnigg se apoya en los únicos aliados que le quedan; los marxistas. Centenares de camiones cruzan las calles de Viena, repletos de energúmenos que gritan: «¡Viva Schussnigg!» «¡Viva Moscú!», pero nadie les secunda. Schussnigg presenta la dimisión como canciller federal. El presidente de la República, Miklas, llama a Seyss-Inquart y le encarga que forme nuevo Gobierno. Los camisas pardas se apoderan del poder sin resistencia. En un sólo mes, el nazismo austríaco ha pasado de la ilegalidad en que lo había sumido Schussnigg a la cima del Estado. A las 5.30 de la madrugada, las tropas de la Wehrmacht, al mando del mariscal Von Bock cruzan la frontera austríaca. Ni un sólo acto de resistencia pasiva, menos aún un sólo disparo, se opone a la pacífica ocupación de Austria. Von Papen, que acompaña a Hitler a su llegada a Viena, refiere (38):
«La fantástica ovación con que se recibió a Hitler había llevado a los jefes del Partido, hombres ya curtidos, a un estado de excitación indescriptible. La gente repetía, incesantemente: Heil, Heil, Sieg Heil!»
A pesar de los innumerables testimonios de fuentes neutrales, reportajes, crónicas y testimonios gráficos que atestiguaron el entusiasmo con que la población austríaca acogió su unificación con el resto de la comunidad germánica, la Gran Prensa inglesa y francesa no tardó en presentar el Anschluss como una «invasión», describiendo a Austria como un país inicuamente Sojuzgado (39).
Creemos sinceramente que, en cualquier caso, la anexión de Austria era mucho menos objetable que las sucesivas incorporaciones soviéticas de Ucrania, Carelia, las cinco repúblicas musulmanes del Asia Central y Mongolia. Al fin y al cabo, entre esos países y el resto de la Unión Soviética no existían lazos de sangre, de idioma, de cultura ni de religión. En cambio, sí existían entre alemanes y austríacos, los cuales se unieron según el tan cacareado principio democrático de la autodeterminación como quedaría cumplidamente demostrado en el plebiscito celebrado el 10 de abril de 1938, que arrojó un resultado de 4.275.000 votos favorables a la ratificación del Anschluss, y 12.300 en contra.
Pero la Gran Prensa, el terrible «Qatriéme Pouvoir» de las democracias, silenció las anexiones forzosas del bolchevismo y presentó el, en todo caso, incruento Anschluss como una terrible amenaza para la seguridad de Europa. Se estaba preparando el escenario para arrojar a Occidente a una guerra estúpida, perjudicial a sus propios intereses, con objeto de salvar al bolchevismo entronizado en Moscú.
EL PROBLEMA CHECOSLOVACO
Desde la creación del N.S.D.A.P. y la publicación de «Mein Kampf», Hitler había siempre reiterado que no tenía ninguna reclamación que presentar a los países occidentales Por parte. de Alemania, todas las diferencias existentes con Francia habían quedado zanjadas con la reincorporación del Sarre, la remilitarización de Renania y el renunciamiento definitivo a Alsacia y Lorena. Una vez concluidos esos ajustes en sus fronteras occidentales y conseguido el Anschluss con su provincia natal de Austria, Hitler inició resueltamente «el viraje de todos sus dispositivos hacia el gran encuentro con la URSS» (40). Para ello, el Führer debía asegurar su flanco Sur. Allí se hallaba Checoslovaquia, creación «ex nihilo» de Versalles. Para formar el extraño «salchichón» checoslovaco fue necesario colocar a 3.600.000 alemanes, 800.000 húngaros, 500.000 ucranianos, 806.000 polacos y 2.500.000 eslovacos bajo la despótica soberanía de 6.000.000 de checos, que representaban aproximadamente el 43% de la población del artificial Estado y ocupaban un territorio equivalente al 40 % del área total del mismo.
Checoslovaquia había sido creada con una única finalidad: servir de portaaviones contra Alemania. No se trata de una simple frase de propaganda alemana: en la Memoria 1ª de la delegación Checa en Versalles, se decía, sin tapujos: «La situación especial de Checoslovaquia convierte a esta, necesariamente, en la enemiga mortal de Alemania». Clemenceau, Poincaré, Briand y Pierre Cot, ministro francés del Aire, habían en diversas ocasiones manifestado que Checoslovaquia estaba destinada, en caso de guerra, a servir de base desde la que se podría bombardear, con toda facilidad, a Alemania.
Lloyd George fue el primer político en reconocer (41) que "toda la documentación que nos fue proporcionada por ciertos aliados nuestros en Versalles, era falsa y tendenciosa. Sobre todo, en los casos checoslovaco y polaco, dictaminamos basándonos en flagrantes falsificaciones".
Alemania y Austria, así como Hungría, se habían negado siempre a reconocer las fronteras checoslovacas, y el Consejo Nacional de Ucrania había reclamado, repetidamente, a Benes, que reconociera el derecho de autodeterminación a la Rutenia Transcarpática. Polonia, por su parte, presentó varias reclamaciones a propósito de la comarca de Téscheno. En cuanto a los eslovacos, cordiales enemigos históricos de los checos, reclamaban igualmente su autonomía interna y hasta su separación pura y simple del artificial Estado en que habían sido integrados por la fuerza. El mismo Massaryk reconocía (42) que, mientras una minoría de eslovacos deseaban ser incorporados a Rusia o a Hungría, la gran mayoría aspiraba a la independencia nacional, pero que, de hecho, el eslovaco partidario de una unión con Chequia (Bohemia y Moravia) era una especie muy rara.
Preciso es rendirse a la evidencia de que, de entre las muchas arbitrariedades cometidas en Versalles, la invención del Estado checoslovaco ocupaba, al lado del «Corredor» de Dantzig, el lugar de honor. El mismo Tardieu, el más acérrimo defensor de las secuelas de Versalles reconocerá (43):
«Los Aliados no crearon a Checoslovaquia por sí misma, sino para levantar una barrera contra el germanismo.»
Y Lansing, secretario de Estado norteamericano, dirá, el 1º de abril de 1919, en Versalles:
«La delimitación de las fronteras en función de su valor estratégico y bélico, como se ha hecho en los casos checoslovaco y polaco, se opone al espíritu esencial de la Sociedad de Naciones y de la política de los Estados Unidos, según ha sido expresada por boca del presidente Wilson».
La propaganda de Benes y Massaryk, apoyados por la Prensa anglofrancesa pretendió demostrar que las reivindicaciones alemanas sobre los Sudetes no tenían otro fundamento que las invenciones hitlerianas. Nada más falso. Ya en 1880, los alemanes sudetes, entonces bajo soberanía austrohúngara, habían reclamado su Anschluss con el Reich, molestos por la política proeslava del emperador Francisco-José. En 1931, Conrad von Heinlein, organizó el frente nacional de los Sudetes, que reclamaban el cumplimiento de las promesas hechas por Benes cuando, en 1919, garantizaba la autonomía interna a las minorías nacionales de Checoslovaquia (recordemos que tales minorías representan, juntas, el 57% de la población y ocupan las dos terceras partes del territorio), promesa ratificada legalmente en la Constitución del Estado checoslovaco.
Heinlein que, al igual que su contemporáneo en Austria, Seyss-Inquart, no era miembro del N.S.D.A.P., había logrado constituir un Partido político que, con sus 57 diputados y más de 200.000 afiliados era, con mucho, el primer Partido político de Checoslovaquia. Esa fuerza política se había constituido a pesar de las medidas arbitrarias e ilegales de los señores Benes y Massaryk y de las represiones de la soldadesca checa. El 4 de marzo de 1919, por orden personal de Benes, las tropas ametrallaron a las manifestantes alemanes que reclamaban su derecho a estar legalmente representados en el Parlamento (Praga había invalidado las elecciones, que habían representado un triunfo para Heinlein). Cincuenta y dos alemanes sudetes fueron asesinados, sin que la conciencia universal encontrara motivo suficiente para sus llantos de plañidera. ¡Paradójica situación en verdad! Los alemanes sudetes, amparándose en la Constitución del Estado checoslovaco, solicitan la autonomía interna. El tal Estado se niega. Se celebran las elecciones generales, y el frente nacional de los Sudetes logra una mayoría aplastante en su región -el 93% de los votos emitidos- y la mayoría relativa en todo el territorio del Estado. A Conrad von Heinlein le corresponde presidir el nuevo Gobierno, los alemanes de Checoslovaquia deben administrarse a sí mismos. Esto es pura democracia. Pues bien: el democrático Benes anula las elecciones, y cuando los alemanes se manifiestan en protesta pacífica, la soldadesca checa dispara contra la multitud.
El dictador Hitler pide que se respeten los resultados de las elecciones, y los políticos democráticos de Londres, París y Moscú, apoyan a Benes. Los alemanes de los Sudetes envían veintidós notas de protesta a la Sociedad de Naciones, que se limita a archivarlas sin tomar resolución alguna.
En Praga «reina», el déspota absoluto, Votja Benes, el artífice de la pequeña Entente. Su historia política está jalonada de favores al bolchevismo, En 1920, en ocasión del ataque de la U.R.S.S. contra Polonia, Benes que, por otra parte, suministraba armamentos a los soviéticos, prohibió el paso a través de Checoslovaquia de los convoyes de armas y municiones enviados por el almirante Horthy desde Hungría: si Rumania no hubiera permitido el tránsito y contribuido con su propia ayuda, la contraofensiva de Pilsudski a las puertas de Varsovia hubiera fracasado, y Polonia hubiera sido bolchevizada ya entonces. Más adelante, Benes es, con Titulesco, el artífice de la admisión de la U.R.S.S. en la Sociedad de Naciones... Después, ayudará a limar aristas entre Litvinoff y el ministro francés Alexis Léger, facilitando la firma del pacto francosoviético. El 16 de mayo de 1935, firmará con el judío Alexandrowski, embajador soviético en Praga, un tratado de asistencia mutua entre Checoslovaquia y la U.R.S.S., calcado del pacto suscrito entre Léger y Litvinoff unos meses atrás. Finalmente, Benes morirá a manos de los verdugos soviéticos, que él más que nadie contribuyó a instalar en Praga. ¡Así paga Moscú! El 24 de abril de 1938, Conrad Heinlein anunció, en Carlsbad, las reivindicaciones de los alemanes sudetes, las cuales, por otra parte, no contenían nada que no estuviese garantizado por la Constitución checa. Benes, que debe afrontar las demandas de las minorías húngara y ucraniana, aparte de la presión exterior de Polonia sobre Téscheno y el malhumor de los eslovacos quiere salvar la situación, aplazando las elecciones hasta el 22 de mayo. Pretende, durante este tiempo ganado, obtener garantías formales por parte de Francia, Inglaterra y la U.R.S.S. Stalin es formal en su respuesta: ayudará a Checoslovaquia si los Estados occidentales lo hacen a su vez. El zar rojo no quiere la guerra con Alemania, y menos si debe hacerla sólo, pero no le desagrada la idea de que Inglaterra y Francia se metan en el avispero checo y se enzarcen en una lucha a muerte con el Reich.
Massaryk y Benes declaran al Times de Londres -que, aún en el caso de que el 100 % de los alemanes sudetes pidan, democráticamente, el Anschluss con Alemania, Checoslovaquia se opondrá a ello, con las armas, si es preciso. La respuesta de Hitler es inmediata. Invita a los Gobiernos británico, francés e italiano a hacer de árbitros en la cuestión. Significativamente, Hitler deja fuera de tal arbitraje a Moscú.
Chamberlain, Primer Ministro británico, acepta en el acto la propues-ta del Führer. Chamberlain es, probablemente, el último Premier auténticamente británico que tendrá Inglaterra, en el sentido de que para él sólo cuenta el interés de las Islas. Político realista, siente el máximo desprecio por las transitorias ideologías; no tiene ningún interés en organizar «cruzadas antifascistas», de las que entrevé que el único beneficiario será el comunismo. Hablando en los Comunes de la cuestión checa, Chamberlain dirá que, en buena lógica democrática, no puede negarse a los alemanes de los Sudetes el derecho a disponer de sí mismos de la manera que mejor les plazca. Lord Lothian, que forma parte del equipo gubernamental de Chamberlain, declarará en la Cámara de los Lores:
«Si el principio de autodeterminación hubiera sido aplicado en Versalles en un plano de igualdad para todos, los Sudetes, una buena parte de Bohemia, grandes porciones de Polonia y el «Corredor» de Dantzig hubieran debido ser atribuidos al Reich. Las demandas de Hitler se basan no sólo en una razonable lógica y en principios absolutamente democráticos, sino incluso en los términos del propio Tratado de Versalles, cuyo articulo 19 prevé la solución de los conflictos que se planteen mediante el recurso de los plebiscitos populares".
Hitler y Chamberlain se entrevistan en Berchtesgaden. El Premier británico recibe, días más tarde, en Londres, al presidente del Consejo de Ministros francés, Daladier, y a su ministro de Asuntos Exteriores, Bonnet, para estudiar en común el caso checo. Chamberlain y Daladier publican un comunicado conjunto, en el que, entre otras cosas, se manifiesta que «...estamos de acuerdo en que, después de los recientes acontecimientos, se ha llegado a un punto en el cual... ya no puede continuar efectivamente la permanencia de los territorios Sudetes dentro del Estado Checoslovaco, sin poner en serio peligro la paz de Europa. Ambos Gobiernos han llegado a la consideración final de que el mantenimiento de la paz y la seguridad de los intereses vitales de Checoslovaquia no pueden ser garantizados a no ser que la región de los Sudetes sea incorporada al Reich».
Al día siguiente, estas proposiciones francobritánicas se transmiten a Praga, que las acepta «con el corazón dolorido».
Hitler y Chamberlain celebran una segunda entrevista en Godesberg. Chamberlain propone unos plazos de entrega muy largos. La región de los Sudetes deberá ser cedida a Alemania al cabo de varios meses. Hitler no acepta. Teme que Benes utilice a los civiles de los Sudetes como rehenes; en los últimos días se han producido violentos choques entre el Ejército y la policía checos y la población civil en Carlsbad. Más de cincuenta mil alemanes han abandonado sus hogares. Hitler, acusa a Benes de tergiversar, una vez ha dado su acuerdo para la devolución de los Sudetes al Reich. El Führer escribe a Chamberlain:
«Su Excelencia me confirma que la base del acuerdo de la cesión de los territorios de los Sudetes alemanes ha sido débilmente aceptada. Lamento tener que recordar a Su Excelencia que el reconocimiento teórico de derechos, a nosotros, los alemanes, se nos ha efectuado en numerosas ocasiones anteriores a ésta. En 1918 se firmó el Armisticio sobre la base de la aceptación de los catorce puntos del presidente Wilson que fueron reconocidos fundamentalmente por todos. Pero más tarde fueron violados de un modo humillante al llevarlos a la práctica. Lo que a mí, me interesa, Excelencia, no es el reconocimiento de unos derechos y de que estas regiones sean cedidas al Reich, sino solamente la puesta en práctica del acuerdo que ponga fin a los sufrimientos de las desgraciadas víctimas de la tiranía checa, que esto se haga lo más pronto posible y que, por otra parte, se cumpla con la dignidad de una gran potencia.»
Chamberlain se entrevista nuevamente con Hitler. Cuando se hallan en plena discusión, llega un telegrama anunciando que Benes acaba de dar, por radio, la orden de movilización general del Ejército checoslovaco. El Consulado británico en Praga interviene, y es retirada la orden de movilización, pero esto no anula los efectos de la «gaffe» de Benes. Éste intenta un nuevo aplazamiento de las elecciones generales, pero Chamberlain le aconseja desistir, pues, de lo contrario, no puede asegurar que logrará frenar la impaciencia de Hitler. Las elecciones tienen lugar en los días fijados: el éxito de los alemanes sudetes es total. A pesar de las medidas coercitivas empleadas por el Gobierno checo, logran el 91,5 % de los votos alemanes. El 70 % de la población eslovaca ha votado por los nacionalistas del padre Tisso; en Rutenia y Teschen, donde las minorías ucraniana, húngara y polaca no presentaban candidaturas propias, las abstenciones son del orden del 60%. A pesar de que la importante minoría israelita ha votado en bloque por el Partido gubernamental, el fracaso del dúo Benes-Massaryk es absoluto.
Benes se muestra, ahora, dispuesto a entrevistarse con Chamberlain y su ministro de Asuntos Exteriores, Runciman, que, primero, visitan a Hitler en Berchtesgaden. El Führer se limita a pedir que los demócratas de Praga cumplan con su propio credo político y apliquen los resultados de los sacrosantos comicios populares. Afirma que ya ha tenido demasiada paciencia con los señores Benes y Massaryk y que no piensa seguir tolerando que los checos continúen asesinando indefensos civiles alemanes. No obstante, acepta los buenos oficios de Inglaterra para que ésta convenza al Gobierno checo de la necesidad de devolver, de una vez, los Sudetes a Alemania. Simultáneamente, Polonia y Hungría presentan sus reivindicaciones a Praga. El Consejo Nacional de Ucrania pide la autonomía interna para la Rutenia Transcarpática El artificial Estado inventado en Versalles hace aguas por todas partes. Pero Benes, hombre de recursos inagotables, pretende todavía ganar tiempo. Ahora propone a Hitler y a Chamberlain que la cuestión de los Sudetes sea llevada ante el Tribunal Permanente de Justicia Internacional de La Haya. El embajador británico, Sir Basil Newton, visita a Benes en su domicilio y le notifica que, si a consecuencia de la actitud equívoca de su Gobierno estalla un conflicto europeo, Inglaterra considerará que no se halla obligada a asistir a Checoslovaquia, a pesar del Tratado de mutua ayuda que las une. Benes recibe, a continuación, a los jefes del Ejército checoslovaco, que le traen malas noticias. Hitler se ha entrevistado con el presidente del Consejo de Hungría, Bela Imredy, mientras Goering y el regente Horthy se encontraban en Raminden. El gobierno polaco ha enviado una nota a Londres, París, Roma Y Berlín. haciendo saber que reivindica la posesión de la Silesia de Tescheno. En caso de conflicto, Checoslovaquia sería atacada desde tres lados diferentes, mientras, en el interior, la actitud de los ucranianos de Rutenia y de los propios eslovacos es cada vez más hostil. Los militares aconsejan pues la aceptación del plan anglofrancés que ya ha sido aprobado por Hitler. Checoslovaquia perderá los Sudetes y concederá amplia autonomía interna a las zonas fronterizas con Hungría y Polonia. Benes accede. Mejor dicho, lo hace ver.
Una vez aceptado el principio de la devolución del territorio de los montes Sudetes a Alemania, Chamberlain y Hitler se entrevistan de nuevo, en Godesberg, con objeto de fijar los límites exactos de la nueva frontera. El Führer propone que se celebre un nuevo plebiscito y que sea éste quien decida. Una vez celebrados los comicios, la Wehrmacht procederá a ocupar los territorios que se hayan pronunciado por el Anschluss con Alemania.
Chamberlain propone en Godesberg, que la ocupación de los territorios en litigio no se realice inmediatamente, para dar tiempo a la minoría checa de los Sudetes y a los funcionarios del Estado checoslovaco a partir, si así lo desean. Pero cuando Hitler y Chamberlain parecen a punto de llegar a un acuerdo, surge una nueva maniobra de Praga. El Gabinete Hodza dimite y Benes asume legalmente, los plenos poderes.
La primera medida de Benes desde su nuevo cargo consiste en rechazar el proyecto Chamberlain, que ya había sido aceptado por todos los interesados. incluyendo el anterior Gobierno de Praga. He aquí un nuevo motivo para que Hitler insista en sus pretensiones de ocupación inmediata. Si se pierde más tiempo, Benes y su Gobierno complicarán aún más la situación y sin duda utilizarán como rehenes a los civiles alemanes de Checoslovaquia. En vano protesta Chamberlain de su buena fe, «Su buena fe es una cosa, y su influencia sobre Benes es otra, mi querido Primer Ministro», le responde Hitler. Ante la estupefacción de la delegación británica que acompaña a Chamberlain, Hitler hace oír a sus huéspedes los discos en que se han registrado las conversaciones habidas entre Benes y el embajador soviético en París, Rossenberg. Resulta que la política exterior de Praga es dirigida telefónicamente, por los señores del Kremlin, vía París. He aquí por qué Hitler quiere terminar de una vez el «affaire» checoslovaco. Chamberlain acepta. ahora, «casi» todo. Pero existe una discrepancia: Hitler exige un plebiscito en todo el territorio checo, y no solamente en la región de los montes Sudetes. Como los checos sólo representan el 43% de la población de «su» Estado, el plebiscito en todo el territorio significa el fin de Checoslovaquia. Pero significa también la estricta aplicación de los principios democráticos. Chamberlain pregunta a Hitler qué porcentaje de votos consideraría él necesarios para adjudicar un territorio checoslovaco a uno de los Estados reclamantes, es decir, Alemania, Polonia y Hungría. Sin contar a los nacionalistas ucranianos y eslovacos. El Führer responde que se halla muy sorprendido de que tal pregunta se la formule un estadista democrático. Para él, de toda evidencia la mitad más uno de los votos son suficientes. Aparece, así, como muy probable, que los partidarios de la intangibilidad del Estado checoslovaco serán puestos en minoría incluso en Praga, la capital del Estado, donde residen muchos alemanes, ucranianos y eslovacos.
Pero la desaparición de Checoslovaquia, que sería una catástrofe para Moscú, representada, igualmente, un durisimo golpe para la City, muy interesada en las grandes fábricas de armamento checas y en el complejo industrial Skoda. Por eso Chamberlain intenta ahora poner en práctica el viejo sistema político inglés consistente en alternar las zalamerías con las amenazas. Pero Hitler le responde:
«Lo que me interesa a mí, Excelencia, no es el reconocimiento del principio que concede a Alemania la devolución de ese territorio, sino únicamente la realización de ese principio... Yo no pido un favor a nadie, yo pido a unos gobernantes que se dicen demócratas que apliquen su propio credo político y a los gobernantes de Checoslovaquia que apliquen los principios de su propia Constitución referente a sus minorías nacionales... Yo, querido Primer Ministro, no regateo unos kilómetros cuadrados de territorios; tampoco sugiero que tres millones y medio de ingleses sean arbitrariamente colocados bajo la tiranía del señor Benes; únicamente exijo que tres millones y medio de alemanes vuelvan a la soberanía alemana».
Georges Champeaux, en el tomo II de La Croisade des Démocraties, comenta:
"El Chamberlain que, el 22 de septiembre se encaminaba al Hotel Dreesen para entrevistarse con Hitler era un árbitro soberano -o creía ser-lo - en razón de un derecho hasta entonces indiscutido para Inglaterra. Era el digno sucesor de Lord Palmerston, aquél Primer Ministro que envío un ultimátum al rey de Grecia, culpable de haber dejado saquear, en Atenas, la tienda del judío Pacifico; de aquél Disraelí que le comunicaba a Rusia que el Tratado de San Stéfano, impuesto por aquélla a Turquía, no era del agrado del Gobierno británico; de aquél Lloyd-George que, en 1919, obligaba al Japón abandonar sus conquistas en el Chang-Tung. Pero Hitler le hizo notar desde el principio, que el tiempo de Palmerston, Disraelí y Lloyd-George había pasado, y que Alemania se consideraba con derecho a tratarla de igual a igual. Por primera vez desde Waterloo, un jefe de Estado europeo rehusaba inclinarse ante el dogma de la supremacía política de Londres".
Hitler envía un ultimátum a Benes. El 1º de octubre de 1938, los Sudetes deben haber sido devueltos a Alemania. En caso contrario, la Wehrmacht entrará en acción. Praga responde con la movilización general. Y, el 28 de septiembre, Hitler ordena, a su vez, la concentración del grueso de sus tropas ante las fronteras checas. Un día antes, en Inglaterra, Su Majestad Jorge V decreta el estado de excepción, el Ministerio de la Marina anuncia la movilización de la Armada, que se encuentra ya en estado de alerta. El día 28, se anuncia la movilización de las reales fuerzas aéreas y de la milicia territorial femenina. Por su parte, Mussolini publica un comunicado anunciando que sostendrá a Alemania pase lo que pase y coloca a sus fuerzas armadas en pie de guerra. Hungría llama a filas a tres reemplazos y concentra tropas ante las fronteras checas. Desde Varsovia informan que se han producido incidentes antipolacos en la región de Téscheno y se rumorea que Polonia va a romper sus relaciones diplomáticas con Checoslovaquia.
En Francia, el generalísimo Gamelin y el almirante Darlan, comunican a Daladier Primer Ministro, que el Ejército y la flota están preparados.
No así el general Vuillemin, jefe del Estado Mayor de las fuerzas aéreas, que afirma que sería ridículo pretender enfrentar a la aviación francesa con la Luftwaffe. Inmediatamente, se acusa a Vuillemin de ser un agente de Hitler. LíHumanité es el portaestandarte de esta acusación absurda.
La psicosis de guerra se ha apoderado de todas las Cancillerías. Su Santidad el Papa dirige un llamamiento a los estadistas para que eviten una guerra que será fatal para todos los que en ella tomen parte.
En tan dramática situación, una iniciativa de Mussolini salva la paz. Propone a Chamberlain, Daladier y Hitler, una reunión, en Munich, para decidir, de una vez, el problema checo. Mussolini asistirá también, pero no así Benes. Sin asistir el principal interesado, se decidirá de la suene del artificial Estado checoslovaco. Hitler cede en varios puntos. Renuncia a un proceder unilateral por parte de Alemania y se muestra de acuerdo en que una organización internacional, por ejemplo, la Sociedad de Naciones, controle la ejecución de los acuerdos. Checoslovaquia cederá a Alemania toda población donde el frente nacional sudete haya obtenido la mayoría absoluta de votos en las últimas elecciones. Así mismo, se firma un acuerdo naval germanobritánico, cuyas cláusulas aseguraban a Inglaterra su hegemonía marítima. Hitler pretende demostrar, así, su voluntad de dirigirse hacia el Este, hacia la Rusia soviética, voluntad ya impresa en el «Mein Kampf». Para una tal contienda no se precisaba una gran flota. Eso debía tranquilizar a los belicistas ingleses, con Churchill, Eden y Attlee a la cabeza.
Chamberlain y Daladier fueron entusiásticamente recibidos a su retorno a Londres y París. La paz había sido salvada, y no existía ningún inglés ni ningún francés que deseara ir a la guerra por defender a un pequeño tirano, como Benes. Churchill refiere, en sus Memorias que «... turbas vociferantes aplaudieron a Chamberlain y a Daladier a su regreso de Munich».
La pérdida de los Sudetes representaba, para Checoslovaquia, prácticamente, el fin de su existencia como Estado soberano. El cuarenta por ciento de la industria se hallaba concentrado allí, lo mismo que un tercio -el mas activo- de la población. En cuanto a Benes, demolido por la pérdida de los territorios alemanes de «su» Estado, había caído en el ostracismo político.
Inmediatamente, Polonia se ponía en movimiento y, sin previa declaración de guerra, ocupaba «manu militari», la región de Téscheno donde, si es cierto que habitaban ochenta mil polacos, no es menos cierto que con ellos convivían ciento cincuenta mil ucranianos, alemanes, eslovacos, húngaros y checos. En París esto causa un disgusto mayúsculo. Y, en seguida, se acusa a los gobernantes de Varsovia -que las exigencias de la alta coyuntura política exigirán sean presentados como demócratas y como mártires unos meses más tarde- de ser unos reaccionarios fascistas, sobre todo, unos fanáticos antisemitas.
Hungría procede de modo menos violento que Polonia, y deja al arbitraje de Mussolini y Hitler, representados por sus ministros de Asuntos Exteriores Ciano y Ribbentrop, la decisión de la delimitación exacta de sus fronteras con Checoslovaquia. El 6 de octubre, Eslovaquia proclama su autonomía, dentro del Estado checoslovaco. Praga reconoce al Gobierno eslovaco, presidido por el padre Tisso. Días después se forma, en Uzhorod, un Gobierno autónomo cárpato-ucraniano, presidido por Andrej Brody, que también es reconocido, de momento, por Praga. Pero al cabo de una semana Brody es detenido por la policía checa. El doctor Hacha, que ha sustituido a Benes al frente del Gobierno checoslovaco, envía a un general checo, Leo Prchala, a Bratislava, nombrándole miembro del Gobierno autónomo eslovaco. Esta medida es anticonstitucional.
El 10 de marzo, Praga descarga otro golpe contra Ucrania Transcarpática, anulando su régimen autónomo. Simultáneamente, el padre Tisso y sus ministros Adalbert Tuka y Alexander Mach, son detenidos por la policía checa. Estalla la crisis política. Praga libera a Tisso, encargándole que forme Gobierno en Bratislava, pero éste se niega a actuar bajo la presión policiaca. Tres gobiernos constituidos por Hacha se derrumban en el espacio de unas semanas. A pesar de representar a un importante núcleo de población, el secretario de Estado, Karmassin, representante de la minoría alemana en Eslovaquia, no es llamado para ocupar ningún cargo en los tres gobiernos.
Hitler interpreta todas estas medidas de Praga como una violación de los acuerdos de Munich, donde él reconoció las nuevas fronteras checas bajo la condición expresa de que «los checos solucionaran la cuestión de sus minorías nacionales por vías pacificas y legales, y sin opresión». Por eso, con el apoyo político de Berlín, el 14 de mano, las tropas húngaras entran en la región Cárpatoucraniana. También Eslovaquia proclama su independencia estatal. Y Polonia vuelve a concentrar sus tropas en Téscheno.
Monseñor Volozin, acompañado de los miembros de su Gobierno, visita al cónsul de Alemania en Chust y le informa de que «Ucrania Transcarpática (Rutenia) ha proclamado su independencia, colocándose bajo la protección del Reich». Unas horas después, la Dieta de Bratislava autoriza a monseñor Tisso para que mande a Goering un telegrama redactado así:
«Le ruego ponga en conocimiento del Führer lo siguiente: El Estado eslovaco se coloca bajo vuestra protección, y os ruega que os dignéis asumir el papel de protector.» Hitler acepta en el acto.
En vista de la agravación de la situación, el doctor Hacha y su ministro de Asuntos Exteriores, Chavlkovski, solicitan ser recibidos en la Cancillería del Reich.
Hitler le expone todas las incorrecciones y faltas a su palabra cometidas por el Gobierno de Praga con relación a sus minorías nacionales y le anuncia que, a las primeras horas de la mañana siguiente, las tropas alemanas entrarán en Bohemia-Moravia. Hacha se desmaya al oír estas palabras. El propio médico de Hitler le atiende. Al volver en sí, su primera medida es ponerse al habla con Praga para ordenar que no se ofrezca resistencia a la Wehrmacht.
El mismo día, el doctor Hacha firma un documento según el cual «pone en las manos del Führer de Alemania, el destino de la nación y del pueblo checo». Hitler se compromete a «acoger al pueblo checo bajo la protección del Reich y garantizar un desarrollo autónomo inherente a sus peculiaridades nacionales» (44).
Unas horas después, las tropas alemanas, al mando de los generales Von Blaskowitz y List cruzan la frontera checa. No se dispara un solo tiro. Bohemia y Moravia, que durante más de mil años formaron parte integrante de estados alemanes, entra a formar parte del Reich en calidad de «Protectorado». La Wehrmacht se apodera de una fabulosa cantidad de armamento. Dos mil cañones y cuarenta y cinco mil ametralladoras -que nunca fueron poseídas por el «Ejército de cien mil hombres» autorizado a la Alemania prehitleriana-, pasan a ser propiedad de los arsenales del Reich (45).
André François Poncet, al que es imposible calificar de germanófilo, ha escrito: «Los eslovacos y los rutenos habían obtenido la autonomía que les permitía la propia Constitución del Estado checoslovaco. Pero los checos rehusaron considerarles como entidades autónomas. A Hitler, para borrar del mapa a Checoslovaquia, le bastaba con tomar partido por los eslovacos, y cuando el padre Tisso y monseñor Volozin -representando a los rutenos- se pusieron bajo la protección de Berlín, los checos se encontraron, legal y efectivamente, solos. «Es pues evidente que los acuerdos de Munich fueron violados, en primer lugar, por Praga, y no por Berlín» (46).
Pero, como indica muy bien Paul Rassinier, «los acuerdos de Munich habían sido complementados por un pacto angloalemán (30 de septiembre de 1938) y otro francoalemán (16 de noviembre de 1938), por el que las tres potencias se comprometían a consultarse para la solución de cuestiones de interés común. Hitler debía, pues, antes de admitir bajo su protección a eslovacos y rutenos, consultar con Inglaterra y Francia. Cuando se apercibió - y luego quedaría plenamente demostrado -que la violación de los acuerdos de Munich era teledirigida desde Londres por Benes, y desde Moscú por Gottwald, debió convocar a los primeros ministros inglés y francés. Y cuando eslovacos y rutenos se colocaron bajo su protección, debió hacerles patente que tenían que colocarse bajo la protección de ingleses y franceses también, y no solamente la suya» (47).
¿Qué hubiera sucedido entonces? Creemos que hubiese sido difícil para los Gobiernos inglés y francés dejar que la situación se eternizara, e ignorar las quejas de Hitler, Tisso y Volozin sin «perder la cara» ante el mundo.
En vez de ello, Hitler solucionó el problema a su manera: las tropas alemanas penetraron en Checoslovaquia y ocuparon Bohemia y Moravia, sin resistencia. Eslovaquia fue proclamada independiente bajo la protección del Reich. Rutenia pasó, como región autónoma, bajo soberanía húngara; al doctor Hacha se le obligó a declarar que «colocaba al pueblo y al territorio checo bajo la protección del Reich alemán», dotándose a Bohemia y Moravia de un «staathalter» (protector, residente en Praga (Herr von Neurath). Creemos, con Rassinier, que el «salto a Praga» fue un error. Hitler recordó - y era verdad - que en Praga vivían muchos alemanes y que allí se había creado la más antigua Universidad germánica, pero ello no soslayaba el problema de que Bohemia y Moravia ya no podían considerarse territorios alemanes. Más que una injusticia para con los checos, el salto a Praga fue un error, pues ya, a partir de entonces, no pudo Hitler presentarse como un defensor de la libre determinación de los pueblos.
Chamberlain declaró en los Comunes que «el Estado cuyas fronteras tratamos de garantizar se ha desmoronado desde dentro». En consecuencia, el Gobierno de Su Majestad «no se considera por más tiempo obligado con respecto a Praga».
En Moscú, Stalin ordenó la movilización de tres reemplazos.
Con la eliminación de la cuña checoslovaca, el comunismo se sentía en cuarentena. Y Chamberlain fue quemado en efigie en la Plaza Roja (48).
(1) Peter v. Kleist: Auch du warst dabei!(2) Lloyd George tuvo la franqueza de comunicarle a Clemenceau, en Versalles, que Francia se había convertido en la nueva enemiga de Inglaterra. Según G. Champeaux, (Op. cit.)(3) El Comité de Delegaciones judías fue fundado en París el 25 de marzo de 1919, siendo su primer presidente el juez Julian Mack, del Tribunal Supremo de los Estados Unidos. El 10 de mayo, el Comité presentó a la Conferencia un memorándum referente a la protección de las minorías, teniendo la suprema audacia de asimilar su causa de pueblo rico y prepotente a la de las auténticas minorías nacionales oprimidas por los vencedores e ignoradas de todo el mundo. (N. del A.)(4) En 1927, el mariscal Foch, a su regreso de un viaje de inspección por Alemania, manifestó, ante la Asamblea Nacional francesa, que el Reich había cumplido escrupulosamente las cláusulas del desarme estipuladas en Versalles. El mariscal Joffre y el ministro Bonnet lo confirmaron más tarde. (J. Alerme: Les causes militaires de notre defaite.)(5) Georges Champeau: La Croisade des Démocraties, pag. 134, tomo I.(6) R. S. Baker, secretario personal del presidente Wilson: Woodrow Wilson. Memoiren und Dokumente, pág. 317, tomo I.(7) R. S. Baker: Op. cit., pág. 47. tomo II.(8) Olivier díEtchegoyen: Pologne, Pologne..., pag. 294, tomo I.(9) Citado por Savitri Devi: The Lightning and the Sun, atribuyendo la frase a Clemenceau.(10) Olivier d´Etchegoyen: Op. cit., pág. 295. tomo I.(11) Según Lectures françaises, n.0 75, junio 1963.(12) La germanofobia fue cultivada por los propios ministros responsables de la Educación Nacional, en Francia. Un librito de las Editions Patriotic, destinado a primera enseñanza, mostraba a un soldadito de seis años vengando el honor de Francia al utilizar como orinal un casco prusiano. (Romi: Fraiche et Joyeuse, pág. 30.) Los cuadernos para escolares iban decorados, en su portada, con escenas de barbarie germánica -un pelotón de soldados alemanes fusilando a una campesina alsaciana; una lorenesa abofeteando al Káiser, etc.ó. A los alumnos de los grados superiores se les enseñaba que la guerra había estallado a causa de los sueños de dominio universal del Káiser. (N. del A).(13) Henry Ford señala (The International Jew) que, en un momento dado, había los siguientes judíos ocupando puestos claves en el Gobierno alemán: Hirsch, ministro de Gobernación; Ernst. jefe de la policía de Berlín; Rosenfeld, ministro de Justicia; Futran, de Enseñanza; Simon, de Hacienda: Stadthagen, del Trabajo; Wurms, de Alimentación; Kastenberg, director del Negociado de Letras y Artes; Kohen, del omnipotente «Comité de Obreros y Soldados»; Brentano, ministro de Industria, etc.(14) La expresión es de Sir Winston Churchill. en Yalta.(15) La cruz gamada es el más antiguo símbolo que, en su peregrinar por el mundo, hasta establecerse en Europa, usó el hombre blanco. Aparece en las primeras inscripciones y esculturas sumarias e hittitas. Otra forma de swástika, o cruz gamada, es la rueda solar, símbolo religioso de los adoradores del Sol. (N. del A).(16) En las siguientes elecciones, el 7 de marzo de 1936, el N.S.D.A.P. obtendría el 92.8% de los votos. Observadores de la prensa extranjera dieron fe de la pureza democrática de los comicios. (N. del A.)(17) Los comunistas pretendieron que el incendio del Reichstag fue obra de las SA hitlerianas, por instigación de Goering. Pero ni siquiera en el sedicente «Proceso» de Nuremberg pudo probarse tal cosa. (N. del A.)(18) Hans Grimm: Warum? woher? Aber vohin?(19) El mariscal Pilsudski, se había erigido dictador de Polonia, y gobernaba despóticamente haciendo la vida imposible a las minorías nacionales que englobaba su país. La Conciencia Universal se desentendía de ello, lo mismo que del campo de concentración de Bereza-Kartuska, donde se sometía a toda suerte de vejaciones a los detenidos alemanes y ucranianos. Pilsudski fue el primero en preconizar una «guerra preventiva» contra Hitler para eliminar el «peligro alemán» y anexionarse la Prusia Oriental. Pero Inglaterra, a la que no interesaba que los satélites de Francia se fortalecieran demasiado. torpedeó el plan. (N. del A.)(20) El Reich no poseía un arma aérea, mientras la pequeña Lituania disponía de no menos de 150 aviones de combate y 60 bombarderos. Un enjambre de pequeñas «naciones», manipuladas por Francia, que había violado las fronteras alemanas en tiempos de paz siguiendo el ejemplo dado por aquélla con su agresión contra la Renania, podían rearmarse impunemente, durante ocho años - plazo propuesto por Sir John Simon-, mientras Alemania quedaba a la merced de unos y otros. (N. del A.)(21) Mussolini y el fascismo habían llegado al poder en Italia mediante el tan alabado «libre juego de los partidos» «La marcha sobre Roma» de los camisas negras fue, en todo caso, un procedimiento de obtención -o consolidación- del poder, más humanitario que la guillotina, madre de la Revolución Francesa. (N. del A).(22) Hitler dio órdenes severisimas en el sentido de expulsar de todos los cargos oficiales a los homosexuales, por considerarlos un peligro para la seguridad del Estado. (N. del A).(23) Georges Champeaux: La Croisade des Démocraties(24) Edición del 30-IV-1936(25) Después de la reinstauración del servicio militar obligatorio en Alemania el año 1935, los otros signatarios del Pacto de Locarno se reunieron en Stressa, a orillas del lago Mayor, sin tomar otro acuerdo que una «condenación» del acto unilateral de Hitler, que había actuado sin consultar a los demás signatarios. El Führer contestó que tampoco, a él le consultaron en relación con el rearme inglés o francés, ni con el Pacto franco-soviético o la construcción de la Línea Maginot (N. del A.)(26) Frase pronunciada por el Premier Balfour, ante la Cámara de los Comunes el 8 de abril de 1903. (N. del A.)(27) En Abisinia se practicaba, oficialmente, la esclavitud; se torturaba y mutilaba bárbaramente a los presos; el analfabetismo y el fetichismo eran generales. En 1962, en Katanga, los soldados etíopes de la O.N.U. batieron todos los récords de la brutalidad y la infamia. (N. del A.)(28) Con objeto de asegurarse la participación italiana en La Primera Cruzada Democrática (1914-18), Londres y París habían prometido a Roma ciertas concesiones territoriales en el Africa Oriental y en la frontera libio-tunecina. (Articulo 13 del Acuerdo anglo-franco-italiano del 26-lV-1915.) El cumplimiento de tal promesa había sido aplazado sine die. (N. del A.)(29) Georges Champeaux: La Croisade des Democracies(30) Sir Anthony Eden era la mano derecha de Winston Churchill y el «chef de file» de los llamados jóvenes conservadores, que exhibían una política social avanzada y una política exterior basada en el imperialismo económico. Su carrera política se inició como delegado británico en la S. de N. (N. del A.)(31) Eduardo Comin: Historia Secreta de la II República.(32) El 4 de junio de 1936, el multimillonario socialista hebreo Léon Blum a) Kar-fulkstein forma gobierno de Frente Popular. Veintinueve judíos jefes, subjefes y adjuntos de gabinete le escoltan: Presidencia del Consejo: André Blumel, Heilbronner, Jules Moshe a) Moch, Hug, Grünebaum-Ballin, Mme. Picard-Moch. Subsecretaría de Estado: Schuler, Interior: Salomon, Bechoff, Cahen-Salvador. Finanzas: Weil-Raynal. Justicia: Rodriguès, Weyl. Educación Nacional: Moerer, Abraham. Chaskin. Adrienne Weill. Well-Lot. Economía Caben-Salvador Agricultura: Lyon, Riere, Veil. Trabajo: Dreyfuss. Ma-rina Mercante: Gregh. Correos: Didkowsky, Grimm. Sanidad: Wuzler, Huzemann. Educación Física: Endlitz. (N. del A.)(33) Según el embajador Pascua, fueron enviadas a Rusia 7.800 cajas llenas de oro amonedado y en lingotes, con un peso neto de 510.079 kilogramos. En este robo -el mayor del siglo - participaron exclusivamente personajes judíos, desde Juan Negrin, entonces ministro de Hacienda de la República española, hasta los funcionarios soviéticos que intervinieron en el asunto: Grinko, ministro de Hacienda de la U.R.S.S.; Margulies y Kagan, director y subdirector del Grossbank. y Martinsohn, viceministro de Finanzas. (N. del A.)(34) Revista En Pie, Madrid, abril 1963.(35) En el Mein Kampf su Biblia política, Hitler se muestra disconforme con la política colonial para Alemania. El coloniaje hace imposible la unión sangre y tierra, base de la política racista del III Reich. «Las colonias sólo sirven para chupar la mejor sangre de la nación», afirmaba el Führer. Alemania, según él, debía hallar espacio vital para su estallante demografía en las tierras del este del Báltico y de occidente de Rusia, que debían ser arrebatadas a los soviéticos. una vez neutralizados como amenaza potencial para Alemania en primer término, y en último análisis para Europa entera.Es posible que Hitler pusiera sobre el tapete la cuestión de las colonias contando con una negativa, que le pondría a él en mejor posición para posteriores reclamaciones (Nota del Autor.)(36) Peter von Kleistt Auch Du warst dabei!(37) A.E.I.O.U.: Austria Est Imperare Omnia Universo, sigla que aparecía en las armas de los Habsburgo. (N. del A.)(38) Franz Von Papen; Memorias.(39) Las democracias facilitaron la mejor prueba de que, a sus ojos, Alemania y Aus-tria forman una unidad nacional cuando, al final de la ultima guerra, incluyeron a Austria entre los países que debían pagar «reparaciones» a los estados «agredidos» y si Austria es un agresor, sólo podía haberlo sido en su calidad de provincia alemana, ¿O no? (N. del A.)(40) Salvador Borrego: Derrota Mundial, pág. 105.(41) Discurso pronunciado en el Guildhall, de Londres, el 7 de octubre de 1928.(42) Jan Massaryk: La résurreetion d´un état.(43) Gringoire, 23 noviembre 1938.(44) Arnold Toynbee: Hitler´s Europe.(45) Ya en Munich, Inglaterra intentó comprar el material de guerra sobrante a Praga. Pero los regateos de Benes demoraron las negociaciones. (N. del A.)(46) André François Poncet: De Versailles a Potsdam.(47) Paul Rassinier: Les Responsables de la Seconde Guerre Mondiale.(48) Archibald M. Ramsay: The Nameless War.

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